lunes, 16 de julio de 2018

EL PODER DEL AMOR. CAPÍTULO QUINTO.



EL PODER DEL AMOR.
CAPÍTULO QUINTO.

"Te quiero tanto. Tú lo sientes, ¿verdad? No está en las palabras, no tiene nada que ver con decirlo, con buscarle nombres. Dime que lo sientes, que no te lo explicas pero que lo sientes, ahora."
Julio Cortázar.
PREVIO…
 La imagen puede contener: 2 personas, incluido Pedro Guilermo
_Esta mañana recibí un telegrama  de tu suegro, Pedro __anunció Donatti __, dice que o regresas o viajará con Camila. Hijo, tiene razón, estás prometido, ya viste a tu hermano. Y hay más, tu abuela…
__Mi familia  con sus extravagancias, mi prometida herida y el mundo entero si es necesario pueden irse al demonio.
__!Pedro! _se escandalizó el sacerdote.La imagen puede contener: 1 persona, barba y primer plano

__Lo siento padre, pero nadie parece  entender que mi hermano está enfermo y que me necesita. ¡Al demonio con todos! ¡Al demonio con los prejuicios! Haré lo que crea que debo hacer y nada ni nadie me lo impedirá, además necesito ver a mi padre, y saber al fin el porqué del enfado con mi hermano, nunca creí la excusa que dio.

A pasos de allí, Guillermo sintió que una corriente eléctrica o algo similar lo atravesó… de cabeza a pies, esa voz…

“Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, a partir de las tres empezaré a ser feliz. A medida que se acerque la hora me sentiré más feliz. Y a las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, no sabré nunca a qué hora vestirme el corazón... Los ritos son necesarios.”
― Antoine de Saint-Exupéry, The Little Prince.

“A veces siento que soy un alma vieja, y que traigo la experiencia acumulada de otras vidas.
Mi piel me sugería ser un incendio de continuo, y yo aún no había experimentado ni siquiera un simple beso. Mis pasos y mis tropiezos parecían ser perfectamente guiados, con algún tipo de propósito especial o llamado. Trataba de rebelarme para zafar de lo que parecía ser una gran prisión, y que molestaba demasiado en la edad de mi adolescencia, castrando todas mis decisiones e instintos pasionales.
Muchas veces en mi vida alcé mi mirada al cielo, con la certeza de ser vigilado desde cerca, reclamando que me liberaran de esa esclavitud. Aunque en el fondo de mi alma yo sabía muy bien que eso no era un obstáculo, sino una cerca protectora, que me defendía de los dardos que guiados hacia mí, pretendían hacerme desfallecer en mi intento de llegar a mi destino.
Hoy ya no lucho, he tratado de sentarme a la mesa de los dioses para objetar cada una de sus decisiones y eso fue realmente agotador y una gran pérdida de tiempo. He decidido que mi vida sea un instrumento útil para aquella causa que hoy no entiendo, pero  a la que le he entregado el rumbo de mi alma.
Estoy nuevamente a tu lado amada mía, porque la vida sin ti es como no tener ilusiones, vivo preocupado con tu manía de que el amor no existe, si te he demostrado cuánto te amé y duele que dudaras que te di lo que más pude de mi amor.
Ahora después de tanto tiempo de insistir por tu amor jamás cambiará, porque desde ese momento que nuestras miradas se cruzaron vi como dentro de mi corazón nació lo más bello que hace tiempo había olvidado y volví a creer en el amor que vi solo entre mis padres, hoy veo una vez más la silueta de tu ser tatuada en mi alma.
Aunque estoy vivo gracias al amor que me diste en aquel momento, hoy mis amigos me platicaron de ti y me da gusto saber que estás bien  en otro plano y me llena de felicidad que aunque no sea conmigo eres feliz, hoy solo me ofreces tu guía pero no lo acepto, prefiero alejarme y llevarte en  lo más profundo de mi alma y corazón, hoy es demasiado tarde porque fui un cobarde cuando no te confesé lo que sentía por ti, mi verdad y ese fue el motivo de que nos alejáramos sin ninguna despedida pero siempre te amaré a mi modo,  Ana, me dejaste a Fabián, aunque hoy sé que lo que sentí no es el amor que espero, uno que me resulta imposible y prohibido porque no puedo amar a una mujer”.
__
El hecho de informarle a Agustín que el doctor Olazábal marcharía ese mediodía a Córdoba resultó suficiente para tranquilizarlo. Aceptó el desayuno que doña Generosa le preparó y que María Pancha le dio en la boca, y bebió a cucharadas una infusión que, según la negra, formaba parte de un vademécum de su tío abuelo Tito, el boticario. María Pancha que había permanecido en vela gran parte de la noche, se quedó dormida en un jergón junto a la cama de Agustín mientras Pedro terminaba la carta que Matías le entregaría a su padre, preguntándose si lograría conmover a este, se debatía entre recomenzarla en un tono más deferente o mantener el imperioso que le había surgido espontáneamente. Por fin cerró el sobre sin incorporar cambio alguno en el párrafo rogando que su padre se conmoviera y acudiera junto al lecho de su hermano.

__ ¿La llevas tú Laurita? Cuidado en el camino, dile a Matías que haga lo que sea por traer a papá. Necesito que nos hable de Blanca Montes, además de lo que desee Agustín.
__Lo haré, Pedro. Iré con Blasco y regresaré en un rato hermanito.
__ ¿Con quién?
__Bueno, no, el nombre real es Antonio, disculpa, es medio indio, medio cristiano, pero es muy bueno, es amigo de nuestro hermano, vive en el Fuerte Sarmiento _explicó Laura.

__Ve, Gaby, cuídate.
__Me gusta cuando me dices Gaby, solo Agustín y tú me llaman así.
__Vamos, que te acompañaré un tramo.

