jueves, 31 de mayo de 2018

“EL EMBAJADOR”. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO TRECE.


“El amor juega a inventarse, huye de sí mismo para volver en su espiral sobrecogedora, los senos cantan de otro modo, la boca besa más profundamente o como de lejos, y en un momento donde antes había como cólera y angustia es ahora el juego puro, el retozo increíble, o al revés, a la hora en que antes se caía en el sueño, el balbuceo de dulces cosas tontas, ahora hay una tensión, algo incomunicado pero presente que exige incorporarse, algo como una rabia insaciable”.
Julio Cortázar Rayuela (Capítulo 92).

“EL EMBAJADOR”.

SEGUNDA PARTE.
CAPÍTULO TRECE.

Jueves por la mañana. Ángel estaba de mal humor. El vuelo de Buenos Aires a Washington se había demorado debido a una amenaza telefónica de bomba. El mundo ya no es un sitio seguro, pensó, enojado.
La habitación que tenía reservada le pareció demasiado moderna, demasiado… plástica. En Buenos Aires, en cambio, todo era auténtico.
“Termino este contrato y me marcho a casa. La tarea es sencilla, casi un insulto a mi talento, pero la paga es excelente. Esta noche tengo que encamarme. No sé por qué, pero matar… me excita”.

Julio Cortázar.
“Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.
Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas ni
esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas”.

"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos." Jorge Luis Borges.
“Si lo que tú vas a decir no es más bello que el silencio: no lo digas”
Nemer-Ibn El Barud.
“Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor
que antes”. Confucio.
“A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar,
pero el mar sería menos si le faltara una gota”.
Madre Teresa de Calcuta.

“Estoy sentado aquí casi inerte, casi vivo, mirando inconmovible el río y las islas pero sin verlos. Presiento los camalotes río abajo, no quiero pestañear. Puedo sentir cómo los hilos impulsan mis movimientos, como si alguien se empecinara en dictaminar mis acciones que se reducen a estar sentado aquí casi sin vida, pero no me quejo, lo acepto.
Cerca de una hora llevo de pura contemplación y aislamiento impuesto cuando percibo, siento que alguien se acomoda en el mismo banco. Perfume de mujer. No puedo darme vuelta y mirar, ni siquiera me interesa.
No estoy replanteando mi vida ni estoy tomando fuerzas para decidir si continuar o no. No tengo una pena que me ahogue, aunque estoy solo. La soledad es mi compañera amada aunque sea solo hoy y podría permanecer en este estado mucho tiempo.
Ondulantes llegan las primeras palabras de mi compañera de banco: ‘Sentí tu aroma, por eso me senté a tu lado’. ¿Qué clase de expresión es esa? ¿Cómo debería entenderla? Bajé la cabeza unos milímetros sin perder el foco de la nada misma. ‘Es una forma de decir’, continuó. ‘Todos tenemos un olor, o un tono o un color ¿Sabías?’ Todavía estoy confundido pero no puedo preguntar ni hacer nada. Lo próximo que dijo fue que ella tenía ese don, que podía leer a las personas de otra manera y que se debía a su búsqueda incesante de su complemento, del ‘olor’ que la completara y que llevaba años tratando de encontrar.
Me negaba íntimamente a escucharla, a dejar que unilateralmente me distrajera de mi rutina de inactividad. ‘Puedo oler tu soledad y necesidades, de alguna manera veo tu carencia y tu búsqueda’. Suspiré involuntariamente y lo odié, me expuse, di la señal. De alguna manera había contestado y ya mi atención había cambiado de dueños. Me contó de sus desamores, frustraciones y preferencias; de los errores cometidos en busca del amor, de sus miedos y más profundos sentimientos.
Provocó a mi orgullo por todos sus flancos pero no me atreví a contradecirla, todo lo que decía de mí eran verdades irrefutables, hablaba con la autoridad de un dios y hoy estaba demasiado vulnerable como para negar lo incuestionable. Cuando tomó mi mano, solo se lo permití pero acusé la transferencia, esa conocida chispa. No miré el reloj pero sabía de las horas que habían pasado. ‘Te voy a esperar’, me dijo y me soltó la mano, me besó la mejilla con dulzura maternal y se marchó. Casi no podía oír sus pasos por la vereda de la costanera norte cuando abandoné para siempre mi actitud contemplativa e indolente y la miré. Vi lo suficiente como para entender, nunca sentí el golpeteo de su blanco bastón contra el suelo. Se encendió mi amor con toda su furia en ese momento y así mismo no la corrí ni le grité, la deje partir. No me sería tan difícil encontrarla por el vecindario, si es que me atrevo a vivir nuevamente.”
El muñeco cayó pesadamente sobre el suelo. Los hilos cayeron sobre él y el banco de plaza hecho de cartón. Solo dos maestras aplaudieron, más para sacar a los niños del letargo, que para saludar nuestra obra. Mi compañera levemente contrariada insiste en que esta obra de títeres no es para niños, que el texto es demasiado confuso para alumnos de primaria. La miro como resistiendo a sus razonamientos pero la verdad es tangible y arrolladora. La miro otra vez y le prometo que mañana será la última. El último acto, la última función, al menos de la vida anodina que  he llevado por más de treinta años.”

__Pedro, hermano, te estaba buscando, ¿estás bien?
__Más o menos, Alberto, ¿llegó el momento?
__Me temo que sí, tenemos que salir en pocas horas, están por anunciarle la partida al… embajador, ¿estás mal por él o porque dejas a los chicos?
__Parte y parte, los acompañé a la escuela, al acto, me despedí de Camila, y  lo sentí como el último acto de una vida que termina, Beto, siento, que  cuando suba al avión  empezará otra cosa, otra vida, otro rumbo, lo sé, no sé qué me pasa.
__Lo que te sucede es…  el embajador, eso te pasa, y no es fácil, cuenta conmigo para lo que sea, pero ahora vamos, que Orestes cree que ya estamos volando, hay que organizar todo allá, desde dónde viviremos hasta la recepción, la reunión con el personal, vamos.
__Vamos que tenemos una tarea y luego nos esperan, es solo una despedida, Camila insistió, tenemos el pequeño viaje,   tengo todo preparado, también los legajos de la gente que trabajará con nosotros, está todo listo.
__Siempre eficiente  Pedro Beggio. ¿Tengo alguna posibilidad de conocer el amor de mi vida? _interrogó Alberto sonriendo.

__No me cuesta nada, no es lo complejo empezar, sino estar allá años, lo sabes. En lo segundo, no lo sé, tengo dos personas de tu edad, Sonia y Gabriela, veremos, espero que te quedes con alguna.
__Al menos esta vez las hay, porque en los últimos cuatro años previos no conocí a ninguna.

