martes, 12 de junio de 2018

“EL PODER DEL AMOR”. CAPÍTULO CUARTO.


“EL PODER DEL AMOR”.
 CAPÍTULO CUARTO.

“A veces deseaba a alguien que, como yo, no se ajustara a la perfección con su edad, una persona como esa era difícil de encontrar, pero pronto descubrí a los gatos, en los que podía imaginar una condición como la mía, y los libros, donde la encontraba muy a menudo”.
Julio Cortázar - La vuelta al día en ochenta mundos
"A veces no necesitamos que alguien nos arregle, a veces, solo necesitamos que alguien nos quiera, mientras nos arreglamos nosotros mismos."
Julio Cortázar.

CONTINUARÁ.
HECHOS Y PERSONAJES SON ALGUNOS FICTICIOS (VER REFERENCIAS HISTÓRICAS EN CAPÍTULO UNO)
CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES CULPA DE ESTA.
LENGUAJE ADULTO. ESCENAS EXPLÍCITAS.
FICCIÓN SIN FINES DE LUCRO.


Mientras Matías recordaba una de ellas, a poco de allí ocupaba una mesa, el coronel Hilario Racedo, enemigo personal de Nahueltruz  Guor, y Lorena una graciosa mulata le servía su ginebra.

“…
_Dígame señor, ¿qué fue lo qué descubrió en ese planeta al que llaman Tierra?
_Se dice que dejaron un mensaje en el espacio para que alguien en la galaxia los escuchara, y no son capaces de escucharse ellos mismos.
Buscan acercarse a la divinidad de su Dios, por medio de la figura que ellos eligen, pero cuando esa divinidad se acerca a ellos, no lo saben reconocer.
Se disputan entre sí los bienes naturales que les regala su planeta para explotar sus recursos a tal punto de dejarlos agotados.
Perforan hasta las entrañas del suelo sin sentirse culpables de los daños que pudieran llegar a ocasionar, talan desmedidamente todo aquello que les proporciona lo esencial para seguir viviendo.
Contaminan todo aquello que esté a su alcance y no les importa si para hacerlo tienen que iniciar violentas guerras, se contaminan ellos mismos cuando pierden algo que llaman inocencia; buscan escuchar voces en el pasado y escuchan las del presente, silenciando su futuro.
No comprenden la totalidad del Amor, saben lo que es, aun así siguen debatiendo, entre quién trae la vida al mundo y entre quién hace que la misma se origine. Compiten por una gloria en distintos torneos, esperan cuatro años por uno de ellos con ansias, para mostrar la unión que tienen, mientras en todo lo demás no pueden encontrar la armonía necesaria que los salve de ellos mismos.

_Interesante raza, ¿crees que puedan ser capaces de darse cuenta hacia dónde marcha su existencia?
_Saben los caminos que emprenden y los riesgos que estos representan.
Solo tienen que darse cuenta que son una especie única entre tantas otras, y que de seguir así..., serán la única especie en su planeta.

A veces me sucede, a veces tengo estos sueños, y en otras con los ranqueles, porque yo, un Graziani-  Beggio, apellido que adoptó Fabián, mi papá, al fin  llevo la sangre de Guillermo, del valiente cacique ranquel, y todo lo que pasa por mi mente, lo plasmo  en lo que será mi libro, mi libro sobre… ellos, Guillermo y Pedro.”

__
__ Blasco, dile a Lorena si vas, que no me has visto, no quiero ir esta noche, tengo que seguir los pasos de Agustín y los Escalante.
__Le digo, pero es brava la muchacha, no la hagas esperar mucho, para ella eres su novio.
__Nahueltruz no tiene novia, lo sabes, solo tuve una esposa, y murió, no me volveré a enamorar, menos de una mujer.
__ ¿Por qué?
__Menos preguntas muchacho, que quiero ver a Agustín antes de que llegue el padre. ¿Estás bien con el huinca vos?
__Por lo menos aprendo, claro que ahora que el padrecito está así, bueno, no sé quién me dé clases, pero las cosas en el Fuerte están tranquilas Nahueltruz.
__Me alegro por usted, entonces, pero ya sabe que en Tierra Adentro siempre tendrá un hogar, Blasco, nunca se sabe cuándo las cosas con el huinca se ponen feas.
Voy a la casa del doctor, de noche es más fácil moverme, ya sabes dónde encontrarme, y avísame si pasa algo.
__Vaya que le diré. Cuidado con Racedo, Guor, anda cerca.

