martes, 22 de mayo de 2018

“EL PODER DEL AMOR”. CAPÍTULO TERCERO.


“EL PODER DEL AMOR”. 

CAPÍTULO TERCERO.

Yo aprendía contigo lenguajes paralelos: el de esa geometría de tu cuerpo que me llenaba la boca y las manos de teoremas temblorosos, el de tu hablar diferente, tu lengua insular que tantas veces me confundía.
Tu más profunda Piel, Julio Cortázar.
“…una bahía donde los barcos llegan y se van, llegan con pájaros y augurios, y se van con sirenas y nubarrones, una bahía linda y generosa, donde los barcos llegan y se van, pero vos, por favor, no te vayas”.
Mucho más grave -Mario Benedetti.
“Te espero cuando miremos al cielo de noche: tú allá, yo aquí, añorando aquellos días en los que un beso marcó la despedida, quizá por el resto de nuestras vidas. Es triste hablar así. Cuando el día se me hace de noche, y la luna oculta ese sol tan radiante. Me siento solo.”
ESPERO - Mario Benedetti.
Poemas escogidos. 

Por suerte, caviló, Matías, comienza a avizorarse cierto consenso en la clase dirigente en torno al tema del indio, es cuestión de tiempo, concluyó, y volvió a mirar a Pedro, que se había ovillado sobre el regazo de su hermana y esta sobre María Pancha.
Esa noche llegarían a La Carlota, una villa más civilizada que las postas miserables de días anteriores, con pulpería confortable, y verían Río Cuarto al atardecer del día siguiente, el sitio donde… la vida de todos, cambiaría para siempre.

CONTINUARÁ.
HECHOS Y PERSONAJES SON ALGUNOS FICTICIOS (VER REFERENCIAS HISTÓRICAS EN CAPÍTULO UNO)
CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES CULPA DE ESTA.
LENGUAJE ADULTO. ESCENAS EXPLÍCITAS.
FICCIÓN SIN FINES DE LUCRO.

Matías se arrobó frente al semblante diáfano y sereno de Laura Gabriela Escalante, que después de tantos días del mal dormir, había caído en un sueño profundo. Se dio cuenta que era la primera vez que la veía dormir. La intimidad del momento lo colmó de dicha y habría estirado el brazo y rozado el cabello rojizo de ella si no hubiera tropezado con la mirada penetrante de María Pancha, que velaba el sueño de la joven, y a su lado con los ojos de miel de Pedro, mas sufrió nuevamente la incomodidad y el absurdo miedo que le inspiraba la criada. Le ponía de malas que María Pancha le leyera la mente como un libro y que descubriera los secretos que a nadie había permitido conocer, mas frente a ella, se sentía desnudo. Era una mujer extraña. Sabía leer y escribir y no hablaba con los modismos típicos de los de su raza. Se decía que era una excelente curandera y otros le adjudicaban los talentos de una bruja muy eficaz. Resultaba antipática, y en ella no existía un ápice de sumisión de los negros, lanzaba vistazos que destilaban resentimiento sin hacer caso de la condición social de la persona con quien estaba hablando, era arrogante y parecía despreciar a casi todo el mundo, excepto a los tres hermanos, por quienes, Matías estaba seguro que habría dado la vida.

__ Nunca le caí bien, ¿verdad? __se escuchó decir, sorprendido de que los labios le traicionaran los pensamientos.

__Nunca.
__Usted es una impertinente __reprochó Matías, aunque inexplicablemente, no se había enojado.

__Si le llama impertinencia a la verdad, allá usted doctor Olazábal.
__ ¿Y qué he hecho para que me deteste? __se interesó Matías a sabiendas de que no debía rebajarse con una criada.

_Terminará por forzar a mi niño a ser su amante y a Laurita para que se case con usted, buscará mil maneras de aprovecharse de la situación hasta conseguirlo. Este viaje, por ejemplo. __ Se quedó en silencio mientras mesaba el cabello rubio rojizo de Laura Gabriela __.Ella lo mira a usted como a un padre. Si se casan, la hará infeliz, y usted es como Pedro, por eso tampoco amó a su esposa. Déjelos en paz, doctor, aunque tengan el destino marcado, no los hará felices a ninguno de los dos.

Esa noche llegaron a La Carlota, una villa más civilizada que las postas misérrimas de días anteriores, con pulpería donde se servían platos bien preparados y camas medianamente confortables donde pasar las escasas horas antes de retomar el viaje con la salida del sol. Vieron los primeros caseríos de Río Cuarto al atardecer del día siguiente. El corazón de los hermanos se desbocó en el pecho cuando Matías anunció que se encontraban a una hora del centro mismo de la villa. Ya querían llegar, ya estar con su hermano para asistirlo en la enfermedad. De igual modo, temían enfrentarlo, porque aunque ni ellos ni la criada lo mencionaran, sabían que el carbunco era una enfermedad infecciosa grave que consumía rápidamente a sus víctimas.
__Es muy tarde _comentó Matías, y rompió el silencio__.  Creo que será mejor que nos ubiquemos en alguna posada y visitemos el convento mañana por la mañana.

__De ninguna manera _se precipitó Pedro__. Veré a mi hermano ahora mismo y no estaré tranquilo si no me quedo a su lado.

__Los sacerdotes no te permitirán entrar _tentó Matías.

__El padre Donatti sí.

Matías dejaría a Laura y a María Pancha en el convento con Pedro y ocuparía su tiempo en hallar un sitio donde hospedarse. En Buenos Aires la hotelería era escasa y mala, Matías se figuraba entonces con lo que se toparía en una villa como Río Cuarto, en el confín de la frontera.

__
__ ¿Seguro que estarás a salvo acá Guor? _dijo el sacerdote.

__Sí padre, tranquilo sé cuidarme, y estaré cerca de mi hermano,  no me arriesgaré y podré usar mi nombre huinca excepto que…, estaré bien, tranquilo.
¿Agustín duerme?
__Sí, estaba agotado por la fiebre, será mejor que lo veas cuando despierte, le cuesta mucho conciliar el sueño. __ He tenido que avisar a la familia, Guillermo, a los hermanos, al padre supongo.