“Un evento entre maestros en comunidad se acercaba presagiando lo inesperado; algo que cambiaría el curso de mi vida y la de algunos amigos más.  Sucedió por orden de arriba para que nos conociéramos antes del viaje mayor, apenas días antes del inevitable traslado.
Ya lo estábamos charlando hasta que llegado el día decidimos ir a un paraje turístico en, un pueblecito de afrodescendientes, un lugar ideal donde el sol abriga, pero no abrasa. Allí se encuentra gente que ha sobrevivido hasta los cien años debido al clima saludable de la comunidad.
En un salón no demasiado grande nos encontramos solamente entre nosotros, camaradas y compañeros de trabajo.
El lugar estaba reservado para nuestro grupo, de inmediato se tendió una mesa muy amplia donde todos nos sentamos el uno frente al otro y empezó la ceremonia. Nuestro líder nos hablaba de sus aspiraciones de convertirnos en la mejor institución que ha de dar muestras de fe, optimismo y solidaridad en toda la comuna.
Ya a la distancia, las luces lejanas de un solitario autobús rompían las oscuras sombras de una carretera totalmente desolada; mientras tanto, en mi interior burbujas de emociones a punto de estallar ocupaban mi encendido pecho. El corazón me golpeaba con fuerza.
Un acontecimiento decisivo a mi favor o en mi contra, era el momento de decidir lo que debía hacer respecto de mis sentimientos para con él. Me puse de acuerdo en que me estaba tardando demasiado; y en mi corazón, se anegaban emociones que precisaban salir solas.
Hice una pausa para meditar en que la diferencia de lo posible y lo imposible era decisivo para conquistar a Guillermo. Esa noche la medida de mi determinación era perfecta…  de mi determinación para hacerlo realidad. Conquistar el amor deseado del embajador, más luego olvidarlo,  el hombre del que sin haberlo tocado siquiera ya estaba profundamente enamorado.
Había pasado alguna temporada desde que lo conocí en ese lugar olvidado del mundo, ahora, estaba buscando su amor.
Él debía mirarme a los ojos y descubrir lo que se ocultaba en la profundidad de mis pupilas -un mundo de emociones desconocidas para él-. Guillermo debía saber que mi corazón latía alocadamente por un beso de sus labios; un deseo atrapado estaba a punto de desatarse en mí para volcarse en sus deseos, si lograba despertarlos.
Él con su forma de ser, cautivaba a quien lo conocía. También fui testigo que tuvo que rechazar intensiones de conquistarlo de algún iluso que se atrevía sin conocerlo como yo lo hice.
Debo decirlo ahora que tuve muchas pruebas de su carácter y de lo que era capaz de entregar como hombre maduro si alguien le interesaba.
La penumbra al interior del bus nos acompañaba. Busqué la forma para sentarme junto a él, no fue fácil porque la gente se hacía camino en procura de los pocos asientos libres que quedaban en el último bus que alcanzamos.

-Guillermo, quiero decirle algo…, musité. Pero el temor me perseguía, pensé de inmediato “¿y si me rechaza?”; no sé qué debía hacer. Soy de pocas palabras y tímido a la vez, mi propio infierno me asfixiaba, pero debía combatirlo.
- No, no me diga eso, -me dijo como imaginando mis intenciones__, no quiero escucharlo, y su voz se notaba algo entrecortada por lo que iba a confesarle, sin embargo, me atreví y lo hice con la verdad. Una verdad que no debía ser develada porque lo que sucedería después ni imaginación o palabra puede escribirse sin lamentar un final.
- Es que lo que tengo que decirle, usted debe saber, - lo dije de un solo golpazo  _.
 Estoy enamorado de usted y siento que lo necesito, usted hace falta en mi vida. Quiero que lo sepa  -le decía mientras se me hacía un nudo en la garganta.