“El alma no crece en los árboles, sin embargo se nutre de nuestro entorno, como el cuerpo de la comida. El alma necesita ser alimentada con visiones hermosas, palabras que llenen o por quien sabe besar el alma.
Besar el alma es saber tener paciencia, comprensión, y nunca juzgar a nadie, simplemente aceptar a las personas como son. Besar el alma es abrazarse cuando hay soledad, cuando se está triste sin  decir nada, solo sostenerse con ese abrazo de apoyo. Besar el alma, es sentarse juntos cuando no hay necesidad de hablar, cuando solo hace falta el silencio, al no hacer preguntas. Besar el alma, es sentir otras manos que dan apoyo fortaleciendo esa esperanza de vida y de compañía. Besar el alma, es decir un te amo con la mirada. Besar el alma es fácil, solo basta que decidamos bajar del pedestal del orgullo que muchas veces nos rodea y nos consume. Cuántos de nosotros necesitamos de ese beso en el alma que nunca llega, que nunca he dado, y que jamás he sentido. ¿Llegará ese beso en alguna mirada? Quizá si alguien ve mi corazón abierto en la mía y si logo yo besar el alma de los demás.
Antes de conocer el amor desde siempre lo he soñado, yo sé que lo encontraré, que tú y yo quienquiera que seas hemos nacido para ser uno, después de tanto soñarte, aprendí a desnudarte con un lápiz, a acariciarte en el  papel en mis sueños, a bañarme junto a ti  sintiendo cómo el jabón  se desliza por tu piel, con la tinta de mi pluma, aprendí incluso  a hacerte el amor  sobre verbos de amor y pasión. Yo a ti  aprendí a  amarte leyendo las páginas
secretas de tu alma  antes de haberte encontrado.
El amor puede nacer en cualquier espacio donde abundan sentimientos profundos y libres, en el final de un camino inimaginable, de una forma que jamás esperarías, en sueños que crecen de la nada, de una rosa cuando comienza abrir sus pétalos. Solo necesitas de una mirada cautivadora para caer en las redes de una telaraña deseada que se apodera de cada pensamiento en tu interior conquistando el alma. El amor puede silenciar los miedos
o hacerte gritar tus verdades. El amor puede respirar sin temores y nos marca el sentido de un camino que deseamos en las brisas pausadas del viento. El amor puede romper tu mañana hermoso o cicatrizar las heridas de un ayer tormentoso. El amor propaga su propia luz en las penumbras inciertas de la oscuridad, puede convertir una desilusión en un beso delicado y pasional. El amor traspasa los límites de la cordura, absorbe el sentido común de la razón.  El amor hace que ardan en llamas las puertas blindadas del corazón, entrando en su interior y apoderándose del tesoro que guarda en sus arcas. El amor te ahoga en las lágrimas producidas por el dolor inevitable que provocan los recuerdos nostálgicos en el tiempo.
Amor. Toma mi mano y abraza el misterio de mi soledad para siempre, desata tus virtudes en las intimidades de mi ser, elévame hasta sentirme como un ángel en el cielo, donde te encontraré en las paredes imaginarias que aíslan mi destino.
Acompáñame a caminar, te invito a tomarnos de la mano y descubrir un camino el cual solo tú y yo caminaremos,  un camino que nos llevará más lejos de donde el sol se esconde,  visitaremos la luna cuando esté en todo su esplendor y nos quedaremos  a acompañarla cuando se sienta sola, iremos al infinito,  nos acostarnos en el suelo mirando una lluvia de estrellas, las contaremos una a una. Reiremos lo sé,  mucho,  porque la felicidad será nuestro abrigo y nuestro amor el alimento,  solo acompáñame a caminar en este mundo que solo inventamos y conocemos tú y yo.”

Agobiado y vacío  Guillermo entró  al parque sin aliento  y se apoyó en un árbol cualquiera dejándose abrazar por el sol y la brisa cerrando los ojos, pero de repente, como si una flecha hubiera sido disparada a su corazón hiriéndole de muerte abrió los ojos son saber  el porqué. Un llamado, una ilusión, un súbito reconocimiento, una alarma…  su desesperación de una vida que terminaba sin sentido, algo superior que le avisaba que estuviera alerta, no supo  cuál era el mensaje pero su corazón se detuvo, más bien su alma y su corazón escaparon de su cuerpo para adentrarse en el de alguien que todavía no había visto pero que al volver la cabeza apareció cual espejismo, cual dios del Olimpo, cual milagro inesperado y buscado por siglos.
¿Quién era? ¿Existía o era su necesidad de inventarlo?
Guillermo sintió que con  ese Adonis regalo del cielo  llegaba a su vida un barco, el que lo llevaría a un puerto seguro no sin antes transcurrir una travesía escabrosa y no entendía por qué había tardado tanto tiempo en llegar para rescatarlo de ese vacío existencial, de la mentira, de la farsa de su vida.
Pero ahora allí estaba, a pasos de él, tan cerca que casi podía escuchar sus latidos y su respiración al tiempo que su corazón iba hacia él con su alma y el aire se escapaba de sus pulmones, era ÉL, EL AMOR, el que siempre supo que existía en algún rincón del tiempo y del espacio pero que había dejado de esperar, y cuyo lugar a su lado había ocupado con relaciones inadecuadas. Al ver una sonrisa con hoyuelos que se regalaba al universo opacando la luz del sol, sintió que podía morir en ella, en ese instante, contra ese árbol y que su vida habría tenido sentido. Y sin embargo, ese ser llegaba como un amor prohibido, por ser hombre, por ser huinca.

“Llegaste a mi vida, un día llegaste a mi vida como un soplo de viento que mueve al son mis cabellos, tus caricias tan divinas recorren mi rostro sumergido en tu éxtasis de locura.
Mis ojos cerrados hacen que mi mente te piense y muerdo mis labios por el deseo de tenerte.
Tengo miedo de sentirme tan bien contigo y es el riesgo que corremos porque el amor es así. Moriré de terror un día al despertar y no verte, por saber que te has ido para no volver a mis brazos ansiosos de ti. Eres mi vida, aunque estés al otro lado del mundo, ¿quién sos precioso? ¿Qué haces tan cerca de mi hermano? Estas son las páginas de los diarios arrancadas que fueron horas, días y momentos hermosos que se vivieron, pero no más...
Tal vez son pequeñas historias que han tocado las fibras más íntimas del alma y quedarán en el recuerdo de aquellos corazones dolidos por el destino. Dejemos lanzada una rosa roja en el río por ellos y que fluya en el infinito. Sé que serás prohibido, tanto como que voy a amarte, que ya incluso te amo”.

Pedro se detuvo a tomar agua, apenas había corrido  tras dejar a Laura en la entrada, sintió que las piernas se negaban a continuar, eran absorbidas por la tierra como si una fuerza misteriosa, sobrenatural las anclara al lugar y no era el cansancio, el calor  o la sed que le impedían continuar su camino.
Presentía, sentía, saboreaba, palpaba, inhalaba, escuchaba una voz que le decía que en ese aquí y ahora había llegado a su lugar en el mundo, a su tiempo…  ¿al Amor?
Entones impelido por una  potente corriente electromagnética giró la cabeza hacia uno de los miles de árboles del parque y su mirada encontró a otra,  a otra proveniente de unos enigmáticos ojos que lo paralizaron y lo hicieron estremecer. La razón le ordenaba a sus piernas seguir corriendo pero el cuerpo se negaba a obedecer a las órdenes de su mente, temblaba, el corazón se aceleraba mucho más  que con el ejercicio y no podía respirar, y la misma fuerza que lo atrapaba,  lo atrajo a dar un paso hacia él, y otro y uno más. Pero de pronto quien fuera que fuese desapareció de su campo de visión como tragado por la tierra, se preguntó si acaso lo había imaginado.
Pedro se apoyó en el árbol intentando disimular, pero sentía que temblaba y que las piernas no lo sostenían,  lo sentía clavado en su pecho.
“Acompáñame a caminar, te invito a tomarnos de la mano y descubrir un camino el cual solo tú y yo caminaremos,  un camino que nos llevará más lejos de donde el sol se esconde,  visitaremos la luna cuando este en todo su esplendor y nos quedaremos a acompañarla cuando se sienta sola, iremos al infinito,  nos acostaremos en el suelo mirando una lluvia de estrellas, las contaremos una a una. Reiremos lo sé…  mucho,  porque la felicidad será nuestro abrigo y nuestro amor el alimento,  solo acompáñame a caminar en este mundo que solo inventamos y conocemos tú y yo.”


A la entrada del hotel de doña Sabina, Gabriela, o Laura se encontró con Prudencio que cargaba los baúles de Matías, mientras Antonio, el joven del establo, alimentaba a los caballos y les revisaba las herraduras sin apartar la mirada de ella. Ya había clientes en la pulpería y las miradas que le lanzaron la obligaron a acelerar el paso con una fea sensación de incomodidad y miedo. Iba a llamar a la puerta de la habitación de Matías  cuando se abrió.