“Cuando llegué a la choza de Ana, a los catorce años, llevaba en la bolsa de ropa muy poca cosa. Me abrió la puerta sin preguntar nada y me dejó pasar. Quizá notó en mí, el fracaso prematuro que marqué con las grietas de la frente, al abrir de más los ojos. Desde entonces viví con ella una historia como tantas, mas que me dejó un hijito, Fabián, que es mi gran tesoro.
Estoy acostumbrado a ver pasar el tiempo en silencio, nada perturba mi ánimo, y ni siquiera intento dejar de ser como soy. La costumbre se aferra a uno, y al paso de los años se torna imposible prescindir de la rutina. Siempre lo mismo, él va y el viene a la zona de tolerancia donde ella necesita estar sola, lo digo por mí, porque soy un estorbo que espanta gente y reduce los ingresos a la casa. De madrugada la vuelvo a ver, y la traigo de vuelta a dormir la mona, hasta las dos de la tarde.
Nuestra historia es la historia de muchos y de nadie en particular. En cierto modo es un anhelo de liberación. Ella inició la aventura sin consultar a nadie; sin pertenecer a nadie, después, le seguí los pasos para poder caminar juntos. Nos comprendimos, uno a otro nos cuidamos, y esa es una ventaja que no requiere de frases hechas, de actitudes fingidas o de juramentos inútiles. Simplemente decidimos estar juntos hasta que uno de los dos claudicara, se aburriera, y sin reproches marchara a otro sitio buscando estar solo.
Yo no soy como todos, lo sé desde casi esa edad, y quizá por ello no tengo muchas esposas como mis hermanos ranqueles y mi padre, aunque a todos les parezca raro, ya ni siquiera preguntan.
Cuando  ella tenía la misma edad que yo, anidaba en ella la inquietud de un mundo fácil, algo parecido a una esfera azul y brillante con su interior hueco y vacío. La soledad de la choza le abrumó, solía llorar a solas escondida en el viejo ropero de madera, donde apenas si eran perceptibles los ahogos contenidos, y los sollozos de amargura. Su cabeza era una aglomeración de preguntas, y la ropa vieja que descansaba en el interior del mueble, una respuesta a su miseria.
Nunca se quejó con nadie, se le veía por las chozas serena, sumisa en la tarea de juntar la basura y lavar la ropa. Era un ejemplo de muchacha hacendosa, que liquida en un dos por tres la orden del padre o la madre, que solo aprueban con la cabeza o con un gesto vago, la necesidad de ser obedecidos. Ella nunca se dejó entender, ni yo tampoco, salió de la casa y buscó lo que quería, yo salí, y también busqué lo que deseaba. Ahora nada me importa más, que estar solo, y ella se fue de la vida tan callada como llegó.
En una de tantas noches, sí, una donde la luna avanza sobre el firmamento nocturno con el glamour de la reina blanca que pasea por su reino iluminando a cada paso que da. Una más, sí,  una de tantas noches que se repite esa absurda monotonía, y el momento filosófico empezó mientras giraba en mi cama pensando en el origen de las cosas, lo real, lo irreal, lo bueno o lo malo, en sí ¿qué los diferencia? Y en medio de ideas inconclusas cerré mis ojos para sumergirme en los profundos reinos de ese antiguo dios del sueño, sí, a ese que algunos aún recuerdan con el nombre de Morfeo.
Al pasar por la más pura oscuridad pude ver, una luz al final del camino, pude ver cómo delante de mí se formaba la ilusión de los campos elíseos, ese lugar donde descansan aquellos viejos escritores, poetas, filósofos y artistas que no conocieron al último dios conocido; un lugar rodeado de grandes cataratas llenas de un esplendor mágico, campos verdes iluminados de un radiante sol, creando así una belleza absurda y placentera que nunca existirá en la realidad, aunque, eso no impediría sentir ese golpe de viento perfumado por la esencia de las rosas de que florecen a la distancia, son tan reales, que, aún embriagado por la esencia de ese perfume caí hipnotizado sobre césped, lugar donde encontré un pequeño agujero oscuro en medio de toda esta belleza, así que me sumergí en aquel lugar, más por curiosidad que por otra cosa.
El silencioso sendero se convirtió en oscuridad total y no me dejó más remedio que avanzar en línea recta hasta ver un pequeño punto de luz a la distancia, al llegar encontré un tipo de cueva iluminada por el brillo de miles de ventanas, casi juntas todas las paredes de aquel lugar; esas ventanas mostraban los absurdos sueños de miles de personas que tenían fe en ser algo en sus vidas, muy fácil de suponer ya que todos se veían que triunfan en todo lo que hacen, la monotonía de las escenas era absurdamente aburrida para mí, bueno no solo para mí ya que me percaté que esos extraños seres se arrastraban en la parte oscura de las ventanas y que con el simple acto de tocar la imagen que mostraba la ventana, esto transformaba los dulces sueños en interesantes pesadillas, para gracia mía y la burla de esas cosas que se escondían en los bordes, esas asquerosas criaturas se callaban cuando pasaba cerca como si me observaran con malicia pura y otros que al acercarme a ellas, me blasfemaban incoherencias combinadas de maldiciones absurdas, lo digo porque, no entendía nada de lo que decían aunque todo lo que vociferaban parecían insultos, mi travesía era inacabable ya que aquel túnel era inmensamente extenso, a pesar de eso seguí caminando hasta que entre las ventanas encontré una pequeña puerta negra, al pasar esta el blanco resplandor del lugar fue cambiado por un rojo intenso.
Los seres ya no se escondían en las sombras de los bordes de las ventanas, ahora andaban libremente en forma humanoide transformando cualquier intento de sueño, las pesadillas eran muy peculiares y divertidas, bueno según mi  yo.
Una sonrisa se dibujó en mis labios al ver tanta creatividad en la malicia de aquellas pesadillas.
 — ¿Quién eres? — dijo la extraña voz rechinante de uno de esos seres que caminaba detrás de mí.