__Entiendo, es lo lógico, tienen derecho a verlo, aunque sospecho que Escalante ni siquiera aparecerá, lo expulsó de la familia cuando se ordenó, lo ha despojado siempre de todo.
__Lo sé, hijo, sé que se ha equivocado demasiado aunque tal vez, en esta ocasión recapacite.
__Lo dudo, padre.
__ ¿Y Fabián?
__Hermoso, enorme, se quedó con el abuelo.
__ ¿Y no te has enamorado  para darle una mamá?
__Ya tuvo mamá, y se nos fue, padre, no soy como el resto, solo tuve una esposa.
A veces hay que perder para poder ganar, mirar hacia adelante, olvidar lo que hay detrás, dejar de pensar en el ayer que se quedó atrás apartar todas las piedras que no  dejan andar.
__A veces hay que dejar de seguir para estar bien, no todo es un cuerpo bonito, ni el roce de una piel, no son las caricias, ni los besos de sabor a miel, es saber que a quién tú elijas lo desea también. A veces hay que ser ciego en un mundo de tuertos y así puedes ver lo que cada persona lleva dentro no lo que los ojos cuentan en su primer encuentro porque hablarán de más cuando están abiertos. Me parece bien que en eso seas un huinca.
A veces por más que se cuente no se dirá nada, quienes más hablan son las miradas y callan porque por mucho que susurren solo batallan y así es imposible que la puerta quede entornada. A veces hay que ver marchar aunque te inquiete, soltar los lazos que te atan antes que dañen para qué continuar insistiendo, no se engañan,  si tanto ansía volar, ahí tienes tus alas, vete.
A veces no podemos controlar lo que te ataña y por más que se diga no se escuchan palabras,  serán solo las cicatrices de heridas que abras,  no malgastes el tiempo con quien te engaña. Eres sabio hijo, siempre fuiste diferente a todos, y me alegro.

__
María Pancha sacudió la campana del portón del convento de los franciscanos. Abrió un sacerdote cubierto por la típica túnica marrón con capucha, que se quedó atónito ante las visitas, una mujer negra y dos jóvenes blancos, que lo miraban con expectación.

__ ¿Qué hacen a estas horas fuera de casa? __prorrumpió el hombre, con marcado acento español.

__Disculpe, padre __empezó Gaby, y se aproximó__, mi nombre es Laura Gabriela Escalante. Soy la hermana menor del padre Agustín Escalante, y Pedro es mi otro hermano. Acabamos de llegar de Buenos Aires. Hemos venido a verlo _agregó temerosa de escuchar la peor noticia.

__No pueden entrar, ninguna mujer puede entrar _aclaró, de mal modo __. Y además no son horas para molestar un lugar sagrado. Vuelvan en la mañana, quizá el joven pueda pasar, y ustedes a misa de seis para hablar con el padre Donatti.

Pedro repitió los nombres y la relación que los unía a Agustín, y el sacerdote insistió en que se hallaba prohibido el ingreso de mujeres al convento y también de Pedro por la hora.
__Insisto en que regresen a la mañana.
El franciscano amagó con cerrar el portón y Pedro, de un empellón, casi lo sienta en medio de la salita de recepción. El hombre prorrumpió en gritos y amenazó a los hermanos con castigos infernales. La bullanga atrajo al padre Donatti y a fray  Carmelo, su asistente, que quedaron de una pieza ante la visión de los jóvenes enzarzados en una invectiva y de fray Santiago a punto de sacudirles una trompada a cada uno.
__Pedro, Laura, ¿son ustedes? __preguntó Marcos Donatti.

__!Sí, padre! __exclamaron los hermanos a coro, y se postraron frente a él besándole los cordones de la túnica__. ! Déjenos ver e nuestro hermano, se lo suplicamos!

Con un movimiento de la mano, Donatti obligó a salir a su asistente y a fray Santiago, que abandonó la sala despotricando.
El silencio de apoderó del pequeño recinto. Laura continuaba de rodillas asida a la túnica del sacerdote, triste, desesperada, cansada, Pedro a su lado miraba suplicando. Donatti los tomó por los hombros y los ayudó a ponerse de pie. Le despejó a su niña el rostro y le secó las lágrimas, y los hermanos recordaron cuánto habían querido a ese hombre durante la infancia en Córdoba.
Según el general José Vicente Escalante, el padre Marcos era el único cura que valía la pena. Los chicos se habían criado en Córdoba acostumbrados a la presencia del sacerdote, que además de amigo personal de su padre, era el confesor de Magdalena. Aunque masón y declarado anticlerical, José Vicente Escalante, respetaba a Donatti por su sagacidad y nobleza de corazón, y solía repetir a viva voz entre sus amigos que Marcos __así lo llamaba Escalante__ podía jactarse de ser el único religioso que seguía a pie de puntillas las enseñanzas de Cristo. Pobre y sin apego alguno a las cuestiones materiales, Donatti consagraba su vida a ayudar a los afligidos, con un respeto y cariño tal por el género humano, cualquiera fuese su condición, que lo convertía en un hombre apreciado en la ciudad. Sin embargo, los planes de Marcos Donatti se hallaban lejos de la Docta, en la frontera misma del país donde el salvajismo y la civilización, dos términos en boga, se confundían a veces. Su mayor anhelo: la evangelización de los indios del sur, y continuaba defendiendo ese ideal cuando en la sociedad se instalaba poco a poco la creencia de que doblegar a los indios jamás sería posible, ya se había demostrado que los pampas eran irreductibles. Lejos de las intenciones de Donatti estaba doblegar a los indios, consciente de que esa era una empresa carente de sentido, más bien le resultaba una fanfarronada de los cristianos querer aniquilar las costumbres, la lengua y ritos de un pueblo para imponer las propias.