Era el momento más sensible que experimentaba; esta sensación recorriéndome por dentro; antes en ningún intento de conquistar a una mujer, nunca me había confesado con tal determinación.
Luego, me perdí; me pasó lo que no esperaba; perdí mi tranquilidad para decir las cosas claras cuando más lo necesitaba; sin reparo mis ojos comenzaron a humedecerse sin ningún esfuerzo, mis lágrimas brotaban como gotas de rocío sobre el pasto húmedo de la noche que oscurecía los cristales del bus que seguía su marcha inmutable.
Entonces levanté la mirada en dirección a él, estaba tan cerca, que nuestras bocas se pidieron solas atraídas por la profundidad de nuestros deseos.
Mi respiración y la suya se hicieron una; nos regalamos un beso profundo que hacía languidecer aún más la penumbra y detener el tiempo mientras el bus se elevaba por encima del horizonte, volando entre las montañas atrapado en las nebulosas que giraban y se perdían en el infinito lienzo estrellado de la noche.
Tomé su mano y no la solté, por largo tiempo durante el trayecto hasta que terminó el viaje.
Mientras los besos se iban sucediendo uno tras otro con inusitado afán al paso del poco alumbrado de la carretera en mi interior sentía una paz infinita. Fue la dicha más intensa que mi alma experimentaba al saber que me prefería, entre los demás interesados; que no era yo un tipo indiferente y que podía contar con la complicidad de un eterno amor.
Tal vez en otro apartado, es que los sucesos son continuos.
Había pasado una semana de lo ocurrido en la noche del bus cuando nos reunimos un grupo grande de amigos.
Inconforme sentía el pasar de las tediosas horas, estábamos charlando los amigos en una humilde casita de madera; hacíamos planes, nos encantaba hacer algún plan que al final de cuentas se cumpla o no era cuestión del empeño que se ponía en consolidarlo, pero siempre se debía hablar de algo que interese, dificultades por resolver y otras cosas más.
Me hacía cuestionamientos que necesitaban respuestas inmediatas cada vez más importantes. Me preguntaba si podía consolidar mi vida con él, pero sabía que no era eso posible; nuestras  carreras y lugares eran insuperables.
En algunas ocasiones provocaban situaciones en las que nos veíamos ridiculizados, simplemente por el hecho de reírle a la vida, pero en esa ocasión todavía faltaba, quizá podríamos ser solo dos personas, dos hombres comunes. De un momento a otro me sentí molesto conmigo mismo y abandoné el lugar sin que alguien se diera cuenta.
No sé si fue por el deseo que tenía de verle; será que me pasé pensándolo.
Estaba realmente embriagado de amor y perdía la conciencia de lo correcto, vencido por el deseo de hablarle; yo sabía que no debía hacerlo, comprometía su relación de hace algún tiempo ya en el gobierno, pero estábamos todos en el mismo lugar, él en su  habitación  y yo lo sabía, apenas faltaba una semana para mi parida a Rumania, algo más para la de él.
Sin embargo, y sin previo aviso, alguna subí las escaleras de piedra de una vetusta casa, se me figuraba un castillo azul encantado por lo que guardaba en su interior: un hombre sensible de fina hermosura estaba allí y solo y yo debía develar el misterio que se escondía en la profundidad de su mirada.
Era de madrugada, no alcanzaba a ver a nadie en la única calle que formaba todo el pueblo, además, era habitual verlo así de abandonado y lúgubre en noches oscuras y brumosas por el correr de las aguas del río.
Abría su puerta, no tenía llave, me estaba entrando a su casa a tientas, despacio como queriendo no ser visto en la recámara de un tesoro escondido, me dije en silencio: “Hombre, un extranjero ha venido a sorprender tus secretos, pero ese extranjero tiene corazón y puedes perdonarlo.”
Me vi en su habitación, él dormía ajeno a mis intenciones; por un momento pensé que debía devolverme por donde había venido, pero un impulso me llevó a sentarme a su lado muy despacito y le hablé en voz baja, dije su nombre. Guille…, me escuchó y sabía que se trataba de mí. En el acto, se incorporó y le vi en medio de la habitación sorprendido y algo asustado.
 Se veía un tanto aletargado por el sueño, pero verme allí, le causó rabia, mucha rabia, pero se contenía, me dijo:
– ¡Váyase de aquí, váyase ahora!
– Hablemos, un rato y me voy, un momento nada más, no se ponga así, ¡cálmese y me voy!
– No, no quiero, ¡váyase de aquí, qué le pasa a usted…!
Me repitió no sé cuántas veces, debí haberlo hecho, sin embargo, no lo hice, era que de alguna manera quería provocarlo y que recordara que yo iba a ser el hombre que le amaría toda la vida. Quise acercármele, pero me detuvo con sus manos, entonces comenzamos a forcejear en intentos de que saliera de allí, por algunos minutos duró una situación disimulada entre el temor y el deseo, ese fascinante forcejeo, quise poder retener para siempre la fascinante sensación, luego de pocos instantes, empecé a calmarlo para poder irme. Solamente salí, me fui en camino hacia la puerta de salida, la aurora había despuntado, me encontré con alguien que me tomó del brazo, me dejé llevar despacio hacia afuera, sin articular palabra.
No tardaron los días de invierno en llegar, el lugar era insoportable, la calzada se había convertido en una resbaladera de agua, por decir: lodazales por todas partes,  ni un espacio seco por donde caminar y un frío extremo que se calaba en las paredes de barro de las casas, produciendo en sus ocupantes una sensación de hombres primitivos en sus Iglús buscando abrigo con gruesas chamarras y pesadas frazadas para dormir.
El incidente de aquella noche en que cual iracundo galán de quinta, me entré a su habitación, se había disipado con mi nuevo comportamiento de caballero y con una amabilidad y respeto diario me fui ganando nuevamente su confianza, entonces volvimos a charlar en los recreos en el espacio verde junto al árbol de naranjas,  entre todos los muchachos volvió ese ambiente de compañerismo y amistad.
José, era el encargado de llevar el diario al colegio, pues él vivía en la ciudad y entraba todos los días a pie al colegio. A José le tomaba una hora de caminata llegar al colegio ya que hasta el pueblo que simulaba alguno de Rumania, para el momento todavía no contábamos con la buseta que se donó  al colegio que llegaría poco tiempo después, no existía transporte regular de ida y vuelta.
La política ocupaba nuestro tiempo además de las ocurrencias de Rolando, el conserje, la encargada de biblioteca no paraba de reírse de los inusitados nuevos cuentos de humor e historias fantásticas de Rolando, el conserje, que se contaban durante el receso, y la secretaria tenía un aire distraído para conversar de la cotidianidad del pueblo pues ella permanecía toda la semana en su casa, por lo tanto nos mantenía al tanto de lo que ocurría durante el fin de semana.
Ese día nos habló de un sacerdote que llegó a la parroquia con un talante de gran conversador bastante educado y lleno de títulos en su honor. Parece que a nuestra secretaria, “el padre”, le había impresionado de tal manera que no paraba de hablar de sus virtudes.
Al tomar camino hacia abajo al centro del pueblo, me acerqué a Guillermo con un pretexto para hablarle.

-Hola. ¿Será que tiene una revista en rumano que me prestara para leerla?
– Sí, tengo varias, alguna le interesará __ me dijo cortésmente.
Entonces hicimos juntos el camino desde la meseta del colegio hacia su casa; llegando tomé asiento junto a una pequeña mesa de comedor apostada en la pared junto a una ventana que daba a la verde espesura de las montañas y al claro cielo de las tardes veraniegas del pueblo.

– ¿Quiere tomar un café? __ yo acepté, fui invitado esta vez.
__ ¿Y los chicos?
__Orestes dispuso todo para que quedaran cuidados.
Por supuesto ya no sentí la vergüenza que pasé aquel día cuando demasiado borracho entré a su casa sin su autorización y le causé un gran disgusto en horas de la madrugada. Por mi parte sentí que había hecho el ridículo al querer mostrarme como su admirador en horas tan inusuales.
Tomaba los sorbos de café sin quitarle la mirada de encima, se veía tranquilo, yo estaba dejándome llevar por un sentimiento de sana complacencia.
– Puede venir cuando quiera, tomaremos café. Luego debe irse, no es bueno que la gente comente que usted me visita, usted sabe que mantengo un compromiso con mi exesposa y con mi carrera. ¿Me entiende?
Mientras hablaba su voz azucarada me envolvía y poca importancia le daba yo a su compromiso.
– Si está claro,  sé por qué lo dice, así será en adelante.
– Está bien __ dijo, a secas.
Esperaba que el espacio de “tomar el café” durara toda la noche porque me sentía tan bien en su compañía; y en efecto charlamos por horas y horas en esa noche. Me encantaba conocer sus pensamientos,  yo estaba prendado de él. Consideré en mi interior que ya era tarde el querer “echarme hacia atrás”. Quería más bien en lo más absoluto ser parte de su vida.
Aunque yo no era necesariamente quien debía estar en su mesa como lo afirmó de sus labios. “Tengo otro compromiso.”
El embajador no era predecible porque sus inquietudes no eran fáciles de interpretar al menos para mí; con el tiempo esta actitud, se convirtió en un problema con el que tuve que lidiar para entenderlo mejor, sin embargo eso no fue obstáculo para conocer su lado más sensible, me adapté a él con la facilidad del picaflor al néctar azucarado de su miel.
Poco a poco entendí que su falta de alegría era su encanto natural; se veía siempre complicado. En las tardes leíamos una revista o jugábamos a las cartas y así trascurrieron innumerables días con sus noches en que nos hicimos compañía a fuerza de necesidad y de juntar nuestras extrañas existencias traídas a ese lugar por la imposición de adaptarnos.
Martha, una compañera de trabajo, era la más curiosa de las tres chicas que formaba nuestro grupo. Ella, en particular se interesó en saber si él me recibía y qué hacía yo en su alcoba, siempre les dije que leíamos, charlábamos mucho y jugábamos a las cartas hasta muy tarde; luego le dije que tenía sueño y me retiraba a mi habitación cruzando la calle hacia la casa de enfrente donde yo vivía.
Pero la verdad era otra: mi deseo por estar con él era intenso a tal punto que no podía concebir mi vida lejos de su amparo, le prodigaba los más sentidos besos y las más inusitadas caricias,  contra lo previsto al inicio él por supuesto se dejaba transportar en el camino del amor hasta que la madrugada nos veía calmar nuestra angustia. Al momento, los dos nos habíamos enamorado y nos necesitábamos el uno al otro.
Así lo entendí en complicidad con mi escritor de ese momento:
“Me bastaba mirarte a los ojos para saber que con voz me empapaba el alma”. Entre Guille  y yo empezaba a develarse un secreto que tratamos de ocultarlo por necesidad.
Esa noche lo ocurrido empezó con un impulso de mi parte donde el corazón se comprometía a no fallarme.
Él se levantó en silencio, tomó un bote de crema de su peinadora y se aplicó en las manos con suavidad, luego le dio unos toques delicados a su rostro en la redondez de sus dos pómulos alargados mientras se veía al espejo.
La alcoba era pequeña, dirigió sus pasos hacia a su cama, se recostó en el espaldar, yo estaba con un juego de naipes, me senté al pie y allí empezamos a jugar a las cartas. Trascurridos unos minutos más, tiró el juego y se apoltronó más en su cama. Fue justo el momento para hablarle más cerca…, muy cerca diciéndole:

– ¿Puedo descansar a su lado?
– Está bien __me respondió__. Yo lo tomé como una invitación, la que estaba esperando.
Lo hice sin prisa, despacio como si estuviera degustando entre mi boca el más dulce de los vinos; empecé a sorberlo delicadamente. Me cubrí entre sus sábanas sin atreverme a rozar su cuerpo, así permanecí inmóvil por unos minutos que me parecieron eternos.
De repente me sentí invadido por un suave calor que se desprendía de su cuerpo cubierto por un pijama ligero para luego sentir el contacto de su piel, sus muslos rozaron con los míos sus caderas se acercaban cada vez más; entonces un torrente de fuego lento subía y bajaban entre el cobertor y nuestros pensados movimientos.
Un impulso frenético que me llevó a abrazarme de su cuerpo en forma total y sin reparos. Mis manos recorrían solas buscando sus  llanos y curvas.  Y dejé que las suyas recorrieran mi mapa.
Mis caricias recorrían su cuerpo a merced de mis manos que todo lo rodeaba. Guillermo correspondía jugueteando con su lengua en mi boca, sucediéndose largos y profundos besos.
Era el amor que nos había atrapado enteramente vulnerables, indefensos. Su piel suave y seductora era el lecho propicio donde estaba renaciendo de mis cenizas dormidas una pasión y esta crecía con el galopar de la noche de luna.
Al rato se incorporó sobre su espaldar en medio de la tenue luz que iluminaba la estancia, vi cómo se desprendía de su pijama: “No hay cosa más provocativa en la naturaleza, que la belleza desnuda. “
Mis dedos se crisparon en sus cabellos acercándome a su boca, después de detener el acto con angustiantes besos empecé a morder sus labios, queriendo encontrar en ellos la fuente o el origen de una pasión desenfrenada.
Me dejaba ir como jalado por las olas del mar en cálida tormenta de verano,  como presintiendo que  él esperaba de mí algo así como una estocada profunda que le lleve hacia aquellos espacios dominio de la muerte que satisface, pero no mata, y a olvidar su amor por su esposa muerta, a descubrir su real pulsión como en parte me estaba sucediendo. Guille acababa de ser para mí el hombre a quien desearía y extrañaría toda la vida.
Me pareció que la noche duró lo que tarda el destello de una fugaz estrella sin encontrar descanso ni tregua mientras nos bebimos el uno al otro con una ansiedad guardada por siglos cual dos personajes reencarnados de vidas pasadas en espera por consumarse un pecado que nos hacía felices.
__Golpeas mi puerta, con tu orgullo derrotado...
Me lloras y me suplicas que te escuche, me pides entre tantas cosas que vuelva, que como
todos seres humanos nos equivocamos .Me recitas un parlamento ya ensayado, que ni tú, sabes qué significa y yo solo callo y muy atento escucho.
__Sigue por favor, cálmate... Ven siéntate.
Su rostro triste cambia, sigue sin afanes y siéntate quieres.
¿Algo de tomar...? –preguntó.
__Un vaso de agua está bien – dije.
Bueno, continúa…
Me daba explicaciones, me decía en llanto que  todo era diferente, ahora solo era poner de
nuestra parte y a seguir. Dentro de mí, un mar de conjeturas y preguntas sin respuesta.
Y él seguía pintándome ilusiones de papel, ya lo conocía.
Después de tanto hablar y sin dudar me preguntó...
__ ¿Me perdonas...?
Yo sin saber qué decir y con miedo de lastimarlo, me paré de la silla,  lo miré a los ojos,  lo tomé de las manos y solo le pude decir…
__Ahora te acuerdas de mí, me hablas bonito... Ahora, valgo la pena. Cuando muchas veces
me dejaste solo, mil veces me cambiabas, eso lo viví cuántas veces... Cuántas veces lo soporté.
__ Las palabras sí son bonitas, pero más pesan tus acciones en este momento... ¡Vete...! Por favor no quiero ofenderte.
Estás vulnerable, como muchas veces lo estuve yo y tú te aprovechaste...
"¡Vete por favor!" Pedro, olvídalo todo. Esto al llegar a Washington, mucho menos en Rumania, jamás sucedió.
__ Así es mi amor por ti, eterno, sin alfas ni omegas, sin principio ni final, en un viaje, sin puertos, de constante intensidad, sin principio ni final como tú y yo mismos. Desde siempre y para siempre,  aquí y allí, en todo tiempo y lugar, sin nacimiento ni muerte. Sin él no existiría la existencia. ¿Para qué habrían de danzar los cisnes? Si su ballet hubiera comenzado.”

Washington.

Lo primero que hizo Ángel fue dirigirse a una casa de artículos eléctricos, luego a una de pinturas y por último a un supermercado donde lo único que adquirió fueron seis lamparitas de luz. El resto del instrumental aguardaba en su habitación de hotel, en dos cajas cerradas, con la inscripción: “FRÁGIL. TRATAR CON CUIDADO”.  En la primera caja había cuatro granadas de mano color verde militar, prolijamente embaladas. En la segunda había un equipo de soldadura.
Con sumo cuidado cortó la parte de arriba de la primera granada, luego pintó la base del mismo color que las lamparitas. El siguiente paso fue retirar el explosivo de dicha granada y reemplazarlo por explosivo sísmico. Cuando estuvo firmemente apretado, le agregó plomo y  metralla metálica. Luego rompió un foquito de luz sobre la mesa para utilizar el filamento y la base de rosca. Menos de un minuto demoró en soldar el filamento a un detonador accionado eléctricamente. Por último introdujo el filamento en un gel para  conservarlo estable y luego le colocó suavemente dentro de la granada pintada. Al concluir su labor la granada parecía exactamente una lamparita de luz.
El último paso fue repetir la operación con los demás foquitos. Después, no tuvo nada que hacer salvo aguardar el llamado telefónico.
El teléfono sonó esa noche a las ocho. Ángel atendió y escuchó, sin hablar. Al cabo de un instante, una voz dijo:

__Él ya partió.
Ángel colgó el auricular. Con un enorme cuidado empacó las lamparitas en un recipiente acolchado, que guardó luego en una maleta junto a los restos de material usado.
El viaje en taxi hasta el edificio de los departamentos le insumió dieciocho minutos.

