viernes, 1 de febrero de 2019

EL PODER DEL AMOR. CAPÍTULO DIEZ.



EL PODER DEL AMOR.
CAPÍTULO DIEZ.
"Al principio todos los pensamientos pertenecen al amor. Después, todo el amor pertenece a los pensamientos".
Albert Einstein.



Corazón Coraza.
Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres lindo desde el pie hasta el alma
porque eres bueno desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeño y dulce
corazón coraza
porque eres mío
porque no eres mío
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.
*Mario Benedetti /

__A la hijita de Nahuel se la llevó la misma epidemia de viruela que a mis padres __prosiguió, Blasco__. Solo se salvó, el hijito, pero por eso Nahuel me quiere tanto, porque la nena se murió, y Linconao y yo somos como hermanos. Yo soy más grande que Linconao _añadió__, pero éramos amigos lo mismo.

__ ¿Linconao? __preguntó, Pedro.
__Fabián lo bautizó el padrecito, el ranquel lo llama Linconao, Malena era la nena.


Golpeó a Pedro que Nahuel tuviera dos hijos, la existencia de la esposa era lo que dolía y fastidiaba. “Casado y con hijos tal vez”, masculló para sus adentros. Tal vez está viva y por eso se marchó.

__ ¿Cómo es la esposa de Nahueltruz?
__Cómo era, patroncito _corrigió, Blasco__. Se murió también.
__
__ ¿Qué le preguntó?
__No fue muy directo, a decir verdad. Preguntó un poco de todo. Quiso saber por la salud de Agustín, por su hermana Laura…
__ ¿Qué quería saber de ella? _se precipitó Guor, y Donatti levantó la vista__. Quiero decir _rectificó__. ¿Qué tiene que ver la señorita Escalante con Racedo?

__Debo suponer que has conocido a los hermanos _vaticinó el sacerdote franciscano.

__Hoy me los presentó el doctor.
__Pues sí, Racedo no oculta la inclinación que tiene por ella, y no se será difícil entender por qué. No quisiera decir esto, pero al parecer la pretende el doctor Olazábal, pero Racedo cree que él…
__ ¿Qué?
__Es que no puedo ni decirlo, hijo, Racedo cree que él en verdad quiere al hermano, a Pedro, que gusta de los hombres.

Guor se enfureció pero intentó reprimir el sentimiento, no comentó al respecto, su gesto permaneció invariable, como si hubiese perdido repentinamente el interés.

__
… otra figura…  palabras, frases, pensamientos que llevan multitud de quejas que van cayendo como hojas caducas y oscureciendo el dibujo que  he hecho de ti.
Y se ahonda y llena con los trazos gráficos tu imagen, te escribo tanto y tan variado, que olas de emoción me inundan y ya lleno, desapareces y te conviertes en nada, como si nunca hubieras existido. Adiós, Camila, no te amo.

Mis ojos cansados se dejan llevar por el cauce de las sombras y pleno de alegría entro jubiloso en el mundo de los sueños. Cuando despierte… retomaré las memorias de Blanca Montes.

Los primeros rayos del sol entraron a raudales e hirieron las pupilas de Pedro, que se restregó los ojos intentando salir del sueño, recordaba haber soñado con él, pero también con Camila, con Buenos Aires, con su familia y no todo era alegre.

“Se pasea el día frente a mí trayéndome tu ausencia, Guillermo, me gusta tu nombre huinca,  a lentos pasos de mí se aleja dejando que la noche me alcance, me abrace y me envuelva en nostalgias y añoranzas, se adueñan de mis horas haciendo más lentos esos minutos en que con fuerza en mi cabeza tu nombre se pasea y dejas tus vacías huellas en mis labios, sedientos de tus besos y en mi boca que clama ahogar tu aliento.
Día tras día… noche tras noche, las horas mueren en tu espera, dejando que horas nuevas nacidas en otro día me llenen de esperanzas, pues serán horas menos de espera por tu presencia que haga confundir en mi vida las horas, me llevarás a perderme en tu cuerpo creyendo que en la penumbra estoy amándote cuando en realidad tras las cortinas del cuarto nos ocultaremos del día. Amor prohibido y condenado por todos lados, pero que defenderé con la vida, lo prometo. Quiero saber la verdad, la que tienes con mi hermano, la que guarda el diario de mi tía, la que esconde mi familia, pero nada de lo que llegue a saber me va a separar de ti, ni el peligro de los míos, ni las diferencias de raza, ni menos ser pares aunque nos juzgue el mismo Dios.
El día o la noche me encuentra desnudando mi pecho al cielo, para mostrar ese amor que me inunda por dentro, lleva tu nombre y  tan solo tú tienes derecho a tomarlo… sabe el cielo con esto que mi alma te pertenece y que mi vida seguirá atada a la tuya mas allá de cualquier distancia… sabe el cielo que solo hay un destino para este amor, será inevitablemente que fundamos en un solo camino este amor.
Me seguirás, me tomarás y conmigo estarás en el día y la noche, haré a tu lado perpetuo el tiempo de amarnos, derrocharemos por los rincones de los cuerpos estos besos que hoy rebalsan en las bocas con tan solo pensarnos… ahogaremos el viento con los gemidos de pasión que hoy una simple brisa nos arranca de la boca, cuando nuestros sentidos estallan en deseos… haremos al día y la noche sucumbir en ese momento que nuestros cuerpos, nuestras almas, en este gran amor se dejen consumir.”

