“EL PODER DEL AMOR”.
CAPÍTULO PRIMERO.
¿Sería
eso, verdaderamente? ¿Toda nuestra vida sería una serie de gritos anónimos en
un desierto de astros indiferentes?” Ernesto Sábato. “
… en
todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que
había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida” Sábato.
“Yo no soy huinca, capitán, hace tiempo lo fui.
Deje que vuelva para el sur, déjeme ir allí.
Mi nombre casi lo olvidé: Dorotea Bazán.
Yo no soy huinca, india soy, por amor, capitán.
Me falta el aire pampa y el olor de los ranqueles
campamentos,
el cobre oscuro de la piel de mi señor
en ese imperio de gramillas, cuero y sol.
Usted se asombra, capitán, que me quiera volver,
un alarido de malón me reclama la piel.
Yo me hice india y ahora estoy más cautiva que
ayer.
Quiero quedarme en el dolor de mi gente ranquel.
Yo no soy huinca, capitán, hace tiempo lo fui.
Deje que vuelva para el Sur, déjeme ir allí.”
Dorotea, la cautiva, de Félix Luna.
_Pedro, por favor,
no puedes negarte a llevarme, iré como sea, es mi hermano también
__suplicó Laura, la hermana menor y única mujer.
__No Laurita, no puedes venir, ya sabes lo que
sucedería con tu reputación, con la negativa de nuestra madre, no puedo
llevarte, te enviaré un telegrama ni bien lo vea, te escribiré.
__No. Iré sola si no me llevas contigo, me importa
nada mi reputación, en todo caso la tuya no quedará mejor cuando se entere
Camila que viajaste sin ella, eso sin decir lo que solo Agustín y yo sabemos de
ti.
__!Laura!
__Disculpa, no quise ofenderte, es solo que me
desespera la hipocresía en la que vivimos, además allá estará papá, es ridículo que nos traten como si fuéramos
niños, solo queremos estar junto a nuestro hermano.
__Laurita, mamá no es la de él, y además ya sabes
cómo están las cosas con nuestro padre, que vayamos a verlo no mejora las cosas
con ella.
__Iré contigo, no vas a impedirlo, además escucha, nada, quedaron en absoluto silencio
como si porque Agustín se ordenara no
importara si vive o muere, nunca le perdonarán que sea sacerdote.
__ ¿Quién le avisará a Escalante? __preguntó
Soledad que se animó a expresar lo que otras no.
Las miradas pasearon a Magdalena, que siguió
afanada en su labor de encaje a bolillo.
__Hace años que Escalante no habla con su hijo
__expresó a modo de excusa y sin levantar la vista __.Desde que Agustín tomó
los hábitos _añadió, como si sus hermanas y su madre no lo supieran.
__Qué hombre
tan impío __exclamó Ignacia, expresión que siempre usaba para manifestar la
aversión por su yerno. En otros tiempos no había sido así, pero de eso hacía
muchos años.
__Si estuviese tía Carolina ella podría escribirle
__aportó Soledad, pues la tía Carolina se hallaba en París y no regresaría por
meses.
Ninguna volvió a hablar. Se concentraron en los
trabajos de pasamanería, encaje y bordado que les tomaban buena parte del día y
que la negra María Pancha vendería al día siguiente en la Recova antes de ir al
Fuerte a ofrecer a los soldados sus confituras y pasteles. Quienes comprasen los
primorosos entredoses, los encantadores cuellos con terminación de
puntilla o los alamares para embellecer
los trajes militares pensarían en las habilidades de la negra como la autora de
tan delicadas labores, pues revelar que las mujeres de la familia trabajaban
para sostenerse resultaba inadmisible.
__Está bien hermana, no podré contigo, iremos y
pase lo que pase.
Pedro escribía con celeridad en su dormitorio. Nada
quedaba del semblante compungido de momentos atrás. Poco había bastado para que
se le ocurriese una idea y se disponía a llevarla a cabo. Siempre como su
hermana se salía con la suya, como a menudo se quejaba la abuela.
__ ¿A quién le escribes? __interrogó Laura.
__A Matías, él nos ayudará a llegar allá sin caer
en manos de los ranqueles, es peligroso hermanita _respondió Pedro.
__Pedro, Matías está enamorado de ti, no empeores
las cosas.
__Puede que lo esté, pero no yo, es solo mi amigo,
y es poderoso, puede ayudarnos.
María Pancha entró en el dormitorio y cerró la
puerta con sigilo, los dos hermanos eran su debilidad, además de un arraigado
cariño por Agustín que le robaba el
alma. Sabía lo del telegrama, por eso había llorado. La negra quería y respetaba
a pocas personas, pero a Agustín Escalante, lo adoraba. Era su hijo, aunque no
lo hubiese parido, porque, junto con la señora Carolina, lo había criado como
propio. Se acordaba como si fuese ayer de la primera vez que lo había sostenido
en brazos, recién nacido, o la ocasión del primer baño, o la de los primeros
pasos en el solado de la casa de Córdoba. Recordó también la vez que, siendo un
niño de cuatro años tropezó y se cortó el mentón. Aunque asustado por la
sangre, se había comportado valientemente y no había llorado mientras ella lo
curaba con agua D” Alibour. A los ojos de la negra, el sacerdote, carecía de
defectos. Se trataba de un ser dulce, noble y generoso, y al mismo tiempo sagaz
y determinado. Y ahora le decían que estaba
muriendo. La vida no podía ensañarse una vez más con su niño, no con
alguien como él. Se cubrió el rostro, y el llanto regresó.
Laura y Pedro rodearon a la negra, sabían del amor
incondicional de ella por su hermano, ellos dos lo querían entrañablemente pese
a los años de ausencia. Agustín encarnaba un superviviente, una especie de
héroe de cuentos a quien recurrían en cualquier adversidad y que siempre los
salvaba. Los había encubierto en las travesuras de niños, y defendido de la ira
de su madre, les había hecho llevaderas las penitencias, regalado golosinas que
Magdalena jamás habría admitido que comiesen sus hijos, prestado libros a los
que ellos no tenían acceso y enseñado a decir frases en latín. Los domingos,
luego de la misa, los llevaba de paseo a la plaza y los mostraba con
orgullo sus amigos, que les habían
tomado cariño, pues ellos eran muy bonitos y simpáticos.
