sábado, 14 de agosto de 2021

CUENTO OCULTO AMOR


CUENTO

 

OCULTO AMOR

 

Entró a su departamento con la emoción escapando por sus poros, la nueva novela de su escritor preferido estaba entre sus manos. Podía oler el amor que se escurría entre los pliegues del papel regalo. Pretendió tener el control de la situación y se hizo un café. Sentado  en el sofá, despegó cuidadosamente la cinta y abrió el envoltorio, apoyó su mejilla contra la dura tapa del libro o más bien contra la silueta de quien sería su próximo amor: “El extraño sin pasado” que en negra silueta parecía corporizarse frente a su mirada dilatada. Lo olió como esperando reconocer el perfume de su amado. Estiró  sus piernas y acomodó sus pies en blancas y relajantes medias. Colocó la taza  y la lapicera sobre el apoyo del sofá, que sería por un tiempo parte del equipo melancólico esencial y el portador de los secretos mejor guardados de la pareja que vibraba por conocerse.

Abrió el libro y leyó las primeras páginas, todo lo escrito, minuciosamente, como refrenando el momento de empezar con la trama. Dio vuelta una blanca hoja y allí apareció infaltable y tan necesaria como el libro mismo, la dedicatoria de su amigo del alma: Juan. Tomó la lapicera y escribió: “Juan, siempre  Juan”, y el número 10  y le hizo un círculo al número alrededor, era el décimo libro que él  le regalaba pero sintió que este sería especial.

 

El afamado escritor se sentó en su rincón preferido de la casa, el altillo. Abrió el laptop y escribió: “Farsantes”, el título de su nueva novela. Justo cuando iba a comenzar a escribir el primer renglón, ve con estupefacción que letras aparecen en la pantalla sin que él hubiese tocado nada. Cuando la sucesión de letras se detiene, las lee en voz alta: “Juan, siempre Juan” y el número 10  dentro de un círculo. Su inmediata reacción fue la de cualquiera, levantó el laptop lo miró por debajo y luego lo colocó en su sitio. Apagó la computadora y la reinició. Con la página en blanco, escribió lo mismo y nada apareció esta vez. Dudó, tal vez su mente le había jugado una mala pasada, ya no sabía si realmente había visto lo que había visto.

“Willy caminaba solo, como siempre, aunque su angustia y la pesada herencia de no haber sido amado de niño, lo acompañaban. Necesita ayuda pero parecía que la vida lo había elegido para jugar un juego infame en el que lo necesario para ser feliz se mantenía fuera de la cerca que aislaba su apesadumbrada alma de cualquier persona lista para enseñarle a vivir con amor. Su delicado rostro y grandes ojos  color café tristeza, eran el precio apostado contra su felicidad.” Al leer este primer párrafo de la novela, Pedro  ya había caído presa de un profundo amor por él que, lejos de ser platónico, lo colmaría de sentimientos enfrentados y profundos, por lo menos hasta que terminara la novela. Sorbió un poco de café, respiró profundo e hizo un círculo sobre el nombre de su nuevo compañero  en la soledad sentimental: “Willy”, y en prolija imprenta añadió al costado: “Te amo” y “te voy a ayudar”. Pedro tenía la costumbre de marcar los libros que leía, poner citas, fechas o subrayar oraciones o expresiones que le pereciesen importantes.

Frente a la pantalla y después de haber escrito unas cuantas hojas,  Guillermo Graziani reflexionó un poco como siempre, como desde hacía tanto ya: “Si supieran que siempre soy yo, que el protagonista necesitado y desprotegido soy yo”. Pero no cedió al acecho de la melancolía extrema, prefirió seguir escribiendo nuevamente. En la pantalla, se repitió la escritura misteriosa y un círculo. Al lado: “Te amo” y más allá: “Te voy a ayudar”. Trató de recordar si es que él había escrito eso en algún momento o era parte de un escrito anterior. Willy, era el protagonista de su anterior novela pero lo demás…  Quería entender si de alguna manera esas palabras raras aparecían, por cosas de la electrónica nuevamente sobre lo nuevo escrito. Una especie de basura residual que debido a quién sabe qué cosa, se insertaba arbitrariamente sobre sus letras. Más confuso y abrumado que temeroso por la extrañeza de este evento, solo se dignó a dar curso hacia atrás y borró lo que no pertenecía de ninguna manera a la novela que escribía. Prosiguió con la trama que estaba más que clara en su mente y de la cual ya sabía hasta el final, aunque eso no garantizaba que durante la escritura de la misma no diera un giro en otra dirección y terminara en un lugar inesperado y desconcertante, cosa que a menudo sucedía, ya le había pasado demasiadas veces y hasta alguno se atrevería a decir que ese hecho era en realidad lo que hacía de sus libros una pieza de orfebre, una rareza dentro de una literatura gastada y recurrente.