“Maldigo a es huinca que te pretende niño huinca precioso, me perteneces a mí, solo serás mío así tenga que matar al huinca, Pedro, no dejaré que ese doctorcito de la ciudad te arranque de mi lado, no lo hará. En tu sonrisa se pierden mis tristezas, esas que siempre me embargaron, que ni siquiera mi hijo logró anestesiar. Mi felicidad sigue la ruta  que le muestra tu alegría. Y hay un brillo especial en cada gesto tuyo que sé me dedicas a mí.
Haces de cada mañana una dulce bienvenida al amor. La llenas de encanto con tu ternura.
La llenas de esperanza y fascinación. Los atardeceres son de paz entre la calidez de tus abrazos. El sol desaparece en sublime silencio. Lluvia de estrellas  empapan nuestros pies descalzos. Y la luna nos roba mil suspiros. Se adueña de nuestros anhelos y de nuestras promesas. Se queda quietecita  y besa nuestros sueños.
Y me das tu mano suave, pero firme. Tu mirada es un par de luciérnagas. Brincan gustosas cuando me ven. Iluminan mis pupilas,  acarician mi cara. Y bailamos sobre alfombra de ilusiones. Magia etérea. Tú y yo, juntos. El mismo vals escuchan nuestras almas. Giramos, volamos, en nuestro universo infinito. Y danzamos acompasados. Los latidos llevan su cadencia unísona. Dos bocas se entregan en un beso meloso. Dos sonrisas, dos miradas que se adoran... Solo yo sé lo que estoy dispuesto a hacer, y lo que antes rechacé por ser un pampa, hoy puedo llegar a aceptarlo si de eso depende cuidar la vida y entrar a tu mundo, Pedro, al fin es el de mi madre, y el de Agustín, sé que Mariano lo entendería.”
__