Aun perdido en las secuencias de las pesadillas.
 — ¿Qué te importa?— respondí sin tomarle importancia.
— Lo que digas, al final no saldrás de aquí…
Al escuchar esto, seguí caminando tratando de no perder de vista un par de ventanas.
 — ¿Qué dices idiota? —dije mientras observaba, cómo una de esas sombras cogía los sueños de una niña y transformaba en una pesadilla muy violenta, todo para la simple burla de estos.
 — ¿Qué lugar es este?
— ¿Qué te importa?— respondió, para luego empezar a reír a carcajadas.
Al verlo de reojo pude saber cómo era ese ser que trataba de imitar mi postura erguida ―pobre basura… ― susurré mientras seguía avanzando en medio de sádicas pesadillas que  eran para todos, no importaba la edad, ya que podía ver a un recién nacido o algún abuelo,  en este lugar todos eran tratados por igual, ya que ninguno de ellos podía despertar de su estado de coma.
Mientras avanzaba viendo como todos se divertían con las pesadillas, eso me hizo pensar en la división de este lugar, es algo interesante, los sueños comunes donde esos seres raros se esconden en las sombras, los sueños que ocurren en los estados de coma donde estos esperpentos andaban libremente, en el camino pude encontrar una nueva puerta.
 —Yo que tú, no entraría ahí — dijo otra vez, esa voz que se quedó riendo detrás de mí.
Continúe avanzando.
 — ¿Qué quieres decir? — dije mientras volteaba a verlo directamente.
El humanoide creado de algún tipo de barro mocoso.
 — Mira, no es que me agrades, pero si te dejas devorar por nosotros estarás bien — respondió sonriente, mientras muchos de esos seres repulsivos, todos tomaban una forma similar al primero y se le acercaban a él con sonrisas siniestras llenas de malicia.
Sonreí ante la propuesta.
 —Púdrete imbécil — susurré, antes de empezar a correr.
Las risas fueron múltiples aunque la respuesta fue solo una.
— ¡No ves, que ya nos estamos pudriendo…! — gritó uno de ellos mientras empezaba a correr desesperadamente para alcanzarme.
— No corras, no te pasará nada — decía una y otra vez mientras reía.
Al pasar por aquella puerta, el lugar fue invadido por los gritos desesperados de aquellos seres que corrían de forma violenta tratando de atraparme, a pesar que mi avance era imparable por los golpes que repartían y los empujones para poder avanzar por aquel lugar, luego de correr me caí a un gran agujero.
El olor putrefacto inundó inmediatamente mis fosas nasales causando lagrimeo y vómito inmediato, el olor nauseabundo era insoportable y el asco fue mayor al ver muchos cuerpos mutilados alrededor aún moviéndose por espasmos y mis pies estaban sumergidos en un gran charco de sangre. El aire que me golpeaba era frío contaminado por ese aroma a azufre, la putrefacción de los cuerpos mutilados era resbalosa al tratar de avanzar, los débiles gritos de dolor eran evidentes a cada paso que daba mientras los pisaba para avanzar, cada pisada que hacía que algún cuerpo emitiera un alarido de dolor; mientras avanzaba buscando una posible salida de aquel asqueroso lugar, luego de un momento llegué a una gran muralla hecha de cuerpos mutilados aún sangrando, creando así un pequeño río de negro carmesí, todo en este caótico lugar era iluminado por una luna roja, sí, una gran luna roja sonriente, podría jurar que sonreía mientras avanzaba por oscuro firmamento como toda una reina victoriosa luego de una gran masacre.
Luego de muchos intentos logré pasar la gran muralla, ya arriba de esta pude escuchar los ladridos de grandes bestias que corrían detrás de personas que trataban de escapar en todas direcciones; pero los intentos eran inútiles porque los movimientos de aquellas bestias los desmembraban con facilidad, como si fueran simples juguetes, no se daban la molestia de rematar a sus víctimas dejándolos así sufrir mientras se desangraban; a pesar de mi precaución al avanzar, fui descubierto por una de esas criaturas que al verlo de cerca me hizo recordar a un ser mitológico que a duras penas logré esquivar uno de sus ataques, aunque el simple roce hizo que sintiera un dolor inimaginable muy difícil de describir en palabras. Al levantarme, corrí como alma que lleva el diablo, corrí desesperadamente tratando de ignorar el dolor que me consumía cada vez más, regresé al lugar donde inicié el recorrido tratando de buscar refugio entre los cuerpos mutilados de ese lugar, uno de esos seres me había seguido, aunque no pudo ver dónde me oculté, emitió un grito agudo para llamar a más de esas quimeras.
Grandes criaturas de largos ojos negros, pelaje espinoso en todo el cuerpo, sus patas llevaban  garras afiladas y brillantes como los diamantes, sus colas eran dos grandes cobras que miraban hacia todas partes, buscaban desesperadamente mi paradero, pero no lograron encontrarme por la gran cantidad de sangre y cuerpo que llevaba encima, un grito desgarrador se escuchó a la distancia, este estruendoso sonido hizo que esas cosas se retiren hacia esa dirección.
Al ver a la luna roja retirarse por el horizonte, observé cómo junto a esta, estaban las quimeras y otras criaturas mucho más grandes, algunas tenían tres cabezas, esa cantidad parecía un gran ejército que se alejaba. Mientras la luz de un nuevo amanecer llegaba y con esta las personas que estaban descuartizadas empezaron a reincorporarse otra vez, frente a mis ojos, observé asombrado cómo su piel, sus huesos y sus entrañas se juntaban para sanar completamente.
Curados totalmente, estas personas caían de rodillas y empezaban a llorar desconsoladamente al ver el amanecer de un día gris, muchos de ellos completamente curados solo cayeron al suelo sin emitir más sonido que el silencio.
 — ¡Corran, corran y cojan palos y piedras y defiéndanse! — gritó un joven de los armadura oxidada que corrían hacia todos lados tratando de animar a luchar a los que yacían en el piso.
— Huyan, huyan que ya llegan los nefatos ― gritó un viejo que estaba de rodillas en el piso cogiéndose la cabeza.
El miedo me consumió inmediatamente, haciendo acelerar a mi corazón violentamente, y esto fue al ver con mis propios ojos a esos grandes seres que solo conocía en mi imaginación y gracias a viejas historias de horror; los mitad hombres mitad caballos, junto con ellos iban sátiros, basiliscos y otras criaturas comandadas por una gran bestia de seis brazos adornada por joyas de todo tipo y en cada una de sus manos llevaba una espada de oro con gemas.
Los más jóvenes y valientes así como los que llevaban armaduras atacaban a las bestias con ferocidad, pero sus ataques eran inútiles, ya que las criaturas los desmembraban teniendo cuidado de no matarlos de un solo golpe, los gritos desesperados de los viejos y niños inundaban el lugar al ser descuartizados y golpeados con violencia rompiéndoles cada hueso de su cuerpo.
En el clímax de la pelea.
 — ¡Cuidado! — Gritó una mujer que peleaba fervientemente cerca de mí.
Al voltear vi cómo una espada dorada me hacía un corte en el hombro, aunque pude esquivar el golpe mortal,  el corte hizo que derrame mucha sangre.
 ―! Mierda… ¡― dije antes de caer al suelo cerré los ojos y girar varias veces para levantarme mientras cogía mi hombro. Aún perturbado por lo ocurrido, abrí los ojos y miré hacia todos lados, mi sorpresa fue mayor al ver que estaba en mi habitación pero en mi hombro había un profundo corte que aún sangraba.
Luego de ese día mi perspectiva cambió, ahora puedo ver a la reina blanca de la monotonía recorrer el firmamento nocturno y al ver esto recuerdo de su hermana la reina roja, y con ella recuerdo a esas criaturas así como el que manejaba las seis espadas doradas ese “hijo de p…” que me dejó la cicatriz en el hombro, a ese del cual tengo que vengarme, el problema es que por par más que recorro los campos estos elíseos, ya puedo,  no encuentro ese agujero negro por el cual ingresé aquella vez. Bueno te conté mi historia ahora quiero que me digas, cuando sueñes con un paisaje como te dije quiero que me digas dónde está ese agujero negro y te recomiendo que no entres, siempre recuerdo a mi padre decirme que al entrar a un lugar, para salir siempre se debe de recordar la puerta de entrada, yo me interné en el mundo del huinca, vi mucha sangre de hermanos correr, y sin embargo, por amor no supe encontrar la puerta, no supe o no quise, porque…  sabía que si era capaz de sobrevivir, la recompensa sería el amor… el amor de él .

Quiero un amor de verdad, de esos que nunca se puede olvidar. Un amor que llegue, llenando mi vida de emociones, dejándome loco. Sintiendo que el tiempo no importa, solo esa pasión que nos hace ser más voraces, deseosos de estar juntos. Que venga sin pedir permiso, abra las puertas de mi corazón, y que haga de mí un hombre más completo y feliz. Cambiando mi mundo, desnudando mi cuerpo, mi alma, diciéndome que soy todo para él. Llenando de emociones, haciéndome vibrar de placer en sus brazos. Así quiero un amor, un hombre como vos, desconocido que solo presiento sin haberte visto, que me deje alborotado. Alocado, depravado, sin vergüenza y atrevido, un hombre que se volvió apasionado por la vida que hoy arriesgo a cada paso porque poco me importa. Un hombre con ganas, aprovechando los momentos haciendo el amor, explotando en sensaciones únicas e indescriptibles. Así deseo un amor, que haga de mí el hombre más feliz del mundo, un hombre que llegue en mi vida, y me haga feliz. Así quiero un amor, un amor que solo espero no se encuentre entre el huinca, aunque en realidad por mis sueños, sé que así será.”

“Humedeces mis labios, haces que mis pensamientos se pierdan en cada pliegue de tu piel,
provocas que mis instintos se despierten para que mis manos te ansíen, mi sexo muera por poseerte. Eres tan sutil, te muestras de una forma tan vehemente que sin saberlo alimentas esta pasión que estoy sintiendo por ti, tierra bendita que tú posees, tierra que muero por mojar para que de ella germine, para que de ella brote la pasión por esa entrega que despierte esa perversidad  que tu mirada oculta, que me muestres tus más bajas pasiones con tu boca, con tus manos, en cada vaivén de tus caderas, en la entrega absoluta, que te haga exclamar sin temores a que lo sepa nadie: "Soy tuyo"  y de nadie más.
Bien sabes que te pertenezco, que ya es tuya mi voluntad, que tu cuerpo gobierna mis instintos, que me rindo ante la fortaleza de tus piernas, ante la jerarquía de tus caderas, y mientras mi sexo se adentra en tus tierras, mis labios explorarán y se perderán en las llanuras de tu espalda, en la angostura de tu hermoso cuello, escalarán esas cumbres que en tu pecho se hallan. Con solo mirarte mis labios se humedecen,  mi mente comienza a divagar, y ansío el estar a solas contigo para hacer realidad todo esto  que te acabó de contar.