Una tarde Agustín dejó la casa de Córdoba de su
padre y se confinó en el convento de San Francisco. Por algún tiempo no recibió a nadie en su celda y solo
se comunicaba por escrito con María Pancha.
Pedro y Laura creyeron que había dejado de
quererlos y se fueron apagando, casi no comían y merodeaban por la casa sin
saber qué hacer ni adónde estar. No eran ellos mismos. Les faltaba una parte
fundamental de sí mismos: su hermano mayor. Experimentaron el súbito abandono
de Agustín como una traición y, en un arrebato de llanto y furia, Pedro le dijo
a la negra que lo odiaba mientras Laura lloraba en sus brazos. Al día
siguiente, la criada les anunció que el joven deseaba verlos, y a ellos volvieron a brillarles los ojos.
Debieron ir a escondidas al convento, porque el
padre de los tres, José Vicente Escalante, había decretado que Agustín ya no
era hijo suyo y que nadie de la familia volvería a tener tratos con él. Laura y
Pedro nunca habían sido obedientes, y recibieron la noticia con indiferencia.
Durante una siesta, ellos y María Pancha se escabulleron por el portón de mulas
y corrieron hacia el convento, distante solo pocas cuadras.
Los recibió el padre Donatti, confesor y amigo de Agustín, e hizo
una excepción al permitirles a los pequeños encontrarse con su hermano. Lo
aguardaron en el patio de la iglesia donde tantas veces Laura había jugado
mientras su madre se confesaba con el padre Donatti. El convento de San
Francisco era sólido y sobrio, y carecía absolutamente de aparatosidad y boato.
El pórtico que daba al jardín tenía incluso las columnatas con la pintura
descascarada y faltaban algunas tejas en la cornisa, como una encía sin
dientes.
Los hermanos solían ir al convento con buena
disposición, ese día sin embargo se les antojó que aquel recinto silencioso y
simple había perdido el encanto de ocasiones anteriores, cuando el sol daba de
lleno sobre el empedrado y las ramas de los jacarandaes parecían guirnaldas.
Ese día estaba nublado y las flores eran un pegote sobre los adoquines. Su
hermano se había vuelto loco al cambiar ese sitio por la comodidad y el lujo de
su hogar. Cierto que Agustín nunca había mostrado mayor interés por las
riquezas y el poder del respetado general Escalante, más bien se complacía en
cuestiones que nada tenían que ver con los negocios de su padre, lo que había
erigido un muro entre ellos, una distancia y una frialdad que incluso Pedro, y
Laura en su corta edad, habían notado.
Agustín los recibió en una pequeña sala desprovista
de mobiliario y adornos, solo una banqueta larga donde se sentaron los cuatro muy
juntos. Laura se aferraba a la cintura del hermano y lloraba a pesar de que se
había propuesto no hacerlo, Pedro intentaba deglutir el nudo que le oprimía la
garganta. Su hermano había perdido peso, tenía la expresión más saturnina que
de costumbre y se estaba dejando crecer
la barba. Vestía una túnica de tela color marrón, y sandalias.
__He decidido tomar los hábitos, hermanos __soltó.
Laura lo miró llena de espanto, Pedro que siempre
por su condición sexual pensó él en tomar ese camino, lo hizo asombrado,
mientras trataba de pensar una frase contundente que lo hiciera cambiar de
parecer, que le abriera los ojos y lo enfrentara a su error. Él no había nacido
para llevar hábito ni para vivir entre las sombras del convento, de los tres
hermanos siempre se pensó que sería la luz en el sendero, pero en la casa, en
las calles.
__No podremos salir de paseo los domingos __intentaron,
pero se dieron cuenta que a Agustín no se le movía un músculo de la cara __.Ni
tampoco podrás estar con tus amigos ni jugar al billar en al café de los
Plateros __probó esta vez, sin mayor esperanza, pero el hermano mayor seguía
inmutable.
__Nada de eso importa ahora hermanos, todo cambió,
necesito que así como he guardado los secretos de ustedes respeten mi decisión,
de verdad es lo mejor para mí ahora __expresó el muchacho, y su voz sonó tan
tranquila y segura que los hermanos tuvieron la certeza de que nada lo
conmovería __. Lo único que deseo que sepan es que los quiero como siempre y
que nunca dejaré de quererlos, y Pedro, no voy a juzgarte por tu secreto aunque
sea sacerdote, lo supe cuando no lo era, pero sabes que debes de cuidarte
mucho, es imperdonable en el mundo en que vives.
__Gracias, hermano, lo sé. Como sé que te duele que
vaya a casarme sin amor con Camila, pero sabes que no tengo opción.
__Te quiero y lo entiendo, y como sé que también me
quieres, estoy seguro que no te opondrás a que yo haga esto que deseo desde
hace mucho tiempo, cuida de Laurita, y cuídate mucho.
Agustín no lo supo, porque Pedro más que ninguno
escondió sus sentimientos bajo llave, pero en esa despedida sintió que el
corazón se le rompía, apenas habló en la despedida para no defraudarlo, pero
esa tarde salió con el corazón hecho trizas.
La casa ya no fue lo que era sin él, ellos tampoco.
Incluso el adusto general Escalante, que aparentaba no importarle, se tornó
meditabundo e introvertido, y pasaba más horas en su estudio con una botella de
coñac como única compañía. Magdalena también echaba de menos las maneras
contemporizadoras de su hijastro y su conversación entretenida. María Pancha
que culpaba al general de la decisión de su hijo, se retiró a los interiores de
la casa y prácticamente no se mostraba durante el día. Una sombra pareció
cernirse sobre la familia Escalante.
