lunes, 7 de mayo de 2018

“EL PODER DEL AMOR”. CAPÍTULO SEGUNDO.


“EL PODER DEL AMOR”.

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CAPÍTULO SEGUNDO.

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ACLARACIONES: POR FAVOR LEER DATOS HISTÓRICOS TOMADOS DE LA WEB, SERÁN RESPETADOS LOS NOMBRES Y PERSONAJES, COMO ASÍ LOS DE LA HISTORIA MÁS ALLÁ DE LOS QUE PERTENECEN A POL- KA Y SUS GUIONISTAS, SOLO  SERÁN SUMADOS LOS PERSONAJES DE LA FICCIÓN DE POL- KA SIN FINES DE LUCRO.
Previo…

Tierra adentro.
Dominio Ranquel.
Leubucó.

__Guor, no puedo prohibirte que veas al padre Agustín, pero cuídate hijo, sabes que si te ven, no dudarán en matarte, aunque tu hermano y el padre Donatti nos hayan visitado, y sean amigos, eso no le importa al huinca __advirtió al Cacique Mariano Rojas.

__Usaré mi nombre huinca, por suerte mi madre me hizo bautizar como Guillermo Graziani,  e intentaré no llamar la atención, pero padre, ya sabe que nunca llegará el tiempo de paz entre los huincas y los ranqueles. Esto es y será una guerra que solo terminará  el día en que uno de los bandos quede destruido y aplastado en el campo de batalla.
__Lo sé, hijo, lamentablemente así es. ¿Tardarás mucho tiempo en regresar?
__ Tal vez  días, quizá meses, no dejaré solo a Agustín, según el desenlace, pero no tema, un ranquel siempre regresa tierra adentro, y él vivirá, sé que va a resistir, es fuerte mi hermano, como lo fue nuestra madre, va a estar bien, entonces regresaré, no antes de que lo sepa fuera de peligro.

__Está bien, ve a despedirte de los demás, hijo, te veré al amanecer.

__ Buenos Aires.

_Está bien Matías, si tú no me ayudas  ya encontraré el modo de llegar a Río Cuarto por mi cuenta.

Pedro dio media vuelta dispuesto a regresar a su casa y Matías le sujetó el brazo, cuando Pedro se volteó a verlo, supo que la batalla estaba ganada.

__Te voy a ayudar __claudicó Matías__. Hay que atravesar territorio ranquel, no te dejaría allí solo con Laura, pero ¿han pensado acerca de la catástrofe que se les vendrá encima?

¿Qué dirán Camila Moravia y Lahitte? Están los dos comprometidos.
__Lo sé, pero llegar a mi hermano, lo vale todo, aun caer en manos del mismo…  Mariano Rojas, Matías, iremos.

"Me siento morir en ti, atravesado de espacios
que crecen, que me comen igual que mariposas
hambrientas.
Cierro los ojos y estoy tendido en tu memoria,
apenas vivo,
con los abiertos labios donde remonta el río del
olvido.
Y tú, con delicadas pinzas de paciencia me
arrancas
los dientes, las pestañas, me desnudas
el trébol de la voz, la sombra del deseo,
vas abriendo en mi nombre ventanas al espacio
y agujeros azules en mi pecho
por donde los veranos huyen lamentándose.
Transparente, aguzado, entretejido de aire
floto en la duermevela, y todavía
digo tu nombre y despierto acongojado.
Pero te esfuerzas y me olvidas,
yo soy apenas la burbuja
que te refleja, que destruirás
con solo un parpadeo."
Julio Cortázar.
Liquidación de saldos.
Salvo el Crepúsculo.
 “Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana.”
Julio Cortázar.
Clases de literatura (fragmento)
 Años antes.

El siguiente domingo a conocer oficialmente a Laura y a Pedro, Matías fue a misa de diez en San Francisco a pesar de que su familia era asidua concurrente de la de San Ignacio, la iglesia más refinada.
A la salida, en el atrio se presentó antes los jóvenes y su inseparable María Pancha. La encontró a Laura adorable con su mantilla de encaje y el vestido de tonalidad malva y a Pedro bellísimo con la sonrisa que opacaba al resto de su encanto. Las dudas en el abogado cobraban vida cada vez que pensaba en los hermanos puesto que a veces sentía que podría amarlos a los dos. Laura se mostró tan abierta y efusiva como al tarde del miércoles en el salón de su abuela y le agradeció que hubiese enseñado esa frase tan interesante de Julio César. Ya le había escrito a Agustín contándole acerca de él, de cuánto se le parecía y de que también le enseñaba latín. Los hermanos aceptaron encantados ir al paseo por la Alameda por la tarde. Les habían hablado de maravillas de ese lugar a orillas del Río de la Plata, con sus arboledas y colchón de gramillas, donde las señoritas, protegidas por los parasoles y pamelas, extendían grandes sábanas y se sentaban a disfrutar de las delicias que les habían preparado sus cocineras tentando a los galantes caballeros que se arrimaban a saludarlas. En la imaginación de Laura, el paseo de la Alameda era un sitio de fábula, más allá de las opiniones de las tías que insistían que ya no era lo que antes, con “intrusos” de la peor ralea atestándolo a cualquier hora.

__No dejes que la imperfección, sea el enemigo de tus sueños, Pedro. Debes vivir, luchar por ese derecho que tienes: a pelear, a conquistar, a disfrutar, a volar, a obtener el anhelo que deseas alcanzar. Debes estar dispuesto a levantarte, para que con coraje no te detengas y con ello enfrentes tus miedos. Aquellos que hacen descansar, cuando enfrente está la tempestad. Toma esas adversidades para tomar aire y con ello fortalecer tu espíritu de aprendizaje, aquel que te hace ser guerrero, el trabajador constante, que si es necesario, no temerá cambiar o en su defecto ajustar la cima del sueño, por el que se desea lograr __ aconsejó al joven Matías.

María Pancha, que mantenía unos pasos de distancia, no perdía el hilo de la conversación. Ella no era vieja, pero había vivido suficiente para saber que ese tal Olazábal, tenía pocas intenciones de parecerse a Agustín Escalante. Se preguntó cuántos años tendría. Ciertamente, ya había pasado los treinta y desde los veinte viajaba por Europa y frecuentaba los cafés. Su edad hacía una diferencia de veinte años con la niña, y algo menor sobre Pedro. “Sobre mi cadáver alguno de mis niños terminará con este viejo verde”, se juró.
Camila Moravia acompañaba a su prometido, era casi una nena apenas algo mayor que Laura y estaba embelesada con Pedro, aunque este poco se interesaba por ella.
Todas las tardes de domingo, Matías pasaba a buscar en su birlocho nuevo a los hermanos y a María Pancha. Luego recogían a Catalina del Solar y se dirigían a la Alameda. Matías refrenaba los caballos, elegía el camino más trabajoso, y dilataba los minutos previos antes de llegar a lo de su prometida. Amaba conversar con Laura y contemplar a Pedro, Laura más desenfadada se sentaba a su lado en el pescante y lo tomaba del brazo. La negra se acomodaba en los asientos del carruaje y, a causa de los ruidos de los cascos y de la gente, poco escuchaba de lo que ellos platicaban.
Catalina no sospechaba de los sentimientos encontrados de Matías respecto de los hermanos. Para ella, Pedro, era un hermano, y Laurita Escalante una especie de hermanita menor de los dos a la que adoraban y sacaban a pasear para alejarla de las prédicas de la abuela y de las tías. Laura por su parte adoraba a Catalina y le repetía que de grande quería ser como ella. Esa devoción de la niña hacia su prometida molestaba a Matías que hubiera preferido escenas de celos y riñas.
Estaba volviéndose loco por esos dos hermanos, por lo que sentía por esa niña casi veintidós años menor que él, y Pedro algo menos, ella quizá ni siquiera era púber. Los pechos apenas despuntaban bajo la ropa como pequeñas protuberancias poco estéticas. Su cara no era la de una mujer, si bien de una belleza exquisita, las facciones conservaban la candidez de los años de la infancia, y en Pedro apenas las de un adolescente. A menudo los dos pensaban como niños, hablaban como tales,  Laura sin dudas se  comportaba como nena, saltaba y jugaba despreocupada, y Pedro estaba enfrascado en sus libros de abogacía, mientras él era un hombre derecho ya, agobiado por responsabilidades y presiones familiares.
Como último recurso, dejó de verlos.  No volvió a encontrar excusas para visitar a los Montes y suspendió los paseos por la Alameda los domingos. Regresó a las misas de San Ignacio y, cuando desde la ventana del café San Marcos los veía pasar hacia la Recova junto a María Pancha, daba vuelta la cara y pedía un trago fuerte al camarero. Se atormentaba de noche pensando en ellos, y una vez conciliado el sueño a duras penas, dormía mal, con pesadillas inexplicables y espantosas. Se levantaba con taquicardia.
Una mañana, apenas pasadas las doce y media, luego de atildarse especialmente, partió rumbo a lo de los Montes. Sabía que doña Ignacia, y sus hijas asistían a la misa de una en San Ignacio, de acuerdo con las costumbres más arraigadas en las familias decentes. De seguro, los encontraría solos. Necesitaba olvidar la atracción que sentía por Pedro, y concentrarse en conquistar a Laura. Le abrió la puerta María Pancha, que al mirarlo le dijo con los ojos lo que no hizo falta expresar con palabras. Matías se dio cuenta de que le tenía miedo. Se quitó el sombrero y bajó el rostro. Sin atreverse a cruzar el portal. La criada se hizo a un lado y, con un ademán de la mano, le indicó que pasara.