No había un portero en la entrada, pero de haberlo habido Ángel estaba preparado para ocuparse de él. El departamento quedaba en el cuarto piso al final del pasillo, la cerradura era una muy antigua, facilísima de forzar. En cuestión de instantes entró en la vivienda y permaneció unos segundos inmóvil, escuchando. No había nadie.
Apenas unos minutos demoró en cambiar las seis lamparitas del living. Después se dirigió al aeropuerto de Dulles, y tomó un vuelo nocturno de regreso a Buenos Aires.
__

Antonio Manero había tenido un día intenso porque le tocó cubrir la conferencia de prensa dada en la mañana por el secretario de Estado, luego fue a un almuerzo de honor del secretario del Interior, que se jubilaba, y por último se reunió con un amigo suyo del Departamento de Defensa, quien le pasó cierta información confidencial. Fue a su casa a darse una ducha y volvió a salir para cenar con el jefe del Post. Era casi medianoche cuando regresó a su departamento.
“Tengo que preparar las preguntas para entrevistar al embajador, Graziani”, pensó.

Paola había salido de viaje y no volvería hasta el día siguiente.
“Mejor así, porque puedo aprovechar el tiempo. Pero Dios mío, esa chica sí que sabe cómo se come una banana Split”.

Introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta. El departamento estaba a oscuras. Buscó el interruptor de la luz y lo apretó, se produjo un fogonazo intenso y la habitación explotó como una bomba atómica, lanzando trozos de su cuerpo contra las cuatro paredes.

Al día siguiente, la mujer de Alfred denunció su desaparición. Nunca pudo hallarse su cadáver.

__
Acabamos de recibir un comunicado oficial del gobierno rumano _dijo Orestes Moravia__, por  lo cual  se le otorga el placet como embajador de los Estados Unidos.

Para Guillermo fue uno de los momentos más emocionantes de su vida. “El abuelo se hubiera sentido tan orgulloso”.
__Quise venir personalmente a darle la noticia _prosiguió Moravia __.  El Presidente desea verlo, de modo que lo llevaré a la Casa Blanca.

__No… no sé cómo hacer para agradecerle todo lo que ha hecho por mí, Orestes.
__Yo no hice nada, fue Marcos quien lo eligió. __Sonrió. __Y debo reconocer que ha sido la opción perfecta.

__Hay quienes no piensan lo mismo _acotó.

__Están equivocados. No se me ocurre nadie mejor que usted para servir a nuestros intereses en Rumania.
__Gracias. Trataré de no defraudarlo.

Estuvo tentado de sacar el tema de Pedro Beggio aprovechando que Moravia era tan indulgente. Quizá podría darle destino en Washington, más habiendo sido su suegro, pero luego lo pensó. “No debo abusar de Moravia. Que ya bastante ha hecho por mí”.

__A ver qué le parece esto que voy a proponerle, porque algo he oído decir a sus hijos. En vez de viajar directamente a Rumania con los chicos. ¿Por qué no hacen escala por unos días en París y Roma?  Tarom Airlines tiene vuelos directos de Roma a Bucarest.
__!Orestes! ¡Sería una maravilla! Es el viaje que les había prometido a ellos. Pero, ¿me quedará tiempo?
Él le guiñó un ojo.

__Tengo amigos en cargos importantes, déjeme que yo lo arregle todo, además, hay gente preparando todo en Rumania.

Guillermo no pudo frenar el impulso de abrazarlo. Orestes se había convertido en un amigo muy querido. Los sueños que tantas veces compartió con Silvina estaban haciéndose realidad, pero sin ella. La sola idea le dejó un gusto agridulce.

Hicieron pasar a Guillermo y Moravia al Salón Verde, donde les aguardaba el presidente Labrapoulus.

__Le pido disculpas por el tiempo que se ha demorado en completar los trámites, Guillermo. Orestes ya le informó que el gobierno rumano aprobaba su designación. Bueno, aquí tiene las credenciales.
 Le entregó una carta que él leyó muy despacio.

“Por la presente se nombra al señor doctor Guillermo Graziani principal representante del Presidente de los Estados Unidos  en Rumania, quedando por tanto todo empleado del gobierno de los Estados Unidos con asiento en Rumania sujeto a su autoridad”.
__Y esto va adjunto. __El Presidente le entregó un pasaporte que tenía tapa negra en vez del habitual de color azul. En letras doradas se leía: PASAPORTE DIPLOMÁTICO.

Hacía mucho que esperaba ese momento, pero ahora que le llegaba casi no podía creerlo.
París, Roma, Bucarest.
Le pareció demasiado hermoso para que fuera verdad. Y de pronto le vino a la mente algo que su madre solía decirle. Si algo te parece demasiado bello para ser cierto, Guillermo, probablemente lo es.
__
En los diarios de la tarde se publicó una breve noticia en la cual se consignaba que Antonio Manero, periodista del Washington Post, había hallado la muerte en su departamento a raíz de una explosión provocada por un escape de gas. El desperfecto probablemente debía atribuirse a una cocina en mal estado.
Guillermo no leyó la noticia. Al ver que Manero no aparecía para la entrevista, pensó que se habría olvidado o que tal vez ya no tenía interés en el reportaje. Regresó entonces a su despacho y se puso a trabajar.

__
“Amor bendito de inspiración que en un suspiro se escucha en el interior es el que existe entre nosotros dos... amor en el que poemas y verbos se construyen y han de escucharse entre todos los sonidos que mi cuerpo y el tuyo producen cuando en la pasión nuestra alma se seduce.
Ecos del amor que entre lenguas de fuego encienden la llama que nuestros deseos reclaman, ardiendo en el laúd del corazón sonando a un mismo son en la playa de la ilusión.
En nuestra playa del amor surgen dos olas de pasión al momento de nuestro rito de amor, olas que entre jirones llevan el vapor del fuego de la excitación de dos almas que se aman entregadas con ternura e ilusión, rasgando el penacho de plata de la luna que se muestra con esplendor, del sol en su fulgor.
Suave vaivén en sus aguas se puede ver, mostrando sus olas ardientes caricias que arremeten sin cesar, cual delicadas manos esas olas en la orilla nos rozan sin parar, refrescando nuestros cuerpos que se entrelazan al soltar este bello amor que nos entregamos con el corazón.
Playa donde dos ideas de amar se funden en su mar, dos ideas que son las mismas en dos corazones que con pasión se suelen amar, y todo el amor y pasión encerrados en su corazón que en esas dulces aguas se disponen entregar”.
 Años atrás, Pedro tomó una decisión. Hoy pensando en Guillermo entiende todo.