Con el
tiempo, los hermanos entendieron que no había nada por hacer, y que no había
sido Agustín quien dejó a la familia sino que la familia lo había abandonado a
él. Desde entonces se afanaron por mantener vivo el contacto con el hermano.
Querían que al menos Agustín supiera que a ellos les interesaba, que al menos
ellos aún querían profundamente su bienestar. Les enviaban largas cartas
alentándolo, relatándole sus cotidianidades, canastas repletas de manjares que
Agustín entregaba a los mendigos, libros que robaban de la biblioteca del
general, roscas en la época de Pascuas y budines con pasas y nueces para
Navidad, prendas de lana para el invierno,
__estaban seguros que el convento era, sobre todo, un sitio gélido en
esos meses__ y camisas muy costosas de lino para el verano.
Lo visitaban cada vez que María Pancha lograba con
ellos sortear la vigilancia del padre, la custodia de Magdalena y obtener los
difíciles permisos del convento, pues hasta que no se ordenara, el contacto con
los de afuera se retaceaba.
Los hermanos habían hecho de todo en aquella época,
lo harían también ahora para llegar al convento de Río Cuarto y asistirlo en su
enfermedad, así tuvieran que pelearse con medio país. Les importaban un comino
su madre, sus tías, su abuela y la familia Montes completa. Con respecto al
padre, hacía tiempo que no lo veían y ya se habían acostumbrado a no tomarlo en
cuenta. Él se ocupaba de sus negocios en Córdoba __eufemismo que Magdalena invocaba
para disfrazar una separación de años__ y los hermanos vivían en Buenos Aires,
bajo la tutela de sus abuelos. La distancia y el tiempo hacían lo suyo, y casi
no recordaban que le debían respeto y consideración. En realidad, ellos jamás
habían experimentado el miedo cerval que atenazaba a la mayoría cada vez que el
general pegaba unos cuantos gritos o fruncía el entrecejo. Al padre, ellos
habían sabido domeñarlo. Cierto era que se habían encontrado en un punto de la
vida del general en el cual el hombre venía con el caballo viejo y cansado,
como solía aceptar el mismo Escalante.
Pedro le escribiría avisándole de la enfermedad de su hijo mayor, porque
sabía que nadie de la familia lo haría pero no esperaba respuesta y seguiría
adelante con el plan.
__No llores, María Pancha __pidió Pedro más bien
imperiosamente, y la negra se secó las lágrimas con el mandil ___. Necesito que
lleves esta carta ahora mismo. Es para Matías.
__!Para cartas de enamorados estoy yo! __se mosqueó
María Pancha, y le puso la esquela de nuevo en la mano.
__No repitas nunca más eso. ¡Qué enamorados ni ocho
cuartos! Matías es mi amigo, no mi enamorado, y porque es mi amigo, lo necesito
ahora. Llévale la carta y espera la respuesta. Tiene que ver con Agustín _agregó.
__ ¿Y la señorita Camila?
Tienes fecha de casamiento, Pedro, tienes que
casarte, ya sabes el porqué.
__No importa eso ahora, ahora importa mi hermano.
__No voy si no me dices de qué se trata.
__Mi madre no quiere que viaje a Río Cuarto, mucho
menos dejaría a Laura. Le pediré ayuda a Matías.
__!Ay, Pedro! __exclamó María Pancha, y miró al techo
__. ¿Por qué presiento que estás por meterte en un gran lío?
Deja de hacer tanta alharaca. ¿Acaso no quieres
estar con Agustín? __La mujer asintió__. Entonces, ayúdame y no me opongas
obstáculos en el camino. Ya tengo de sobras con las brujas y con llevar a
Laurita.
Menos hables de mi secreto, como si de sobra no
supieras que el mismo Rosas, tiene más hijos ilegítimos con su amante y más
amantes entre las amigas de Manuelita que lo que pueda tener un hombre blanco o
un ranquel, hasta se dice que retuvo en
su poder los encantos de la propia Manuelita, no dejó que se casara con nadie
hasta estar en el exilio cuando ella se impuso, lo sabes mejor que nadie, eso
es peor que lo que me sucede, pero claro, es Juan Manuel de Rosas, quién se
atrevería a decir algo. Anda, ve.
__
Tierra adentro.
Dominio Ranquel.
Leubucó.
__Guor, no puedo prohibirte que veas al padre
Agustín, pero cuídate hijo, sabes que si te ven, no dudarán en matarte, aunque
tu hermano y el padre Donatti nos hayan visitado, y sean amigos, eso no le
importa al huinca __advirtió al Cacique Mariano Rojas.
__Usaré mi nombre huinca, por suerte mi madre me
hizo bautizar como Guillermo Graziani, e
intentaré no llamar la atención, pero padre, ya sabe que nunca llegará el
tiempo de paz entre los huincas y los ranqueles. Esto es y será una guerra que
solo terminará el día en que uno de los
bandos quede destruido y aplastado en el campo de batalla.
__Lo sé, hijo, lamentablemente así es. ¿Tardarás
mucho tiempo en regresar?
__ Tal vez
días, quizá meses, no dejaré solo a Agustín, según el desenlace, pero no
tema, un ranquel siempre regresa tierra adentro, y él vivirá, sé que va a
resistir, es fuerte mi hermano, como lo fue nuestra madre, va a estar bien,
entonces regresaré, no antes de que lo sepa fuera de peligro.
__Está bien, ve a despedirte de los demás, hijo, te
veré al amanecer.
___
Marco
histórico- geográfico.
Los
ranqueles son un pueblo originario que habitaba un territorio que actualmente
es parte de la República Argentina. Inicialmente fueron parte de los pampas
antiguos o tehuelches septentrionales boreales (estos incluidos en el grupo
het, según el jesuita Thomas Falkner), relacionados con los puelches y de los
huarpes del grupo pehuenche.