Pedro despertó sobresaltado, estaba sentado en la silla a metros tan solo de Agustín, pero como desde tiempo atrás sucedía, sus sueños inquietos, deseaban porfiados recordarle que no estaban habitados por Camila, sino por un hombre, cuyo rostro se negaba a emerger, pero que podría sin embargo reconocer entre miles”.

__ De pequeño miraba los escaparates llenos de lo que me parecían pequeños tesoros por descubrir. Objetos sin importancia aparente pero que me producían una sensación de felicidad enorme al imaginar en plena libertad lo que podría hacer con ellos. La misma sensación que me poseía al tocar la barandilla de la escalera, la esquina que dividía dos calles que parecían dos mundos. Luego me hicieron ver los peligros que me rodeaban que solo se podían evitar diciendo sí y olvidando el no, aceptando las peticiones y deseos ajenos y escondiendo en un remoto rincón los propios. Los coches no se podían tocar, las paredes escondían peligros enormes y la barandilla… Recibía los noes de los demás pero olvidaba los míos propios.
La felicidad y la libertad van de la mano, como niños pequeños recorriendo el parque, como amantes inseparables que no son el uno sin el otro, como la inspiración y la expiración, o el día y la noche. Cada problema ajeno que se asume por evitar decir no supone una ausencia de felicidad, cada decisión que se toma basada en lo que otros quieren olvidando lo que tú quieres es una ausencia de libertad.
Ser feliz no es una idea, sino un estado que acontece cuando rompemos las cadenas del miedo al qué dirán, a ese “quedar mal” que tanto corre de boca en boca pero que olvida visitar el corazón, que sin embargo emerge cuando, como un niño asustado con voz trémula, te atreves por primera vez, quizá tras casi toda una vida, a decir no…  Es una declaración espontánea, brillante, donde el ayer desapareció y el mañana aún está por nacer, un eterno ahora que mueve montañas y crea mundos, instante mágico que sorprende, estado natural que regresa para iluminar la pared, la mesa, el café recién molido, el corazón, el alma.
Y de repente ves que no pasa nada, que el muro infranqueable que separaba los tesoros en el escaparate de la vida estaba hecho de fino cristal, que el sol no se ha caído del cielo y la tierra no se ha hundido bajo los pies, que hay plena libertad en la belleza simple y honesta de lo sencillo, como dos copas sobre una mesa prestas a ser bebidas, como dos ojos que como ventanas del alma muestran su fulgor, en un silencio único donde todo está dicho.
Y solo requiere decir no, a pleno pulmón, con el miedo nervioso de quien por primera vez se atreve a saltar al vacío sin la frágil red de afectos extraños y opiniones ajenas que aprisionaba cuerpo y alma, con la confianza de quien sabe que el propio aire sostiene, sujeta y eleva, con la enorme libertad que paradójicamente permite decir sí al propio corazón, que quiebra ese escaparate en mil pedazos.
Todo se ofrece abiertamente, incluso domingos y festivos, para quien libremente sabe cuándo pronunciar la sílaba no”.
__

__Vaya, Pedro, Laura, esta vez no se trata de travesuras  como las que recuerdo de ustedes, Camila y Lahitte no los perdonarán  como si nada _se dijo Matías.

Por ejemplo ya nadie les reprochaba a los hermanos cómo con su primo  Romualdo ayudaron a Eugenia Victoria a escapar del convento para huir con su enamorado, más allá de que  doña Luisa del Solar lo traía cada tanto a la memoria.
Celina Páez Núñez, esposa de Lautaro Montes, hijo mayor de Francisco e Ignacia, le había prometido a santa Catalina de Siena que si ella, poco atractiva e insulsa, lograba casarse con un hombre influyente y de fortuna, entregaría a dos de sus hijas, las más hermosas, a su congregación. Las mellizas Aureliana y Eugenia, con sus largas cabelleras rubias, ojos color  miel y piel alabastrina, partieron rumbo al convento de Santa Catalina de la Siena, a pocas cuadras de la casa de la abuela Ignacia en el barrio de la Merced y a miles de leguas de la vida que habrían deseado llevar. Y aunque Aureliana se acostumbró a la rutina del convento, a los horarios estrictos y la vida austera, a la carencia absoluta de comodidades, al Oficio Divino y a los ejercicios espirituales, Eugenia Victoria no lo consiguió jamás porque mientras le machacaban que sería la esposa de Cristo, ella deseaba ser la de un simple mortal: José Camilo Lynch.
Romualdo, hijo menor de Lautaro Montes y Celina Páez Núnez, junto a sus primos Laura y Pedro, sabían que la madre superiora había asignado a Eugenia el cuidado de la porqueriza, el gallinero y el huerto como castigo por su falta de disposición y buena voluntad sin importarle que la jovencita hubiese profesado con velo negro, razón por la cual Lautaro Montes había pagado una dote tres veces superior a la de aquellas que lo hacían con velo blanco, las que en realidad se encargaban de las cuestiones domésticas.
Una siesta, seguros de encontrarla en la parte posterior del convento, la que daba a la calle del Parque, bastante tranquila y solitaria después del almuerzo, los hermanos y Romualdo partieron a escondidas de la casa de la abuela Ignacia con una larga cuerda de cañamazo y trapos de algodón. Por el lado de afuera y cerca de la tapia del convento de Santa Catalina, había un albaricoquero, cuyas ramas invadían el huerto y plagaban de frutos maduros el suelo. Pedro y Romualdo se treparon como gatos y chistaron a Eugenia, que no podía creerle a sus ojos.

__Prima, vamos, José Camilo te espera en una volanta frente a la iglesia de la Merced para huir juntos __informó Pedro, la voz refrenada para no delatarse.

 Eugenia Victoria arrojó la cuchara con que removía la tierra, se quitó el velo y el delantal, que terminaron enredados en los tomateros. Corrió hasta la tapia y se aferró a la cuerda que sus parientes habían pasado por la rama más gruesa del árbol. Del otro lado y con las manos bien envueltas en los trapos de algodón, los tres jalaban como galeotes.
De ninguna manera la madre superiora admitiría nuevamente a Eugenia en el convento y le importaba un comino la promesa a Santa Catalina de la Siena o a la mismísima Virgen. Hizo picar vidrio y pegarlo sobre el muro que rodeaba el huerto. Semanas más tarde, cuando Eugenia Victoria mostró los primeros síntomas de embarazo, a Celina Páez Núñez, no le quedó alternativa y se resignó al matrimonio de su hija con José Camilo Lynch. Finalmente la promesa quedó a medio cumplir pues ya no le quedaban hijas, María del Pilar e Iluminada estaban casadas y con hijos, Celina vivió temiendo la represalia divina, y trataba de aplacar a la santa italiana llevando el cilicio o usando la disciplina mientras rezaba el rosario.
Laura, Pedro y Romualdo vivieron a pan y agua durante una semana, más allá de los pedazos de carne, humita y locro que María Pancha les hacía llegar por la ventana. Romualdo debió soportar la fusta de Lautaro, y los hermanos, el trompazo de la abuela Ignacia, que les dejó los ojos morados y les hizo sangrar la nariz, y habrían recibido más, si el abuelo Francisco no hubiera intervenido.