Lara, mi madre era dulce, bella, calma. La recuerdo sentada en la mecedora de la sala casi siempre cosiendo, a veces leyendo. Una vez recibió carta de su único hermano y la vi llorar. Yo me asusté, y ella me dijo que a veces se llora de alegría. Ella, adoraba a mi tío, aunque recordaba  más aquella tarde en que empacó sus cosas para enrolarse en el ejército del Norte, al mando de Manuel Belgrano, a quien idolatraba. Según Lara, Lorenzo Pardo no era un soldado más, sino que él peleaba con la convicción de un patriota y su único objetivo era la libertad de su tierra. No quería ni a realistas ni a los que dependían de José Bonaparte ni a los de Fernando VII. Amaba la libertad, y España, bajo el reinado de quien fuera. Por eso cuando el director Pueyrredón le mandó regresar al ejército del Norte, para enfrentar a los rebeldes de Santa Fe,  Lorenzo desertó pues jamás levantaría el fusil contra sus compatriotas. No podía regresar a Buenos Aires y anduvo por el Norte hasta plegarse a la guerra de guerrillas de Güemes que defendía la frontera del avance realista del general Pezuela. En la última carta que Lara recibió el tío decía que se hallaba a gusto en Lima adonde había marchado luego del nombramiento del general San Martín como Protector del Perú.
En aquella oportunidad, mientras leía la carta y gruesas lágrimas surcaban el rostro a pesar de que ella decía que lloraba de dicha, tristes recuerdos y nostalgia se le entremezclaron.
 Me subí a su rodilla y con mis manitas le sequé las lágrimas. Ella me abrazó y me quedé en la mecedora, hasta que tío Tito irrumpió en la sala  con su algarabía y nos sacudió la melancolía.
Mi madre sonreía con facilidad y canturreaba en voz baja. Me gustaba observarla mientras leía en la mecedora con su semblante apacible y su parsimonia al dar vuelta las hojas que me enervaba como una caricia en la espalda, o cuando bordaba y la aguja subía y bajaba en la tela. Su dulzura y alegría contagiaban los ánimos de todos y, hasta el ritmo de la casa.
 Y mi padre la adoraba, solía arrastrar los dedos sobre el mantel hasta tropezar con sus dedos. Se miraban, y mi madre, con las mejillas arreboladas, terminaba por bajar la vista y esconder una sonrisa cómplice. A veces, los sorprendía conversando en voz baja en la sala, los semblantes apesadumbrados cuando los reales no alcanzaban y debían apelar al tío Tito. Mamá quería coser para afuera, pero papá siempre negaba con la cabeza, su orgullo de Laure y Luque se mancillaba con la sola mención de que su mujer trabajara, además era médico, aunque mi padre Leopoldo Montes, entendía lo suyo más como un servicio que como un trabajo, y le costaba cobrar honorarios a aquellos enfermos que apenas tenían dinero para comer. Pacientes pobres, el único tipo de paciente que llamaba a la puerta de Leopoldo Jacinto Montes desde que le dio la espalda a la sociedad porteña para desposar a una muerta de hambre, como le decía mi abuelo. Tito lo animaba y terminaba diciendo que con la botica era suficiente para todos.
Mi madre habría ganado buen dinero cosiendo trajes para las señoras ricas de la parte sur de la ciudad, tenía un talento natural, como el de un escultor, ella, en vez de mármol, esculpía telas. Con géneros y retales que traía Alcira, ella me confeccionaba vestidos embellecidos en galones bordados y cabos de cuero.
 Un año a mi abuela Pilarita se le ocurrió que yo participara del concurso de danza que se daba en la Plaza de la Victoria con motivo de las  fiestas mayas, al igual que sus otras nietas, hijas del tío Francisco e Ignacia a quienes no conocía. Mi abuela compró varios metros de tafetán celeste y muselina blanca, ristras de pasamano, florcillas de seda, hilo, agujas y entretelas,  para que mi madre se afanara días en el vestido que luciría sobre el tablado de la Plaza. Mi abuela, con el cuerpo desmejorado y en recalcitrante dolor de huesos a cuestas, me marcaba los pasos de las danzas más bonitas que conocía.
En la mañana del 25 de mayo, Lara me bañó y me perfumó, antes de colocarme el traje con colores patrios y al mirarme al espejo pensé que nadie podría tener un vestido más bonito que ese. Llevaba medias de seda y un par de abarcas de cuero blanco y cintas de raso celeste que se ataban alrededor de las pantorrillas, regalo de tío Tito. Carmina me peinó con trenzas que cruzó y rigió en rodete en la parte baja de mi cabeza. Me adornó la frente con cintas donde mi madre había cosido florcitas de seda.
Mi padre, tío Tito y Carmina, me halagaron hasta que llegó el cochero de los Montes, enviado por mi abuela Pilarita para llevarnos al centro. Pocas veces había visitado aquella parte de Buenos Aires, muy alejada de nuestro barrio que con frecuencia quedaba aislado por inmensas zonas palustres. Las damas más ilustres ocupaban los balcones del Cabildo, entre ellas la abuela, delicada y pequeña, hermosa con un traje de gala color lavanda, el cabello escaso, entre rubio y cano, el rostro pálido y sereno apenas oculto tras el abanico. Agité la mano para saludarla pero ella no me vio, y aunque la llamé, mi voz se desvaneció cuando sonó la marcha militar para las tropas que desfilaban en armonía frente a las autoridades. Los negros bailaban candombe apartados, mientras las pregoneras ofrecían mazamorras, tortitas de Morón, confituras de coco y alfeñiques.
Más tarde se anunció el concurso de la danza, y los niños y niñas que participábamos subimos al tablado en fila. Pocas veces  he sentido la seguridad de ese día frente a la multitud. La certeza de que mi vestido era el más bello me brindaba aquella seguridad.
 Dos niñas, amedrentadas por cientos de ojos, rompieron a llorar y abandonaron el escenario, corrieron a refugiarse bajo el faldón de su madre. Comenzó la contradanza, y yo bailé recordando a cada paso las indicaciones de mi abuela Pilarita. Siguió el minué y luego el chotis, para terminar con la polca, lo hice con gracia y desenvoltura, sin intimidarme, y gané el concurso, y además del premio, me pasearon en un carro triunfal adornado con ramos de laurel y de acebo,  cintas celestes y blancas, tirado por cuatro hombres disfrazados de tigre.
El 25 de mayo lo recuerdo como uno de los días más felices de mi infancia, cuando me creí una reina aclamada por su pueblo, admirada por su belleza y talento. Meses más tarde murió mi madre, junto con mi único hermano, y ya nada volvió a ser igual. Mi padre no se repuso y, pese a que con los años llegué a estar en buenos términos con su pena, el corazón siguió sangrando por la amargura de haber perdido a quien más amaba. Tenía la mirada vacía y la sonrisa forzada, hablaba poco y solo para referirse a sus pacientes y enfermedades.
La devoción que le profesaba a la medicina lo salvó de precipitarse al abismo del dolor, se dedicaba por completo a ella. Se le tornó obsesión el estudio del parto, una deuda pendiente consigo mismo y con Lara, era de los pocos médicos que no consideraba este,  solo menester de las comadronas y las ideas del doctor Leopoldo Montes planteó una discusión en el Protomedicato, que se trasladó a la sociedad donde el grupo de gente que consideraba que el parto pertenecía al ámbito privado del hogar y de las mujeres se enfrentó a aquel que defendía a las nuevas técnicas que requerían los conocimientos de un facultativo.
Fue de los primeros en condenar el uso de fórceps por el riego de hundimiento de cráneo, luchó para erradicar  la embriotomía, que se practicaba in útero que terminaba dañado con la mujer estéril. Fue muy cauto al momento de prescribir lavativas para acelerar dolores de parto y se opuso a la silla sin fondo para pujar o a que la parturienta soplara dentro de una botella. Les permitía a las mujeres bañarse durante la cuarentena y que utilizaran técnicas más civilizadas para ayudar a que bajara el feto, dejando de lado las temidas purgas.
Mi padre, anticlerical, admirador de personalidades como Galilei y Voltaire, achacaba a la iglesia la mayoría de las calamidades del mundo. “Culpa de estos curas necios se sostuvieron por años las necedades de Galeno”, decía y expresaba también que las aberraciones que se cometían con las parturientas se debían al halo pecaminoso que envolvió a las mujeres encinta. ¿Por qué una mujer embarazada no puede mostrarse en público?, decía, y tío Tito le respondía que siempre había sido así, y mi padre entendía que lo que había terminado imponiéndose como costumbre tenía raíces religiosas y morales que costaban vidas a muchas pacientes pues era casi un milagro que  en las condiciones en que alumbraban, en ambientes contaminados y sin asistencia, las mujeres no murieran casi todas. El nombre de Leopoldo Jacinto se hizo odioso para las parteras, pues existían hombres escrupulosos que las preferían. Así las finanzas de mi padre mejoraron.
A los trece años, lo asistí por primera vez mientras cosía una herida de navaja consecuencia de una pelea en la pulpería, y ni sufrí un vahído ni perdí los colores del rostro al ver la carne, la ropa embebida en sangre y las punzadas del hilo que se hundían en la carne lívida. Se hizo común para los enfermos, la presencia de la hija del doctor Montes, que le acompañaba y secundaba silenciosamente, muy atenta a sus órdenes apenas susurradas. Me enseñó cuestiones básicas, como medir el pulso, percutir espalda y pecho, tomar temperatura, reconocer reflejos y me permitió incursionar en aquellas menos simples como sangrías, corte del cordón umbilical, o escayolar miembros rotos. Pasaba horas sumergida en los libros que mi padre había arrastrado desde Lima y me resultaban fascinantes los dibujos del cuerpo humano, que continuaban siendo una herejía para la Iglesia. Mientras se recomendaba que la instrucción de niñas se impartiese con cuidado para evitar las excentricidades de la imaginación y para respetar la naturaleza y la simplicidad femeninas, yo me atosigaba de locura en la biblioteca de mi padre donde no todos los libros eran vidas, obras y milagros de santos.
Mi mundo se reducía a mi padre y su profesión, a mi tío Tito, a quien seguía como perro faldero, y él compartía conmigo sus gustos por la botánica y la alquimia, y para la época en que Carmina se casó y dejó la casona de calle de las Artes, yo ya era su adlátere que anotaba fórmulas y ayudaba en el huerto. La tarde en que tío Tito me tomó de la mano y me acarició la mejilla, supe que algo trascendental ocurriría, sus labios habían abandonado la eterna sonrisa y los ojos no le chispeaban con picardía. Me dijo que se iba lejos, debía cruzar el océano, iba a Londres, ciudad donde se estudiaba medicina con libertad y donde médicos famosos revolucionaban viejas ideas y conceptos. Imaginé un día sin él, y  se me presentó lúgubre, atemorizante. Tío Tito se llevaba el sol con él. ¿Quién me dictaría fórmulas? ¿Quién me enseñaría a preparar ungüentos, vermífugos y cordiales? Nadie volvería a llamarme colega ni a quererme tan libremente, pues mi padre esclavo de su dolor, se había vuelto taciturno, introvertido, proclive al mal genio. Tito era la alegría, y la frescura que no habían desaparecido del todo junto con mi madre. Pero él también se iba. Aquel mundo de redomas y alambiques carecería de sentido, y la botica en la parte delantera de la casa dejaría de existir. El huerto se marchitaría y la maleza y los pájaros le devorarían sin contemplaciones.