Agustín se apegó al sacerdote desde pequeño. Le gustaba ese hombre menudo, delgado y extrañamente ataviado, con ojos vivaces claros y sonrisa constante, que le relataba historias increíbles de un tal Giovanni Bernardone, a quien la gente llamaba, Francesco y que había nacido en Asís, un pueblo en el centro de Italia. También le regalaba dulces, estampitas y esculapios. Le palmeaba la cabeza y le decía: “eres muy buen niño y muy inteligente también”, cuando Agustín le recitaba de memoria versos de Garcilaso, el poeta preferido del sacerdote. Lo visitaba a  menudo en el convento y el padre lo convidaba con bolas de fraile y chocolate. Lo que más fascinaba al muchacho es que el padre había sido amigo de su madre, Blanca Montes, esa mujer misteriosa de la cual nadie hablaba, muerta poco tiempo después de su nacimiento, y por la cual Agustín sentía una devoción que, en parte, María Pancha y el mismo Marcos habían alimentado.
Tiempo más tarde, cuando intempestivamente Agustín dejó la casa paterna para tomar los hábitos, el general Escalante culpó al cura de haber influenciado en el ánimo de su hijo, lo trató de traidor y le prohibió regresar a su casa. Después de aquel día, nada volvió a la normalidad. No solo la ausencia de Agustín alteró el ritmo de la familia sino también la del padre Marcos. Ninguno de los Escalante había reparado en la rutina doméstica hasta la primera cena del miércoles sin él. La costumbre venía de la época de la primera esposa del general, y solo en contadas y extremas ocasiones se había cancelado. Con el tiempo, el general, muy a su pesar, también echó de menos las tardes de polémicas con el franciscano a puertas cerradas en su despacho, y Magdalena no volvió a encontrar un confesor de su talla.
Pedro siempre había creído, que en el día de la fuga de Agustín, cosas terribles habían sucedido, hechos que sacudieron los cimientos mismos de sus vidas, que les asestaron un golpe mortal. No sabía qué, no lograba imaginarlo. Lo cierto era que desde ese momento la familia comenzó a agonizar como el sol en un atardecer de verano hasta apagarse por completo en el horizonte.
Para Marcos Donatti, Laura y Pedro siempre serían Laurita y Pedrito, a pesar de que ahora eran una mujer y un hombre, sin vestigios de los niños traviesos y resueltos que él había visto crecer. Los abrazó y flojos entre sus brazos, los hermanos lloraron sin contención. María Pancha se animó a cruzar el dintel y entró en la recepción.

__ ¿Qué haces aquí? __ preguntó el sacerdote__. ¿Cuándo llegaron? ¿Dónde está  Magdalena?

__ ¿Cómo nos pregunta eso, padre? __ interrogó Pedro__. Apenas llegó el telegrama, María Pancha y nosotros decidimos viajar para asistir a Agustín, para estar con él hasta que se cure.

__Al enviar el telegrama no era mi intención convocarlos aquí. Solo quería que estuvieran al tanto de la situación. ¿A dónde está Magdalena?
Laura lanzó un vistazo temeroso a Pedro y ambos a María Pancha, que se aproximó al sacerdote, y luego de saludarlo, le explicó que la señora Magdalena gozaba de buena salud y que se hallaba en Buenos Aires, en casa de los señores Montes. Tras una reflexión, Marcos atinó a preguntar con miedo.

__ ¿Quiere decir chicos que  ustedes y María Pancha han viajado solos hasta aquí? Vuestra madre debe de haber perdido la cordura para permitirles cosa semejante.
__Nuestra madre no nos dio permiso, padre. María Pancha y nosotros nos escapamos.
 Le dejamos una carta explicándole toda la situación __se apresuró a agregar Pedro ante la evidente consternación del sacerdote__. Además, nos acompañó el doctor Olazábal. Usted debe de acordarse de él.

El sacerdote no necesitó demasiado tiempo para reconocer que esa situación tan irregular se consideraría inadmisible e imperdonable. A punto de reprenderlos, cedió al impulso. Ellos eran como eran y nada podría contra esa naturaleza de los hermanos, extraña pero al tiempo adorable.
¿Acaso no la habían mostrado desde pequeños? ¿Reformaría él los impulsos descabellados, y sus alocadas ocurrencias? Además, reformarlos, ¿para qué, con qué finalidad?
Ese arriesgado viaje, que les costaría más de lo que ellos imaginaban, demostraba el amor puro e ilimitado por su medio hermano. ¿Correspondía un castigo ante semejante prueba de afecto? Donatti se pasó la mano por la frente y lanzó un suspiro.

__Veo que no han cambiado un ápice __concluyó, y les palmeó las mejillas__.  ¿Avisaron a vuestro padre?

__No, no todavía __ afirmó, Pedro. Usted dijo en el telegrama que mi hermano está muy grave, yo sé que el carbunco es mortal en algunos casos __aseguró Pedro, a media voz.

__No voy a mentirte, muchacho, a ninguno. Agustín está muy  mal. Tiene la peor forma de la enfermedad, la que ataca a las vías respiratorias. El doctor Javier no nos dio esperanzas.

La desilusión mortificó a los hermanos, Laura se abrazó a Pedro, y la furia y la impotencia les asolaron el ánimo. Donatti les habló largo y tendido. No se trataba tanto de lo que decía sino de cómo lo decía, con esa voz suave y serena que les aletargaba, como si les acariciase las mejillas, el cuello. La angustia se volvió suspiros, y un momento después sintieron en el cuerpo el cansancio de tantas horas de mal dormir, de tantos días de ansias y sinsabores.

__ ¿Entonces el general no sabe nada? __ insistió el sacerdote.

__No. En el apuro del viaje, olvidamos avisarle _reconoció, Pedro.

__Además del padecimiento propio de la enfermedad __retomó el cura__; vuestro hermano sufre inmensamente a causa de la disputa que lo separó de vuestro padre años atrás. Pide continuamente por él, quiere morir en paz,  pedirle perdón al general. En cuanto el médico me comunicó lo de la enfermedad de tu hermano, envié el telegrama para que le avisaras, Pedro, porque temo que tu padre, al recibir mi carta, no la lea. Y no creo estar equivocado porque no he recibido respuesta ni aviso alguno. Me temo  que tu padre ni siquiera se tomó molestia de abrir el sobre. Al ver mi nombre, se deshizo de él sin más.