__! Laura! __exclamó y le sonrió__. Pensé que no vendrías a despedirme. ¿Estás con Pedro?

__Sola, te traje la carta para mi padre __dijo y se la entregó.

__Todavía creo que esto de que se queden solos es un disparate __insistió él__. Esta villa no es como Buenos Aires. Aquí la gente es distinta. Están acostumbrados a cosas que ustedes ni siquiera pueden imaginar. ¿Por qué mejor no enviar a Prudencio?

Laura le apoyó un dedo sobre los labios para acallarlo  y Matías percibió el aumento vertiginoso en las pulsaciones de su corazón. La idea de dejarla en una población acechada a diario por malones y otras pestes no lo  desconsolaba tanto como el hecho de separarse de ella cuando había creído que la tendría para él. La contempló largamente y en silencio, mientras se resignaba a la idea de que jamás adivinaría qué clase de sortilegio le había caído el día en que la conoció. La supremacía que Laura Gabriela Escalante ejercía sobre su voluntad, sobre su vida, se le antojó solo apenas menor que la que ejercía Pedro, es decir infinita. Desconocía el límite propio frente a las veleidades de aquella chiquilla de veinte años.
Medio enfadado, medio embriagado de deseo, la tomó por la cintura y la besó en la boca, un beso audaz, espontáneo, anhelado, sus labios hambrientos sobre los de ella, sus cuerpos que se rozaban, sus manos que la exploraban. A lo largo de su vida, Matías había cubierto de besos a muchas mujeres, aquel beso, sin embargo, fue el primero que lo sacudió desde los fundamentos.
Laura se mantuvo inerte y no ofreció resistencia. Cerró los ojos y pensó: “No se puede pedir un favor tan grande sin dar nada a cambio”. El beso no la estremeció, ni la pasión que exudaba Matías, ni lo que le susurró antes de separarse de ella y marcharse aprisa hacia la calle.
Se quedó en medio del corredor preguntándose por qué no lo amaba. Porque ciertamente no lo amaba, ni tampoco a su prometido. En ella y en Pedro no habían florecido las pasiones y delirios que dominaban los párrafos de la dama de las camelias, ciertamente mucho menos en Agustín, o los de Amalia, mucho menos todavía, al parecer los hermanos Escalante no estaban hechos para amar como el sentir que transmitía el versar de Dante inspirado  por Beatrice Portinari, ni los  versos que Petrarca había escrito en honor de Laura de Novoa. Ella como Pedro, palpitaba y suspiraba por amores ajenos, los que hallaban en las prosas y en los poemas de los libros. Entendían los motivos de la dicha y de la angustia de los personajes, eran capaces de vislumbrar lo que estaba hondo en los espíritus de esos hombres y mujeres. Sin embargo, ellos jamás habían sentido algo parecido.
Corrió hacia la calle temiendo que la galera de Matías hubiese partido y lo encontró conversando con un militar. Al verla, Matías bajó el rostro avergonzado, y ella se sorprendió de su actitud, tan inusual. Un instante después, ella misma, al tener verdadera noción de lo que acababa de ocurrir entre ellos, experimentó cierto pudor.
Con todo, avanzó decidida, debía expresarle su gratitud convenientemente.

__Hilario _comentó Matías__;  deseo presentarte a la señorita Laura Escalante, hija del generan José Vicente y hermana del padre Agustín. Laura, el coronel Hilario Racedo, comandante a cargo interinamente del Fuerte Sarmiento. No dudes en acudir a él ante alguna amenaza ranquel.

El militar tenía la mirada deshonesta y la cicatriz que le surcaba la mejilla izquierda la acentuaba, Laura le notó un aspecto repulsivo. Racedo se deshizo en halagos, no solo referidos a la belleza y refinamiento de Laura, que contrastaban visiblemente con la mediocridad del lugar, sino a la valentía e inteligencia del general Escalante, que había sido compañero de armas de su padre, el teniente coronel Cecilio Racedo.

__Después del general San Martín, sepa usted señorita Escalante, que a quien más admiraba mi padre era al suyo. He pasado gran parte de mi vida escuchando las anécdotas del cruce de Los Andes y de las batallas que libraron juntos. Sé que su padre y el general fueron grandes amigos.
__Mi padre profesaba un sincero afecto por don José __ admitió ella lacónicamente.

__ ¿Cómo se encuentra doña Carolina Montes? _prosiguió Racedo.

__No sabía que conocía a mi tía _se sorprendió Laura.

__ ¿Y quién no conoce a su admirada tía, señorita? No debe existir un alma en toda Buenos Aires que no haya, aunque más nos sea, sentido hablar de ella.
__Sí, es cierto __aceptó Laura, conocedora de la capacidad de su tía abuela para hacer amistades y recoger protegidos __. No sé si sabrá usted, coronel Racedo, que mi tía enviudó en el mes de octubre. Sí, fue un golpe muy duro para ella. Ahora se encuentra en París arreglando los asuntos del testamento de tío Jean- Emile. Como sabrá coronel, mi tío abuelo era francés.
__!Qué inconveniente! _expresó Racedo, y el modo afectado que empleó, fastidió a Matías__. Y encima de semejante pesar, la pobre doña Carolina debe hacerse cargo de la complicación de los herederos y el testamento.

__Gracias a Dios __interpuso Laura; ese no es el caso de mi tía. Ella está en París con su hijastro, Armand, quien la ayudará en todo. Siempre han tenido gran cariño.

En este punto, Olazábal cerró el diálogo y se excusó en la prisa por partir hacia Córdoba. Laura le deseó buen viaje y, mirándolo directo a los ojos, lo llenó de ilusiones cuando le tomó las manos y le concedió un  “gracias”. El coronel Racedo también se despidió calurosamente y lamentó una vez más el repentino periplo a la capital que echaba por tierra la cita para almorzar.
__Ve tranquilo, Matías __expresó___; mientras te ausentes, yo mismo me haré cargo de la seguridad de la familia Escalante.

Matías trepó a la galera y saludó una vez más antes de partir. Mientras el coche se alejaba, se quedó mirando la figura de Racedo, alta e imponente, y la de Laura, menuda y vulnerable, una al lado de la otra, tan próximos. La galera tomó por el camino hacia el pueblo de Tegua y los perdió de vista. Corrió el visillo, buscando la sombra, y se echó sobre el respaldo del asiento, mientras la imagen de Pedro inundó la mente.
“Esto es un disparate”.
__

Ante la insistencia de Racedo, Laura permitió que la escoltase a lo del doctor Javier. El hombre ató su caballo al palenque de doña Sabina y emprendieron la marcha a pie. Racedo entonces se interesó por la salud del padre Agustín y lo elogió tanto como lo había criticado el día anterior por su amistad con los ranqueles. Laura, supuso que si no hubiese sido por su parasol, el coronel se hubiera acercado demasiado.
Consciente de que su situación era impropia para la hija de una familia decente y de que Racedo se comportaba como un caballero al no mencionarla, Laura percibió, sin embargo, un tono  insolente en su perorata. El militar mencionó su viudez repetidas veces y ella se convenció de que lo hacía para dejar en claro su condición de hombre libre, con una conveniente situación en la vida, mientras su única hija, Clotilde Juana, se hallaba bien encaminada, casada con el hijo de una familia influyente de Luján. Habló también de su sobrino, Eduardo Racedo, a quien se refirió como el hijo que se le había negado tener.