Ranqueles
Distribución
aproximada de lenguas en el Cono Sur (extremo meridional de Sudamérica) en
tiempos de la conquista española
Ubicación.
Argentina.
[Datos
en Wikidata]
La
denominación «ranquel» es, en idioma español, la castellanización de su
autodenominación: rankülche o ragkülche ―rankül (caña o carrizo), y che
(persona, gente) en idioma ranqulche (Che Dungun) ― es decir ‘gente de los
cañaverales’).
Eran
cazadores, nómadas y durante buena parte del siglo XIX se mantuvieron en
alianza con las tribus tehuelches, con quienes incursionaron en los mal
llamados malones (ya que los blancos corrían de a poco sus fronteras tierras
adentro de manera furtiva) en el oeste de la provincia de Buenos Aires y el sur
de la provincia de Córdoba, así como las de Mendoza, San Luis y Santa Fe.
Origen
de los ranqueles.
Según
la cultura ranquel, este pueblo era un subgrupo de los tehuelches: los puelches
de los mamulche (del idioma mapuche: mamül: leña; che: gente; gente del monte),
la cual estuvo conformada por diferentes tribus: salineros (chediches),
jarilleros, medaneros (looches), de los chañares (chicalches), de las arcillas
(canuelooches) y los del carrizal (rankulches), que abarcaban un territorio que
se encontraba entre el río Negro, el río Neuquén, el río Grande, el río
Diamante, el sur de la provincia de San Luis, el sur de la provincia de
Córdoba, el sur de la provincia de Santa Fe, y la franja oeste de la provincia
de Buenos Aires.
Otros
autores, sobre la base de registros históricos, los consideran de origen pehuenche.
Evolución, apogeo y decadencia.
Como
consecuencia del comercio entre los pampas (ganado vacuno y sal) con los
mapuches provenientes del actual territorio de Chile (bebidas alcohólicas,
azúcar), hacia 1725 ya existían dos caciques pehuenches, con unas 70 familias,
instalados entre los pampeanos en la región limítrofe de la provincia de
Neuquén y de la provincia de Mendoza en donde predominaban los cañaverales
(carrizales), área llamada Ránquil o Rankel. Hacia 1750 comenzaron a ser
llamados ranqueles (gente del carrizal), [1] para diferenciarlos de las otras
dos fracciones pehuenches de la región, los de Malalhue (Malargüe) y los de
Vavarco.
Entre
1775 y 1790 un grupo de esos pehuenches avanzó desde los faldeos andinos hasta
el territorio que denominaron Mamül Mapu (del idioma mapuche mamül: ‘leña’; y
mapu: ‘territorio’) ya que lo encontraron cubierto por bosques de caldén,
algarrobo y chañar. Fue así que se establecieron entre los ríos Cuarto (o
Chocancharava) y Colorado, desde el sur de las actuales provincias de San Luis
y Córdoba, hasta el sur de la provincia de La Pampa. Entre ellos se hallaba
Carripilum, nacido en Ránquil, y establecido en La Pampa hacia 1789.
En
1795, el cacique Carripilun junto a Llanguelen y otros veinte jefes firmó
importantes tratados de paz con Simón de Gorordo, en la frontera de Córdoba.
Años
después el mismo cacique reconocido como líder principal en las naciones de las
pampas, puso a disposición del virrey Rafael de Sobremonte 3000 lanceros para
la defensa de la ciudad de Buenos Aires, la capital del Virreinato del Río de
la Plata, frente a las Invasiones Inglesas, aunque el virrey prefirió la huida.
La hegemonía de Carripilun dio por resultado que para la fecha de su muerte en
1820, el término rankulche ya era sinónimo de mamulche.
Una
muestra de la importancia que tuvo la nación ranquel en el conjunto de la
Argentina es la vista que Feliciano Antonio Chiclana, en nombre del Director
Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, efectuó a Carripilun en
1819 para solicitarle que no dejara pasar a los contrarrevolucionarios
realistas españoles por su territorio.
Entre
1833 y 1834, los ranqueles resistieron con éxito la Campaña de Rosas al
Desierto, pudiendo detener a la vez a Pascual Ruiz Huidobro en San Luis, a
Aldao en el paso de la Balsa, y al propio exgobernador de la provincia de
Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas en el Río Negro.
El
poder bélico y económico ranquelino alcanzó sus picos más altos durante el
liderazgo del ulmen Yanquetruz, cuando los términos rankulche y mamulche se
confundieron definitivamente al desaparecer la identidad de los demás grupos al
sufrir la araucanización por la llegada de grupos mapuches.
Este
cenit ranquel continuó con los caciques Paine, Paguithruz, Guor, Ramón y
Baigorria.
Numerosos
jefes entre quienes liberaron la alianza indígena pan-patagónica pertenecían a
la nación ranquel. Tan grande fue su influencia que inclusive en Chile existe
hoy una parcialidad rankul, y entre las expresiones religiosas mapuche que hoy
se practican en la región cordillerana tienen gran importancia algunas de
origen rankul, como el choique purrun (baile del ñandú), y la creencia en
Soychu como dios creador.
Las
Campañas previas a la Conquista del Desierto conducidas sucesivamente durante
las presidencias históricas de Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y
Nicolás Avellaneda fueron una serie de pactos y traiciones consecutivas, que
empezaron a perpetrarse contra los nombres de los caciques Cabral, Nahuel,
Epumer y Baigorrita.
En
el otoño de 1870 el general Lucio V. Mansilla, comandante del sector de la
frontera contra los indígenas, habiéndose avanzado la línea hasta el río
Quinto, hizo un viaje a Leubucó partiendo del Fuerte Sarmiento para negociar de
igual a igual un tratado de paz, firmado ese año. La reseña del viaje fue
publicada con el nombre Una excursión a los indios ranqueles, y es,
actualmente, una de las principales fuentes de información sobre esta etnia.