Tito cerró la botica, vendió la casa de calle de las Artes y se marchó, mi padre y yo alquilamos una en el otro extremo de la ciudad, en la parte sur, en el barrio del Alto, que más tarde supe tomó el nombre de la iglesia principal y comenzó a llamarse de San Telmo. Era una casa pequeña y acogedora, con una solana central donde nos gustaba pasar los atardeceres de verano en silencio o hablando de los pacientes.
El espíritu quebrado de Leopoldo se resintió con la partida de su hermano, y la tristeza como morbo le carcomió las menguadas fuerzas del cuerpo. Se movía con lentitud, no comía y dormía pocas horas. Un marasmo senil  lo dominaba cuando en verdad apenas pasaba cuarenta años. Se cansaba fácilmente, cuando hacía sus rondas se agitaba, le temblaba el pulso y me necesitaba a su lado para que yo llevara a cabo ciertas intervenciones que requerían precisión, amén de que se trataba de gente humilde, a menudo ignorante, que reverenciaban a mi padre por ser “el doctor” y acompañaban su palabra como santa, mi presencia no escandalizaba.
Una tarde de invierno, mientras descansaba en la mecedora de Lara, mi padre me dijo: “Me gustaría que te casaras”. Lo miré pasmada y me dejé caer en el asiento de al lado. “Ya tienes dieciséis años, quiero que elijas tu camino y lo tomes, Blanca”. Pero cuando yo le dije que lo había hecho y era estudiar medicina como él y mi tío, respondió que me habían llenado la cabeza de ideas raras, que una mujer no podía ser médica. Él, mi padre, al que consideraba de los seres más justos y abiertos, que me dijera que yo no era capaz, solo por haber nacido mujer, me dolió profundamente, convencida como estaba de que aseveraciones de ese tipo solo las hacían los hombres estúpidos.
Días después, al no hallarlo en la sala temprano, leyendo la Gaceta Mercantil, fui hasta su dormitorio. Lo encontré en el piso inconsciente, me arrojé a su lado, le golpeé las mejillas y lo llamé. Pero no reaccionó. Quizás hacía muchas horas que yacía allí, muerto, pues su cuerpo estaba frío, y yo Blanca Montes, apenas con dieciséis años era huérfana, y estaba sola, en una casa alquilada de San Telmo.

El doctor Miguel Gorma, amigo y colega de mi padre, se hizo cargo del sepelio, de cancelar deudas y asuntos pendientes y me llevó a su casa, donde paré algunas semanas. No se trataba de una mansión enorme ni cómoda y yo debía compartir habitación con sus hijas mayores, que no me profesaban cariño.
La idea de que me había quedado sola en el mundo no abandonaba mi cabeza, y me perturbaba el sueño. En realidad a mi padre, el hombre cariñoso y alegre de mi niñez le había perdido junto a mamá y solo conservaba una sombra tétrica y silenciosa que se resbalaba de entre los dedos, que se iba apagando hasta desaparecer en la muerte física y sin embargo era con lo único que contaba, y muerto no sabía qué haría, cómo podría subsistir conocedora de sus finanzas no buenas. Enseguida escribí a tío Tito, pidiéndole que regresara y aunque debía aguardar mínimo seis meses para una respuesta, solo enviar la carta  me dio ánimos.
 El doctor Gorman tenía catorce hijos, el bullicio era continuo, el movimiento permanente y yo que aún acarreaba el duelo encontraba el bochinche chocante, me apartaba, buscaba refugio en la biblioteca, iba al jardín y leía, leía. Como último recurso, me negaba a pensar, ya regresaría mi tío, y mi suerte tomaría otro destino. Abriríamos de nuevo la botica en calle de las Artes y seríamos felices.