Matías también estaba seguro, que la fuga a Río Cuarto traería secuelas más graves que aquella oportunidad en que ellos se presentaron en la librería de doña Pacha en la calle de Potosí y pidieron: Cartas filosóficas de Voltaire y Relaciones peligrosas de Pierre Choderlos de Laclos. Doña Pacha, cada mes recibía del Obispado la lista actualizada de las obras anatematizadas, los contempló en silencio, incrédula, pues conociendo a doña Ignacia y a Magdalena Montes no concebía tanto descaro.

__ ¿Saben que esas obras  demoníacas forman parte del Índex? _tentó Pacha, apelando a la posible ignorancia de los hermanos.

__Sí __aseguraron tan sueltos como si hubiesen pedido una hogaza de pan __. Justamente nos gustaría saber por qué.

Doña Pacha cacareó como gallina hasta que los hermanos dejaron la tienda de libros.
Para el domingo media ciudad conocía la osadía y desvergüenza de los hijos de Magdalena Amalia y del general Escalante Beggio. El chisme había alcanzado a los Montes, y la abuela Ignacia los había mandado encerrar en sus dormitorios hasta que el padre Ifigenio los confesara. Con todo, el domingo siguiente el sacerdote los salteó en la comunión, y las matronas se preguntaron si los habría absuelto.

__
Al dejar su cuarto, Matías reparó en el murmullo que llegaba de la parte delantera del hotel, donde los parroquianos se instalaban a beber chicha, ginebra y otras bebidas fuertes y a jugar a las cartas en mesas destartaladas y sillas que por lo general terminaban en la cabeza de algún imprudente. Ese sitio era el último lugar donde habría querido llevar a los hermanos.

__Doctor Olazábal __llamó una voz pastosa cuando se disponía a salir de aquel muladar sano y salvo.

Desde una mesa retirada, un militar le hacía señas. Al acercarse, Matías reconoció al coronel Hilario Racedo. Se le notaba en la mueca de los labios y en los ojos  entrecerrados que hacía un buen rato que saboreaba la ginebra. Llevaba la guerrera abierta a la mitad del pecho, arrugada y salpicada de bebida. El gorro descansaba sobre una silla, y mechones de cabello se perdían en la frente.
Matías conocía a la familia Racedo, de tradición militar. Don Cecilio, padre de Hilario, había luchado junto al general San Martín para contener el avance realista a principios del siglo. Guillermo Racedo, hermano mayor de Hilario, era respetado por su desempeño junto al general Paz, en las batallas de la Tablada y Oncativo contra Facundo Quiroga. Y Eduardo, sobrino de Hilario, se había destacado en 1866 durante el combate de Curupaytí en la guerra contra el Paraguay. Matías no estimaba especialmente a Hilario. En el Colegio Nacional, donde habían cursado juntos los estudios, se lo consideraba pendenciero y vanidoso características que, a juicio de Matías, le servían para ocultar un escaso discernimiento. De todas maneras, a Matías le agradó encontrar a un rostro conocido en medio de un paraje tan hostil.

__! Hilario! __exclamó, y le extendió la mano.

Racedo se incorporó con dificultad y respondió al saludo. Quitó la gorra de la silla y lo invitó a sentarse.
__ ¡Qué justo verte! ¿Qué haces en Río Cuarto? _ expresó Racedo  __. No daba crédito a mis ojos cuando te vi aparecer en el salón de doña Sabina.

¡Un trago para mi amigo! __gritó a continuación y palmeó a Matías en la espalda__. Es bueno encontrarse con amigos y gente como uno en este confín de la República. ¿Sabes? A fuerza de combatir al salvaje, por estos lares, todos se han vuelto un poco incivilizados. Dime, ¿qué te trae por acá?

Apareció una jovencita morena y graciosa, que no se molestó en acomodar la tira del justillo cuando se le resbaló por el hombro al servir la ginebra para Matías. Los ojos de Racedo se desviaron hacia el escote pronunciado y se regodearon con los pechos jóvenes y llenos que pugnaban por sortear el escaso recato. La muchacha sonreía con complicidad mientras escanciaba la bebida.

__Vamos, Lorena. Sírveme a mí también. ¿No ves que tengo el vaso vacío?
__Usté ya chupó demasiado, mi coronel.
__!Ah, niña. Déjate de tonterías! Me haces acordar a mi difunta mujer.
__Ya se lo he dicho, no soy una niña __se mosqueó Lorena.

__Sí, ya lo sé __replicó el hombre y le tocó con disimulo las asentaderas cuando se dio vuelta para regresar al mostrador.

__No sabía que estabas asignado al Fuerte Sarmiento _comentó Matías en un intento por salvar el embarazo __. Te hacía en el Fuerte Arévalo.

__Hace ya bastante tiempo que me asignaron a este cargo. Roca pidió mi pase.
__ ¿El coronel Julio Roca? __se sorprendió Matías.

__El mismo. Ahora anda en Santa Catalina. Visitando a su mujer que está gruesa. Después se va de reconocimiento con Fotheringham, Gramajo, y otros de su círculo íntimo. A mí me deja a cargo de la comandancia. No le veremos los pelos en varias semanas.
__Es una pena _aseguró Matías __. He leído algunos de sus artículos acerca de los indios y coincido plenamente con él. Me habría gustado conocerlo.

__Roca tiene una visión bien distinta de la de Mansilla __añadió Rancedo, sin ocultar una nota de desprecio __.El tratado de paz que firmó Mansilla con el cacique Mariano Rosas tres años atrás fue un fracaso. No se lo aprobó el congreso y ahora debemos soportar la ira de esos salvajes.

__Llegaron noticas, de que el año pasado en octubre, según recuerdo, el general Arredondo firmó un acuerdo de paz con el cacique Mariano Rosas y  con Baigorria.
__ ¿Y tú crees que lo cumplen? Yo no sé cuántos tratados se han firmado para romperse en corto tiempo. Vivimos con el malón encima y cuando le reclamamos a Rosas o a Baigorria, nos dicen que no son indios de ellos. Qué mierda quieres con estos salvajes indios del demonio __pronunció entre dientes y golpeó la mesa__.  Los exterminaría a todos, como plaga que son. Buenos para nada, perros. Los colgaría de las pelotas y a sus hembras las usaría de putas, que solamente para eso sirven.