Mansilla debió viajar a Leubucó debido a que Mariano Rosas había jurado no
pisar tierra dominada por los blancos. [2]
En
la época en que fue escrito el libro los ranqueles eran unos 11 000, y
habitaban el territorio entre la laguna del Cuero (este nombre hace alusión a
una antigua leyenda de los ranqueles) al norte, el río Salado al oeste, las
Salinas Grandes al sur y La Pampa al este. El límite norte era la línea
aproximada que pasaba por los parajes de Leplep, Agustinillo, el Monte de la
Vieja y la laguna del Cuero, aunque en algunos momentos alcanzó el río Quinto y
tal vez también el río Cuarto.
Con
la Conquista del Desierto, iniciada en 1878 por Julio Argentino Roca, los
ranqueles fueron vencidos y, además, los primeros en sufrir el destierro y las
reparticiones entre las familias pudientes y las haciendas de Buenos Aires y el
norte del país.
Los
descendientes de aquellos vencidos ranqueles forman hoy parte del pueblo de
Tucumán, Mendoza, La Rioja, San Juan, Salta, Jujuy, Córdoba, Buenos Aires y
Santiago del Estero.
Influencia
de los mapuches.
Desde
antes de mediados del siglo XVIII hubo una importante actividad comercial y de
intercambio de productos entre los habitantes nativos de las llanuras pampeanas
y las sierras de la actual Provincia de Buenos Aires, los de la Patagonia
septentrional y los de ambas márgenes de la Cordillera de Los Andes. Existían
dos ferias muy importantes en el Cayrú y en Chapaleofú. En estas ferias,
llamadas "ferias de los ponchos" por los jesuitas de la época que las
registraron (como Thomas Falkner), se intercambiaban diversos tipos de
productos: desde productos ganaderos y de la agricultura hasta vestimentas
tales como ponchos. El Cayrú se hallaba en la parte más occidental del Sistema
de Tandilia (en territorio del actual Partido de Olavarría) y Chapaleofú hace
referencia a las inmediaciones del arroyo homónimo, situado en el actual
Partido de Tandil, [3] ambos municipios o partidos se sitúan en el interior de
la actual Provincia de Buenos Aires. Es así como, a partir de estos movimientos
de personas para el intercambio de productos se produjo, desde antes de
mediados del siglo XVIII comienza a haber cierto intercambio cultural entre
distintos pueblos que habitaban desde la pampa húmeda, pasando por la Patagonia
septentrional y hasta la zona inmediata a la Cordillera de Los Andes (tanto en
su margen oriental como occidental) hasta la costa del Océano Pacífico. Este es
el comienzo del intercambio cultural y los movimientos migratorios, entre los
distintos pueblos entre los cuales cabe mencionar a los Tehuelches, los
ranqueles y los mapuches. [4]
La
influencia mapuche tiene su origen en lo anteriormente mencionado, ya que
partiendo de fines de comercio y alianzas, se terminó produciendo una gran
influencia cultural sobre los tehuelches y otros pueblos, al punto que se la
denomina "mapuchización" o "araucanización" de las Pampas y
la Patagonia. Buena parte de los ranqueles y de los tehuelches adoptaron muchas
de las costumbres y el idioma mapuche, mientras los mapuches adoptaban parte
del modo de vida tehuelche y ranquel (tal como lo de vivir en tolderías) y con
ello se difuminaron las diferencias entre ambos grupos, al punto que sus
descendientes se refieren a sí mismos como mapuche-tehuelches. [5]
Caciques.
Entre
los caciques importantes de los ranqueles figuraron:
Carripilum
(murió en 1820),
Yanquetruz
el Fuerte (desde 1820 hasta 1836),
Painé,
Pichón
Huala (o Pichón Gualá, cacique de Poitahué),
Mariano
Rosas (Panguitruz Guor, de 1858 hasta 1877),
Manuel
Baigorrita (Manuel Baigorria Gualá, alias Maricó),
Epumer
Ramón
Cabral (Nahuel, el Platero).
Siglo
XXI.
El
22 de junio de 2001 fueron restituidos a Leubucó los restos del cacique ranquel
Mariano Rosas, quien gobernó allí entre 1858 y 1877.
Los
restos se hallaban inventariados con el Nº 292 en el Museo de Ciencias
Naturales de La Plata.
Habían
sido extraídos de su tumba en Leubucó en enero de 1879 por el coronel Eduardo
Racedo, quien envió el cráneo al político y científico Estanislao
Zeballos[6][7][8] en Buenos Aires, este luego lo donó al museo y fueron
depositados en un anaquel en 1889.
La
colección de esta esta clases de reliquias era una práctica común entre la
comunidad científica de finales del siglo XIX y que los mapuches condenaban con
el término «huaqueo».
La
ceremonia de restitución comenzó en el museo platense y culminó con su
sepultura en Leubucó, ante la presencia del cacique Adolfo Rosas, descendiente
de Mariano Rosas, y 18 loncos o jefes de comunidades indígenas de La Pampa. Al
llegar a Victorica fueron trasladados a caballo hasta Leubucó.[7][8]
La
Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas (ECPI) 2004-2005, complementaria
del Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001 de Argentina, dio
como resultado que se reconocieron y/o descienden en primera generación del
pueblo rankulche 10 149 personas en Argentina (ninguna residiendo en
comunidades indígenas), de las cuales 4573 vivían en la provincia de La Pampa;
1370 vivían en la Ciudad de Buenos Aires y 24 partidos del Gran Buenos Aires; y
4206 en el resto del país.[10]
El
Censo Nacional de Población de 2010 en Argentina reveló la existencia de 14 860
personas que se autoreconocieron como rankulches en todo el país, 6245 de los
cuales en la provincia de La Pampa, 2888 en la de Córdoba y 299 en la de San
Luis. [11][12]
El
14 de agosto de 2007 el gobierno de la provincia de San Luis restituyó 2500 ha
al pueblo ranquel, incluyendo dos lagunas, ubicadas 124 km al sur de la
localidad de Fraga. [13][14]
El
30 de mayo de 2009 fue fundado en el lugar el pueblo de Rancul Che, ubicado a
178 kilómetros de la capital provincial, al entregar el gobierno 22 viviendas
para las dos comunidades ranqueles de la provincia.[15]
Comunidades.