__El señor Pedro no está. Voy a buscar a la niña _anunció__. Está jugando a las muñecas en su dormitorio.

Laura apareció en la sala con dos muñecas,  que soltó sin mayor cuidado para arrojarse a los brazos de Matías. Él la recibió y la apretujó fuertemente, apoyando la mejilla en la cabeza de la niña. Lucía contenta y no parecía haberlo echado de menos, lo que lo mortificó, sin embargo Laura no le recriminó esas semanas de lejanía y le preguntó por qué había vuelto  a las misas de  San Ignacio. Sin prestar demasiada atención a los pretextos de Matías, se sumergió de lleno en el tema que la apasionaba por esos días: sus dos muñecas nuevas, un regalo de su tía abuela Carolina y la otra de su padre. Le pidió que la ayudara con los nombres. Se encontraba especialmente encariñada con la de su padre, pese a que la de tía Carolina era mucho más bella, comprada en París. Le mostró los trajecitos que llevaban, la ropita interior con encaje y los zapatitos de raso, y lo comprometió a que le comprara unos vestiditos en la mercería de Fito Gozalves, donde María Pancha ya había comenzado a vender las labores.
Entró la criada en la sala con una bandeja que presentó ante la niña y Matías. Había una copa de licor y otra con leche. Antes de tomar la copa, Matías levantó la vista para encontrar nuevamente los ojos oscuros de la negra, que parecían horadarlo. Laura bebió un trago  de leche y le quedaron bigotes blancos que limpió con el dorso de la mano.

__Está al llegar el profesor de piano, Laura __recordó la criada __, y aún no te has preparado.

Matías apenas si dio dos sorbos al licor y se puso de pie. Laura se desilusionó por la corta visita y le suplicó que se quedara a escucharla tocar el piano. Nada deseaba más que quedarse, pero interpuso una excusa de trabajo y salió de la casa de los Montes como despavorido. Al llegar a la esquina, se aflojó el plastrón, se quitó el sombrero y se enjugó el sudor de la frente. Más compuesto, tomó por la calle de la Piedad rumbo a lo de Catalina del Solar.