Aunque a Matías no le caían bien ni en gracia los indios, no se referiría a ellos en esos términos. Consideraba que las buenas maneras y las formas civilizadas debían cuidarse. Racedo tomó un vaso e hizo un fondo blanco.
__Indios del demonio _repitió__. Me las van a pagar, ¡por esta, me la van a pagar! __, y se señaló la herida mal cicatrizada en la mejilla izquierda__. Esta todavía tengo que cobrármela, con Guor.
Matías carraspeó, incómodo, e hizo el ademán de ponerse de pie. Se le estaba haciendo tarde, interpuso.

__No te vayas __pidió Racedo, y lo obligó a regresar a su sitio__. Aún no me has dicho el motivo de tu viaje a Río Cuarto. ¿Asunto de algún cliente del bufete?

__No. Estoy acompañando a unos amigos de mi familia que han venido a cuidar al hermano en la enfermedad. Se trata del padre Agustín Escalante.
__Lo conozco. Aunque me gustaría no haberme topado con él. Arma tremendos revuelos en el fuerte. Allí dirige a un grupo de indios acristianados. Y siempre anda bregando por los otros, los que aún no claudican, los que viven Tierra Adentro. Exige, cosas que, según él están en los acuerdos de paz, defiende los derechos de esos bárbaros como si fueran angelitos del Señor. Me tiene las pelotas llenas, parece uno de ellos. Y sí, ya supe que anda jodido de salud, Carbunco, creí escuchar. Eso es difícil de curar. Seguro se lo contagió algún salvaje en sus visitas a Tierra Adentro.
__ ¿Se atreve a viajar al País de los Ranqueles? __ Se asombró Matías.

__ ¿Que si se atreve? Va y viene como pancho por su casa. A él, los indios no le tocan un pelo. Conoce el camino, las rastrilladas, las aguadas como la palma de su mano, y guarda bien el secreto. La primera vez fue con Mansilla y el padre Donatti, hace tres años, en el 70. Desde ese momento, ha repetido la hazaña.
__
Solo la promesa de un almuerzo al día siguiente, permitió a Matías desembarazarse de Rancedo. Salió del hotel de doña Sabina, y dejó atrás al militar cabeceando en la silla.
 La calle, oscura y silenciosa, le produjo una mala sensación, incomodidad también, pues aquel sitio le resultaba ajeno. La canícula se le hacía sentir incluso en las horas nocturnas, y el sopor y la humedad del ambiente terminaron por agriarle el humor. Como el convento distaba del centro de la villa le pidió a Prudencio que preparara el coche.
Laura aguardaba en la sala de recepción, acompañada del principal, el padre Marcos Donatti. Matías había conocido al franciscano cuatro años atrás, cuando Agustín y él visitaron Buenos Aires para resolver cuestiones en el arzobispado. El padre Donatti aseguró recordar al doctor Olazábal mientras Laura Gabriela hacía las presentaciones. Comentaron acerca de la salud de Agustín, y ninguno tocó el ríspido tema de la escapada de los hermanos.

__El doctor Javier, el médico que está atendiendo al padre Agustín __explicó Donatti__ acaba de llevárselo a su casa, donde él y su esposa van a cuidarlo. Aquí, sinceramente, no podemos atenderlo como corresponde.

__María Pancha y Pedro se fueron con ellos __acotó Laura, y Matías advirtió un viso de desilusión en su voz y en su semblante.

__El doctor Javier no quiso llevar a Laura __informó Donatti __. Dice que necesita comida y descanso. Ha pasado por mucho, pobrecita.

El sacerdote, la bendijo, la besó en la frente y los dejó ir, no muy convencido de que realizaran el trayecto hasta el hotel sin más compañía que la de Prudencio, lejos en el pescante, para cohibir cualquier deseo impío. Pero calló y cerró el pesado portón del convento. Esa había sido una noche larga y atípica. Se fue a dormir con pesares en la cabeza.

“Hoy te extraño más que otras veces, recostado en mi cama fuiste mi primer pensamiento al despertar, ¿no entiendo por qué? pues somos amigos, de esos que comparten tiempo cuando sobra, me das los buenos días cada mañana o preguntas qué tal mi día y es extraño pero realmente espero ver tu mensaje en  alguna parte, no comprendo mi manera de extrañarte, si solo somos amigos, nos regalamos tiempo y algunos besos, me abrazas para bailar cerquita a solas y mi respiración se agita y me traiciona el subconsciente al mirarte fijo. No entiendo por qué te extraño, solo somos amigos, paseando de aquí a allá entre risas y jugueteos, compartimos nuestros secretos, de café en café, noche a noche nuestras miradas se cruzaron. No entiendo por qué te extraño, solo somos amigos, compartimos una noche entre sábanas abrazados, entre besos y caricias las palabras sobraron, fuimos uno solo y las paredes callaron, desfallecidos nuestros cuerpos de placer,  extasiados me besaste,  al despedirnos y ya te extrañaba. Nunca más me buscaste, ya sabías lo que deseabas y no es mi amor, ni a mí. No entiendo  por qué, Pedro, si solo somos amigos”.

Dentro de la galera solo se escuchaba el traqueteo de las ruedas sobre las calles de tierra y los espaciados latigazos que fustigaban las ancas de los caballos. Laura permanecía muda, con la vista fija en sus manos entrelazadas sobre la falda del vestido. ¿Rezaría? ¿Qué cavilaciones la mantendrían tan absorta? Olazábal concentraba su atención en ella y, aunque inquieto por un lado, cierto regocijo le mejoraba el humor, esa era la primera vez que se hallaban a solas a tan altas horas de la noche. O al menos es lo que creía. A poco detrás del carruaje, Blasco, Antonio para el huinca, seguía de cerca  a la princesa de las pampas, como había en secreto bautizado a Gabriela, cautivado por su belleza, estaba dispuesto a acercarse a ella.
Laura Gabriela se echó entonces a llorar como una magdalena y buscó consuelo como siempre en los brazos de Matías, que la recogió medio desmadejada y la obligó a apoyar la cabeza sobre su pecho. No recordaba haber visto a una persona llorar con tal sentimiento, ni siquiera a doña Luisa en ocasión de la muerte de su esposa Catalina. Y la dejó hacer, sin abrir la boca. Un momento más tarde se le cruzó por la cabeza que Laura sufriría un acceso histérico y de inmediato, casi bruscamente, la obligó a calmarse y a recobrar la entereza. Un quebranto de esa índole no le era propio, lo desconcertaba.
Laura soltó su pena, mientras Matías le secaba las lágrimas con su pañuelo. Había encontrado a Agustín peor de lo imaginado, muy delgado y ojeroso, sin embargo, su aspecto no la había desasosegado tanto como su estado anímico.

__Él siempre ha sido un hombre sereno, de ideas claras _explicó__. Ahora en cambio, se exalta con facilidad. El asunto con mi padre lo tiene muy mal __remarcó.