__No debería regresar sola a lo de doña Sabina __sugirió__. Vendré a buscarla a la hora que usted me indique.

__No estoy sola, gracias, mi hermano Pedro seguramente regresará al hotel, al menos a cambiarse, le agradezco, coronel Racedo, pero no será necesario. Además quizás esta noche me quede en casa del doctor Javier a cuidar a mi hermano __mintió.

__Vendré de todos modos, deseo conocer a su hermano Pedro. Le prometí a mi amigo Matías que los cuidaría, y pienso honrar mi palabra, esta zona está llena de ranqueles.
__

Con el trascurso de los días, Pedro no solo conoció a Racedo sino que deseó como su hermana pequeña que no le hubiese prometido nada a Matías. La simple preocupación por el bienestar de los hermanos y su seguridad se había convertido en un asedio permanente. Por la mañana, los aguardaba a uno o a ambos en la pulpería para escoltarlos a casa del médico y los acompañaba de regreso, muy tarde de noche, por lo general solo a Laura puesto que Pedro no deseaba alejarse de Agustín. Laura se daba cuenta que el militar se aseaba y perfumaba especialmente, no volvió a notarle barba de tres días desde la primera vez, ni las botas o el uniforme percudidos de polvo. Le brillaban los botones de la guerrera y la hebilla del cinto. Se lo topaba más que Pedro y también cuando iba a lo del boticario o cuando acompañaba a doña Generosa a casa de una vecina para rezar la novena por su hermano. María Pancha ya le había tomado ojeriza y el doctor Javier le daba a entender que no se trataba de un buen hombre. Supo por Lorena que se lo tildaba de cruel y arrogante. Los soldados le temían y los indios lo detestaban.

__Pueblo chico, infierno grande __sentenció María Pancha, una tarde mientras Agustín dormía __.  Dentro de poco, todo Río Cuarto. Dirá que estás coqueteando con Racedo mi niña. No quiero pensar que esos embustes lleguen a oídos de tu abuela.

El acoso de Racedo, que se presentaba insoslayable terminó  convenientemente gracias al malón que arrasó Achiras, un pueblito en el límite con San Luis, y que lo alejó por un tiempo. Por primera vez, Laura era libre. Iba y venía por las calles sin compañía o con la de Blasco. Y nadie le reprochaba nada, María Pancha se había olvidado de ella, casi tanto como Pedro, abocados y consagrados como estaban al cuidado del padrecito. Laura disponía de tiempo y de su vida como si estuviese sola en el mundo.
 A pesar de su interés por Agustín,  Pedro sentía lo mismo. A pesar de que su mente y su corazón siempre habían amado la libertad ahora también la sentía sobre su cuerpo que vibraba.  Después de haber saboreado la libertad, se preguntaba cómo soportaría de regreso en Buenos Aires la voz aguda e imperiosa de la abuela Ignacia, los escándalos de la tía Dolores y tía Soledad, o los reproches de Magdalena.

Aunque el doctor Javier era cauto y no expresaba lo que los hermanos esperaban escuchar, ellos presentían que Agustín recobraba la salud día a día. Cierto que aún sufría ahogos, que la fiebre no remitía y que los esputos continuaban sanguinolentos. No obstante nadie les quitaría de la cabeza  que su hermano no estaba tan consumido como aquella primera noche en el convento y ni siquiera el escepticismo de María Pancha les haría cambiar de opinión.

El padre Donatti, visitaba la casa del médico a diario. Traía la comunión a todos, les leía los Evangelios y rezaba el rosario. En esas ocasiones, María Pancha, Pedro y Laura a veces los dejaban a solas. Pedro y Laura se zambullían en sus libros de turno, mientras la negra completaba en la cocina sus infusiones y tónicos o iba al hotel de doña Sabina a tomar un baño y mudarse de ropa. Allí la aguardaba Lorena, quien, a pedido expreso de Laura, la atendía a cuerpo de rey. Era la primera vez que alguien servía a María Pancha, y la incomodidad y la extrañeza ganaban a cualquier sentimiento agradable. Más de una vez se tentó de preguntarle a Lorena cuánto dinero le había pagado el doctor Olazábal para que los atendiera como a gente de la realeza, porque no le parecía que la sobrina de la pulpera fuera del tipo servicial por naturaleza.

Un día, a la hora de la siesta, mientras el padre Donatti visitaba a Agustín, Pedro leía: “Excursión a los indios ranqueles”, regalo de su hermano. De pronto cerró el libro y se mantuvo reflexivo.

__ ¿Cómo era la madre de Agustín? _preguntó un momento después, y María Pancha detuvo sus dedos ágiles que cosían.

__ ¿Qué deseas saber?
__Todo. Cómo era su aspecto, cómo era su manera de ser, cómo era su relación con mi padre. Tú la conocías bien.
__Sí. Muy bien.
__ Hay algo en esa mujer __ prosiguió, Pedro__  de lo que nadie quiere hablar.

__! Qué ocurrencia, niño! __se impacientó la negra.  __ ¿Qué puede haber?

__ ¿Por qué Agustín necesita hablar con mi padre acerca de su madre? La noche en que llegamos a Río Cuarto, él pidió que le dijéramos a mi padre que deseaba háblarle de su madre.
__Eres curioso, Pedro.
__Y más curioso me vuelvo cuando me doy cuenta de que nadie habla de la madre de mi hermano, es más, evitan mencionarla. Mi madre, mis tías y mi abuela parecen odiarla.
__Fue la primera mujer de tu padre __intentó María Pancha con la que parecía excusa suficiente para justificar el resentimiento hacia Blanca Montes__. ¡Y ya deja en paz a los muertos! __se enojó__. Voy a lo de doña Sabina a cambiarme de ropa.

La recitación monótona de las letanías le indicó a  Pedro que Donatti y su hermano pronto terminarían el rosario. Retornó a las páginas del libro que siempre lograban quitarle de la mente las preocupaciones y dudas, Matías y su viaje a Córdoba lo inquietaban. Laura que se perdía a menudo más. Pero hacía una semana de la partida de Matías y todavía no sabía nada de él. María Pancha los tranquilizaba al decirles que en realidad había transcurrido poco tiempo, pero no era así para su hermano.

__! Ojalá me enviara un mensaje! __deseó Pedro.

El padre Donatti salió del cuarto y Pedro notó que aún llevaba la estola alrededor del cuello y, en  la mano, la cajita de madera donde guardaba el óleo para la extremaunción.


Mientras todos se movían alrededor de Agustín, Guor se mantenía a distancia, observando a los hermanos, había adivinado que no podían ser más que ellos, los hermanos de Agustín.
Poco después, había sido Blasco quien le confirmara la identidad de cada uno.