Se casaron cuatro meses después en la iglesia de San Francisco a pedido expreso de Laura, aunque las reglas del buen tono dictaban que las bodas se celebraban en la intimidad de los hogares. Pero la niña se encontraba más excitada que la novia, y su entusiasmo y afabilidad contagiaban al resto, que terminaba por concederle cualquier deseo. La mañana de la boda se levantó muy temprano a cortar los azahares del jardín de la abuela Ignacia que Catalina llevaría al entrar en la iglesia. María Pancha la ayudó a preparar el ramo, que, luego de atar con cintas de raso blanco, acomodaron en una caja entre  algodones y enviaron a lo de Catalina del Solar con Eusebio, el cochero de don Francisco.
Matías vio a Laura tan radiante y hermosa aquella mañana que un arrebato casi lo lleva a abrazarla y besarla frente a su parentela y la de su novia. Conversaba resueltamente y gesticulaba más de lo apropiado, pero fue al ver a Pedro cuando sus mayores dudas sobre casarse aparecieron.
Muchos la escuchaban, y doña Luisa, para esponjarla, aseguraba que Laura había colaborado con los preparativos de la boda. La mujer le había tomado cariño a la hija de Magdalena, más por compasión que por simpatía, pues, según afirmaba, la situación de la niña Escalante era de lo más inconveniente y comprometida.
Esa alegría de Laura le dolía a Matías tanto como la indolencia de Pedro. Se reprochó no haberla esperado a ella y peleado por él, cinco o seis años habrían bastado para tenerlos a ambos, para esa época él ya sería un cuarentón, ella una joven preciosa de casi veinte y Pedro el hombre más bello de Bs. As. El apremio de su familia y de su novia después de tanto tiempo de compromiso había declinado la idea de la espera. De todos modos, trató de convencerse, Laura jamás encarnaría el tipo de esposa que él necesitaba: demasiado atrevida, orgullosa, caprichosa y rebelde, mismo motivo que hacía tan imposible tener como amante a Pedro. Catalina, en cambio, hablaba o callaba en el momento oportuno, era mesurada y condescendiente, no mostraba esa afición demencial por los libros ni esas ansias incontrolables por aprenderlo todo que hacían de los hermanos  seres completamente distintos. Sin embargo, Matías terminó por aceptar que aquellos rasgos tan inadecuados eran los que lo fascinaban. Pero más allá de las presiones familiares, de lo conveniente de la personalidad, y la  situación de Laura y Pedro, lo desasosegaba día y noche el presentimiento casi certero de que, aunque los esperase a ellos una eternidad, jamás lo desearían con la intensidad que él los amaba y deseaba. Lo verían siempre como a un hermano mayor, el que había suplido magistralmente la falta de Agustín Escalante.
Catalina resultó la esposa complaciente, abnegada y dulce que él había imaginado, mientras Laura, con los años, se abrió como una flor que él también había imaginado, y Pedro como el hombre gay más bello de Bs. As.
En Laura la cintura se afinó, se le redondearon las caderas. María Pancha ya no le rizaba el cabello sino que se lo trenzaba y recogía en la nuca. Los contornos del rostro habían perdido los últimos vestigios de puerilidad, y ahora los pómulos y los labios eran los de una mujer. En cuanto a Pedro, sus labios suculentos y carnosos, su mirada dulce y la sonrisa con hoyuelos marcaban además de su porte los mayores atractivos.
Matías debía soportar en silencio estoico los comentarios de sus amigos y amigas y de los hijos e hijas de estos respecto de los hijos del general Escalante. Su belleza exótica centraba las conversaciones en el café algunas tardes, y Matías se volvía taciturno y callado en esas ocasiones. Los hombres y mujeres, coincidían en que los hermanos Escalante aunque hermosos y divertidos, resultaban demasiado impetuosos, inteligentes y pobres. Era famosa la batahola que había tenido lugar en lo de Montes cuando Soledad y Dolores encontraron en un arcón debajo de la cama de Laura un ejemplar de Indiana, una de las novelas más escandalosas su George Sand, que la iglesia había condenado públicamente y sumado al índex. La insatisfacción sexual de la protagonista, casada con esposo senil y repulsivo, y las ansias por escapar de un mundo mediocre y poco estimulante, empantanado en prejuicios y preocupaciones formaban parte del tenor del argumento que terminó ardiendo en el fuego de la cocina como otros. Laura lloró en brazos de Pedro y maldecían los dos en el dormitorio, de donde tenían prohibido salir hasta nueva orden de la abuela Ignacia. Nadie lo mencionaba en presencia de Matías, pues conocían el amor fraternal que lo unía a los jóvenes, pero los hombres creían que Laura habría sido la cocotte perfecta de un caballero de sociedad.
Matías nunca llegó a amar a Catalina, pero sí a tomarle un afecto profundo y sincero cariño, por eso se desoló la noche en que su mujer murió de fiebre amarilla, una víctima más de la epidemia que desoló Buenos Aires y al litoral del país durante 1871. Meses atrás Catalina había sufrido un aborto espontáneo, y la pérdida de sangre la había dejado débil y vulnerable. Cuando comenzaron los síntomas de la fiebre, el doctor Olivera previno a Matías de que no existían esperanzas, Eduardo Wilde, médico y amigo ratificó el diagnóstico de su colega.
Laura y Pedro fueron de los que ayudaron a preparar el cuerpo de Catalina del Solar. Laura la desnudó y limpió con agua de lavanda, le coloreó delicadamente las mejillas con carmín,  le adornó la frente con una tiara de rosa rococó. La vistieron con su traje de novia, y Laura volvió a cortar azahares del jardín de la abuela para confeccionar el ramo que Catalina llevaría sobre el pecho. La velaron en casa de sus padres y la enterraron en el cementerio de los Recoletos Descalzos. Los del Solar no hallaban consuelo, siendo como era la única hija mujer. Doña Luisa se negaba a aceptar que Catalina ya no existía y Laura no se apartó de ella mientras duraron las ceremonias y ritos. Aunque se acercó a Matías para consolarlo junto a Pedro y darle el pésame, lo notaron extrañamente esquivo y ensimismado.
Matías albergaba una gran culpa. Muchas veces arrepentido de su boda con Catalina y muriendo de amor por Pedro, de deseo además por Laura, había deseado recuperar la libertad. Ahora, sin embargo, un vacío inexplicable le invadía el alma. La echaba de menos y había perdido a su hijo antes de nacer. Quería regresar del bufete y hallarla en la sala bordando manteles. Quería escuchar su voz suave y dulce que tantas veces lo había serenado. O sentir el calor de su mano cuando le acariciaba la mejilla. Durante esos años había tenido un tesoro bajo las narices y no lo había apreciado, en cambio había enfermizamente deseado a una niña que solo buscaba en él la figura paterna que le faltaba y a un joven gay que deseaba tener un compañero. La culpa y el arrepentimiento lo tornaron hosco y meditabundo, y solo conseguía tranquilidad cuando se sumergía en la investigación para su libro sobre historia argentina que lo mantenía despierto gran parte de la noche.
En los días que siguieron a la muerte de Catalina, los hermanos trataron en vano hablar con Matías, lo visitaron en su casa, pero el ama de llaves les informó que el señor Olazábal se encontraba indispuesto y que no los recibiría. Cambiaron la misa de San Francisco por la de San Ignacio, pero tampoco lo vieron allí.
Marcharon una mañana al bufete y el asistente les mintió que el doctor estaba de viaje. Los hermanos terminaron por aceptar que, a causa de una inexplicable razón, Matías no quería verlos, y decidieron apartarse por un tiempo.
Matías supo que Pedro Beggio Escalante se había comprometido con la hija de un encumbrado colega, Camila Moravia, y Laura con Alfredo Lahitte un mediodía que almorzaba en la casa de su suegra. Nadie le advirtió, pero la noticia le hizo perder los colores y, aunque sus parientes políticos continuaron comentando, él no escuchaba. Un repelús le puso la piel de gallina y una pesadez en la boca del estómago le impidió seguir comiendo. Lo crispaba el sonido de los cubiertos que golpeaban la vajilla de doña Luisa, el oír lo que la gente  masticaba, y la voz chillona de su suegra le llegaba a los oídos como un zumbido molesto. A punto de levantarse de la mesa y abandonar lo de los Solar, la llegada inopinada de los Escalante lo devolvió a su silla.
Los jóvenes se disculparon por la demora y tomaron asiento frente a él, a quien apenas saludaron con una inclinación de cabeza. Enseguida, y mientras la servidumbre llenaba los platos de Laura y Pedro, doña Luisa retomó los detalles de los  dos noviazgos más populares de la temporada y, sin mayores comedimientos ni molestia, se achacó las inconvenientes uniones, pues según afirmaba, ella había desempeñado el papel de celestina.
Laura y Pedro sonreían  y afirmaban con la cabeza. Solo Matías, que los conocía tanto, leyó en las expresiones que no eran felices.
Luego del café, y cuando la reunión declinaba, los hermanos anunciaron que se marchaban, y Matías se ofreció a acompañarlos. Caminaron en silencio. Habían pasado casi dos años de la muerte de Catalina y aún más desde la última vez que habían conversado y reído los tres juntos. Con todo, durante el trayecto en el que no dijeron palabra, ninguno se sintió incómodo o intimidado, por el contrario, los envolvía un halo de serenidad.
Al llegar a lo de Montes, Laura fue la primera en invitar a Matías a beber limonada. En el patio, se sentaron en el poyo junto al aljibe, y Laura recordó que muchas veces lo había hecho sobre las rodillas de Matías. Ahora ella era una mujer y Matías Olazábal, un hombre. Sola había vislumbrado los motivos del alejamiento después de la muerte de Catalina, y María Pancha había terminado por echar la luz que faltaba sobre ellos. Por eso, cuando Matías le tomó las manos esa tarde y le dijo que la amaba, como así también a Pedro, que los había amado siempre, Laura no se sorprendió. Matías le pidió que dejara a su prometido y que convenciera a Pedro de hacer otro tanto, y que se casaran de inmediato, no tenían por qué esperar, nada les impediría ser felices, él cuidaría de ella, y la convertiría en una reina, le daría lo que se le antojase y más, nada le faltaría. Pero Laura se negó repetidas veces. Y cuando Matías, casi perdiendo los papeles, le increpó al preguntarle qué tenía Lahitte que a él le faltara ella le contestó sin mirarlo, al tiempo que entraba Pedro.

__No es gay, no voy a compartir a mi esposo con mi hermano. Y a ti te quiero como a Agustín, mientras que a mi prometido como Pedro, no lo quiero de ninguna manera.
__ ¿Por qué te comprometiste con él entonces? _se desesperó Matías.

__Tú sabes por qué, no me hagas decirlo, como también sabes por qué lo hizo mi hermano con Camila.

Matías la abrazó y la besó en la mejilla con la única intención de ahuyentar de ella la sensación de tristeza, de desamparo y soledad. Se reprochó esos años de inútil alejamiento y esfuerzo por no amarlos. Solo había conseguido lastimarlos y lastimarse. Se había comportado como un resentido al dejarlos solos en medio de la adversidad. Los había castigado cuando ellos no eran culpables. Se retractaría, les pediría perdón, ellos debían saber que allí estaba él para ayudarlos, que siempre estaría, pero no pudo hablar y Laura entendió el ímpetu del abrazo.

__Matías, ya déjala, te oí, espero que no deba de decirte por qué me he comprometido con Camila sin amor, pero te prohíbo que insistas en casarte con Laura, porque no será ella tu esposa y yo tu amante, no le haría eso, prefiero verla casada con Alfredo. Confórmate con ser nuestro amigo, como siempre lo fue.