“Una de las cosas que más disfrutaba cuando lograba escapar del jaleo de la ciudad era navegar. Desplegar las velas y tomar el control de la embarcación mientras el viento acariciaba su rostro era sin duda alguna más que un placer, un privilegio.
Sin embargo las pretensiones de Pedro iban más allá de tomar el control de las velas de su barco, quería hacer lo mismo con su vida. Dar un giro audaz y esquivar las aguas nada emocionantes de la monotonía. Pedro no se estaba nunca quieto y si una actividad dejaba de parecerle interesante pasaba inmediatamente a otra que captara toda su atención y que representara para él un reto a ganar.
Fue así que esa mañana mientras navegaba decidió dejarlo todo y emprender un viaje a lo desconocido, en busca de nuevos horizontes. No fue una decisión difícil de tomar, ya había considerado esa posibilidad de un viaje desde hacía meses, pero no fue hasta hoy que consideró estar listo y preparado para hacerlo. Era su cumpleaños número veintisiete, sentía que se le estaba pasando el tiempo para hacer algo en serio.
Pedro jamás pensó en pequeño. Aún no sabía exactamente qué, pero tenía firme la certeza que al salir de ahí le aguardaba algo verdaderamente grande.
Por lo pronto lo que le esperaba al llegar a casa era un grupo de amigos y familiares que le había preparado un festejo por motivo de su cumpleaños y aprovechó que estaban todos reunidos para informarles de su viaje.
A la mayoría les sorprendió la noticia, brindaron deseándole la mejor de las suertes. Aun así no a todos les cayó en gracia lo de su partida, en especial a su esposa que secretamente guardaba la esperanza de una posible reconciliación, el viaje era largo, Oriente y su padre era el mejor aliado. Así que mientras todos departían y brindaban,  ella aprovechó para jalarlo del brazo y llevarlo afuera para intentar disuadirlo de emprender ese viaje.
__ Pedro ¿estás seguro de lo que piensas hacer?
__ Sí. Nunca estuve más seguro de algo en toda mi vida
__ Por un momento pensé que podríamos volver a empezar y hacer las cosas bien, puedo ir contigo.
__No, ya lo probamos y no soportaste.
Pienso volver a empezar pero no aquí. Quiero empezar desde cero en otro lado, en otro continente, con otra gente, regresaré en cuatro años y veremos.
__ ¿De verdad piensas volver?
__ No lo sé - respondió tronándose los dedos.
__ Odio cuando haces eso.
__ Lo sé, hay muchas cosas que odias de mí, quizá no debimos casarnos, piénsalo en este tiempo.
__ Nunca pude entenderte, Pedro.
__ Esperaba que lo hicieras, eres psicóloga.
__ Dame una oportunidad.
__ Te di varias.
Ella suspiró y cerró los ojos, sabía perfectamente que él no se la daría, pero aun así insistió.
__ En verdad me preocupas. Cuando saliste del coma...
__ No quiero hablar sobre eso - interrumpió.
__ ¿Cuándo te marcharás?
__ Mañana mismo, no quiero darle largas al asunto.
__ Crees que... bueno, no sé cómo decir esto: ¿Crees que podríamos pasar la noche juntos?
Pedro caminó por el estrecho sendero que conducía al mar mientras ella le seguía los pasos.
__ ¿No me dices nada, Pedro?
__ ¿Qué podría decirte? Entre tú y yo no queda más por decir, al menos por ahora.
__ Aún te amo, Pedro, nos casamos hace nada.
__ No... Solo te amas a ti misma y tenerme esta noche es solo para demostrarte que no perdiste.
Acercó sus labios para besarlo pero él volteó inmediatamente la cara hacia otro lado. Ante su negativa y rechazo,  ella no tuvo más que admitir que había perdido en su intento por recuperarlo, lo había perdido aunque a los cuatro años supieron que no había sido el fin y lo reintentaron con la llegada de los chicos.
__ Feliz cumpleaños, Pedro. Espero que tengas un buen viaje.
__ Gracias - respondió sin despegar la vista del océano.
Esas últimas palabras sonaron frías, tan frías como el viento esa tarde de septiembre y que marcaba el final para ella pero también el inicio de una nueva vida para Pedro Beggio.
Tal como volvía a suceder, tantos años después __piensa hoy que Alberto y Rumania lo esperan.

Eran las once de la noche y no terminaba de acomodar todo en la maleta. Al decir "todo" se refería a lo más importante. El pasaporte, boleto de avión y otros documentos los tenía listos en una bolsa tipo canguro que colgaría alrededor de su cintura.
No empacó mucha ropa. Aunque se había informado y estaba al tanto sobre el clima y temperatura en su país destino, no incluyó más que dos abrigos. Quería un equipaje liviano para desplazarse con facilidad de un aeropuerto a otro. Además, deseaba en lo posible no llevar mucho de su pasado a su futuro en otro continente.
A altas horas de la noche le seguían llamando sus amigos para despedirse. La mayoría se había despedido esa tarde.
Atendió cada llamada, intentó ser cortés pero breve. Algunos le preguntaron si estaba nervioso y riendo contestaba que no, aunque en el fondo lo estaba y no era para poco: estaba a punto de comenzar una nueva vida en otro país, al otro lado del mundo y comenzar desde cero sin conocer prácticamente a nadie y con la barrera del idioma de por medio. Pero sobre todo con un posible nuevo amor… por un hombre.
Pedro dominaba tres idiomas sin incluir el natal. Lo que en realidad le preocupaba era lograr disimular el acento tan marcado, pero llegó a la conclusión que eso, lejos de ser desventaja sería precisamente lo contrario. Su acento le daría en esa nueva tierra un toque de elegancia y distinción.
Otros de sus amigos más allegados le cuestionaron el hecho que hubiera escogido como destino un país con unas costumbres y cultura tan diferentes. Es decir ¿por qué ese país y no otro habiendo tantos? Pero Pedro se reservaba la respuesta. No quería entrar en detalles ni dar explicaciones que de todos modos ellos no entenderían. La razón que impulsaba a Pedro  a viajar a ese país era muy poderosa. Ese país definitivamente era el indicado, descartaba cualquier otra opción.
Decidió que no valía la pena seguirse desvelando, no contestaría más llamadas y se acostaría a dormir; era necesario madrugar para llegar a tiempo al aeropuerto.
Pero no pudo conciliar el sueño, estaba demasiado nervioso. Se levantó de la cama y caminó por el corto sendero que dividía su casa con el mar mientras se fumaba un cigarrillo.
No supo si producto de la misma ansiedad creyó escuchar que el océano le hablaba y le repetía nombres. Nombres de personas que habían formado parte importante de su vida desde que nació. Nombres de amigos, de mujeres con las cuales mantuvo relaciones, de lugares, de cosas que sabía con seguridad que no volvería a ver.
Puso mentalmente en una balanza lo ocurrido en esos años y fue fácil descubrir qué pesaba más.
Los acontecimientos de los últimos meses le habían marcado profundamente. Tenía tantas ganas de comenzar desde cero en otro lado. Se visualizó a sí mismo como una página en blanco en donde estaba listo para escribir una nueva historia muy diferente a la que estaba a punto de dejar atrás. Solo sus hijos ocupaban una hoja escrita.
Una ráfaga de viento acarició su rostro, era el océano despidiéndose, como haciendo memoria de los paseos en los barcos de vela cada verano.
Evitó llorar, no quería hacerlo mas fue imposible detener las lágrimas. Pedro lloró y no tenía idea por qué ni por quién, no quería admitir que estaba asustado. El frío se intensificó, sus manos estaban heladas. Caminó de nuevo a casa, debía dormir al menos un par de horas, le esperaba un largo trayecto hacia el aeropuerto.