Actualmente
existen 19 comunidades ranqueles en la provincia de La Pampa: en Santa Isabel,
la Colonia Emilio Mitre junto a El Pueblito, Árbol Solo, La Humada, Victorica,
Telen, Santa Rosa, Toay, General Acha, Eduardo Castex, General Pico, Realicó y
Parera. En la provincia de San Luis se hallan dos comunidades al sur de Fraga.
Desde
1995 el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) comenzó a reconocer
personería jurídica mediante inscripción en el Registro Nacional de Comunidades
Indígenas (Renaci) a comunidades indígenas de Argentina, entre ellas a
comunidades ranqueles:[16]
Las
agoreras palabras de su querido Nahueltruz Guor dejaron al fuerte Mariano Rojas
tan triste como abrumado, con una tristeza tan profunda como cuando supiera que
perdería a su amada Blanca Montes, la
madre de Guillermo y Agustín.
Buenos
Aires.
Matías
Olazabal era habitual del café de Marcos, a la vuelta de la Plaza de la Victoria,
a pasos del gentío de la Recova Nueva. Le gustaba pasar las últimas horas de la
tarde sentado en la misma mesa, cerca de la ventana, polemizando con sus
amigos, algunos tan aristocráticos como él, otros sin tantos blasones, pero con
carisma e inteligencia suficientes para granjearse la simpatía del resto.
Algunos
no eran mozalbetes ya y hasta podían contar sus peripecias durante la época de
Rosas, cuando la palabra muerte se escribía en una bandera roja como la sangre
que se vertía casi a diario en San Benito de Palermo y en la Plaza de la
Victoria.
Se
relataban anécdotas que a veces resultaban inverosímiles. Uno de esos
parroquianos aseguraba que su padre unitario y a causa de ello había sido
fusilado en Santos Lugares y luego le
habían enviado a su madre, como presente, la cabeza en una caja con sal. Muchos
habían pasado esos años en el exilio y guardaban una antología interminable de
relatos que a Matías le fascinaba escuchar.
Hacía
más de veinte años que Juan Manuel de Rosas había caído en Caseros al
enfrentarse con las tropas del general Urquiza, y Matías, un joven en ese entonces, que estudiaba leyes en
Madrid, poco sabía de todo aquello. Por eso disfrutaba las conversaciones del
café en las que recogía información valiosa para el libro de historia argentina
que escribía desde hacía algún tiempo. El trabajo resultaba arduo, porque
siendo la Argentina un país tan joven, existían poca bibliografía y crónicas.
Además, por momentos la trama de los hechos políticos se presentaba enmarañada
y compleja, difícil de entender y peor aún de explicar. Solía permanecer
despierto hasta altas horas de la noche reclinado sobre su escritorio, la vela
prácticamente consumida y la casa en completo silencio, escribiendo con frenesí
las ideas que, como haces de relámpago le venían a la mente. Debía retenerlas
en ese instante si no, desaparecían tan deprisa como habían llegado. Un momento
después, repentinamente cansado, dejaba la pluma en el tintero, cerraba el
cuaderno de notas y se ponía a pensar en Pedro.
__
ÉL
visitaba a Carolina del Solar para la época que conoció a Laura y a Pedro. Fue
un encuentro casual. Una niña de no más
de trece años y su hermano de alrededor de veinticinco, aunque parecía menor
que caminaban junto a su criada por la calle del Potosí lo dejaron petrificado,
pero su mirada se posó en el joven Beggio cuando lo vio desde su mesa en el
café de Marcos. Se notaba que no eran de la ciudad, miraban a su alrededor con
frecuencia, con fascinación y sorpresa, le comentaban a la criada, le señalaban
los edificios y los transeúntes como si
aquello fuera parte de un mundo ignoto que se les revelaba esa mañana. Les
brillaban los ojos, los de ella oscuros, los de Pedro pardos, y las mejillas
ruborizadas que en ella acentuaban su condición de niña y en Pedro otra cosa
ante los muchachos que pasaban alrededor. Laura tenía bucles color de trigo que
rebotaban sobre sus hombros al ritmo de sus pasos, Pedro el pelo castaño como
los ojos marrones claros.
Matías
arrojó unas monedas sobre la mesa y dejó el lugar sin despedirse.
Los
habría alcanzado y preguntado los nombres si el gesto de la criada que los
acompañaba hubiese sido menos hostil. Era una negra de buena estampa, alta, delgada
aunque con grandes pechos y caderas pronunciadas, caminaba erguida, como
desafiando, la mota al rape mostraba la cabeza de huesos perfectos, y las
facciones resultaban tan primitivas como las de otros africanos, aunque lejos
estaban todos entonces de saber que ella no era cualquier africana.
“Quizá",
pensó, Matías, "sangre blanca corre por su venas". Calculó que
rondaría los cuarenta años. Llevaba un mandil impoluto y estaba bien calzada,
lo que le llamó la atención. Con una mano conducía a la niña, iban de compras.
Matías
los siguió lo que duró el trayecto, preguntándose a cada paso si había perdido
la cabeza: él, todo un hombre de treinta y cinco años, con cuestiones
importantes que zanjar en su bufete, persiguiendo a una mocosa que le atraía
tanto como Pedro, custodiados por una criada, las dudas sobre su elección
sexual, aparecieron al ver a Pedro. Pero a medida que se les acercaba, que
podía verlos al detalle, inclusive oír las voces, se acallaba el raciocinio y
continuaba guiado por un deseo irresistible de tocarles la piel a los hermanos.
Enfilaron
rumbo al barrio de la Merced. Donde vivía lo más grande de la sociedad. Al
pasar frente a la iglesia de San Ignacio, la niña bajó el rostro y se persignó.