Siglos después. XXI.
Soy Guillermo Pedro Graziani Beggio, hijo de Fabián y Valeria, y escribo un libro genealógico, donde debo confesar, que a mis abuelos se les negó  la libertad de amarse, que debieron  esconderse, pero que tuvieron la valentía de amarse, y hoy descansan en tumbas ranqueles, cerca de lo que es Río Cuarto, juntos, porque  el amor de ellos fue puro, arrollador, irrefrenable, absoluto, fundidos en un solo ser…  su amor lo venció todo, y  estoy seguro que hoy me ven y sonríen porque se dieron el gusto…  ni siquiera la muerte pudo con él.
Dice Byron que, en nuestra pasión primera, amamos a nuestro amante y que en todas las demás lo que amamos es el amor. Yo no tengo conciencia de haber tenido una pasión primera, aunque alguna tuve, pero vino bastante más tarde y estuvo excesivamente mediatizado por el erotismo. Acabó muy mal. Mis amores  han estado marcados por la idea romántica del amor, y ello me impidió enamorarme de verdad a pesar de ser enamoradizo. Pero nunca fue amor, sino el espejismo de un fuego, que en poco tiempo se consumía y convertía en humo.
He conocido, la pasión y el dulce hastío del matrimonio burgués, el dolor del rechazo y del desamor, la mala conciencia de haber traicionado, padecí los celos y soporté los de una mujer desquiciada que me llegaron a hacer la vida insoportable y es que hay amores ardientes que casi matan, aunque lo que en verdad mata al amor es el aburrimiento. En fin, que he recorrido un largo camino, pero apenas he aprendido nada del amor y menos de ese ser poético e inaprensible que es la mujer. Por eso escribo ahora sobre el amor… porque no sé… y quiero saber y solo en la historia de mis abuelos y detrás de ellos, lo puedo entender.
No tengo el recuerdo sentimental de haber participado en un gran amor. Quizás se deba a que, en el fondo, continúe siendo un niño romántico que creyó que las cosas del amor eran las que sucedían en las películas de aventuras que, devoraba en el cine de mi barrio y que siempre acababan con un beso que se disolvía en el the end.
En varios momentos de mi vida quise levantar un gran amor como los del cine, partiendo de cero, al margen de los condicionamientos sociales pero una y otra vez fracasé, porque amores así solo existen en las novelas y en la pantalla. Hoy ya no me quedan más balas en mi recámara. Hoy sé que el problema residía en mí, porque no perseguía un amor real, sino que era un enamorado del amor.
Dicen los antropólogos que la necesidad de enamorarse es un impulso primitivo como el hambre o el sexo. Los científicos que han estudiado el cerebro, han descubierto últimamente que cuando alguien nos atrae, se producen entre las neuronas unas reacciones de tipo bioquímico que encienden la dinámica del amor. Las neuronas se aceleran, se emocionan y se vuelven un poco locas. Simplificando este extraño comportamiento, podría decirse que, es el resultado de una serie de reacciones químicas y eléctricas. Esta aceleración se va calmando con el tiempo, pero vuelve a subir y bajar otra vez cuando aparece una nueva atracción amorosa. Son como las subidas y bajadas del voltaje cuando las líneas eléctricas están decrépitas y la luz se apaga y enciende sola. Pero esta es una explicación que, para el enamorado, ni explica nada ni sirve para nada, ya que las reacciones eléctricas y bioquímicas del cerebro son consecuencias de la atracción animal guardada en los genes, y de la histórica, guardada en la memoria… y no al revés.
Participo de la opinión de que, la forma en que se expresa el amor, es sobre todo un fenómeno cultural, y que, aunque pueda parecer que el amor romántico es universal, el grado en que se manifiesta varía según las tradiciones, las costumbres, las definiciones de cada cultura y de cómo se entiende la institución que regula las relaciones del contrato entre la pareja. Esto resulta evidente si nos atenemos, por ejemplo, al dato, de que menos de un 5% de estadounidenses dice que se casaría sin amor romántico, frente a un 50% de pakistaníes. ¿Y es que, quién puede defender que  esta institución  signifique lo mismo para un islamista ortodoxo que, para un librepensador occidental, cuando durante siglos el matrimonio por amor, que ahora nos parece lo más normal, fue prácticamente inexistente, siendo lo común el pactado entre familias sin intervención de los contrayentes? Incluso en una nueva sociedad como la colonial americana, lo habitual era que los españoles se casaran con sus connacionales por interés, uniendo fortunas familiares sin la presencia del amor y muchas veces sin otro sexo que el estrictamente necesario para la reproducción y la continuación de la herencia y fortuna familiar, resolviendo la necesidad del disfrute sexual con la fornicación consentida o forzada de las indígenas al margen del matrimonio. Meter en esto la palabra amor, como hacia la Iglesia de entonces, resulta de una hipocresía ridícula.  Eso quisieron imponerle a mis abuelos, a ello debieron de enfrentarse y todo y a todos lo hicieron, y puedo asegurar que fueron felices más allá de renunciamientos, demoras y distancia.
Los sacerdotes, confesores y consejeros, cuando alguna joven se oponía a su matrimonio de conveniencia pactado entre sus progenitores, apadrinaban este, condenando como lujuria la inclinación amorosa de la joven y tranquilizándola con la idea de que el amor vendría después. Hay multitud de películas y novelas que tienen este conflicto como argumento.
Hasta prácticamente el siglo XIX en la vida del pueblo llano no tenía cabida el concepto del amor como ahora lo entendemos, es decir, como amor romántico. Eso eran cosas de nobles a los que les cantaban sus poetas, como un adorno o refinamiento más de las formas sociales y de las costumbres aristocráticas. Los campesinos pobres que formaban, la mayoría aplastante de la población, bastante tenían con supervivir y alimentar a su prole. Lo mismo sucedía con la intimidad, otro concepto, relacionado con el amor, del que no disfrutaban ni los reyes. Ambos conceptos son modernos, creados sobre el triunfo social de la burguesía, como el mercantilismo, el arte doméstico, la casa con habitaciones separadas y especializadas (comer, cocinar, estar, dormir o eufemísticamente “hacer el amor”) el baño y la higiene del cuerpo, los muebles domésticos también especializados para distintas funciones (las sillas, la mesa, la cama etc.) la lectura como disfrute al margen de la religión etc.… en fin como el Romanticismo. Todas ellas formas culturales basadas en poder disponer de tiempo libre. La conquista de la intimidad, del espacio y del tiempo para uno mismo, fue el gran éxito de la burguesía, pero ese tiempo se basaba en el robo del tiempo de los demás, de los otros que, sometidos a la explotación del trabajo por cuenta ajena, permitía las actividades culturales y lúdicas de los propietarios burgueses. El tiempo libre se fundamentaba en el poder y ambos en el dinero. En las relaciones amorosas no triunfaba el más apuesto o el más galante, sino el más rico, el que tenía dinero para tener tiempo. El dinero embellece a los hombres porque, con el dinero todo se compra: los bienes, el tiempo, la libertad, la belleza, la ilustración, las formas de educación y el amor.
Entonces la primera pregunta recurrente sería: ¿Por qué nos enamoramos? Como casi todo lo que hacemos en la vida, también en el amor, lo hacemos para no estar solos. Buscamos en él, la medicina contra la soledad, creyendo que el amor lo puede todo. Pero no es así. La soledad es un sentimiento mucho más fuerte y profundo que el amor, porque el origen del amor está en el sexo, como reproducción de la especie, y el sexo, antes o después acaba por cansar. Por eso pocas parejas consiguen con los años mantener un cierto enamoramiento que trascienda mas allá de un cariño sincero.
Pasado un tiempo, el enamoramiento comienza a languidecer y lo que al final queda, si es que la separación y el olvido no lo han borrado del todo, es el cariño y quizás la amistad cultivados en el jardín de los recuerdos. Los intereses crematísticos son en ocasiones los que sustentan socialmente a la pareja, si no el despecho y el odio que son como otra forma de amor en negativo. Así que, la soledad siempre acaba volviendo para enfrentarnos al hecho determinista de que, nacemos solos, vivimos solos y morimos solos, y que el recurso al amor y a la amistad solo fueron sino una ilusión momentánea que, nos permitió sortear por momentos, el peso de nuestra innata soledad.