Una tarde el doctor me acompañó hasta su despacho, donde me presentó a Francisco Montes, el hermano menor de mi padre, delgado, de piel oscura y ojos negros, en nada se parecía a Leopoldo y Tito. Francisco me dio la mano y sonrió tímidamente, expresó sus condolencias inseguro y me informó que se haría cargo de mí.
“Vivirás en el Convento de Santa Catalina de la Siena, no como novicia sino como pupila”, añadió y, ante mi confusión, se apresuró a explicar: “Será por un tiempo, hasta que pueda encontrarte una posición definitiva”. No me atreví a preguntarle por qué no me llevaba a vivir con él, su inseguridad y nerviosismo me daba a entender que yo le resultaba una pesada carga que no acarreaba voluntariamente sino por deber moral, y que quería desembarazarse de mí lo antes posible.
Fui injusta con mi tío, y si para entonces hubiese conocido la historia que casi treinta años antes había tenido lugar entre mi padre, e Ignacia de Mora y Aragón, habría entendido la actitud de Francisco. Ignacia, ama y señora de la casa de la Santísima Trinidad, había puesto el grito en el cielo cuando mi tío le propuso llevarme a vivir con ellos. Esto lo supe tiempo después, Alcira me lo contó, pero la tarde que conocí a Francisco, lo odié.
Y le aclaré que Tito regresaría y me llevaría a vivir con él. Gorman y Montes se miraron y no comentaron. Gorman que también lucía culpable solo se comprometió a alcanzarme la carta de Tito que de a seguro llegaría.
 Esa noche sus hijas me ayudaron a empacar, mis dos baúles contenían libros, vademécums, instrumentos de medicina, y medicinas, pronto perdieron interés en mis tesoros concentradas en fiestas y en comparar vestidos, adornos y joyas, yo jamás había hablado de ellos. Tampoco había concurrido a fiestas ni tertulias, conocía a pocas personas y siempre relacionadas a la profesión de papá, y ahora con él muerto ni siquiera contaba con la amistad de sus pacientes.
Temprano, a la mañana siguiente, me alisté en silencio, y dejé la recámara. Mis baúles aguardaban en la sala donde me dispuse  a esperar a Francisco. Me desmoroné en el sofá y rompí a llorar como no me permití la mañana en que había hallado muerto a mi padre.

Escuché ruidos de cascos, salí y me topé con Eusebio, el cochero de tío Francisco, y su calidez me reconfortó el alma. Tío Francisco, pálido y desganado esperaba dentro, apenas habló.
Sor Germana, la madre superiora de Santa Catalina de la Siena, de personalidad severa y estricta, que se preciaba de justa me recibió y supe que entre esa mujer lúgubre y yo no habría entendimiento. Su amistad con mi tía Ignacia, benefactora del sitio había inclinado su opinión, a mí acostumbrada a la libertad que me concedía mi padre, me enfadó que me secuestrara los baúles y me golpeó en la cara su aliento fétido “Imitatio Christi, de Kempis, y tu brevario, es todo lo que podrás leer por el momento, ordenó mientras displicente examinaba mis libros. “Demasiada educación lleva a las mujeres a desatinos lascivos”, dijo, y cerró mi baúl. Me sometió a un exhaustivo examen de catequismo y se escandalizó al comprender que desconocía las nociones primarias. Luego me preguntó si sabía cocer, bordar y cocinar, a lo que recibió tres no.
Resulta claro que has estado bajo la tutela de un hombre durante mucho tiempo, y para peor, de uno impío. Que llamara impío a mi padre me hizo perder la compostura y le espeté que se cuidara en afrentar al doctor Montes que había dedicado su vida a cuidar de indigentes gratuitamente. Me condenó a una celda oscura a pan y agua hasta rectificar mi actitud diabólica, y supongo que aun fuera de ella no hubiera logrado sobreponerme al hastío y a la desesperanza  si María Pancha no hubiera estado también entre los muros del convento, sí, mi querida María Francisca Balbastro.
El sótano y mis baúles eran nuestro mundo, y la amistad de María Pancha, el bálsamo que mitigaba mis penas, no solo la muerte de mi padre y el confinamiento en ese sitio aborrecible, sino la decepción por la carta de Tito que recibí un año más tarde me abrumó, en ella anunciaba que desposaría a una londinense y que no podría regresar. Rompí la carta en tantos pedazos como fue posible, hasta convertirla en migas de papel que aventé sobre el camastro. El llanto, mezcla de rabia y frustración, me convulsionaba el pecho, y me arrojé al suelo, donde dejé que la pena me arruinara el alma. Me dispensaron de la cena y del rosario de la noche y permanecí sobre el suelo frío hasta que María Pancha se deslizó a mi celda.
“Yo te digo, Blanca, ningún dolor dura la vida entera”, y me ayudó a levantarme y acostarme.”
__
__El coronel Racedo había dispuesto una mesa con mantel, la única esa noche en la pulpería, una cena especial y la mejor vajilla y hasta una botella de vino tinto. Aquel despliegue le chocó a Laura Gabriela que habría preferido la simpleza de siempre. Sin embargo meditó que a Racedo no le sentaría la humillación de un desprecio.

__No debería haberse molestado, coronel Racedo __señaló, mientras tomaba asiento__. Usted debe de ser un hombre muy ocupado.

__No es insignificante para mí estar con usted, señorita _se ofendió.

No obstante la comida deliciosa y el vino, Gaby quería terminar pronto y retirarse a la soledad de su habitación. El coronel hablaba, y ella asentía como autómata, su atención estaba en otra parte, preocupada por su hermano,  no había probado bocado en todo el día.

“Mientras no deje de beber no es alarmante. El padre ha demostrado ser de contextura sana, puede soportar algunos días sin alimentos. Tu hermano es un pedernal _había bromeado el médico Javier al verle la cara de desconsuelo.

__No resultará una sorpresa para usted, señorita _ expresó Racedo, y una nueva inflexión en su voz regresó a ella a la atención __, yo la admiro y respeto pero profundamente. Desde la primera vez que la vi, no solo su belleza, sino sus modos y educación la colocaron entre las personas que merecen mi más alta consideración.