“He callado mis palabras, no mis pensamientos, tampoco mis sentimientos por ti, muchacho irreverente, me he dicho, ya llegará el día en que pueda gritar tu nombre, y pienso en voz alta, cuándo es que podré decirlo.
Hoy, que es el medio día de un  día cualquiera  tengo más que un silencio, un vacío de ausencia, una llenura de mariposas en mi estómago  que me dice y me repite tu nombre, tatuado en mi alma enamorada.
Sabes, al empezar a escribirte, como siempre, me puse a imaginarte, llegando con esa ansiedad de lo desconocido, mirando por todos lados, tratando de descubrirme en rostros ajenos al mío, quizá  buscándote  muchacho,  pintado de palabras bonitas.
Qué cosa condena a mi familia…  hacer silencio, mientras este corazón se llena de algarabía tan solo de pensarte, repitiendo la misma historia, abrazarte y entregarme a ti, con el maravilloso vehículo del pensamiento, que en un cerrar de ojos tuyo y mío, podemos fundirnos eternamente, nombre de hombre prohibido, Pedro.
Ya deseo declararte hoy  lo que guardo vida mía y lo que mi ánima eximia cuando contigo no estoy. Por eso solo quiero darte de la pasión sin tregua que mora por mi lengua y se muere en saludarte. Te amaré sin condiciones,  más,  de todas las maneras y en tu piel serán pioneras de todas esas aficiones. Porque solo ansío amarte como digo en estas letras porque todo compenetras y todo anhelo voy a reclamarte. Como la luz de tu mirada  o los mimos de tus besos,  de esos que son traviesos si no te encuentran parado. Dame el aire que respiras, de tus manos sus delicias y entregaré mis caricias cada vez que me suspires. A tu piel acercaré lento y arrodillaré cual templo en el reino que contemplo y en el alma tanto siento. Te rodearé  en mis brazos, te recitaré  en mi regazo y apretaré fuerte ese lazo por ser un verbo a trazos.
Escribiré un largo poema que te dirá lo que sienta por mantenerte contento y seré ese día un teorema. Y disfrutar cada segundo sí,  presto de tu compaña cuando a la mía la ataña esos ojos de otro mundo. Y hasta el sol tiene celos de tus luceros y su brillo que en mi sueño acaudillo por llenarlos de consuelos.
Perdón si hoy te hablo pero no te molestaría y mucho menos para conspirar, solo deseaba que supieras que siempre estaré derramando este amor a tus pies y mi corazón late y es por ti, sabrás cuando estés frente a mí que tú eres quien llenas mi corazón destrozado y cada día se hace más fuerte porque me llenas con la chispa de tu recuerdo, tú eres el remedio para calmar mi dolor en  el cual vivo cada día, porque con solo tu presencia logras dar luz a mi vida.
Hoy daría hasta mi propia vida por tenerte nuevamente junto a mí, y si en algún momento llegara  a pasar,  te demostraría cuánto te amo, porque no sé cómo expresar este amor que siento hoy por ti.
Hoy, en este día,  tengo celos del hombre que tienes a tu lado, porque él ahora llena tu corazón y está siempre a tu lado, como cuando en  mis sueños estás junto a mí, donde sientes amor por mí, sé que  no sientes nada, ni siquiera me conoces pero siempre te llevaré tatuado en mi alma y corazón, sé que aún tengo los momentos y los recuerdos de aquel bello amor de mis sueños, de esa única mirada que me halló desprevenido, que hoy es mi única esperanza de llevarte hasta la eternidad.
Ahora en estos momentos que pasan escucho tu dulce voz y me llena de alegría, me da mucho gusto saber que estás bien, siento un poco del amor que  imagino sientes por mí y no lo pude  pelear en  aquel momento.
Solo te pido un favor,  sé que no es mucho pedir pero jamás olvides, que un día te amé y que eternamente estaré para ti, siempre te deseo que recuerdes que hay un loco enamorado esperando por ti, aunque seas huinca y el hermano de Agustín”.

__No padre, no he contestado a mi abuela, ni pienso hacerlo a mi novia.

Donatti conocía bien a Pedro y a Laura y sabía que no le temían a los castigos de su abuela, ni a perder a Lahite y a Camila, ni a la afrenta que los aguardaba en Buenos Aires. Eran demasiado audaces para dejarse estafar por amenazas de esa índole. Pero él sabía que los aterraba la idea de perder a su hermano. Donatti los admiraba en aquel momento y pensó que se trataba de jóvenes extraordinarios. Caminó con Pedro a través del patio y de la sala y hasta la puerta principal.

__Usted conoció a Blanca Montes, ¿no es cierto, padre?
__Sí _aseguró Donatti, y le echó un vistazo, extrañado.

_ ¿Cómo era?
__ ¿Cómo era? Silenciosa, callada, hermosa, y sin embargo, con un mundo interior rico y pleno, instruida como pocos. Sabía de medicina.
__ ¿Medicina?
__Su padre,  tu tío abuelo, el doctor Leopoldo Montes, era médico, y Blanca soñaba desde muy joven con serlo, al no poder lo asistió como enfermera. Además de leer mucho, era muy observadora, y aprendió viendo trabajar a su padre a lo largo de los años.
__Una vez escuché decir a María Pancha que era muy hermosa.
__María Pancha la conocía muy bien, Pedro, eran como hermanas. De todos modos, eso de la belleza, no es parcial. Aunque más que hermosa, Blanca Montes era inteligente e intrigante.
__ ¿Intrigante?

Se escuchó la voz de Generosa, que apareció en el zaguán con su hijo Mario y la doméstica, que la ayudaba  con las canastas de víveres. Mientras la dueña de casa y su hijo saludaban a Donatti, Pedro regresó al lado de sus hermanos. Agustín se hallaba inquieto a causa de la fiebre y la dificultad para respirar. Laura le cambió el paño de la frente y Pedro le tomó las pulsaciones como el doctor les había enseñado. Alistó la medicina y el ungüento de alcanfor que María Pancha le había preparado y que le frotaban sobre el pecho.

__Si al menos existiera un hospital, un sitio mejor _aventuró Pedro resignado.

__ ¿Noticas de papá? _susurró Agustín sobresaltándolo.

__No todavía, pero dentro de poco Matías estará de regreso con el general Escalante a su lado _mintió Pedro, que poco a poco perdía la confianza en el éxito de la misión de Olazábal.

__Supongo que solo resta esperar, que más  no se puede hacer.
__Hace tiempo que nuestro padre se olvidó de esa pelea que tuvieron cuando decidiste tomar los votos _tentó Pedro.

__Hay cosas que ustedes no saben, Pedro _admitió Agustín__, tal vez demasiadas cosas. Aquella vez fui muy duro con papá, le dije cosas que no merecía.

__ Ya te dije que las ha olvidado.

A pesar que el día era muy caluroso la fiebre le causaba escalofríos. Laura trajo piedras calientes de la cocina, las envolvió en trapos y las colocó a los pies de la cama de su hermano, terminó sudada como si tomara un baño turco, el calor la descomponía. A continuación lo ayudaron a beber la medicina y le frotaron el pecho con el ungüento de alcanfor. Agustín lucía a gusto y tranquilo cuando logró dormirse, y los hermanos se abrazaron aliviados, convencidos de que el sueño lo preservaba del padecimiento de su enfermedad. Permanecieron de pie junto al camastro, mientras le contemplaban la consunción de las facciones. Ahora veían con claridad: los carillos le habían desaparecido, los ojos se le habían hundido en dos oquedades ribeteadas por círculos violetas y la nariz emergía más aquilina que de costumbre.
No quedaba rastro del apuesto Agustín Escalante. Según el doctor Javier, la respiración fatigosa y el exceso de sudoración eran claves como síntomas del carbunco.
Laura exhaló un suspiro y se reclinó sobre la mesa mientras Pedro le besó la coronilla. Estaban muy cansados. Recorrieron la habitación con la mirada y Pedro la detuvo en un pequeño envoltorio que una india llamada Carmen le había entregado esa mañana y que aún permanecía arrumbado en el mismo sitio donde él lo había desechado con aprensión, arrugando la nariz por miedo a que oliera mal.