__Mi padre puede llegar a ser cruel con su tozudez __admitió Pedro, y un despunte de rencor endureció el gesto.

__No juzgues a tu padre, Pedro. La vida ni ha sido fácil para él.

Le había escuchado decir eso al padre Marcos muchas veces, y más que un pedido de indulgencia, ellos lo tomaban como una justificación de los arranques del general, a la terquedad de sus posturas, a lo arbitrario de su carácter. Con el tiempo y la distancia, había terminado por interpretar que la furia del padre, sus posturas intransigentes y su carácter de perros velaban una permanente tristeza y melancolía. Laura y Pedro querían al padre, pero jamás le perdonarían que no acudiese al llamado de su hermano. Ya no existiría pretexto que justificara esa actitud de egoísmo recalcitrante.

Se abrió la poterna que daba al interior del convento, y apareció Agustín, envuelto en varias mantas, asistido por fray Carmelo. María Pancha que hasta el momento se había mantenido apartada y silenciosa, soltó la canasta con los frascos de pócimas y mejunjes y corrió al lado del muchacho que prácticamente cayó desfallecido entre sus brazos. Con la ayuda de fray Carmelo lo acomodaron en la única banqueta de la sala y lo arroparon con las mantas, porque, a pesar de que la noche era bochornosa, él tiritaba a causa de la fiebre.
__No pude disuadirlo __se disculpó el fraile, ante el reproche de Donatti___. Al saber que los hermanos estaban acá, no hubo forma de detenerlo.

 Pedro y Laura se arrojaron a los pies del hermano y le apoyaron el rostro en el regazo, esperando en el fondo que fuese Agustín quien los consolase, como cuando eran niños. Necesitaban escucharlo decir que todo iba a estar bien, que pronto se repondría, que nada malo le pasaría. Agustín, aunque mareado y débil, sonreía y les acariciaba la cabeza emocionado. María Pancha lo sostenía entre sus brazos y le besaba el rostro pálido y consumido.

__Eres un tonto _repetía la criada__. ¿Por qué te has levantado? No ves que necesitas reposo. El esfuerzo puede hacerte daño.

__Ya no me digas más __ rogó, Agustín__. Hoy estoy feliz. __Repentinamente se irguió un poco y preguntó a Pedro__. ¿Le avisaste a nuestro padre?

__No, todavía no __titubeó él.

__!Debes avisarle, hermano, por favor! __se alteró Agustín, y lo tomó por la muñeca con fuerza inusitada __.Escríbele, pronto, que venga por amor de Dios, que venga. María Pancha, tú también escríbele, él a ti te hace caso. Díganle que tenemos que hablar de mi madre, necesito hablar de ella, por favor, que venga, que me perdone __y se calló de pronto, agotado por el arranque__. Tengo cosas muy importantes que arreglar antes de…

___!Cállate! _exclamó, Pedro.

Agustín sufrió un acceso de tos y Laura enseguida le aproximó su pañuelo a la boca. Al retirarlo, una mancha sanguinolenta contrastaba con la blancura del lino. Lo obligaron a regresar a la celda. Fray Carmelo, un hombre alto y fornido, lo ayudó a ponerse de pie y lo guió hacia el interior del convento.
Laura contemplaba la mancha de sangre en su pañuelo entre incrédula y asustada. Aquello le pareció el signo más evidente de que su hermano pronto los dejaría, y las esperanzas que había anidado se desbarataron en un santiamén. Les mostró el pañuelo a los demás.

__Agustín está muy grave, Laurita, deben resignarse y prepararse para lo que vendrá.
__!No me resigno! Mi hermano no va a morir.  María Pancha y nosotros estamos aquí para cuidarlo.
__No hay mucho que ustedes puedan hacer. El doctor Javier está muy pendiente de él. Y nosotros lo asistimos en lo demás.
__Nadie lo cuidará mejor que María Pancha y nosotros _se empecinó, esta vez, Pedro.

A corazón abierto a la vida, padre, a Dios en su presencia le digo: Te entrego mi corazón y con él va parte  de mi vida, un corazón noble y sin dobleces y sin mentiras que envilecen el alma.
Más allá de las cicatrices que la vida me ha dejado en el corazón, es lo único que  pesar de ellas se mantiene intacto y fiel  a sus principios y sus convicciones.
Nada ni nadie podrá hacerle cambiar su  sentir ni el rumbo trazado por el destino  de una vida libre y sin restricciones de  amar la vida cada día como si fuese  el último. Dando gracias a Jesús Cristo por estar en cada momento alimentando mi fe y  mi esperanza en cada tropiezo y a pesar de ellos seguir adelante, con la frente alta a recomenzar de nuevo.
Eligiendo a conciencia y desde el libre albedrío aceptarme y quererme con mis falencias y mis aciertos siendo yo mismo, desde mi humildad honesta, sincera con mi verdad, para transitar mi destino siguiendo los designios y aceptando los  de Dios sin desmayar, pero no si me quita a mi hermano, si nos lleva a Agustín, no sé si pueda sentir lo mismo.
Se regocijó mi alma poblando amaneceres, descascarando recuerdos. He besado muchas veces a la muerte en la boca, bajo la luna desnuda y contrariada. Me arrinconé en mis dudas, en los libros y en las infinitas palabras y verbos, desertando de mí mismo. Se me apagaron los besos en la lánguida hebra que tejía mi inspiración. Hoy duermo la tristeza en palabras sin sonrisa.
Más allá de lo que amo está la insatisfecha pasión, esa que se desliza en el tiempo, en las edades infinitas. Converso con el hombre que está dentro de mí y se confunde mi vida en caminos ignorados, bajo la piel en el mezquino frío del pasado.
¿Qué pasó con la fragilidad de la ternura?
La vida sigue siendo cada vez más errática y mis vagabundos pensamientos siguen sin sentir el abrazo del amor, tan solo tengo el de Laurita, padre.