Matías conocía la pelea entre el general y su hijo mayor, que, por otra parte, siempre le había resultado extraña e inverosímil. Un enojo motivado por la vocación religiosa sacerdotal de Agustín debería haber remitido con el tiempo. No obstante, padre e hijo se empacaban en la misma posición después de años. Se preguntó con escepticismo si el meollo del problema se centraría en el espíritu anticlerical del general Escalante y el deseo de profesar del primogénito.
Laura le explicó que su padre no había respondido a las cartas de Donatti y que Agustín se consumía de angustia.

__ ¿Cómo hará mi padre para enterarse de esta situación? __suspiró Laura__. Pedro le escribirá, pero quizá  la carta llegue demasiado tarde.
__
Encontraron la pulpería prácticamente vacía, solo un par de clientes que aún bebían y jugaban a las cartas. Doña Sabina y Lorena limpiaban y ponían orden.

__Le presento a mi pupila. Laura Gabriela Escalante _se dirigió Matías a doña Sabina, que se limpió las manos en el mandil para estrechar las de Laura.

__Un placer, señorita Escalante. Esta es la Lorena _dijo a continuación, y se acercó a la muchacha, que se mantenía a distancia, recelosa __. Mi sobrina y yo estamos pa´lo que guste mandar, señorita. Ya me contó el doctorcito que usté é la hermana del padrecito Agustín, y que viene con su otro hermano. Todos rezamos por él, señorita. Todos. Aquí lo queremos mucho al padrecito. É muy bueno. Muy bueno é. No merece lo que está pasando, tanta alma perdida suelta por aí, haciendo de las suyas, y el pobre padrecito pasando pesares. Muy injusto, muy injusto.

Laura susurró palabras de agradecimiento, con apenas fuerzas para mantenerse en pie. El cansancio y las emociones la habían extenuado. Como un mazazo, su cuerpo menudo recibió el golpe y  las consecuencias de tantos días inclementes y se quejó.

__Necesitas comer antes de ir a dormir _sugirió Matías y, pese a la negativa de Laura, la condujo a una mesa, donde los sorprendió la llegada de Pedro, que quiso regresar a  cambiarse antes de volver  junto a su hermano.

Lorena y Sabina improvisaron la mejor cena de muchos días.
Mientras Laura engullía un estofado, y Pedro la ponía al tanto de la casa del doctor, Matías apartó a Lorena y le entregó varios billetes. La muchacha los tomó sin preguntar, pasmada al ver tanto dinero junto, pocas cosas deseaba con mayor empeño que abandonar aquel lugar infernal, a la abusadora de su tía Sabina y marcharse a la gran ciudad, Buenos Aires, donde las mujeres llevaban vida de princesas. Ella quería ser una princesa. Y para lograrlo necesitaba muchos billetes como esos. Levantó la vista y, en una sonrisa hipócrita, le mostró a Matías una dentadura bastante aceptable.

__Durante el tiempo en que la señorita y el señor Escalante Beggio se hospeden acá, los atenderás como si se tratara de una pareja de rey y reina. Ellos están acostumbrados a lujos y comodidades, y no quiero que pasen necesidades. Les lavarás y plancharás la ropa, les cambiarás las sábanas cada dos días.
__!Cada dos días!
__Lo que oyes  _repitió Matías, con imperio___. Mantendrás sus recámaras especialmente limpias y aireadas, les llevarás el desayuno y la comida a la habitación. No quiero por razón alguna, que ellos estén solos en la pulpería. Nunca, jamás. Y le prepararás la tina con agua caliente todas las mañanas.

A punto de exclamar, Lorena se abstuvo, ya comenzaba a vislumbrar las costumbres de los príncipes y princesas de la ciudad. Estudió al doctorcito Olazábal. No estaba mal el señor. Le despuntaban canas en las sienes y, al contemplarlo más de cerca, le notó arrugas en torno a los ojos claros. No lidiaba con un mancebo, de todos modos, le resultó tentador con el cabello lustroso echado hacia atrás, el aroma a colonia cara y la levita, los zapatos negros tan inusuales en Río Cuarto, donde todo era chiripá, bombachas y botas de potro, Olazábal debía de poseer una gran fortuna, lo había visto consultar un reloj de leontina, seguramente de oro, y lucía un anillo con una piedra transparente en el meñique. Por demás contaban los billetes que le había entregado con prodigalidad.

__Antes de marcharme de aquí, te daré una cantidad igual __agregó Matías__, si haces correctamente lo que te he pedido.

Al regresar a la mesa.  Matías encontró a Laura más repuesta. Pero supo por la mirada cómplice que los hermanos o Pedro le pedirían algo cuando el muchacho apoyó los cubiertos y levantó la mirada. Laura se excusó, y besando a su hermano, se dirigió a su cuarto.

__Tiemblo cuando Laura o tú me miras así __expresó.
__Sé que estarás cansado, y  que no estarás de acuerdo en un primer momento pero debes comprender que no tenemos otra alternativa. Agustín se muere, Matías, quiero que viajes  a Córdoba y traigas a mi padre aquí, a como dé lugar, para que mi hermano pueda estar tranquilo.
__ ¿Y dejarlos solos? Qué necedades se les ocurren, Pedro, esto no es la ciudad. Ni lo sueñes _porfió Matías al ver el desafío que destellaba en los ojos marrones de Pedro.

__No estaremos solos.  María Pancha y el padre Donatti estarán con nosotros. __ Un momento después, con tono y gesto cándidos, concedió __. Estás cansado, lo sé, y te resulta difícil emprender otro viaje cuando acabas de llegar de uno tan duro, pero yo no me perdonaría dejar a mi hermano si llegara a…
__No se trata de eso, Pedro _aseguró Matías, sin mirarlo___, sabes que por ti hago cualquier cosa.

Matías sintió la mano suave y cálida de Pedro sobre la suya, y se conmocionó íntimamente. Lo deseaba tanto que su cercanía se convertía en un suplicio. Pedro ignoraba el anhelo que le causaban su belleza, su frescura y juventud, su espíritu libre y desenfrenado, era inconsciente del hechizo que lanzaba sobre él cuando se enfadaba, cuando defendía sus creencias, cuando ayudaba a los demás. Pedro siempre provocaba ansiedad y deseo.

__Si nadie ha podido convencer a tu padre para que venga a Río Cuarto _comenzó a ceder Matías__; ¿qué podré hacer yo? A mí ni siquiera me conoce.

__Sí, te conoce porque Laura y yo te hemos nombrado en nuestras cartas. Además _retomó con claridad___; si fuiste capaz de convencer a la abuela Ignacia de vender la quinta de San Isidro para pagar el tendal de deudas que teníamos, serás capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa, incluso a mi padre.

__
Esa noche. Muy tarde ya, cuando Pedro regresó con Agustín, Matías aún permanecía despierto. Un rato antes se había aventurado hasta el final del corredor donde se hallaba la habitación de Laura y, con el oído apoyado sobre la puerta, había prestado minuciosa atención a los sonidos en el interior: el traqueteo de los botines,  la conversación de Laura con Lorena, el sonido de las cerrajes del baúl, el frufrú del vestido al quitárselo, el agua salpicando en la jofaina y el crujir del lecho cuando por fin se acostó.