__Gracias, Coronel.
__Tal vez usted no me considere digno.
__Nada de eso, coronel, usted cuenta con mi amistad, como yo con la suya, que valoro enormemente.
__ Gracias _ concedió Racedo de mala gana, porque la mujer malinterpretaba el sentido de la declaración _. Sin embargo. No es de amistad de lo que quiero hablarle, sino de algo más profundo y definitivo. Quiero hablarle de lo que un hombre siente por una mujer _declaró.

__Estoy comprometida, coronel con el señor Alfredo Lahitte _pronunció ella y se mostró incómoda.

__Lo se _ admitió él__. Y, sin embargo, creo que no debo reprimir mis sentimientos, por mi bien, y por el suyo.

__No querrá usted, coronel, que traicione una promesa _ desafió la muchacha furiosa__. Seguramente, un comportamiento de tal naturaleza no se corresponde con sus valores.

__No me culpe por ser sincero y llano en mis modos. En estos casos es mejor la franqueza. Quizá podría intentar un modo más romántico y emotivo, pero estaría fingiendo, y un alma sensible como la suya lo notaría. __Se mantuvo caviloso, con la vista fija en el mantel,  hasta que tomó nuevos bríos__. Como hace tan poco que nos conocemos, esto puede parecer precipitado, inapropiado si se considera que usted ya está comprometida, pero en vistas de sus circunstancias se podría contemplar mi propuesta. Mi posición no es despreciable y mis conexiones con la alta sociedad porteña me colocan en una situación, que usted, debería admitir, la beneficiará si une su destino al mío.

Laura le habría arrojado el vino a la cara. Aquella propuesta impertinente y tosca encerraba una inequívoca interpretación: “No finjas respetabilidad y decoro, bien sé yo lo que te espera en Buenos Aires luego de tu fuga”. No obstante, ella meditó la naturaleza de su reacción. Había oído hablar del mal genio del militar, de sus malos modos y vicios, no convenía enfadarlo. Menos aún herirle el orgullo, pero si optaba por un comportamiento indefinido, daría lugar a esperanzas vanas.

__Coronel Racedo _ expresó, con dignidad__. Me honra su propuesta. Usted es ciertamente un hombre respetable. Educado, un caballero por lo que, confío no le será difícil entender el motivo de mi negativa. Mi situación es peculiar, y este viaje quizá comprometa mi compromiso de forma que no puedo predecir. Sin embargo, mantendré la promesa hecha hasta tanto, en conversación abierta y franca con él, las cosas queden aclaradas. En función de ello, tomaré mis decisiones. Por el momento, lo único que puedo hacer es esperar y respetar la palabra empeñada y aceptar su amistad.

Hastiada se puso de pie, aburrida, deseosa de hallarse a cientos de leguas de ese hombre burdo que venía  a sumar más problemas. Racedo la acompañó unos metros en silencio con paso cansino.

Al echar traba  a la habitación, ella se sintió a salvo. Racedo le repugnaba, no solo físicamente sino por la soberbia y despotismo del militar, tipo con el que ni siquiera habría bailado un vals.
Cuando Sabina le preparó la tina y abandonó la habitación ella terminó de desvestirse y asearse y el cansancio volvió a apoderarse de su cuerpo y mente.

__
A Pedro una inquietud inexplicable le espantaba el sueño, y sus ojos al cerrar el diario, permanecían tan abiertos como a la mañana.
No pensaría en él, él había regresado junto a su pueblo, quizá no volvería a verlo. No volvería a verlo, repitió. Solo había departido con ese hombre contadas veces, ¿por qué lo impresionaba hasta el punto de no poder quitárselo de la cabeza? Después de todo era indio, un ser inferior, en educación, y origen, ¿qué clase de atracción ejercía sobre él? Leería, leer siempre le ayudaba a olvidar.

___
A la mañana siguiente los despertó Lorena, que se notaba que había llorado. Recogió la ropa de cama de los hermanos con sigilo y, al marcharse, deseó los buenos días con voz apenas audible. Mal de amores, había dicho Sabina.
Los hermanos se toparon a la entrada con Antonio/ Blasco, que también lucía callado y taciturno, nadie parecía dispuesto a hablar. El joven caminaba en silencio, los dedos entretenidos en el talismán de dientes de puma y de tigre.
En la entrada de la casa del doctor Javier aún se encontraba el grupo de indias del fuerte que había pasado la noche en vigilia. Repetían los últimos Avemarías con voz desfallecida. Luego de la señal de la cruz, una de ellas comenzó a recitar en lengua extraña, cacofónica, primitiva, de sonidos duros, imposibles de imitar.

__Le rezan al sol _explicó, Blasco__. Pa” nosotros, los ranqueles, Dios está en el sol. Dios es invisible, pero se hace sol pa” que lo veamos. Ahora le están pidiendo a Dios que aleje a Huecufú, el diablo, que se quiere llevar al padrecito.

Pedro meditó: “Esta es la lengua del cacique, esas, sus creencias, y esas, las mujeres de su pueblo.”
Las contempló con envidia, lo sorprendieron los celos que le inspiraron, ellas eran ranqueles, como Quintuí, la esposa de Guor, hablaban su idioma, le conocían las costumbres y los gustos, lo que le causaba placer y lo que lo fastidiaba, eran parte del mundo al que el cacique había regresado. Se le presentaba la oportunidad de analizar la fisonomía de un ranquel con detenimiento, y se concentró en aquellos rostros atenazados, algunos muy arrugados y curtidos, más bien ramplones, otros de líneas duras, ojos achinados, narices anchas, pómulos salientes y bocas demasiado generosas y sin embargo, Guor, no se parecía a ellos. Algunas mujeres más jóvenes, le resultaron atractivas, no en el estricto sentido de la belleza como su hermana o Camila al que estaba acostumbrado _la mujer pálida, lánguida, con labios delgados y rosados_. Sino en uno más sensual y mundano.