 Nos han enseñado a esconder las manifestaciones emocionales. De alguna manera, se asocian con debilidad. Se supone que si los otros saben qué sentimos podrán manipularnos fácilmente. Se ve con cierto dejo de inferioridad a los que son expresivos y no tienen reparos en explicitarles a los otros lo que sienten por ellos. Esa sospecha ha logrado que no evolucionemos emocionalmente, que, a diferencia de otras dimensiones del ser humano, nos hayamos quedado medio analfabetos en el manejo de nuestras emociones.
¿Cuántas relaciones de pareja se enfrían y se fracturan porque no hay una buena comunicación emocional?
¿Cuántos hijos con vacíos emocionales muy grandes porque sus padres nunca expresaron todo el amor que sentían por ellos?
¿Cuántos amigos tienen miedo de expresar que se necesitan y que quieren apoyarse los unos a los otros por miedo a parecer débiles?
¿Cuántos procesos educativos no han logrado los objetivos esperados por cercenar las emociones y creer que solo hay aprendizaje en el frío razonamiento?
Hoy creo que es necesario poner atención a nuestras emociones y esforzarse por expresar lo que sentimos por los demás, haciéndolo de la mejor manera. ¿Cómo comunicar lo que sentimos si no tenemos conciencia de ello?
Esa es la primera tarea: tomar conciencia de nuestros sentimientos y aceptarlos sin excusas, sin miedos; no somos malos por sentir lo que sentimos. No me siento malo por lo que soy, menos por estar acá contra las normas de una sociedad y familia que está llena de secretos, padre.

“Me encuentro en el lugar perfecto, en el lugar de siempre, y en ese momento que lo envuelve todo siento que me acerco a algo nuevo e inevitable, porque ya se acerca la hora de tus pasos hacia mí, porque tú, amor mío estás en cada noche y en el camino de cada amanecer, donde crece el cielo y se transforma ante tu presencia, y fíjate qué incongruencia vida mía, que nada puedo hacer, perteneces a otro mundo que no es el mío, pero sin remedio mis pensamientos vuelan hacia ti, están contigo, imaginando tu amor, imaginando que caminaremos algún día cogidos de la mano, imagino también, tus brazos abrazándome, sintiendo tu calor que me envuelve como día de verano, y no sé quién eres pero acá te siento cerca.

Mientras, yo acaricio al silencio, al tiempo que tú sin saberlo, me robas un suspiro, es ahí cuando te pienso con la ternura del deseo, donde a su sombra crece más mi amor por ti en silencio, mientras mis estrellas de la noche, esas que me acompañan, dejan de brillar cuando dejo  de cruzar esa línea que me acerca a ti, a tus ojos, y a la dulzura de tus labios para en ellos morir de amor.
Te amo, no es nada nuevo, eternamente te amo.
Sueños. Dicen que el destino es un sueño por cumplir.
_
 ¿Qué harías diferente si tuvieras otra oportunidad?
Todos hemos soñado alguna vez con tener una segunda oportunidad para lograr algo en esta vida ¿verdad?,  esto es lo que le ocurre al protagonista de destino pendiente, descubrirá todo a lo que estaba destinado tras un encuentro con un desconocido en un parque, pero ya es demasiado tarde para él o quizá no, un suceso paranormal le permitirá tener una segunda oportunidad para alcanzar su destino, pero deberá estar muy atento a las señales porque el destino a veces enreda las cosas.
Destino pendiente trata de segundas oportunidades, de creer en el amor, pero sobre todo creer en el amor propio porque si no te quieres tú mismo, sino crees en ti no le puedes dar a los demás lo mejor de ti. Pero a pesar de que el hilo conductor de la novela es la historia romántica entre los dos protagonistas, la novela tiene muchas metáforas, matices y tramas que te hacen reflexionar sobre las relaciones humanas, sobre la vida, sobre la confianza en uno mismo, sobre lograr lo que teníamos planeado y no darnos por vencidos.
No permitas que tus pasos y tus horas de esfuerzo, sean tiempo perdido, aprovéchalas para ser la suma y la consolidación de tus logros. Pon todas tus fuerzas y tus sentidos, cuando en tu firmeza tienes el objetivo plasmado. Controla tus miedos, asume tu tiempo como esa oportunidad que tienes en el hoy, para seguir siendo un guerrero o un valiente, que ha decidido destrozarlos y con ellos buscar, la gloria de la batalla haber ganado. Puedes hacer lo que quieres lograr, solo es que lo fijes en tus pasos y lo ames con todo tu corazón.

Mi amor por ti espera, por eso no he aceptado proposiciones de nadie más. Porque yo sé que estoy reservado solamente para ti. Porque para mí jugar con los sentimientos de los demás, no es una opción. Porque para mí perder el tiempo en cosas vanas y superficiales no me satisface ni provoca alegría. Por eso mi corazón aguarda por tu llegada. Te espero como la flor que aguarda a la primavera y espera que pase el invierno. O como el desierto que en medio de tanta sequía clama por agua. Así como el sol que todos los días vuelve a salir es renovada la esperanza de que llegues a mí. Quiero que seas tú el primero y único en mi vida. No quiero naufragar en brazos equivocados, no deseo entregar lo mejor de mí a quien no entienda lo que tengo para darle. Me mantengo firme en la decisión de aguardar por tu amor. Tú y yo sabremos cuando llegue ese momento y esa hora perfecta.
Y es aquí donde está ese mi destino, donde mientras espero y mi hermano se sana escribiré esa novela.
__

Alguien tocó la campana y Donatti , sin aguardar a fray Santiago, se apresuró a abrir el portón, en cierto modo para rehuir a los ojos exigentes de los jóvenes.
Se trataba del doctor Alonso Javier, que hacía su última visita del día a Agustín. Medio sorprendido al toparse con los hermanos el médico se quitó el sombrero e inclinó la cabeza, dio la mano a Pedro cuando Donatti los presentó y él se mostró encantado de conocer a los hermanos del padre, a quien, aseguró, tenía en la más alta estima y consideración.