Tomaron por la antigua calle de la Santísima Trinidad, recientemente San
Martín, y, antes de cruzar la de Candallo, entraron en la casa de los Montes.
Una de las familias más tradicionales de Buenos Aires. De hecho, Matías conocía
a don Francisco Montes y a su mujer Ignacia, al resto de la parentela también.
Se preguntó. Muy intrigado para entonces, quiénes podían ser aquellos ángeles.
Fue
la misma Catalina del Solar, su prometida, la que lo puso al tanto de que
Amalia Magdalena Montes Beggio, la madre, la hija menor de don Francisco,
casada con el general José Vicente Escalante, pasaba una temporada en casa de
sus padres junto con sus hijos.
__Una
temporada más bien larga ya que se encuentra… se comenta que dejó Córdoba
porque no andan bien las cosas con el general __agregó doña Luisa. La madre de
Catalina, que, si bien era mujer afable y cariñosa, poseía el mal hábito de
interesarse por el lado oscuro de la vida de las personas y darlo a conocer sin
el más mínimo reparo ni sentido de la
discreción.
__Me
extraña doctor Olazábal __prosiguió la matrona__; que no los recuerde, la niña,
protagonizó un escándalo dos años atrás, cuando pasaba unas vacaciones en casa
de sus abuelos. Usted debe de recordar el suceso. Ella y su primo…
__Mamá
__se impacientó Catalina __; el doctor no tiene por qué recordar las travesuras
de cada niña de esta ciudad.
__!Vaya
travesura! __bufó doña Luisa.
En
los preparativos del festejo por el día de la Independencia que su padre
organizaba cada año, Matías se encargó personalmente de la invitación para los
Montes. La llevó un miércoles a las cuatro de la tarde, hora en que la abuela
abría su salón de visitas. Para su descontento, no halló al ángel de bucles
color trigo entre las mujeres que se apoltronaban en el salón ni al joven de
sonrisa encantada que robaba su sueño. Lo invitaron a sentarse y beber
chocolate. Conversaron de nimiedades hasta que Matías se dirigió a Magdalena
para preguntarle por sus hijos.
__Me
han comentado que son muy buenos y encantadores __tratando de sonar lo más
casual posible.
__Y
muy malcriados __agregó doña Ignacia.
__ ¿Cómo
se llaman? _preguntó Matías.
Se
escuchó una vocinglería, luego unos pasos en el jardín y en el pasillo. La
conversación se interrumpió y las mujeres intercambiaron miradas. Magdalena
soltó el bordado con gesto de indignación, apenas se disculpó y se dirigió a
paso rápido hacia los interiores de la casa.
Antes
de que llegara a la puerta, un torbellino de muselina rosa y bucles de oro
irrumpió en la sala y terminó en sus brazos, detrás una sonrisa con hoyuelos
brotando de unos labios gruesos impactantes iluminó la estancia. Eran los
ángeles, Matías se puso súbitamente de pie.
__!Mamita!
__exclamó la niña, con la voz y el semblante más alegres que Matías recordaba
haber escuchado y visto, mientras Pedro seguía hipnotizándolo con la sonrisa
aunque mirara embelesado a su hermana.
__Despacio,
hija __ordenó la madre, refrenando las ganas de zarandearla __ ¿No ves que el
doctor Olazábal ha tenido la deferencia de visitarnos?
__!Compórtate
niña y tú Pedro, frena a tu hermana! __exclamó la abuela, sin tantos remilgos
para ocultar el fastidio.
__Discúlpelos,
doctor _suplicó Magdalena, mientras guiaba a los hermanos hacia el interior de
la sala ___.En Córdoba no teníamos
posibilidad de departir en buena sociedad. Mis hijos no están acostumbrados.
Matías
reparó en la conjugación en pasado del teníamos y dedujo que la visita de la señora
Escalante a casa de sus padres se prolongaría por tiempo indefinido, tal y como
la señora Luisa del Solar había presagiado, Matías olvidó sus conjeturas y
enfocó la atención en los hermanos, ella parecía una muñeca de porcelana, Pedro
un dios griego llegado sin aviso. Notó particularidades que no había visto
aquella mañana en el Centro. En Pedro le encantó la forma de los labios,
gruesos y tentadores como nunca había visto.
__Le
presento a Laura y a Pedro, doctor Olazábal.
__Un
verdadero placer.
Hizo
ademán de besarle la mano a ella y dirigió una mirada intensa a Pedro.
__Te
pareces a mi hermano Agustín, aunque él es más guapo que tú. Estudia para ser
sacerdote, de la orden San Francisco. Por eso ahora soy más devota del santo _dijo
Laura __. María Pancha nos mostró una iglesia que está aquí cerca que se llama
así, y ahí iré a misa todos los domingos. Mi hermano me enseñó a decir cosas en
latín.
__Nos
enseñó __se sumó Pedro, como: “Alea jacta est, que es…
___...lo
que dijo Julio César al cruzar el Rubicón
__ completó Matías y debió sofrenar la risa que le trepaba por la
garganta ante la expresión de Laura.
__ ¿Tú
también sabes latín?
__Deja
de tutear al doctor __habló Soledad al ver que doña Ignacia se encontraba
incapacitada para pronunciar palabra. El descaro de los nietos había conseguido
dejarla muda.
__Y
por supuesto que el doctor sabe latín __agregó tía Dolores __.Cualquier hombre
decente acá lo sabe.
__Llama
Pedro a María Pancha que se lleve a la niña _dijo la abuela que recuperó el
habla.
Laura
pensó que aquel hombre tan parecido a su hermano era lo más interesante que
había conocido en Buenos Aires, Matías miraba de hito en hito a Pedro, que
pensó en los ojos claros que tenía.
Continuó
la charla.
__Dime
Laura __empezó Matías___; ¿sabes el significado de lo que tan bien has dicho en
latín?
__Por
favor, doctor, no le haga caso _cortó Magdalena __. Laura es una impertinente,
ya vendrá la criada y se la llevará.