Erich Fromm decía que paradójicamente, ser capaz de estar solos es la condición fundamental para ser capaz de amar. Pero ello solo está a la altura de los grandes hombres, de los héroes y de los santos, de aquellos que, superando las condiciones y determinaciones de la herencia, (semidioses los llamaban en la antigüedad clásica) dejaron casi de ser humanos. Obviamente no es mi caso.
Y sabiendo todo esto, la segunda pregunta sería: ¿Por qué una y otra vez volvemos a intentarlo? Ese impulso primitivo es la herencia milenaria del camino perdido en el tiempo que nos hizo hombres y que nos marcó con la llama de la pasión práctica, la del erotismo que acababa en el sexo reproductor y que la cultura y los poetas la sublimaron, convirtiéndola en pasión poética, en artificio, en espejismo y en la sociedad actual en entretenimiento y en espectáculo, cuando no en negocio y comercio. Y no me refiero solo al amor mercenario, sino a las distintas manifestaciones del amor en pareja, consagradas incluso socialmente por la propia iglesia. Y es que en una sociedad de clases donde se ejerce el dominio a través de las diferentes formas de poder, todo amor es más o menos mercenario, basado de una u otra manera en una transacción impuesta por el que domina, con el beneplácito de la estructura social. A eso lo llaman matrimonio tanto en occidente como en oriente, en EEUU como en Pakistán.
En nuestra sociedad burguesa, se dice que el amor es cosa de la juventud, cuando todavía no pesan los recuerdos ni la memoria y la capacidad de soñar no ha sido todavía apagada por la vida. Pero el amor es un trance de la ensoñación que va unido a la capacidad de soñar y ese no es un privilegio de ninguna edad. El soñador enamorado sueña el amor convirtiéndolo en un sueño romántico.
Sin embargo, con los años, en esta sociedad de derrotados, la ensoñación retrocede aplastada por los recuerdos. Así, cuando un viejo sueña se dice que es un viejo loco al que se le ha ido la cabeza. Los amores de los viejos se juzgan socialmente como ridículos, pero… ¿qué amor no es un amor ridículo? Algunos viejos también soñamos y cuando nos miramos al espejo no reconocemos el rostro que aparece reflejado. Seguimos pensando y sintiendo como adolescentes románticos. Perseguimos con la mirada el cuerpo grácil de una bella joven y nos quedamos colgados con un sueño de ella. Nos tachan de mirones, de pervertidos, de fisgones, de viejos verdes, pero solo somos soñadores. Cuando un viejo enamorado rehace de nuevo su vida con una chica mucho más joven, los hijos del anterior matrimonio se oponen, tachándolo de disparate de un viejo gagá o de un loco. Porque el viejo lo que tiene que hacer es sacar a los nietos a pasear al parque.
Para la sociedad la pasión amorosa acaba con la vejez. Es como si la jubilación en el trabajo supusiera también el fin de la posibilidad del enamoramiento. Pero muchos viejos seguimos, en nuestra soledad, soñando. No lo podemos evitar. Soñar forma parte de nuestra naturaleza de humanos. Porque nacemos de un sueño de amor de nuestros padres, vivimos el ensueño de la vida y morimos soñando.
En todas las mujeres con las que, de una u otra manera, he convivido a lo largo de mi vida, he ido buscando a la mujer ideal de mis sueños. Creo que esto es común a todos los hombres y mujeres. Un ideal que nunca supe concretar, ni a mí mismo, que perseguí tanteando una y otra vez por el túnel de las pasiones, y que obviamente nunca encontraría. Ahora sé que aquel afán era una quimera, pero, sin embargo, en todas aquellas mujeres encontré algún rasgo, de ella. Ese algo fue lo que me hizo cada vez enamorarme y lo que, desde la distancia, hoy me hace pensar en que, la suma de todos aquellos rasgos o destellos en una sola mujer, habría sido, de alguna manera, el amor de mi vida. Guillermo y Pedro, demostraron que el amor puede nacer en cualquier espacio donde abundan sentimientos profundos y libres, en el final de un camino inimaginable, de una forma que jamás esperarías, en sueños que crecen de la nada, de una rosa cuando comienza abrir sus pétalos.
Solo necesitas de una mirada cautivadora para caer en las redes de una telaraña deseada que se apodera de cada pensamiento en tu interior conquistando el alma. El amor puede silenciar tus miedos o hacerte gritar tus verdades. El amor puede respirar sin temores y  transformarse en cenizas marcando el sentido de un rumbo en las brisas del viento. El amor puede romper tu mañana hermoso o cicatrizar las heridas de un ayer tormentoso. El amor propaga su propia luz en las penumbras inciertas de la oscuridad, puede convertir una desilusión en un beso delicado y pasional. El amor traspasa los límites de la cordura, absorbe el sentido común de la razón, no atendiendo a razas, género o religión. El amor hace que ardan en llamas las puertas blindadas del corazón, derrumbándolas, robándose el tesoro que guarda en sus arcas. El amor te ahoga en las lágrimas producidas por el dolor inevitable que provoca los recuerdos nostálgicos en el tiempo.
Amor, se dijeron alguna vez luego de vencerlo todo…  Toma mi mano y abraza el misterio de mi soledad para siempre, desata tus virtudes en las intimidades de mi ser, elévame hasta sentirme como un ángel en el cielo, donde te encontraré en las paredes imaginarias que aíslan mi destino.
Trato de no escribir una letra más pero el impulso y la fluidez sobre cosas que ocurren en esta vida y en especial sobre sentimientos ocultos en las profundas y turbias aguas del océano de cada corazón de las personas es algo inevitable para mí.
El corazón es muy difícil entenderlo, solo llegamos a conocerlo en el final de nuestras vidas en el ocaso y triste momento que es la muerte, porque es ahí donde recorremos todos los pasajes buenos y malos vividos en este mundo y nos preguntamos si dimos todo el amor necesario y a la persona precisa que nos llenó hasta la saciedad de cariño y respeto con sus tratos, con su delicadeza y por sobre todas las cosas con su buena voluntad y mucha sinceridad.
Todos somos muñecos y maniquíes del diablo, nunca seremos perfectos, pero nunca tendremos miedo de enfrentar cualquier problema por muy grave que sea y salir adelante como salen los valientes, los que tienen derecho a vivir en este mundo corrupto pero a la vez hermoso y lleno de vida.
Intenta amar y buscar la forma y el misterio que nos amen, ese misterio que uno nunca sabe expresarlo, ni transmitirlo en cualquier momento, sino en el momento preciso que existe amor, en el momento que sientes el latir de tu corazón como campanas de navidad, como campanas que te anuncian la llegada de un nuevo día para luchar, para continuar luchando por lo que quieras junto a las personas que desees y nunca arrepentirte por abrir tu corazón al mundo que siempre estará ahí esperando más de cada uno de nosotros.
No teman por la muerte que es segura, témanle al miedo que es un sentimiento aterrador e indeciso en la persona que lo siente, amor es amor y miedo es miedo,  eso está bien claro, como está bien claro que amar es querer y querer es poder, el destino es impredecible hoy estoy aquí escribiendo para ustedes lo que me nace de mi entrañable y modesta alma, pero mañana pudiera estar en el cielo evocando como un ángel que sean bendecidos todos los hombres de bien que habitan en la tierra. Mi vida eres tú, y tú soy yo, y yo ¿quién soy?
Es un misterio que abunda y recorre cada rincón, cada momento, soy el aire que respiras, soy el agua que corre por las cauces de un río, soy los pasos firmes por las calles, soy el alba que baña las rosas cuando amanece, soy algo que siempre estará ahí y que nunca verás porque sentirás el temor de perderme si me ves o me tocas porque siempre seré el ángel guardián de ese sentimiento sagrado que responde al nombre de Amor.
Siéntanse poseídos intensamente por el amor.
Y ellos lo lograron, ellos trascendieron la muerte, su amor resistió a todo, se dieron el gusto.
Sintieron ese amor capaz de esperar siglos para poder realizarse, y de dar la vida por el otro para reencontrarse en la eternidad, pero ellos lo conocieron, ellos fueron…  amor absoluto, verdadero, puro, irrefrenable, inevitable.