Pedro leyó una frase, la subrayó y pensó en él  mismo, en su dura infancia y peor adolescencia, ¿qué hubiese sucedido si alguien no lo hubiese salvado, sacado de aquel mundo en el que cada día te dejaba como regalo una marca en el cuerpo y una profunda cicatriz en el alma? Su lúcida mente trataba de frenarlo, de hacerle comprender la realidad, la cruda realidad de que él era un personaje, la ficción misma. Lo quería hacer comprender, no gastar nada de los sentimientos almacenados en su corazón, que no había futuro, solo pérdida de tiempo y más dolor, pero él  escuchó a su corazón como siempre, aunque este lo impelía como a una ola y lo destrozaba contra las piedras vez tras vez. Él se aferraba, prefería el dolor al escepticismo, prefería morir a pasar por la vida sin amor, todavía confiaba en su corazón.

 

Guillermo  escribía y escribía, no le daba tiempo a la soledad para enrostrarle su poder, ingenuamente pensaba que la mantenía a raya, que jamás le pasaría la factura, que estaba envestido de poder. Poder que se esfumaba al final con la misma rapidez con que escribía sus novelas. No quería volver a fracasar, demasiado dolor, el amor ya no era para él, pero… ¿Quién puede detener su arrolladora ambición?  Guillermo prefería desconocer, mientras hubiera musas, todo estaría bien. Al contemplar unas palabras subrayadas que él no escribió entre su texto, comenzó a reír, decidió no luchar más con eso. Sea lo que fuera, le dio permiso de estar. Esta vez decía: “Cuánto añoro encontrar el alma salvadora, la justicia en forma de hombre que no me juzgue por quien soy.” Reconoció esa frase, era suya. Pensó que tal vez algo saldría de todo esto y no se preocupó más.

Llegando al final de su novela había perdido el número, la cantidad de intromisiones electrónicas que tenía su texto. Al final las recopilaría y las guardaría, no dejaban de ser una rareza que un día quizá tuviera explicación.

Pedro no era tan veloz como lectora, aunque podría si quisiera, leía con cautela, hilvanaba las palabras, era una tejedora literaria. ¿Qué apuro tenía? Necesitaba conocer a su amado, estar con él. De alguna forma retrasaba el final, posponía la agónica despedida aunque en realidad Willy nunca se iría de su corazón. Llamada de Juan, mayor que él, solo un amigo, dejó a su amado un momento y escribió: “Ya vuelvo mi amor”.  Secó sus lágrimas y recompuso su voz. Dijo: “Hola” en plena transición y  Juan lo leyó, lo conocía muy bien.

“¿Estás bien?” __ le preguntó a un Pedro  que solo con él  no se avergonzaba de sentir. Hablaron un rato y Pedro  le contó de su nuevo amor y la sensación de que esta vez sucedería algo. Juan  le pasó su nuevo número de teléfono, el que tendría a partir de ahora, tenía esa costumbre de cambiar. Pedro  anotó en el libro que leía: “Juan   5440359”. __ Hablaron largo rato y se despidieron prometiendo verse el fin de semana. Cuando colgó, Pedro besó el libro, le susurró: “Hasta mañana mi amor”, preparó la cena y a dormir, mañana debía ir a trabajar, era abogado de una multinacional.