“Son cosas de Uchaimañé”, había asegurado la mujer en un castellano mal pronunciado pero bien hablado, mientras extendía el bulto a Pedro. “Lucero las encontró hace poco y me pidió que se las entregara al padrecito Agustín.”
Los hermanos no sabían de qué hablaba la india, de quiénes, pero como conocían la estrecha relación de su hermano con esas gentes, no les sorprendió la visita ni la entrega del envoltorio. Pedro lo tomó sin más y la despidió.

Se acuclilló frente al bulto y desató los nudos. Observó que Laura dormitaba sobre la mesa.
Había un poncho, una cajita de madera tallada y un cuaderno forrado con cuero.
El poncho correspondía al típico tejido de las mujeres ranqueles que Agustín les había enseñado a reconocer. Era pequeño, de la talla de un niño. De tonos azules y rojos, si bien basto y un poco áspero la prenda le pareció bonita, con armonía en su diseño. En la cajita encontró un guardapelo de oro y una cadena, se trataba de una pieza muy fina con las iniciales M y P ricamente grabadas en la tapa. La abrió con cuidado y encontró dos mechones de cabello cuyas tonalidades contrastaban, uno negro, el otro de un color muy claro. Abrió el cuaderno, y el corazón le dio un vuelco. En la hoja de respeto encontró la palabra: Memorias escrita en una caligrafía de pendolista, y al pie, el nombre del autor: Blanca Montes.

__Hermanito, es la historia de tu mamá, al fin la conoceremos, pero, ¿quién es esa Lucero?

___

__ ¿Qué lees tan absorto?
María Pancha le habló en un susurro y, sin embargo, lo sobresaltó.
__Uno de mis libros __mintió, Pedro__; regalo de Agustín. Excursión a los indios ranqueles.

__Yo también quiero leerlo __expresó María Pancha __, sé que el coronel Mansilla menciona a tu hermano varias veces durante su relato.

Pedro escondió el libro en su escarcela junto al ponchito y el guardapelo de oro. Se sintió mal por actuar así con su criada, a quien nada ocultaba, pero temía que, en caso de conocer la existencia de las Memorias de Blanca, se las quitara. Ya se había dado cuenta de que esa mujer sabía algo de lo que a ellos les interesaban conocer y a otros, ocultar.

El doctor Javier, de regreso de su última ronda, entró en el cuarto donde dormía el enfermo. Apenas  si movió los labios para saludar, contagiado por el abatimiento que flotaba en el ambiente. María Pancha lo ayudó a quitarse la chaqueta, mientras Laura lo desembarazaba del maletín. El médico se lavó concienzudamente las manos como les había enseñado a todos,  en la jofaina antes de revisar al enfermo. Le hizo algunas preguntas y le dio ánimos, luego, apartó a la negra y le indicó:

__Debemos bajar la fiebre. Una inflamación de las meninges sería fatal.

La negra conocía muchas técnicas para bajar la fiebre, entre ellas colocar ramilletes de apestosa ruda bajo los sobacos del enfermo, que el doctor aprobó. Con el transcurso de los días, el médico había aprendido a respetar la sapiencia de la negra y a convivir con sus recetas medicinales. María Pancha salió de la habitación en dirección al huerto de doña Generosa, y Pedro la siguió, no con la intención de ayudarla sino de respirar aire fresco y renovar los bríos que le desaparecían dentro de aquella habitación donde la muerte acechaba a su hermano sin tregua, pensando en si decirle del diario de su madre.

La negra cruzó  el patio a trancos y no reparó en el hombre que, apartado, conversaba con Mario, el hijo del doctor Javier. A Pedro, sin embargo, le llamó la atención la desproporcionada diferencia de tamaño entre el muchacho y el desconocido, que parecía un coloso al lado de Mario. Nunca había visto a un hombre de espaldas tan anchas ni de músculos tan recios, que mostraba sin decencia, pues llevaba una prenda desprovista de mangas. “Demasiado robusto y macizo para ser apuesto, sin embargo…”, resolvió, entre displicente e intrigado por verle la cara.

“Enséñame a transcribir en el papel,  lo que hemos escrito en nuestra piel, utilizando como tinta  la saliva de nuestras lenguas, enséñame a sentir  cómo nuestra respiración  se acelera y se agita con cada beso  entregado con lujuria y pasión, enséñame a vivir en tu cuerpo, bebiendo de la humedad de tu piel  y alimentándome de tu fruto prohibido, enséñame a descubrir cómo es   vivir contigo y a hacer realidad  nuestro eterno sueño, Pedro, se dijo Guor, que lo había adivinado cerca como cada día desde hacía varios.
Quiero embriagarme de pasión en el remanso de tus brazos, desnudar mi alma para gozar este placer de los dos que es amar con el corazón más allá de lo corporal.
Fundirme en tu mirada descubriendo vidas pasadas. Plasmar en sonrisas alegrías dormidas. Murmurar a los oídos palabras de amor acarameladas. Tentar nuestras manos de caricias deseadas mientras nuestros labios saborean  mil besos apasionados. Crear sueños de romántica luz para guiar nuestro vuelo alistando las alas del Amor que son plumas calmas de las tempestades de la pasión para sentir que somos prisioneros de los latidos de nuestros locos corazones
.”
“Me gusta la gente distinta, esa que defiende sus verdades  a voz en cuello.
Respeto demasiado  a aquellos que pueden  mostrar sus cicatrices  sin llegar a sentir  que es alguien de menor valor. Amo a esas personas  que al exponerte sus ideas  logran erizarte la piel,  haciendo que en el alma  se escuche un concierto musical. Y ese hombre pareciera hacerlo.
Por ello, me apartaré de aquellos  que hablan solapadamente, logrando disfrazarse tras una voz dulce y tenue. Porque son capaces  de venderse a cambio de  monedas.”