__
La noche del telegrama del padre Donatti, Pedro no dudó en escribirle una esquela a Matías pidiéndole ayuda. María Pancha se escurrió de la casa sin levantar sospechas y caminó a paso rápido hacia el café de Marcos, donde sabía que hallaría a Olazábal. Tomó unos alfeñiques del bolsillo del mandil, se los dio al niño que cuidaba a los caballos y le pidió que entrara en el café y buscara a Matías. A poco, este estuvo en la calle, con el gesto desencajado.

__ ¿Le pasó algo a Laura o a Pedro?
__Nada a ellos, pero sí al hermano Agustín. Aquí Pedro se lo explica __y le entregó el sobre.

Matías leyó la nota y se quedó pensando. Acordó con María Pancha encontrarse a medianoche en el portón de la casa de los Montes, por donde antiguamente entraban los coches. Regresó al café, pero como no pudo concentrarse en las anécdotas de sus compañeros, pagó la cuenta y se marchó. Anduvo sin rumbo sobre el lomo de su zaino por las calles del barrio de la Merced, y la espera de que trascurrieran las dos horas que faltaban para la cita. A metros de la ochava donde se hallaba la parte trasera de lo de Montes, vislumbró las figuras de una mujer envuelta con su rebozo y de un hombre.
Al ver a Olazábal, Pedro avanzó unos pasos, se quitó la capucha y sonrió.

__
Río Cuarto.

__ ¿Estarás bien acá?
__Sí padre, no se preocupe, solo necesito estar seguro, lejos del fuerte Sarmiento y ver a mi hermano.
__Hijo, tuve que avisar a la familia __dijo el padre Donatti a Guillermo.

__Lo sé, no se preocupe, es lógico, seré discreto, no se preocupe.

Cuando el padre se marchó, Guillermo desarmó sus pertenencias en el cobertizo del convento de San Francisco, una especie de establo donde se hospedaría y que lo albergaba cada vez que visitaba a Agustín, y no pudo, dejar de observar el rostro encantador que parecía sonreírle desde la foto. Agustín le había  dado una foto de sus hermanos y casi los conocía sin haberlos visto jamás.

“Pedro, qué bello que sos, huinca. La pasión ya no escucha las melodías del viento, cuando danza entre las rosas del mágico jardín, que crecen en una tierra desértica en la cual no hay lugar para vivir pero la magia de un pétalo de aquella rosa olvidada, es quien da vida a este mágico renacimiento.
 Vos, huinca elegante, de cabellera tan radiante, tu boca con labios temblorosos del deseo apasionado de sentir el roce de mis labios, como los frutos que caen del árbol, porque el hambre se acerca en los días de cosecha, así son las melodías en las llamas del amor, te susurro al oído mis sentimientos así…  a vos.
Deja que se deslice el viento entre las rosas mágicas, que el jardín retoñe en la primavera con su resplandor, el amor crece ciego sin contar el tiempo, sin imaginar las semillas de los momentos vividos y de los frutos del amor, sos quien da luz a mi vida, mi huinca prohibido.
Tengo miedo que me importe tu presencia, que mis días se rijan al albedrío de tu estancia en mis ojos, que sentirte cerca defina mi día, entre uno bueno y uno fenomenal. Tengo miedo que tu cuerpo me haga adicto a su olor, que mi nariz estalle en cada respirar y se mantenga suspirando porque ya no estás, en ese intento inútil de traerte a mi hogar.
Tengo miedo que la cicatriz  en tu piel sea el lugar favorito de recreo de mis dedos, que busquen sin mi permiso ir a retozar en ella y dejen de ser míos y se vuelvan tuyos. Tengo miedo que mi boca quiera estar siempre en la tuya, que se olvide de mi cuerpo y se sienta tan a gusto en tu cuerpo, que se le olvide que de ella me alimento y solo te quiera a vos de alimento. Tengo miedo que mis pies se olviden de otros caminos y quieran solo caminar el tuyo, llevarme a recorrer solo tus pasos y no poder dirigirme a otro lado.
Tengo miedo y no lo niego, no quiero dejar de ser yo, no quiero que dejes de ser vos, quiero que aunque construyamos un nosotros, no dejemos de ser los seres que ya somos.
En fin, sí, lo acepto, tengo miedo...  y no puedo contarle a Agustín pero sé que en pocos días veré al fin este rostro divino, sos el huinca más hermoso  que se puede imaginar, mi enemigo y mi amor.
Siempre creí, que la vida estaba compuesta de lo que en cada momento era capaz de sentir, de todo aquello que era capaz ver, de lo que era capaz de alcanzar, de lo que era capaz de vivir. Que las cosas que podía mirar en el pasado eran solo eso, recuerdos del pasado. Pensaba, que el futuro era algo incierto, algo desconocido; el cual solo podía conseguir si tenía el tiempo de soñar, si era capaz de fantasear; si trabajaba fuertemente por construirlo, de que solo así podía atraparlo... De repente, todos mis sentimientos se volcaron en mí y me sentí vacío; y sin ninguna razón aparente me vi a mí mismo inclinado delante de una caja rústica, una caja conocida, buscando en el interior de ese baúl de antigüedades donde encontré los objetos del pasado; fue entonces, cuando rebuscando en ella, mis recuerdos te encontraron en aquel lugar; sentí una inmensa sensación de paz porque era tan afortunado de tocarte, porque mi sentir era capaz de tenerte. Volteé, al sentir una mirada sobre mí, y me sentí desnudo al descubrir que era yo quien se observaba a sí mismo rebuscando en aquel cofre. Luego, una parte de mí se dijo que no importa el pasado si está escrito que te amo, que no importa el presente si toda la humanidad sabe que es verdad, pero al sentir la incertidumbre de nuestro futuro me pregunté si es necesario soñar que estaremos juntos por siempre, si es tan importante imaginar que el futuro vendrá y encontrará nuestros corazones unidos cual gemelos siameses imposibles de separar; tuve temor, al sentir que no tan solo yo era capaz de permitir que lo nuestro deje de existir… Entonces, fue en aquel momento cuando inesperadamente tocaste mi hombro, y sin vos saber lo que estaba pensando en aquel momento miraste a mis ojos llorosos, y con la inmensa ternura que me has dado desde aquel primer día que te conocí, me dijiste:
«El amor nació desde las profundidades de nuestras almas, ese es nuestro pasado; se enraizó en nuestros pechos haciendo de él una sola emoción, ese es nuestro presente, irá junto a ti y a mí sin importar lo que pueda ocurrir, sin importar lo que pueda pasar, pues el futuro es el camino que debemos tú y yo recorrer, y ese, ese camino lo hacemos nosotros».
Cuando el amor sale, no hay forma que lo pueda explicar, no tienen sentidos las palabras que tratan de ensamblar frases que intenten explicar eso que somos, de manera espontánea, de intento de forma prolija, coherente y racional.
Cuando intento decir quién o qué sos, una sonrisa despierta en mi rostro, aniquilando mi programación, esa que trata de enlazar las palabras de racionalidad e intelecto que las hagan entendibles para que aquellos que no saben qué somos, logren comprender, como es que vos y yo congeniamos en este mundo de dispares, de opuestos que encajan, que afirman, que aman.
Me ilusiono, cuánto me provoca imaginarte, pero me detengo en el momento exacto cuando te preguntan, cómo estás y esos ojitos dulces se cierran ante la expresión de tu rostro, y allí cierran todas las conjeturas en una sucesión a modo de interrogatorio. ¿Quién es? ¿Cómo es? ¿De dónde salió?  ¿Cuánto lo conoces?  ¿Cuál es su edad o si ya sabes su color favorito?, y no hay respuesta que no empiece con el brillar  de tus labios, envueltas en frases o palabras de Amor.
Cuando el amor sale no tiene formas, se rompen las estructuras, se pierde el sentido de la cordura y te encuentras en el laberinto de no saber por qué motivos o cuáles son las causas de toda tu forma de actuar, de expresar, de hacer eso que ahora sí haces, que en otro estado jamás lo harías.