 

Eran las siete de la tarde y  Guillermo abre la computadora, era hora de trabajar, llamados de amigos, la alimentación del perro y un vistazo a las noticias de hoy lo mantuvieron lejos de su amiga con teclas en el cuerpo. El programa se abrió justo donde había dejado pero algo lo sorprendió, él no lo había escrito pero apareció: “Juan 5440359”. Faltaban pocos capítulos para terminar y el archivo estaba lleno de fechas, frases, subrayados y otros escritos que no eran de él. Era la segunda vez que leía Juan, la primera la había borrado pero tenía buena memoria. Esto era un teléfono, era diferente y desconcertante, no registraba el número, no era de los de él. Solo había algo por hacer. Lo escribió en un papel y lo dejó sobre el escritorio, quizá mañana o pasado se atrevería a llamar. Siguió escribiendo su novela, las ansias del final, sus dedos se movían a la velocidad de la luz, pero algo le molestaba, no sabía por qué pero tenía que llamar hoy, presentía que mañana sería tarde.

Tomó el celular y marcó, al instante cortó. ¿Qué diría? ¿Cómo explicar a quien atendiera?  Si es que lo hacía alguien.  ¿Dónde encontró el número?  Se avergonzó y su piel se tiñó de rosa, ¿cómo podía ser? Él, el que había conmovido a tantas personas, no sabría qué decir, él, el mejor penalista de tribunales y no encontraba las palabras. Se acordó de su versada instrucción y de la habilidad para resolver problemas en la complejidad de las historias creadas y se vistió de actor. Sería por el tiempo que durase un llamado el protagonista de esta novela que alguien escribió por él, un farsante, puro teatro. Volvió a marcar y esperó. “Hola”, la dulce voz de hombre. “¿Juan?” _ preguntó impostando la suya, se había decidido por el seductor__. Soy  Guillermo Graziani y quisiera hablar con vos.

 Luego de la recuperación del shock, y darle datos para que supiera que fehacientemente hablaba con él, Guillermo lo citó en un bar, al otro día a las  22 horas, y  Juan  aceptó. Llevaría todas las notas, quizás él  lo pudiera ilustrar, encontrar la solución a este dilema que la literatura de algún modo planteó.

El encuentro fue sencillo, la fama que precedía al escritor poco rival era contra la estampa de este y sus grandes y tristes ojos penetrantes. Juan lo vio y murió de amor. Se preguntaba cien veces a cada paso de él al acercarse: “¿Qué querrá?, ¿qué querrá?”. Juan se levantó y le hizo señas, él le dio un beso y sin rodeos le mostró las notas a  él y le explicó cómo aparecieron entre sus escritos. Juan tuvo que volver a cero su cerebro, mucha información, preguntas y esos ojos  de mirada intensa que esperaban algo de él, debía responder. En pura inteligencia y astucia y entendiendo apenas lo que podía suceder por imposible que parezca, reconoció que era obra de Pedro, eran sus frases, su forma de escribir. De manera inexplicable Pedro  se comunicaba con él. Pensó en el destino y la lealtad pero el amor pudo más, si es que era amor, y declaró envestido  del poder que da el saber o creer saber: “Fui yo, estoy enamorado de  Willy, el personaje de tu novela, fui yo. No sé cómo llegó eso a tu mundo, tal vez con la fuerza de mi amor”. Maravillado, Guillermo lo escuchó y lo  escuchó, era atractivo, algo menor o de su edad, quizá podría intentar. Quedaron en hablar. Él le dio la mano, lo besó tiernamente en la mejilla, pagó la cuenta y se marchó.

Los dos mundos de Juan en ese instante colisionaron y el golpe dolió. Encuentro con aroma a traición. Lo quería para sí, el destino los había juntado tal vez, no quería renunciar, ¿por qué? Apesadumbrado  regresó a su casa y se fue a dormir, lloró la noche entera, su amigo del alma… Pedro… ¿Cómo pudo hacerle eso?

 

Guillermo entró a su hogar con más dudas que certezas, hasta el perro lo miró con lástima. Había recibido una explicación del interesante Juan, abogado como él mismo y solo por eso debería sentirse bien pero no, ¿no se esperaba en un caso así encontrar al amor como en  la novela perfecta? Seguía esa sensación de soledad, de hueco en el pecho, de vacío, la preferencia por escribir, antes que lo sentimental. “Cosas de la vida”, pensó y subió a terminar.