___ Días después…

La relación con Pedro Beggio se volvía cada vez más compleja. “Es el hombre más peligroso, pedante y adorable que haya conocido. Voy a tener que hablar  de él con Orestes”.
Moravia acompañó a Guillermo al aeropuerto en un auto oficial del Departamento de Estado. Durante el trayecto. Dijo:
__Ya le he dado aviso de su llegada a las embajadas de Parías y Roma para que lo reciban como corresponde:
__Gracias, Orestes por tantas atenciones.
__No se imagina con qué placer lo he hecho.
__ ¿Puedo ver las Catacumbas en Roma, papá? __preguntó Malena.

__Mira que es un lugar aterrorizante _le advirtió Orestes.

__Por eso mismo quiero ir.
__

En el aeropuerto  Ian Villiers aguadaba con una decena de fotógrafos y periodistas que rodearon a Guillermo y los niños para formularles las habituales preguntas.

__Ya basta _ordenó por fin Moravia.

Dos funcionarios del Departamento de Estado y un representante de la aerolínea los hicieron pasar a un salón privado. Los chicos se fueron a mirar un quiosco de revistas.

__Orestes _dijo Guillermo __; realmente no quisiera molestarlo con esto, pero  James Stick me informó que mi subjefe de misión  sería Pedro Beggio. ¿Hay alguna posibilidad de modificar eso?

Lo miró con cara de sorpresa.
__ ¿Tiene algún problema con Pedro?
__Le digo con sinceridad, no me agrada __mintió Guillermo __.  Aparte, tampoco confío en él aunque no podría decir por qué. ¿No hay forma de reemplazarlo?

Orestes meditó su respuesta.
__Yo lo conozco muy bien, Guillermo _reconoció __; sé que posee magníficos antecedentes. Ha tenido un notable desempeño en el Medio Oriente y en Europa. Es la persona que mejor puede guiarlo debido precisamente a su enorme experiencia.

Guillermo Suspiró.
__Eso mismo dijo Stick.
__Lamentablemente estoy de acuerdo con él, Guillermo. Pedro es uno de esos hombres que detectan y solucionan problemas, con el tiempo lo verá.

“Eso es un error. Beggio trae problemas, a mí, de todo tipo. Y punto.”
“Si tuviera algún inconveniente con él, hágamelo saber. Más aún, si tiene inconvenientes con cualquiera. Yo quiero estar seguro de que se le brinda la mejor ayuda posible.

__Se lo agradezco.
__Ah, y otra cosa. Usted sabe que de todas sus comunicaciones se harán copias para enviar a diversos departamentos de Washington, ¿verdad?
__Sí.
__Bueno, si quiere remitir un mensaje para que solo lo lea yo. El código que deberá poner en el encabezamiento son tres x. En tal caso. El mensaje me llegará únicamente a mí.
__ Lo tendré presente. Muchas gracias por todo Orestes.


Francia.

El aeropuerto  Charles de Gaulle parecía de ciencia ficción, un caleidoscopio con columnas de piedra y multitud de escaleras mecánicas que a Guillermo le parecieron miles. Era inmensa la cantidad de viajeros que lo colmaban, a Fabián y Malena no les alcanzaban los ojos para observarlo todo.

__No se alejen de mí, hijos.
Al bajar de la escalera se sintió perdido. Paró a un francés que pasaba por allí y le formuló una de las pocas preguntas que conocía en su idioma.

__Pardon, Monsieur, ¿où sont les bagajes?
El hombre le respondió con un acento local muy marcado.
__Lo siento señor, pero no hablo inglés.

En ese instante un joven norteamericano de impecable atuendo llegó corriendo hasta ellos.
__Discúlpeme, señor Graziani, señor embajador. Tenía órdenes de recibirlo al pie del avión pero me demoré por un accidente de tránsito. Me llamo Peter Callas, y trabajo en la embajada norteamericana.
__Sinceramente me alegro de verlo. Creo que estoy perdido _Guillermo presentó a los chicos.__ ¿Dónde retiramos el equipaje?

__No se preocupe. Ya está todo arreglado.
Así fue en efecto. Quince minutos después, mientras los demás pasajeros se encaminaban al sector de aduana y Control de Pasaportes, Guillermo, Fabián y Malena enfilaban hacia la puerta del aeropuerto.

El inspector Henri Durand, de la dirección general de Seguridad Externa _el organismo francés de inteligencia__ los vio subir a una limusina y arrancar. Entonces fue hasta una cabina telefónica, cerró la puerta, introdujo un cospel y marcó.
Cuando lo atendieron, dijo:

__S” il vous plait, dire à F que son paquet et arrive a París.

Al llegar el coche a la embajada norteamericana, aguardaba allí el periodismo en pleno.
Peter miró por la ventanilla.

__Caramba _exclamó__.  Esto parece una manifestación.

Adentro los esperaba, el embajador. Era un hombre no demasiado joven de ojos inquisidores y cara redonda, coronada por un grueso mechón de pelo rojizo.
__Todo el mundo está ansioso por conocerlo, doctor Graziani. El periodismo ha andado persiguiéndome la mañana entera.

La conferencia de prensa que concedió Guillermo duró más de una hora, y al concluir, se sentía exhausto. Junto con los chicos se dirigió luego al despacho del embajador.
__Bueno, me alegro de que haya terminado todo.
Cuando yo vine a tomar posesión del cargo, creo que se publicó apenas un parrafito en la última hoja de le Monde. __sonrió. __Pero es comprensible puesto que no soy apuesto como usted.
De pronto se acordó de algo.
__Ah, me llamó por teléfono Orestes Moravia. La Casa Blanca me ha enviado órdenes de vida o muerte de hacer todo lo posible para que disfruten lo máximo de su estancia en París.
__ ¿Realmente de vida o muerte? __preguntó Fabián.