Bs. As.
__Gracias por venir _dijo Pedro a modo de saludo, y le tomó las manos __. Sabía que podría contar contigo.

__Creo que lo que estás por hacer es una locura y no voy a ayudarte esta vez, Pedro.
Pedro lo soltó. ¿Es que no se daba cuenta de la urgencia del problema? ¿Tan difícil resultaba entender que su hermano estaba gravemente enfermo y que ellos querían cuidarlo y acompañarlo? ¿Por qué, siendo sanos y fuertes, no disponían de su vida y de su destino? Otros cuestionamientos se le atragantaron, pero no perdería el tiempo en discusiones. Ellos y María Pancha dejarían Buenos Aires muy temprano a la mañana siguiente y, aunque no tenía la menor idea de cómo lo haría sin la ayuda de Matías, expresó con aire ofendido.
__Está bien, no te preocupes, si tú no nos ayudas, ya encontraré el modo de llegar a Río Cuarto por mi cuenta y de proteger a las mujeres.

Dio media vuelta, dispuesto a regresar a su casa, Matías lo sujetó por el brazo y, cuando Pedro volteó para verlo, supo que la batalla estaba ganada.
__Los voy a ayudar __claudicó Matías__. Pero, ¿has meditado acerca de la catástrofe que se les vendrá encima? ¿Qué dirán Lahitte y Camila? Los dos están comprometidos. Se pondrán como fieras, y con razón, o romperán el compromiso o los seguirán.

__No nos importa, nuestro hermano es lo primero. No los defiendas a ellos, tú no eres amigo de ellos, ni siquiera te caen bien por razones que sabemos. Lahitte está de viaje con su padre, y Camila está en la hacienda, no podemos esperar a que regresen. En el interín, mi hermano Agustín… En fin, no puedo esperar __resolvió, y bajó el rostro para ocultar que le brillaban los ojos__. Lo único que te pido es que me prestes un poco de dinero, lo suficiente para pagar el pasaje en la diligencia y mantenernos en Río Cuarto. Si tuviera tiempo, vendería mis caballos y Laura sus esmeraldas, pero no lo tenemos y por eso debo recurrir a ti, si mi hermano se muere y no alcanzáramos a verlo, no lo superaríamos nunca, está solo, somos todo lo que le queda, mi padre lo odia y su madre no está.

_Pedro __murmuró Matías, y le apretó los hombros__, no te justifiques. Hiciste muy bien en recurrir a mí, ya les dije que los voy a ayudar. Lo único que quiero es que sopeses las consecuencias de lo que van a hacer, no quiero que luego se arrepientan, y sea imposible volver atrás.

¿Te imaginas lo que dirán Alfredo y Camila? __insistió, al entrever con mayor claridad la baladronada de los hermanos__.  Puede que viajen o que deseen romper el compromiso y sabes que los dos necesitan casarse. ¿Y tu madre? No quiero ni pensarlo.

___Escúchame bien, Matías: iremos a Río Cuarto a como dé lugar, y nada ni nadie nos impedirá estar con nuestro hermano en este momento.

No quedó resquicio para una nueva queja o intento de disuasión. Como siempre, Pedro zanjó la cuestión yendo al grano y hablando sin rodeos. Ahora debían programar en pocas horas un viaje de varios días. Matías se llevó la mano a la frente y meditó las mejores alternativas.

__Aunque el ferrocarril Andino llega hasta Río Cuarto, me parece conveniente que vayamos en mi coche __manifestó finalmente.

__ ¿Vendrás con nosotros? __se alegró Pedro.

__Por supuesto __respondió Matías__. Jamás te dejaría solo, y menos a cargo de dos mujeres en semejante aventura. Mañana a las seis estaré esperándolos en la esquina de Cangallo y Reconquista.


__!Ah, no! __soltó María Pancha __. No iré a ninguna parte sin oír la misa del buen viaje. Yo lo hice una vez hace muchos años y me fue muy mal, no cometeré dos veces el mismo error _se empecinó, y por más que intentaron persuadirla de la conveniencia de salir apenas hubiese amanecido, se mantuvo firme en esa postura.

Decidieron partir a las siete, luego de la misa, la cual según órdenes de María Pancha, debían oír todos. Nadie durmió esa noche. Laura y Pedro guardaron libros, ropa y demás bártulos dentro de un baúl pequeño, mientras la negra hizo otro tanto en una sábana que ató con dos nudos, también preparó una espuerta repleta de mejunjes, brebajes y tónicos que, pensó, serían los apropiados para sanar a su niño Agustín.
__


Matías llegó a su casa alrededor de las dos de la madrugada y de inmediato despertó a su sirviente, que le preparó la maleta mientras él escribía las directivas para su asistente, a cargo del bufete y otros negocios. Por fortuna, durante los meses estivales todo se mantenía tranquilo. Lacró el sobre y lo entregó a su criado, con la orden de llevarlo personalmente al día siguiente.
Más tarde, decidió tomar un baño, con el agua hasta el cuello, distendió los músculos, cerró los ojos, y pensó de nuevo en los hermanos. Compartirían días, semanas, ellos dependerían de él, como esposa del marido. No podía casarse con Pedro, pero sí con Laura, la protegería, pagaría los gastos y los de sus hermanos, la acompañaría  en los duros momentos que se avecinaban, y también a Pedro, se haría cargo de cada detalle, nada les faltaría. Los sentimientos encontrados emergieron de nuevo entre su amor por uno o el otro. Después de todo, se dijo, podría amarlos a los dos, era la oportunidad que el destino le ofrecía para conquistarlos y hacerles entender que nadie los amaba más en este mundo, porque en los años de estar lejos había entendido que los amaba a los dos.
Resultaba claro  que en medio del arrebato, no avizoraban la tormenta que afrontarían de regreso en Buenos Aires. Su familia jamás les perdonaría la afrenta, menos aún el pedante y orgulloso Alfredo Lahitte ni la arrogante Camila Moravia. Los Montes, aferrados como estaban a los preceptos religiosos y tradiciones sociales, llegarían hasta el extremo de echarlos del hogar. En medio de ese terremoto, en el cual los pedazos de la vida de los hermanos caerían con estrépito, él, Matías Olazábal, volvería a aparecer como el ángel guardián y el salvador.