__En realidad, le debo al padre Agustín, la vida de mi hijo, Mario Javier, es una larga historia, la de mi esposa Genoveva y la mía propia. Mi agradecimiento a vuestro hermano me lleva a profesarle una fe ciega, al igual que mi esposa, que se refiere al padre Escalante como el santo del poncho, en alusión a la típica vestimenta del joven franciscano.

Un año atrás, retornando de un viaje de San Luis, la familia Javier había sufrido la embestida de un malón que terminaba sus correrías por el sur de la provincia. Un desmayo salvó a la señora Genoveva de las aciagas circunstancias del ataque. Al despertar, sin embargo, coligió la magnitud y ferocidad de lo ocurrido, el cochero y los dos postillones se hallaban muertos y el equipaje había desaparecido, junto con su esposo e hijo. En medio de aquel desierto, supo que pronto hallaría la muerte, y la recibió como un consuelo frente al dolor por la pérdida de los seres que más amaba.
Con una laya que los indios no habían robado, cavó tres fosas donde acomodó los cuerpos sin vida del cochero y los postillones y las cubrió de piedras para impedir que los perros salvajes y otras alimañas las desenterraran. Exhausta luego de semejante faena, se echó al lado de las tumbas a morir.
La despertó un sacudón y una voz que la llamaba. Ella deseaba seguir durmiendo y farfullando palabras incomprensibles, se negaba a reaccionar. La voz se tornó imperiosa y un chorro de agua sobre la cara terminó por despabilarla. Alguien la acomodó sobre su regazo y le dio de beber lentamente hasta que el ardor de la garganta remitió.

__Doña Genoveva __ habló la voz, con dulzura esta vez___. Soy yo, Agustín Escalante.

__Déjeme morir, padre __suplicó la mujer__. Los indios me lo han quitado todo. Ya no tengo nada para qué vivir.

__El doctor Javier aún vive –anunció Agustín___. Los indios lo abandonaron al costado de la rastrillada. Seguramente le creyeron muerto. Lo hallé a poco de aquí. Tiene una herida no muy profunda en la cabeza, no es de cuidado. Está conmigo, recostado sobre el lomo de mi caballo.

__ ¿Y mi hijo? __se desesperó la mujer, y lo asió por el poncho___. ¿Qué hicieron con mi hijo esos salvajes?

El gesto del sacerdote expresó más que las palabras, y doña Genoveva supo que no existían esperanzas de volver a ver a Mario, su único hijo.
Una vez en Río Cuarto, el padre Escalante los entregó al cuidado de sus familiares, y no volvieron a saber de él en semanas. Los esposos Javier se repusieron de las heridas y malestares, aunque sus ánimos se quebraron irremediablemente.
Doña Genoveva se dejó vencer por el desconsuelo, que la obligaba a permanecer en cama gran parte del día, sin espíritu,  sin apetito, abúlica, desanimada.
El doctor Javier, por su parte, se encerraba en la biblioteca y pasaba allí las horas, aferrado a una botella de licor, no visitaba a sus pacientes y ya nadie llamaba a la puerta para consultarlo.
Una tarde, casi dos meses después del ataque de los indios, Antonio Blasco, un muchacho que solía ayudar a doña Genoveva en el huerto y que trabajaba en el establo, irrumpió en la casa de los Javier como una tromba. El doctor Javier se puso de pie con dificultad y abandonó la biblioteca.

Doña Genoveva se echó encima el salto de cama y acudió al comedor.

__!El padrecito Agustín rescató a Mario! __anunció el muchacho__. Ya lo trae, yo lo he visto.

Esa tarde, cuando Genoveva y el doctor Javier apretaron contra sus pechos el cuerpo de su hijo adolescente, volvieron a vivir. El doctor Javier no supo qué decir al padre Escalante, menos su esposa, no hallaron palabras ni los gestos para expresar el sentimiento inefable que los embargaba, y se arrojaron a sus pies para besárselos.

__No es a mí a quien deben este reencuentro __aseveró el padre Agustín__. Sino al cacique Nahueltruz Guor, que intercedió ante su padre…  el gran cacique ranquel Mariano Rosas para que liberara a Mario y le permitiera regresar conmigo a Río Cuarto.

Ante la mención de Nahueltruz Guor, Mario ratificó que había sido como un padre para él durante los días de cautiverio. Lo había tratado con respeto y cariño, y le había enseñado cosas tan valiosas que él jamás olvidaría.

__Hijito, ¿estuviste Tierra Adentro con ellos?
__Sí, pero el padrecito es querido allí, ¿verdad Agustín?
__ Es buena gente, sí conozco al cacique Rojas y a su hijo, he ido varias veces con el padre Donatti,  luego de la primera vez solo,  a bautizar y evangelizar.

Cualquier circunstancia hacía al muchacho recordar a su protector ranquel, hablaba con tanta devoción del tal Nahueltruz Guor que su madre terminó por preparar una canasta repleta de frascos de mermelada de duraznos y damascos, tortas de grasa y algunas prendas de vestir, y se las envió al cacique como muestra de agradecimiento. Carmen, una ranquel que vivía entre el Fuerte Sarmiento y Tierra Adentro, se encargó del envío.

__ ¿Quiere decir que su familia como mi hermano también mantienen contacto con los ranqueles? _interrogó Pedro sintiendo un raro cosquilleo en la piel.

__Sí, no tan estrecho como él, solo con Nahueltruz, a veces con el Cacique Mariano, te asombraría saber quién es.

María Pancha de pronto bajó la mirada pero Pedro se perdió en el torbellino de voces que ocupó su mente sin aviso.