 

Pedro se despertó intempestivamente, eran las dos de la mañana y el sueño huyó al exilio  y lo dejó desamparado. Se dirigió al living, su amigo sillón, recordó ese chocolate para ocasiones especiales y con el sabor ya en su paladar, abrió el libro y prosiguió su lectura: “Confundido, perdido en la espesura del amor no correspondido. ‘¿Por qué el sentimiento de soledad, la congoja, el espíritu quebrado del brazo de este hombre? ¿Es realmente mi amor?’, se preguntaba mientras caminaba junto a ese esbelto caballero simpático los pasos necesarios para ingresar a la embajada en donde una recepción que explotaba en fulgor nada haría para aliviar su soledad.” Pedro cerró el libro, buscó la lapicera, volvió a abrir el libro y en la esquina superior de la página 336  escribió: “No mi amor, no es tu amor, tu amor soy yo. Soy Pedro, tu Pedro  y espero por ti”. Cerró definitivamente el libro y se recostó en el sofá, se acurrucó en el mismo y se durmió. Soñó con él y la felicidad, soñó una vida de verdad.

“Golpeó la puerta de su amigo y después de un rato este abrió, Beto, le dijo sorprendido.  Beto se abalanzó y lo abrazó con profundo agradecimiento, lo besó como a un hermano y mirándolo a los ojos le dijo: ‘Este es realmente el hogar de la lealtad, y no de farsantes, tu estudio Guille, tus amigos. “Fin”. Había terminado la novela antes de las dos de la madrugada. De alguna manera sintió que había perdido algo y el miedo a la soledad se acercó peligrosamente. El corazón casi se le paró cuando vio la oración aparecer sin que alguien la digitara: “No mi amor, no es tu amor, tu amor soy yo. Soy Pedro, tu Pedro  y espero por  ti”. Tan apuradamente quiso tomar el celular que este se le cayó de las manos y contra el piso se desarmó. Ansioso esperaba el inicio del mismo y cuando sucedió, marcó el número de Juan. “Juan,  ¿vos estás escribiendo?”

 Juan que no entendía la pregunta, ni de quién era, ni nada, apenas pudo contestar, embotado todavía escuchó que era él y le contestó que no, que estaba durmiendo. “¿Quién es Pedro?”, le preguntó  Guillermo sin rodeos y Juan  explotó en llanto. Como pudo, ahogado  por la traición a su amigo  que le apretaba el cuello, le pasó su dirección a Guillermo, le tenía que explicar. Esta era su novela, su vida y Guillermo no lo dejaría pasar así nomás. Se vistió, sacó el auto de la cochera y se dirigió hacia el  que le proporcionaría la verdad o seguiría su jugada hasta el final.

 

Cinco y cuarenta y cinco de la mañana y suena el timbre en el departamento de Pedro. “Subí Juan”, le dijo adormecido. Supo que algo andaba mal. Cuando abrió la puerta, Juan se colgó de su cuello y le pidió perdón. “¿Perdón? ¿Por qué?”, repreguntó  Pedro  aún más confundido. “¡Por mí!”, contestó la voz de hombre antes de dejar ver esos grandes ojos que horadaban y leían cuerpo y alma. “Yo también esperaba por vos”, le dijo el autor de todas las fantasías de Pedro.

“Mensaje de amor escondido supera a Farsantes”, su última novela premiada vio la luz en los anaqueles de las principales librerías del país. En su casa del centro,  Guillermo Graziani ya no luchaba más contra su soledad. Compañía y risas, amor de verdad y los niños correteando por ahí.  ¿Cuántas barreras puede el amor vencer? Quién lo sabe, pero a  Guille y Pedro el amor los buscó y contra todas las fuerzas los juntó.

FIN

HECHOS Y PERSONAJES SON DE FARSANTES POL-KA PRODUCCIONES Y DE FICCIÓN.

CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA.

LENGUAJE ADULTO.

 

 

3 comentarios:

  1. Precioso Eve Monica Marzetti... me recuerda a a pelicula La casa del Lago, donde la protagonista se escribía con alguien del pasado, donde se terminan enamorando y cambian la realidad... Sandra Bulok y Kenu Rives... ¿quien no quisiera que su personaje de novela se apareciera en su vida real?... amor puro

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    1. Eve Monica MarzettiAutor
      Administrador
      Veronica Lorena Piccinino sí la vi. Hermosa

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  2. Pedro Guillermo A LEER AMIGA, EN HONOR A TU BELLA FOTO NACIÓ ALGO DIFERENTE.

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