El embajador asintió.
__Esas fueron sus palabras, los estima mucho a los tres.
__Nosotros lo mismo a él __ aseguró Guillermo.

__Les reservé una suite en el Ritz, un hotel muy lindo, que queda pasando la Place de la Concorde. Van a estar cómodos allí.
__Gracias. __luego agregó, ansioso. __ ¿Es muy caro?

__Sí, pero creo no para usted. Moravia me anticipó que todos los gastos correrían por cuenta del Departamento de Estado.
__Moravia es increíble _murmuró Guillermo.

__Lo mismo dice él de usted, embajador.

Los diarios de la tarde y de la noche publicaron rutilantes crónicas sobre la llegada del embajador del nuevo programa  de acercamiento entre los pueblos promovido por el presidente Labrapoulus. La noticia tuvo gran repercusión en los noticieros y en los diarios de la mañana siguiente.
El inspector Durand contempló la pila de periódicos y sonrió. Todo ocurría según lo planeado. Él se atrevía a anticipar el itinerario que recorrerían los Graziani durante los próximos tres días. Van a ir a todos los lugares turísticos que suelen visitar los norteamericanos, pensó.

Almorzaron en el restaurante Jules Verne de la Torre Eiffel, y más tarde subieron al Arco del Triunfo.
A la mañana siguiente, recorrieron El Louvre, almorzaron cerca de Versailles y cenaron en la Tour D” Argent.
Fabián miró hacia fuera por la ventana del restaurante de Notre Dame y preguntó:
__ ¿A dónde tienen escondido al jorobado, pa?

Cada instante en París fue una maravilla. Guillermo no hacía más que pensar en lo que le habría gustado que Silvina estuviese allí como habían planeado.
Al otro día, después de almorzar los llevaron al aeropuerto. El inspector Durand los observó tomar el vuelo a Roma.

El hombre es inteligente, de hecho, interesante, tiene un rostro  especial,  buena figura,  ¿qué tal será en la cama? Los niños le llamaron la atención por lo bien educados, por ser norteamericanos.

Cuando despegó el avión el inspector se encaminó a una cabina telefónica.
__Sil vous plait, dire a  F que on paquet est en route a Rome.

__
En el aeropuerto da Vinci de Roma también los esperaban los paparazzi. En el momento de desembarcar, Fabián contestó:

__Papá. Mira, nos han seguido.

De hecho, Guillermo tuvo la impresión de que la única diferencia era el acento italiano.
La primera pregunta del periodista fue: ¿Le gusta Italia?
El asombro del embajador Oscar Winer fue el mismo que experimentó su colega Simon, en Francia.

__Ni siquiera a Frank Sinatra se le ha brindado semejante recepción, ¿hay algo de usted que yo desconozca, señor?
__Pienso que la explicación es esta: el periodismo no está interesado en mí particularmente sino en el programa de acercamiento entre los pueblos que instauró el presidente. Muy pronto habremos de tener representantes diplomáticos en todos los países de la cortina de hierro, lo cual será un gran paso hacia el logro de la paz. Creo que en eso reside el entusiasmo de la prensa.
Al cabo de unos instantes dijo el embajador.
__Es una carga muy pesada sobre sus espaldas, señor.

__
El capitán Caesar Barzini, titular de la policía secreta italiana también pudo predecir qué sitios visitarían los Graziani durante su breve estancia.

Encargó a dos de sus hombres que los vigilaran, y cuando presentaban el informe al final de cada día, comprobaba que el recorrido había sido así, casi exacto al que él propusiera.

__Tomaron helados en Doney, pasearon por la Via Veneto y fueron luego al Coliseo y a los Foros Romanos, al Palacio Venezia.
__Visitaron la fuente de Trevi y arrojaron monedas, los Palacios Vaticanos y la Basílica.
Se dirigieron luego a las Termas de Caracalla y después a las catacumbas. El muchacho tuvo una indisposición y hubo que regresarlo al hotel.
__Anduvieron en coches de caballos por el parque Borghese y caminaron por la Piazza Navora.
Qué se diviertan, pensó el capitán Barzini, irónico.
El embajador Viner los acompañó hasta el aeropuerto.

__Tengo una valija diplomática que debe de ir a la embajada de Rumania. ¿Le molestaría llevarla junto con su equipaje?
__Por supuesto que no _respondió Guillermo.

El capitán Barzini había acudido al aeropuerto para controlar que los Graziani subieran a bordo de la nave de Tarom Airlines rumbo a Bucarest, permaneció allí hasta que la máquina levantó vuelo, y luego hizo un llamado telefónico.

__Ho un messaggio per C. Il suo pacco è in via a Bucarest.
Solo después de estar ya en vuelo, Guillermo tomó conciencia cabal de la magnitud de la tarea emprendida. Tan increíble le pareció, que tuvo que expresar en voz alta:

__Vamos hacia Rumania, donde asumiré las funciones de embajador de los Estados Unidos.
Malena lo miraba.
__Sí, papá. Ya lo sabemos. Casualmente por eso estamos aquí.

Pero, ¿cómo explicarles a los chicos su emoción, esa emoción que iba en aumento a medida que se acercaban a Bucarest?
Pienso ser el mejor embajador que haya habido jamás. Antes de concluir mi mandato, Rumania y los Estados Unidos serán estrechos aliados.
Al encenderse la señal de NO FUMAR,  se  evaporaron los grandes sueños de estadista.
No puede ser que estemos aterrizando, pensó consternado.
Si acabamos de despegar… ¿cómo puede ser tan corto el viaje?
Sintió presión en los oídos  cuando la nave inició el descenso y segundos más tarde las ruedas rozaron la tierra.
“De veras está sucediendo, se maravilló. Pero yo no soy embajador. Soy un farsante, y lo que voy a conseguir será que vayamos a la guerra. Dios nos ampare. Nunca debimos haber salido de Kansas.
¿Estará Pedro esperándome?”

Rumania. Bucarest.

Rato antes…

__Alberto ve tú a recibirlo.
__Pedro, te corresponde ir.
__No puedo, ve tú, me quedaré preparando todo acá, llévalo a la residencia, luego hacia acá, tendré a todo el personal reunido.
__ Muero por conocer al resto del equipo, por cierto, buena suerte, Pedro, con… el embajador.


CONTINUARÁ.
PRÓXIMAMENTE.

TERCERA PARTE-
LIBRO DE ANCLAJE: EL CAPRICHO DE LOS DIOSES. SIDNEY SHELDON.
HECHOS Y PERSONAJES SON FICTICIOS.
CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA.
LENGUAJE ADULTO. ESCENAS EXPLÍCITAS.