“Hoy te imaginé, pregunté por ti, Pedro, llegué hasta donde estabas y cuando te hablé,  sentí el temor de que me despreciaras, que no me contestaras, pero en ese momento te entregué mi corazón, hoy tengo temor de perder tu compañía y la presencia de tu alma bondadosa.
Ahora estás aquí junto a mí a pesar que nunca pensé que ibas a llegar a lo más profundo de mi alma, tú eres mi gran verdad, como tu mirada tan llena de luz la cual me brindas a cada instante con la magia del amor, cuando salgo de este hogar siento un nudo en la garganta de sentir la ausencia de tu compañía y solo deseo regresar para estar nuevamente junto a vos.
Hoy estoy dispuesto a dejar todo para estar eternamente entre tus brazos, y la luna llena que brilla en el firmamento sea testigo fiel del gran amor que siento hoy por ti y pasaría toda mi vida junto a ti, aunque un instante sea toda la eternidad, porque no deseo estar lejos de tu presencia.
Una vida sin ti es como estar muerto en vida, mi alma te tiene grabado muy dentro de mi ser, hoy mi vida es solo para ti, porque eres la razón de mi existir.
Tú tienes el poder en mí y esta vida es solo para ti, en tus manos te ofrezco lo que soy y si tú me das la oportunidad de demostrarte lo que vales para mí,  el día que llegue el momento de cerrar mis ojos deseo que sea junto a ti.
Mi vida sin ti es como un vacío lleno de soledad y amargura, como el recuerdo de tus suaves caricias, los dulces besos llenos de pasión y tu mágica voz como bellas melodías, hoy en mi vida eres tú a quien deseo tener toda la eternidad, Pedro.
Tu voz camina por mi sangre e inunda a mis pensamientos, y cuando las sombras embarazan al color, sujeto a mi potro con su crin al viento. Aunque temo el viaje de ida amortajado por el frío olvido, en donde llueve a cántaros el llanto y hasta se mezclan mudos los quejidos; las voces de la piel hoy se me adentran e invasoras perturban mis latidos y me vuelvo cascada y torbellino, para abrazar el cauce de tu río. Si no temes la fuerza del torrente, sujétame el caudal embravecido y seamos oasis y remanso, en un mundo muy nuestro y sin testigos”.


Mario, que lucía exaltado y sonreía, dejó el patio a la carrera, mientras llamaba a su madre con voz jubilosa. El extraño volteó y su mirada encontró la de Pedro, que se inmutó ante la frialdad e indiferencia de aquel rostro oscuro donde los ojos parecían serlo todo. Las pestañas como espesos ribetes negros que le acentuaban el color café del iris, carente de luces verdes o destellos azules, se trataba de café puro. El extraño estudió sin disimulo al joven de arriba abajo con calma, sin prudencia ni contención, su gesto desprovisto de emociones y, cuando sus miradas volvieron a toparse, se quitó el pañuelo rojo que aún llevaba en la cabeza y se inclinó apenas en señal de saludo. Pedro corrió hacia el huerto como un chico espantado y mientras lo hacía, se preguntaba por qué corría, de quién escapaba.
Había adoptado la actitud de una persona sin urbanidad ni modales. Al menos, debería haber correspondido al saludo.
Seguramente se trataba de un gaucho amigo del doctor Javier, de esos que vagan de campo en campo en busca de trabajo, que pasan horas largas bebiendo en las pulperías, que gustan de la guitarra,  las interminables rondas de mate y los fogones, donde cuentan historias de fantasmas, guardamontes llenos de polvo,  chiripá de pañete, calzoncillos y nazarenos de plata. Llevaba el cabello suelto, negro y lacio como la crin de un caballo.

En el huerto, María Pancha,  acababa de recoger la ruda con los últimos rayos de sol. Había descubierto otras hierbas interesantes, que luego machacaría con el almirez y maceraría para obtener tónicos y cordiales. No prestó atención a Pedro, que se sentó bajo el limonero e inspiró el aroma de los azahares. Maravillado por el atardecer, que teñía el horizonte de un color ígneo. Más hacia el este, el cielo estaba oscuro y las primeras estrellas titilaban. Inconscientemente, sus pensamientos recayeron en el coloso del pañuelo rojo.

“! Dios! Es el hombre que he visto antes. ¿Qué sucedió?, exclamó para sí y, enseguida agregó: “Debo averiguar más acerca de ese hombre que merodea la casa.”

Lo invadió una necesidad imperiosa de volver a verlo, y ni el magnífico paisaje ni el silencio del huerto lo serenaron. Quería examinarle el rostro al favor de la luz, probar cuán duros eran esos músculos que lo intimidaban, someterse nuevamente a su mirada despiadada. Jamás había experimentado esa completa vulnerabilidad y aturdimiento, como si se hubiese presentado desnudo y el extraño le hubiese clavado la vista en las partes secretas. Un hombre de baja estofa, un gaucho probablemente, sin educación ni refinamiento, lo había dominado con la mirada, convirtiéndolo en un ser débil y miedoso.
María Pancha, con las manos llenas de hojas y ramilletes, le ordenó que volviera a la casa, pero Pedro  temía que el extraño siguiera rondando y le indicó que se quedaría unos minutos a descansar bajo el limonero.

__En realidad _prosiguió la negra___, deberías ir al hotel. Ya es muy tarde para ustedes y no me gusta que caminen solos por esas calles que parecen boca de lobos, yo me quedaré.

__Sabes que a Laura siempre la acompaña Blasco, el muchacho del establo, yo me quedaré contigo.
__A ese le manda Lorena __manifestó la negra__. Deben de ser órdenes del doctor Olazábal, para que los tenga vigilados.

__! Ah, María Pancha! _exclamó, Pedro que nunca había comprendido el rencor de la negra hacia su amigo tan querido___. ¡Qué sandeces!

__El diablo sabe más por viejo que por diablo _sentenció la mujer, y regresó a la casa.

“Cuatro estaciones tiene el año así vamos avanzando, derrotas, éxitos, alegrías y tristezas; que vamos acomodando de distintas maneras en nuestro transitado corazón.
El otoño representa las nostalgias, melancolías y tristezas de aquellas vivencias que nos han marcado por la ocasión que ha forjado un motivo o razón.
La fría nieve que acompaña el invierno es la semejanza a cómo respondemos a determinadas hostilidades.
Resguardando el corazón con la tibieza del amor pero sin desabrigarnos demasiado.
La primavera es la felicidad plena de la vida en su plenitud que muestra alegrías en diferentes sectores y por distintos factores. La naturaleza brota por el amor que  se tiene. La entereza de estar viva para poder disfrutar de cada circunstancia o situación.
El verano es ardiente y quema reflejando los temperamentos que tarde o temprano cada de uno de nosotros mostramos cuando algo nos molesta o nos inquieta.
Cuatro estaciones tiene el año y cada una cuenta la historia de cómo nos sentimos cuando llueve, hace fío, hay vientos fuertes o hace mucho calor.
La naturaleza es sabia y con su gracia es bien oriunda de todo lo que la vida nos brinda. Porque aunque somos diferentes, en algún tiempo nos encontramos y coincidimos plenamente con las diferentes cuatro estaciones que el calendario de la vida tiene”.

Pedro siguió con la mirada el cuerpo esbelto y delgado de María Pancha, y se dio cuenta de que, a pesar de los años, su criada siempre lucía igual. La quería más que a su madre, y junto con Agustín y con tía Carolina, era en quien más confiaba. Desde muy pequeño la certeza de que ella adoraba  a los hermanos había significado para ellos un aliciente frente a la frialdad de Magdalena y a la lejanía del general. Habría confiado su propia vida a esa mujer, y sin embargo, poco sabía de ella. El pasado de María Pancha era un misterio.
Inevitablemente, retornó a Blanca Montes y a sus Memorias, y se puso de pie, intranquilo de repente ante la idea de que hallasen el cuaderno entre sus cosas. Un instinto lo llevaba a actuar así, un presagio que le repetía que debía leer el cuaderno antes de revelarlo. Le pesaba igual que cuando leía una excelente novela que no podía dejar aunque fuesen las cuatro de la mañana, aunque ya hubiese consumido tres velas, y aunque supiese que su abuela al día siguiente le reprocharía cuánto gastaba en iluminación para satisfacer ese capricho de leer. Corrió el último tramo y, al entornar la puerta del cuarto de su hermano, quedó de una pieza al descubrir al hombre del pañuelo rojo de rodillas. Agustín se dirigía a él con voz baja, los ojos anegados de lágrimas.