Doña Generosa los tranquilizó al informarles que Agustín había desayunado, muy poco, ciertamente, pero el doctor Javier se mostraba optimista. La puerta de la habitación de hallaba cerrada, y los hermanos escucharon voces extrañas dentro. Doña Generosa se aproximó, y en un susurro, les explicó que Agustín había mandado a llamar a un notario de San Luis para arreglar sus cositas, agregó la mujer.
En la habitación, María Pancha se había hecho a un costado para dejar espacio a un hombre y a un muchacho ambos finamente vestidos, ubicados próximos a la cabecera. Había papeles desparramados sobre la mesa, claramente se trataba de documentos legales, con sellos y timbrados.
En uno Laura leyó: “Testamento”. María Pancha la tomó de la mano y la sacó de la habitación.

__ ¿Qué pasa? ¿Qué hacen esos hombres aquí? _inquirió de mal modo.
__Tu hermano quiere arreglar algunas cuestiones.
__ ¿Por qué llamar a extraños? Matías podría haberlo hecho __ objetó la muchacha a lo que Pedro negó con la cabeza acercándose con una taza en mano.

__Tu hermano mandó a llamar al doctor Carvajal y a su hijo antes que nosotros llegáramos.
__No entiendo qué necesidad tiene Agustín de arreglar esas cosas. ¿Qué cuestiones? ¿Por qué?
__Hermana _dijo, Pedro, y sonó más bien duro__. Es hora de que vayas aceptando que quizá nuestro hermano no esté mucho tiempo más entre nosotros.

Laura miró con rabia a su hermano, a la criada que asintió.
__Jamás vuelvan a decirme eso, Agustín no nos dejaría, tengo ganas de pegarles por decir estupideces, me extraña de ti, Pedro.
María Pancha le devolvió la mirada aunque en su rostro no había odio no desprecio ni rabia, solo cansancio, después de diez días de continua abnegación al lado de Agustín, durmiendo echada en un jergón, de a ratos, sobresaltándose, comiendo poco y mal. Laura se avergonzó del desplante, cuando lo peor de aquel tormento lo soportaban ella y Pedro, los que la preservaban a ella de la extenuación. La abrazó y le pidió perdón con voz estrangulada y la negra asintió y le palmeó la mejilla sin encontrarle la mirada.
__Me voy a la pulpería. Dentro de media hora el padre debe de tomar el tónico de cáscara de huevo y el quermes _indicó la mujer con voz apagada, y se marchó.

Los notarios se retiraron poco después, y Laura aprovechó para asear a su hermano, acomodar la habitación y suministrarle los medicamentos. Intentaba distraerlo con anécdotas y comentarios graciosos. Agustín la seguía con la vista y le sonreía, lucía mejor esa mañana, había colores en sus mejillas y no tenía en los ojos ese brillo vidrioso de la fiebre. Laura le tocó la frente antes de aplicarle el paño de té de menta y comprobó que estaba fresca, Llegó el padre Donatti, y Pedro salió.
Abandonó la recámara casi con alivio, lo ahogaba el aroma concentrado de las hojas de eucalipto que hervían en el pebetero, el de los emplastos de ruda y el del bálsamo de alcanfor.
Aquellas esencias le habían adormecido el sentido del olfato y se le impregnaban en las fosas nasales hasta ocasionarle náuseas La habitación en la casa del doctor Javier, con sus densos olores se había convertido en un sitio aborrecible.
Caminó por el corredor hasta la entrada del patio, donde la mirada tropezó y el cuerpo topó con el del Nahuel.
__Disculpe _habló Guor mirando alrededor, y se quitó el sombrero, debajo llevaba el pañuelo rojo.

__ ¿Usted no regresaba con su gente? _consiguió articular, Pedro y le confirió un acento flemático  a la pregunta que se hallaba lejos de sentir.

__Supe que ayer usted anduvo averiguando acerca de mí. Bien, aquí estoy, pregunte nomás, ¿qué quiere saber?
A Pedro no le molestó la llaneza y sinceridad de Guor, pero juzgó imprudente no mostrarse ofendido, por lo que contestó:
__Vanidosa presunción la suya, señor Guor, pensar que yo, con las preocupaciones que tengo, desee saber acerca de usted, alguien a quien no conozco, alguien tan alejado a mi círculo de amigos y quizás…

Guor le tapó la boca, lo aferró por la cintura y lo arrastró al interior de la habitación de Mario Javier, donde lo aprisionó contra una pared, mientras con el pie entornaba la puerta. Lo inopinado del asalto, dejó a Pedro sin reacción y permaneció quieto entre los brazos del indio.