__Nada
de eso señora _se atrevió a contestar Matías __. Creo que sus hijos son muy
simpáticos y cultos.
¿Y sabes qué dijo Julio César a su protegido
Bruto antes de que este lo matara?
Laura
negó con la cabeza, Pedro sonrió de nuevo, cada vez más entusiasmados con el
invitado, tan parecido a Agustín por conocer latinismos y además dispuesto a
enseñarles.
__Pues
le dijo: Tu quoque, fili mí. ¡Tú también hijo mío!
Apareció
María Pancha y se llevó a Laura, que continuó repitiendo la afirmación del César
moribundo hasta que su voz se apagó. La incomodidad de las mujeres puso final a
la visita.
Aunque
no a la relación…
__
Años
después…
__Está
bien Matías, si tú no me ayudas ya
encontraré el modo de llegar a Río Cuarto por mi cuenta.
Pedro
dio media vuelta dispuesto a regresar a su casa y Matías le sujetó el brazo,
cuando Pedro se volteó a verlo, supo que la batalla estaba ganada.
__Te
voy a ayudar __claudicó Matías__. Hay que atravesar territorio ranquel, no te
dejaría allí solo con Laura, pero ¿han pensado acerca de la catástrofe que se
les vendrá encima?
¿Qué
dirán Camila Moravia y Lahitte? Están los dos comprometidos.
__Lo
sé, pero llegar a mi hermano, lo vale todo, aun caer en manos del mismo… Mariano Rojas, Matías, iremos.
ACLARACIONES:
POR FAVOR LEER DATOS HISTÓRICOS TOMADOS DE LA WEB, SERÁN RESPETADOS LOS NOMBRES
Y PERSONAJES, COMO ASÍ LOS DE LA HISTORIA MÁS ALLÁ DE LOS QUE PERTENECEN A POL-
KA Y SUS GUIONISTAS, SOLO SERÁN SUMADOS
LOS PERSONAJES DE LA FICCIÓN DE POL- KA SIN FINES DE LUCRO.
CUALQUIER
PARECIDO CON LA REALIDAD ES MERA COINCIDENCIA EXCEPTO LOS HECHOS HISTÓRICOS, EN
EL MARCO DE LA FICCIÓN PUEDEN NO SER EXACTOS,
PUEDE QUE TOME LICENCIAS Y MODIFICACIONES. HECHOS ALGUNOS Y PERSONAJES
SON FICTICIOS.
LA
BIBLIOGRAFÍA DE ANCLAJE SERÁ DETALLADA AL FINAL.
CONTINUARÁ.
LENGUAJE
ADULTO. ESCENAS EXPLÍCITAS.
SOL... AY, ME ENCANTA PERO QUÉ DIFÍCIL LA TENDRÁN, UN BESO EVE.
ResponderEliminarSILVIA... ALLÍ VOY, A ESTUDIAR, DIFERNTE, HERMOSA, GRACIAS POR NO DEMORAR, SALUDOS.
ResponderEliminarMara, bellísimo, me encanta la época y cómo harán para amar, gracias.
ResponderEliminarPatricia... Hermoso Eve.
ResponderEliminarZoila, Wau, me encanta el contexto, y Guille es Toqui?
ResponderEliminarAra Sánchez Hermosa
ResponderEliminarVictoria Muy bello .Gracias
ResponderEliminarPatri. Hermoso!!!
ResponderEliminarSI QUE ES APASIONANTE ESTA HISTORIA NUESTRA EVE Y SI ESTAN ELLOS ES IMPERDIBLE!!!!BESOS.
ResponderEliminarNOEMA ADORADA,K HACE AÑOS VENGO LEYENDO DE ROSAS BUSCANDO CÓMO UBICARLOS Y NO ENCONTRABA LA MANERA HASTA QUE SE ME OCURRIÓ, NO SOY YO ES FASCINANTE PERO ESTA CON TU CULTURA TE VA A EMBOBAR, FALTA NADA PARA EL VIAJE AMOR MÍO, PASA QUE LOS GRUPOS ME LLEVAN TODO EL DÍA, DUERMO NOCHE EN MEDIO PARA ESCRIBIR Y ESTOY MUY ENFERMA, PERO EN POQUITO EL VIAJE, ESTA ES BELLA, NO SOY YO PEGADA, VERÁS QUE HAY YA VARIAS DEL 18, VOY A VER A JULIO SI DIOS QUIERE, MI SALUD CASI ME IMPIDE SALIR PERO A FACUNDO PUDE, TE ADORO, TE EXTRAÑO MÁS, DUERMO AL REVÉS POR ESO NO TE LLAMO, ESPERO QUE YA ESTÉN LOS DOS OJITOS OPERADOS, QUÉ ALEGRÍA CUANDO TE VI ASOMARTE, ACÁ ANDO CON GÉNESIS QUE SE ENOJA Y DESPUÉS SE DESENOJA COMO SIEMPRE LAS AMO.
EliminarVeronica Lorena Piccinino una historia diferente pero llena de intrigas y amor... el amor de hermanos es algo puro, espero que Pedro y Guillermo puedan disfrutar del suyo en una época complicada.
ResponderEliminarSi la madre de Pedro y Guillermo es la misma mujer entonces son Hermanos de sangre.. Creo haber leído eso en un párrafo del relato.. Ed un amor complejo para no decir prohibido
EliminarSol Urvino Un contexto y una epoca donde los amores clandestinos podian terminar en tragedia, todo era prohibido. Un BESO, EVE.
ResponderEliminaro Veronica Lorena Piccinino Sol Urvino. No son hermanos. Eso no.lo podría arreglar. Trabquila Sol. Soy yo. Besos.
EliminarIgnacio Leyton no puede más de lindo
ResponderEliminarMuy interesante Eve, distinta y de época...No sé si voy a estar muy de acuerdo en la parte histórica pero estando ellos estoy segura que la ficción me va a atrapar...
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