__No me amará nunca tu hermano, Laura, y aunque lo hiciera estaríamos condenados, acabo de darme cuenta que me gusta una mujer, que la miro y ansío tener pero mi alma se ausenta. Ella no advierte que es ella,   solo sabe que es mi amiga y no que mi boca la mendiga cuando atropella su mirada.
Me pongo nervioso a su lado y callo si roza con su mano pero ese día siento que gano y me animo a no estar callado. Me gusta si habla conmigo,  si estoy con ella todo olvido y sé que debo ser precavido en cada palabra que le digo. Y dentro de nuestro corrillo intento robarle una sonrisa pero caigo preso tan deprisa entre su mirada y ese brillo.
Y si le escribo es mi poesía,  si veo lo más bonito del día de sus labios tengo envidia que al aire dan su cortesía. Pienso que me volveré loco porque no sé  qué hacer,  en sus brazos deseo nacer y cada rato con ella es poco. Cómo le diré que la quiero  si no puedo con tanto peso
y cada verbo en ella sopeso  pues en mis letras no hiero. Cuando en sus ojos pienso veo los colores tan nuevos  como los sueños furtivos a los que ya soy propenso.
Y no deseo que sea discreto lo que logra hacerme sentir o si no me voy a arrepentir de vivir tanto en mi secreto.
Laura, a como dé lugar, luego de este viaje, serás mi esposa, lo sé. No tendrás otra alternativa, y aunque te niegues, con el tiempo aprenderás a amarme.

__
Regresó a su habitación inquieto y de  malhumor. Tenía calor, no encontraba posición en esa cama desconocida e incómoda. La almohada le parecía demasiado alta y le provocaba mareos y dolor de cuello. Se levantó y se sirvió un vaso de agua. Sus ojos vagaron por el mobiliario y se preguntó qué hacía ahí, en ese hotel de mala muerte en Río Cuarto. Casi no recordaba cómo se había embarcado en esa odisea. Por primera vez  caía en la cuenta de la responsabilidad que se había echado encima. Y como si no bastara, el viaje a Córdoba para enfrentarse a un viejo y resabiado general. Después de todo, doña Ignacia Montes tenía razón. Los chicos siempre se salían con la suya.
Llamaron a la puerta y Matías se emocionó al pensar que se trataría de Laura. Se olió las axilas, se echó colonia  y se puso la camisa. Abrió. Era Lorena.

__ ¿Qué deseas? __preguntó, más sorprendido  que molesto.

__Apenas lo vi llegar hoy a la tarde le preparé esta aguamiel y la tuve todo el tiempo en el sótano. Está bien fresquita. Pensé que, con esta tarde y este calor, le vendría bien _sugirió, y extendió la bandeja con una jarra y dos vasos.

Matías le echó un vistazo de arriba abajo y, como le pareció que la muchacha estaba limpia, con el cabello recién lavado y ropas nuevas, le hizo una seña para que entrase.
Hacía tiempo que  Lorena había entregado el corazón al hombre con el que creía que compartiría su vida y sus sueños. Los favores que le concedía al coronel Racedo y que, de seguro, concedería esa noche al doctor Olazábal no tenían que ver con sus sentimientos sino con sus ambiciones. Vertió aguamiel en ambos vasos y se acercó con movimientos insinuantes a Matías, que se había repantigado en la silla y la contemplaba seriamente. Aceptó el vaso y bebió un trago largo. La bebida fresca y dulce le recompuso el ánimo. Estiró el brazo y alcanzó a Lorena, que entre risas, se sentó sobre sus rodillas.

__ ¿Qué hablabas con la señorita Escalante en su recámara?
__Cumplía con su mandato, doctor. Le llevé toallas limpias y le puse agua fresca en el lavamanos.
__ ¿Ella le pidió algo?
__Sí, que la despertara a las siete. A esa hora debo tenerle lista la tina con agua caliente, ¿no?
__ ¿Se quejó de la cama o de algo en particular?
__Como que a usté le interesa mucho lo que le pasa a la chinita esa, ¿verdad?
__ ¿Se quejó o no? __insistió Matías, con impaciencia, y, quitando a Lorena de sus rodillas, se puso de pie.

__No, hombre, no. Dijo que todo era de su agrado, así dijo. Muy modosita, parece.
__ ¿Modosita?, repitió Matías para sí, y rio burlonamente.
__ ¿De qué se ríe? Mire que yo no soy payaso de naides __advirtió Lorena, y amagó con dejar la habitación.

__Ven acá _ordenó Olazábal, y la muchacha se volvió, dócil como una niña educada___. ¿Quién te dijo que podías retirarte? ¿Quieres ganarte unas monedas extras? Sí, ¿verdad? Eres codiciosa, ya me he dado cuenta. Te gusta el dinero, sí que te gusta. Pues bien, conmigo podrás ganar bastante si haces lo que te pido.

__Lo que mande, patrón.
__Mañana parto hacia Córdoba y no sé cuántos días estaré ausente. Quiero que, durante ese tiempo, vigiles a los hermanos Escalante. Cuando regrese, sabrás decirme qué han hecho, adónde han estado, con quién han hablado, ¿comprendes?
__Si no soy tonta, patrón.
__También de eso ya me he dado cuenta _aceptó Matías, y comenzó a desatarle el lazo del jubón.

__

__Esta mañana recibí un telegrama  de tu suegro, Pedro __anunció Donatti __, dice que o regresas o viajará con Camila. Hijo, tiene razón, estás prometido, ya viste a tu hermano. Y hay más, tu abuela…
__Mi familia  con sus extravagancias, mi prometida herida y el mundo entero si es necesario pueden irse al demonio.
__!Pedro! _se escandalizó el sacerdote.

__Lo siento padre, pero nadie parece  entender que mi hermano está enfermo y que me necesita. ¡Al demonio con todos! ¡Al demonio con los prejuicios! Haré lo que crea que debo hacer y nada ni nadie me lo impedirán, además necesito ver a mi padre, y saber al fin el porqué del enfado con mi hermano, nunca creí la excusa que dio.

A pasos de allí, Guillermo sintió que una corriente eléctrica o algo similar lo atravesó… de cabeza a pies, esa voz…

CONTINUARÁ
HECHOS Y PERSONAJES SON FICTICIOS. CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES MERA COINCIDENCIA, LENGUAJE ADULTO, ESCENAS EXPLÍCITAS.

20 comentarios:

  1. Gladis Gracias por compartir tu hermoso POder....

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  2. Veronicka . Bella novela bañada de amor amigoa..

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  3. Mary ... Sensual relato
    Gracias por su Bello poder del amor...

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  4. Bueno Eve, creo que se acerca el momento del encuentro...No sé si nunca se han conocido, pero seguramente esta vez será muy especial para los dos...

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  5. Veronica Lorena Piccinino No se que decirte, solo que esta historia me genera tristeza. Saber que su nieto va a escribir un libro sobre ellos me genera angustia de saber que no estan presentes.

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