“Amarnos es lo que te pido en el borde, al límite de la duda, sin miedo, sin reparos. Seremos momentos en el espacio…  fugaces,  que se escapan en la melancolía del tiempo. Besos nacidos en nuestros labios inquietos yacen húmedos como lluvia en el pasto.
Se nos cierran las puertas del deseo dejándonos sin techo, alejándonos del misterio de amar. Fuimos el agua que cae como cascada sobre un mar de pasiones ahogando el placer de sentirnos vivos. Como veleros sin rumbo nos encontramos a merced de vientos sin sentido  y olas sin destino. Abrazos de despedidas perdiéndose en lo oculto del olvido, lejanía sin regreso. Caímos como dos luceros en la noche, prisioneros, desterrados del reino celestial, expulsados del cielo entrando al mundo ilógico y cruel. Fuimos la tristeza personificada en angustias propiciada por la impureza de nuestros pensamientos. Seremos la derrota inconclusa de la razón ante la incomprensión de una verdad deseada que se nos ofrece ajena en nuestro destino. Seremos eso, solo sueños en el recuerdo de una soledad que nos cobija, cuidándonos de garras ensangrentadas refugiadas en el engaño”.

__ ¿Pedro? ¿Te sientes bien?
__Sí, Laurita, algo impresionado por todo, supongo, creo haber sentido nombrar a esos caciques, bueno a Mariano sí, seguro, pero también a Nahueltruz.
__Olvídalos mi niño, no debes ni quieras saber nada de ellos, te lo aseguro _afirmó María Pancha, pero mientras el doctor Javier continuaba el relato, Pedro sentía  electricidad atravesándolo al oír el nombre del cacique, y hasta le parecía verlo aun sin conocerlo. Y de alguna manera una voz profunda llegaba a su pecho, y la suya tenía la certeza de que ya no estaba comprometido, el menos no es lo que deseaba.

“El tiempo se detuvo... paró su marcha, no hubo más esperanza, los sueños dejaron de existir, se desvanecieron las ilusiones,  ya no hubo camino que seguir, las promesas ya no germinaron,
las palabras se perdieron entre el hoy, el ayer, entre lo que  hubo una vez y lo que desearon ser, buscas dentro... muy dentro de ti todo aquello que en mí se perdió, ¿acaso no has notado
que la caricia se durmió?, ¿que el beso se volvió escarcha, que puedo respirar aun sintiendo tu olvido? ¿Que ya no necesito tu hombro ni tu pecho para sentir alivio? Lo que en un tiempo había florecido... tu indiferencia lo ha marchitado, es en vano que riegues la tierra que tú mismo has secado, el sol a mí me calienta  pero a ti te quema, apreciaciones de la vida
o consecuencias de tu conciencia, te amo no lo niego, me quisiste de una extraña manera, ahora el tiempo se detuvo, te gobernó la necedad, en ti se murió el querer y nació el retener, mataste todo lo que por ti sentía, ya no queda en mi vida  ni la más mínima condolencia, acepta que persiste…  que tu conformismo de ti me alejó, dame la libertad terrenal que gozo
en pensamiento, palabra y espíritu, y trata de vivir en la agonía que te dio la necedad, la arrogancia y el conformismo de decir "eres mío" El tiempo se detuvo dices que me quieres, por si no lo has notado... hace mucho tiempo que dejé de amarte, Camila”.

¿Qué me pasa que es como si pudiera verlo?
“Me encuentro en el lugar perfecto, en el lugar de siempre, y en ese momento que lo envuelve todo, porque ya se acerca la hora de tus pasos hacia mí, porque tú amor mío estás en cada noche y en el camino de cada amanecer, donde crece el cielo y se transforma ante tu presencia, y fíjate qué incongruencia la vida que nada puedo hacer, perteneces a otro mundo que no es el mío, pero sin remedio mis pensamientos vuelan hacia ti,  están contigo imaginando tu amor, imaginando que caminaremos algún día cogidos de la mano, imagino también tus brazos abrazándome  sintiendo tu calor que me envuelve como día de verano.
Mientras,  vida mía, yo acaricio al silencio, al tiempo que tú sin saberlo, me robas un suspiro, es ahí cuando te pienso con la ternura del deseo, donde a su sombra crece más mi amor por ti en silencio, mientras mis estrellas de la noche, esas que me acompañan, dejan de brillar cuando dejo de cruzar esa línea que me acerca a ti, a tus ojos, y a la dulzura de tus labios para en ellos morir de amor.
Te amo, no es nada nuevo, eternamente te amo”.
__
De todos modos, y más allá de la intermediación del hijo del cacique Mariano Rosas, los Javier sabían que a quien verdaderamente le debían la vida era al padre Escalante
Por eso la noche en que el doctor Javier regresó a su casa y comunicó a Genoveva y a Mario que el padre Agustín había contraído carbunco, una sombra se cernió sobre ellos.
La impotencia embargaba a  los Javier, en especial a doña Genoveva, que terminó por ordenarle a su esposo que solicitara autorización para traer al padre Escalante a su casa, donde ella lo cuidaría. Según doña Genoveva, ni el más fuerte de los hombres se repondría  en una celda estrecha y mal ventilada como la del padrecito, echado sobre una yacija incómoda, comiendo cuando a fray Santiago se le antojaba.
__
Esa noche, el doctor Javier llamó a la puerta del convento franciscano resuelto a llevarse a Agustín.

Bien conocía él las condiciones en las que se hallaba el sacerdote: la celda más bien larga que ancha y tan pequeña como la despensa de su casa, olía mal, el aroma penetrante del vinagre y del fenol con el que se bañaban paredes y pisos para evitar el contagio, el que escocía en la nariz y la garganta, y que la escasa brisa que ingresaba por el ventanuco no lograba disipar.
Marcos Donatti no era de naturaleza arrebatada y, mientras el doctor Javier le solicitaba autorización para tomar a su cargo el cuidado de Agustín, se mantuvo reflexivo.
María Pancha no abrió la boca, le clavó los ojos y le hizo recordar muchas cosas.
Laura se aunó al pedido del médico al tiempo que lo hizo Pedro.
No se vería bien que un sacerdote dejara el monasterio, nadie lo aprobaría, se trataba de una irregularidad de las normas conventuales, cierto que ellos eran pocos y que no atendían apropiadamente al padre Agustín. Fray Santiago, que por ser fraile de misa y olla contaba con más tiempo, hacía las veces de enfermero, sin voluntad y a regañadientes.
Donatti terminó por aceptar que la propuesta del doctor Javier no resultaba descabellada en absoluto y concedió el permiso.