__
Llevaba meses observando (por las tardes de sábado en la esquina); cinco minutos bastaban para subir el ánimo, cinco minutos, cinco miradas y un par de sonrisas, eso y nada más.
Hasta que un día, salió de su boca un "hola", casi como sollozando y ella correspondió.
¿Habría sido aquello el principio de un algo?
Cuando él salía era para robarle una mirada, una de esas sonrisas que transformaban lo que había dentro; ella en cambio pensaba: ¿Qué pasará ahora por su cabeza? ¿Le gusto? ¿Le hablo?
¿Se atreverá a decirme más?
Cada sábado por la tarde siguen viéndose de lejos, sonriendo y sollozando un "hola"; que hoy por hoy,  no quiere decir más al menos con Laura, pero ¿quién dirá cuando todos la dejen de lado?
__
Si bien el viaje no presentó contratiempos ni sobresaltos resultó lento y pesado. El calor del verano convirtió las horas del día en interminables. De nada servía descorrer los visillos, el aire de la pampa parecía el bostezo de un horno.
El sol fustigaba el camino y la galera sin misericordia, y debían parar muy seguido para que los caballos descansaran y abrevaran de lagunas y charcos barrosos. En los postas no hallaban las comodidades para restablecerse de las penosas jornadas. El traqueteo del coche los sacudía como maraca, y les dolían los riñones y los huesos de la pelvis.
Para matar el tiempo y en un intento por levantar los ánimos, Matías leía en voz alta El Quijote o alternaba con anécdotas de sus años en Europa. En pocas ocasiones logró que los hermanos rieran o se interesaran, la mayor parte del tiempo guardaban silencio. María Pancha, en cambio, se inquietaba ante el menor sonido extraño y cada tanto apartaba los visillos y sacaba medio cuerpo por la ventanilla.
Pedro se adormiló y una sombra apareció en algún resquicio de la mente o del alma, de pronto adquirió forma humana, con un halo de luz, y esa luz era amor, puro, y verdadero. Pensó que era su hermano, mas pronto entendió que se trataba de algo nuevo, hermoso, de una alarma, un presentir, un algo desconocido y bello que nunca sintió por nadie.
“Desde lo profundo sobrevives amor a los tiempos que huelen a olvido, a las sombras invernales y a todo aquello que te aleja de lo bello. Porque a lo bello voy amor  siguiendo huellas en tu sendero de fuego allí en donde arden mis pasiones y en donde entrego mis latidos. Porque a ti me entrego amor en la llama de mi cuerpo y el fluir de mi alma que son infierno y calma, en canciones que solo hablan de amarte.
Porque al amarte… amor descubro todas las verdades de que hay un paraíso en la caricia
de que hay un universo en el abrazo. Y así te abrazo amor con esa esencia que mueve las montañas y soy en las miradas pertenencia de ese sentir más allá de las distancias.
Palabra de mil matices que timonea la vida para que seamos felices. Brújula de sentimientos que explota en emociones para llenar nuestras vidas de sensaciones. Palabra bendecida porque cura heridas con la magia del buen control de lo oscuro de cada ser. Luz del alma
que nos trae calma cuando florece y se instala en el corazón perfumando nuestro mundo interior. Él es mi religión, ley de Dios, luz de Jesús que palpita en el corazón porque nos agiganta las manos para dar y recibir fomentando la bondad y borrando la maldad.
Servir será nuestra misión para amar nuestro mundo y el de los demás.
Hoy mis besos están alterados, han formado una gran rebelión  y se han excitado, están cavilando un nuevo plan  para lanzarse a tu boca, y yo trato de hacerles entrar en razón de que este no es el momento. Ven tu boca como una fruta madura y planean devorarla por completo, deseando sumergirse  en las mieles de tus besos. Creen que allí mismo encontrarán  los motivos de sobra  para acampar entre tus comisuras  y tu lengua sabrosa y caliente, morbosos e imparables ya no me obedecen. "Se están comportando desafiantes"  y me dicen que no piensan detenerse  hasta lograrlo”.

__ ¿Estás bien hermanito? __ interrogó Laura al verlo agitarse.

__Sí __ dijo Pedro intentando espabilarse __solo soñaba, creo que me dormí.

__ ¿Y si nos atacan los indios? __preguntó la criada  al doctor.

__ ¿Los indios? __se sorprendió Laura, a quien la idea no se le había cruzado por la cabeza.

__Tranquila, María Pancha __ animó Matías__. Mi cochero y el postillón van bien armados. Yo mismo traigo un revólver en este maletín. Además estamos en tiempos de paz. Se firmó un acuerdo no hace tanto con esos salvajes. Los tenemos bien a raya.
__A esos hijos del demonio nunca se los tiene a raya _declaró sombríamente la criada.

__A pesar del acuerdo de paz, ¿crees que serían capaces de atacarnos? _se inquietó Pedro __. No quisiera una demora en este momento.

__La demora sería lo de menos en caso de que nos atacaran __ señaló la negra __.Tendríamos suerte si saliésemos con vida.

__Si viajáramos hacia el sur de Buenos Aires yo mismo me sentiría intranquilo __ aceptó Matías __. Los indios al mando de Calfucurá son traicioneros y no respetan acuerdo alguno. Pero atravesamos la zona de los ranqueles del cacique Mariano Rosas…

__!Ese salvaje es el peor de todos! __ prorrumpió María Pacha, con inusitada vehemencia.

__ ¿Qué sabe usted del cacique Mariano Rosas? __se extrañó Matías.

__Demasiado para mi gusto _respondió la mujer, y no volvió a hablar.

__Si nos atacan _retomó Laura__, les diremos que somos hermanos del padre Agustín Escalante. Mi hermano y el padre Donatti acompañaron al coronel Mansilla al país de los ranqueles en el 70 e hicieron muchos amigos entre esas gentes. Agustín nos escribe en sus cartas que son buenos, buenas personas, que solo necesitan evangelización y educación. Incluso ha logrado que muchos de ellos vivan en la civilización, como cristianos normales. Algunos trabajan en el Fuerte Sarmiento.

Matías no quiso contradecir a Laura, pues conocía la devoción ciega que le profesaba al hermano mayor, pero él no creía en la redención de esas bestias ranquelas. Acordaba plenamente con un tal coronel Julio Roca, comandante en jefe de las fronteras sur, a quien solo conocía por los artículos que escribía para algunos periódicos de la Capital. Roca sostenía que la única manera de terminar el problema del malón era arrojar a los indios de los campos que ocupaban y no dejar uno a la espalda.
Un alumno de la facultad de derecho, Estanislao Zeballos, de los pocos que dominaban en profundidad el tema de los aborígenes del sur, le había dicho semanas atrás que se debía quitar a los pampas el caballo  y la lanza, y obligarlos a cultivar la tierra con el rémington al pecho.

“He ahí el único medio de resolver con éxito el problema social que entraña la sumisión de esos bandidos”, había concluido Zeballos.

Por suerte, caviló, Matías, comienza a avizorarse cierto consenso en la clase dirigente en torno al tema del indio, es cuestión de tiempo, concluyó, y volvió a mirar a Pedro, que se había ovillado sobre el regazo de su hermana y esta sobre María Pancha.
Esa noche llegarían a La Carlota, una villa más civilizada que las postas miserables de días anteriores, con pulpería confortable, y verían Río Cuarto al atardecer del día siguiente, el sitio donde… la vida de todos, cambiaría para siempre.

CONTINUARÁ.
HECHOS Y PERSONAJES SON ALGUNOS FICTICIOS (VER REFERENCIAS HISTÓRICAS EN CAPÍTULO UNO)
CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES CULPA DE ESTA.
LENGUAJE ADULTO. ESCENAS EXPLÍCITAS.
FICCIÓN SIN FINES DE LUCRO.


24 comentarios:

  1. Ginimar Precioso y bellísima imagen ❤️ Un placer leerte

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  2. Gladys Siempre me maravillas tus hermosas letras llenas de un profundo sentimiento querida amiga. Feliz inicio de semana, bendiciones.

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  3. Veronica Lorena Piccinino Que linda Eve. Me da lastima Matías enamorado de los dos hermanos siendo Pedro su mayor anhelo. Pero saber el final me dio tristeza ya que el nieto de Pedro y Guillermo creo es el relator de esta historia. Gracias

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    1. Y sí Veronica Lorena Piccinino, es de la época de Rosas, no están hoy pero el amor resiste a la muerte.

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  4. Nava Me encanto , así sucede muchas veces . Pero hay que luchar por salir adelante con todo el valor y entusiasmo . Felicidades

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  5. Ay Eve, con respecto a los derechos de los pueblos originarios y a no subestimarlos creo que hoy estamos retrocediendo dos siglos...En cuanto al resto, me matan las pretenciones de Matías: quiere que Pedro sea su amante y que la hermana de Pedro se case con él...siempre tan desubicado Matías Olazábal...

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    1. ALI TRANQUILA, NO TOCARÉ LA ÉPOCA DEMASIADO NI LUCHAS CONTRA LOS PUEBLOS SOLO EL MARCO, Y MATÍAS JUEGA UN ROL PERO YA SABES CÓMO TERMINA SIEMORE, TRANQUILA, SERÁ BELLÍSIMA MISMO NO SOY YO, SON LO MÁS DEL 2018. BESOTE, A MEDIAS SALÍ EL DÍA Y COMO PUDE DEJO EQUIVOCADO.,

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  6. Sol Urvino Cuantos temas para profundizar, EVE, la soledad innata, el enamoramiento que es fugaz, nadie puede zafar de esta realidad. UN BESO.

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