Pedro se retrajo en la lobreguez del pasillo, imposibilitado de romper la armonía de esa escena, incapaz de sorprender a ese hombre en una actitud tan poco varonil, tan frágil y tierna. Habría sido como pillarlo desnudo. El pabilo de la vela echaba una luz rojiza sobre aquella mole de músculos que momentos atrás lo había conmocionado y que ahora, en cambio, se acurrucaba en el piso, inerme, empequeñecido, sufriendo por Agustín.
El hombre salió de la habitación sin volver la vista atrás.
Se encaminó hacia la sala principal desenvuelto y pasó cerca de Pedro que se mantuvo quieto, sumido en la oscuridad del corredor.
Guor se detuvo, desanduvo  el camino y sin más le robó un beso que dejó a Pedro aturdido sin respuestas, para cuando quiso poner en movimiento las palabras el hombre estaba fuera de su alcance.
“¿Qué?”

 Dejó la casa del doctor Javier sin avisar a nadie ni detenerse a decir adiós. Luego de un momento, Pedro regresó junto a su hermano.

__ ¿Qué pasa? ¿Por qué estás llorando?
__Nada __respondió Agustín__. Pensaba en mi madre. ¿Has tenido noticias de mi padre?

Incapaz de improvisar nuevas mentiras, Pedro negó con la cabeza y se dispuso a acomodar las almohadas de su hermano para darle la medicina. A esa hora, cuando el día agonizaba solía subirle la fiebre, que lo llevaba a un estado de seminconsciencia, un sueño ligero plagado de pesadillas. Ese atardecer, Agustín lucia más intranquilo que de costumbre.

“Así lo ha puesto ese hombre”, dedujo Pedro con resentimiento, intrigado por saber qué había sucedido entre ellos, pero incapaz de mencionarlo. Se sentó junto a la cabecera y leyó en voz alta el pasaje de Excursión a los indios ranqueles. Se presentaron María Pancha, Laura y el doctor Javier, que tomó el pulso al enfermo, y le midió la temperatura con un extraño aparato. Sin hacer comentarios, pero con un gesto que evidenciaba sus recelos, el médico indicó a la negra que acomodara los preparados en los sobacos de Agustín.

Pedro abandonó la habitación con Laura. El patio era su refugio, se apoyó sobre el brocal del aljibe  y perdió la mirada en la serie de árboles frutales que crecían alineados al final de la propiedad. Le dolía la cabeza, una punzada aguda en las sienes estaba volviéndolo loco, y la acidez en el estómago provocaba náuseas.

Más lejos oyó.

__! Señorita Laura!
__! Blasco! No grites. El padre Agustín intenta descansar.
__Perdón señorita. Es que Lorena me dijo que viniera ligerito a darle la carta que acaba de llegar de Córdoba. La trajo un chasque. Segurito es del doctorcito.

Pedro corrió a su lado.
En efecto reconocieron la caligrafía en el sobre. Temían abrirlo, no querían recibir malas noticias, menos aún comunicarlas a Agustín. Blasco, que no comprendía   por qué diantres  los hermanos demoraban en abrir el sobre cuando habían pasado todo el tiempo preguntando por noticias de la capital, la instó a Laura a hacerlo. Ella tomó la carta y comprobó que estaba fechada el día anterior. De seguro, el propio  Matías habría viajado la noche entera y gran parte de ese día para entregarla tan pronto.
¿Cuánto le habría costado el servicio al bueno de Matías?

__Lee hermana.
__Gracias Blasco. Espera, llevas un colgante nuevo al cuello.
__Es un regalo del cacique  Nahueltruz Guor. Aquí en el pueblo todo el mundo lo quiere y respeta, gracias a él, Mario, el hijo del doctor regresó sano a casa después de que unos indios lo tomaron cautivo.
Acaba de salir, lo crucé.
Pedro sintió un escalofrío y dio un respingo.

__ ¿Qué dijiste?
__Que Guor estuvo aquí, es amigo, todos lo quieren, y es muy amigo del padrecito, Agustín, creí que sabían.
__ ¿Cómo?
¿Es un cacique ranquel?
__Bueno, sí, el más valiente, es el hijo del gran cacique Mariano Rojas.
__ ¿Qué es quién?


“He besado tantas veces,  tantas bocas,  que perdí la cuenta mas no las sensaciones,  esa chispa que se enciende, ese fuego que se prende,  ese río de lava atraviesa mi cuerpo,  está desbocado  y busca una salida.  Hay tantos matices y tantos colores.  Tantos sabores y tantos olores.  Tus ojos son dos brasas que  penetran mi alma, tus manos llenas de arte modelan el barro... Te pienso y te siento en cada momento  y cada mirada  y no me arrepiento. Con todo cariño a un paso de tu alma. Amarte es vivir un año a tu lado y es  mejor que una vida sin ti, a tu lado la vida es intensa, por momentos, es incierta, en otras ocasiones  una auténtica locura  y qué es la vida  sin locuras o sin ti, nada, tú eres mi todo, mi existencia eres tú, sin ti no vivo, muero, muero de celos del aire  que acaricia tu piel  con su suave brisa, del sol que baña  tu cuerpo de luz, celos del tiempo  que me roba  las hora a tu lado.
Tú eres mi vida, tú eres mi existencia, contigo viviré una vida  soñada en este viaje, vayas donde vayas voy contigo  porque ya eres parte de mi ser, no sabría vivir sin ti, eres mi todo y mi nada, mi todo contigo y  mi nada sin ti.
Quién sabe, tal vez la vida comenzó  el día en que te conocí, el día que un beso furtivo  logró que nuestros labios  se juntasen, ese día que como por  arte de magia nos unimos, fantástico es poco decir  para la sensación que sentí, amarte es vivir, Guor”.

__ ¿Pedro, pasa algo? __interrogó Laura que vio a su hermano pálido.

__Nada, lee, lee la carta de Matías.




Continuará.
HECHOS Y PERSONAJES SON FICTICIOS. CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA.
LENGUAJE ADULTO. ESCENAS EXPLÍCITAS.

22 comentarios:

  1. Gladys Hermoso ... Cómo hermosa es la vida!!! 😍

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  2. R Sanchez Preciosa novela tiernamente romántica felicidades un fraternal abrazo lleno de afecto

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  3. Tamaira Leerte me a llegado el lo profundo de mi ser .

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  4. Maria Soledad Hoyos Restrepo Gracias Eve Monica Marzetti

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  5. Patricia. Me encanta Eve, diferente y ellos.

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  6. Veronica Lorena Piccinino Eve Monica Marzetti necesito más de ellos. Es muy linda historia ... ame ese beso robado tanto como Pedro. Gracias.

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  7. Hermosa historia de amor Eve, más aún en esa época tan difícil para poder vivirla libremente...

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    1. ES HERMOSA, Y RECIÉN INICIA, LA HABÍA PENSADO SORPRENDENTE, ESPERO ACORDARME PORQUE ESTOY SONAMBULA, SUBO DESAFÍO. BESOTE INMENSO.

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