__Mire, doctor __dijo Pedro y le extendió el pañuelo de Laura con la mancha de sangre __.Es de mi hermano __aclaró, y el médico notó que le temblaba la mano y que la voz le vacilaba. Al enfocar su atención en las facciones de los hermanos, Javier se percató de que estaban muy pálidos. Les aconsejó de inmediato que fueran a descansar.

__ ¿De verdad lo van a trasladar Antonio?  __interrogó Guillermo que se mantenía escondido en los establos.

__Lo oí Nahueltruz, el mismo padre Donatti le dijo que sí al doctor y los hermanos lo apoyan.
__Está bien, yo también creo que es lo mejor, el doctor Javier sabrá cuidarlo mejor que nadie.
__Es tu amigo, podrás verlo, siempre que andes con cuidado y no te acerques al fuerte.
__Lo haré y me ayudarás, iré a verlo a diario porque además quiere arreglar unas cosas conmigo.
__La señorita Laura es una princesa, y el señor Pedro es muy guapo.
__ ¿Te piensas enamorar de una huinca tú?
__ La verdad es que la quisiera para mí, sabes como yo que ni tú ni yo somos…
__No lo digas siquiera, no sé tú, pero yo soy un ranquel, ¿entendido?
__Sí, perdón.

__Según averiguaciones de Prudencio, el cochero de Matías, el Hotel de France era el mejor de Río Cuarto, a pesar de su aspecto de vieja casa convertida en pensión de baja estofa. El propietario, se disculpó reiteradas veces pero aseguró que todas las habitaciones se hallaban ocupadas.
Matías no daba crédito y, de mal modo, atizado por el cansancio y el hambre lo inquirió por otro hotel.

__El Hotel de doña Sabina _se apresuró a ofrecer el hombre__; allí conseguirá una habitación. Es un sitio humilde pero limpio y regenteado por una mujer decente.

__
El hotel de doña Sabina más tenía de pulpería y negocio de abarrotes que de hospedaje. Pero Matías no se hallaba en posición de exigir absurdos y tomó las tres habitaciones que la pulpera le ofrecía. También negoció el alquiler de un cuarto en la parte trasera para Prudencio que se encargó a su vez, de ubicar la galera y los caballos en un establo contiguo al hospedaje.
Después de acomodar los baúles, Matías anheló un baño de tina, echarse dentro de agua limpia y dejar pasar las horas hasta que cada músculo, cada hueso y cada tendón hubiesen regresado a su estado original. Sin embargo, debía ir al convento a buscar a Laura y a Pedro.
Mientras se mudaba de ropa, pensó en el escándalo que ya habría en Buenos Aires con motivo de la huida de los hermanos y su criada.
Magdalena habría iniciado una escena histérica de llanto, Soledad y Dolores habrían prorrumpido  en contra de la desfachatez de los hermanos y la abuela Ignacia, en contra de la naturaleza malvada de los Escalante. Solo el abuelo Francisco levantaría la voz para defender a sus nietos dilectos, pero rápidamente sería acallado por una orden de su esposa.
Se preguntó qué opinarían de él los Montes, qué habría dicho Camila y qué Lahitte, qué se comentaría en el atrio a la salida de la misa de una. Aunque nadie desconocía la índole rebelde e impertinente de los hermanos, que habían demostrado poco respeto por las convenciones sociales y menos aún temor al escarnio público, juzgarían que esta bravata había superado cualquier límite. Esta vez no serían aquellas travesuras de la niñez que habían obrado a favor de ellos.

Mientras Matías recordaba una de ellas, a poco de allí ocupaba una mesa, el coronel Hilario Racedo, enemigo personal de Nahueltruz Guor, y Lorena una graciosa mulata le servía su ginebra.

__ Blasco, dile a Lorena si vas, que no me has visto, no quiero ir esta noche, tengo que seguir los pasos de Agustín y los Escalante.
__Le digo, pero es brava la muchacha, no la hagas esperar mucho, para ella eres su novio.
__Nahueltruz no tiene novias, lo sabes, solo tuve una esposa, y murió, no me volveré a enamorar, menos de una mujer.
__ ¿Por qué?

CONTINUARÁ.

PD. LOS NOMBRES DE LOS PERSONAJES DE ESTA HISTORIA DETRÁS TIENEN EL NOMBRE HABITUAL DE LOS QUE CONOCEMOS.

14 comentarios:

  1. Gladis Precioso . Felicidades.Gracias por compartir tan hermosa obra.

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  2. Nancy Me encantó!!! Felicidades amiga!! Q sigan los éxitos!!!😘

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  3. Isabel ... Divina, ansiosa por el encuentro. Gracias mi querida Eve Monica Marzetti
    Buen dia.

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  4. Nieves Gracias amiga por dedicar tu tiempo a dar y verter esa dulzura que te caracteriza que alegra el alma del que escribe. Bendiciones del Dios vivo llenas de dulzura, Amor, sabiduría y discernimiento divino.

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  5. Sol... qué hará este Matías, , ansiosa, interesante, veremos

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  6. Veronica Lorena Piccinino Muy buena y compleja Eve. Es distinta a todos tus escritos... Me pinta triste ... Me da nostalgia leerla. Es como si en el pecho me genera una angustia... es bella pero tristeza la vez. No se como explicarte lo que siento. Gracias

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  7. Interesante y compleja Eve...Imagino que Matías va a convertirse en un problema, y espero con ansiedad el encuentro de todos ellos con Guillermo...

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