__No grites. Acabo de ver a Racedo _ explicó en voz baja, y le retiró la mano del rostro__: ¿Por qué me tratas así?

__Te miro y admiro tus silencios, pues a mí me cuesta callar, siempre me ha atraído expresar con palabras mis sentimientos.  A veces me pareces muy desolado y yermo. Quisiera que el fulgor de un incendio rompiera para siempre tu mutismo e hiciera añicos ese ensimismamiento y salieran gritos de ese árido pecho. Flota en el aire un aroma a intensa germinación de las flores de un galán de noche que fuera de lo común como tú, está con flores en invierno, llevando a los caminantes su olor dulzón y  cordiales comentan todos, y así van saliendo del tedio. Tú sigues impertérrito, aunque algo turbado continúas en silencio, inmerso en tus pensamientos. Te comparo con un desierto, con un árbol sin ramas, hecho ya tronco hueco donde no crecen líquenes ni por fuera ni por dentro.
En ocasiones te encuentro con los brazos levantados como clamando al cielo y me pregunto:
¿Cuáles serán tus deseos?
Hombre silente quién pudiera despertar tu alma y sacarla de esa esclavitud que le has impuesto.  No quiero que contemplándote y sintiendo que estás vivo, tú continúes durmiendo pues tu corazón no se abre a los sentimientos.
__No juegues conmigo, Pedro, me he quedado por ti, por vos.
__No juego, solo me confundes, pero eres mi deseo prohibido,  mi dulce tentación,  el amor con él que soñé toda la vida, pero solo puedo tenerte en mis sueños,  por eso cierro los ojos y te imagino aquí a mi lado, acurrucado contra mi cuerpo, dándole calor a mi piel, mientras acaricio tu desnudez, y siento cómo todo tu cuerpo comienza a vibrar al compás de mis manos, y  las miradas y los gemidos complementan los momentos de pasión, y yo me rindo ante tus encantos, sucumbiendo sin resistirme,  pero lentamente siento tus besos,  el sabor de tus labios y de tu ardiente piel y sigo y sigo imaginándote,  mas muero de deseo por amarte,
pero cada amanecer, cuando despierto y compruebo  que tú solo eres producto de mis sueños,
quiero morir, por eso anhelo que vuelva a anochecer, para volver a gozar de tu cuerpo, aunque sea en mis sueños, porque las noches son para amarte y los días solo para imaginarte.
__ Y yo siento celos de la ropa que llevas. Solo aparenta una excusa  para cubrir tu hermoso cuerpo, guardar tu calor como ascua y ocultar tu piel; celosía del cielo.  Deja ver solo tus extremos; tu cabello, cuello y tu rostro. Tus manos ensortijadas  repletan mis miradas. Cuerpo escondido que juega a ser destino encubierto de toda sombra de deseo  y amamanta mis sueños. Ropa que te separa de mí, que pronuncia tu cuerpo, esconde montes y valles que iré sin querer descubriendo si algún día  puedo hacerlo.   Ropa que te ensalza, y quiero quitar porque cada vez que caiga será que puedo tenerte. Envidia le tengo a esa tela que te cubre y separa.  Te separa de mi vista  y me acerca con fuerza por la fantasía que te envuelve.  Ya te pongas el azul, ya te vistas de verde, tengas color alborado y este terso o con pliegues.  Envidio cualquier vestimenta, a cualquier tejido cubriente se te anude a tu cuerpo y sea tan cercano a tu centro.
Cuando consiga admirarte sin nada de nada puesto; quizá me escape corriendo o tal vez penetre muy dentro.

__La postrimería me acaricia y la felicidad añeja se realiza con la fuerza del último tramo.
No la detesto, la adoro porque ha sido veraz, me ha susurrado lisonjas y reproches aun en el tiempo que se va. Pero hoy he saboreado la indiferencia. Duele.
¿Me acostumbraré a ella? Lacera la piel. La cicatrizaré. Obnubila los sentidos; me serenaré. Me cuidaré.  La apatía asesina a los sentimientos, los sotierra; no los deja florecer, se marchitan y desvanecen en el aire hasta esperar sin espera. Me cuidaré.  La indolencia acera el frío invernal, acaba con las brasas  cuyas cenizas  llevará el viento  y a cada rato te enojas o pareces indiferente y sufro.
Me cuidaré. Será mi tesoro: la calidez de los besos, mimos, decires, arrullos,  olvidos, cadenas, abrazos, fracasos, victorias, alegrías y penas. Sí... me cuidaré, anhelando, pidiendo y exigiendo como cortejo final  la compañía de mi historia sin fin. Pudiste haberlo hecho  de otro modo, has roto un corazón  en mil pedazos. Nefasto es recordar  que fui tu todo o fui otro de los tantos  entre tus brazos. Y cuando te tenía yo en mi regazo, ¿pensaste acaso tal vez
en otro amante? Es infame el sentir  de otro flechazo, ¿acaso nunca yo estuve  entre tus planes? Y que no se adelanten  en juzgarme, y piensen que fui víctima  y fracaso.
__ ¿Qué dices ahora? Yo no te he engañado.
__Te quieres ir, no soportas al huinca,  sé sincero, he conocido a los de tu raza.
__No hay dónde escapar ya, Pedro.
Podrás esconderte, podrás huir de mí. Puedes ir a donde tú quieras, en lo más recóndito de este mundo. Pero no habrá a dónde escapar de mí. Puedes ir al país más lejano de este planeta. El lugar más inhóspito que puedas imaginar. La selva más profunda e inaccesible que pueda existir. Y aun así no habrá a dónde puedas escapar de mí. Porque en cada uno de esos lugares a donde vayas mis besos habrán de seguirte, serán mis besos lo que tú recordarás.
Serán mis labios  que tú habrás de desear. Y si fueras a un lugar más frío de este planeta aun allí no habría escapatoria de mí. Porque desearás que sean mis manos, mis caricias, las que calienten tu cuerpo. Serán esas caricias la que harán arder dentro de ti el calor en tu corazón. El calor que desearás con pasión  que recorra todo tu cuerpo y lo desnude. No habrá a dónde escapar. Podrás negarme, podrás ignorarme, pero ninguna distancia, hará que me olvides. Ningún lugar habrá donde no te acuerdes de mí. No habrá a dónde tú puedas escapar.
Ya que al dormir estaré en tus sueños. Soñarás las noches que estuve a tu lado. Las noches que te hice estremecer, al hacerte el Amor.
Sos mi hombre. Ser pensante, imaginativo y arquitecto de senderos, con manos de sedas despierta las fibras dormidas, los más dulces poemas escribe sin prisa con sus manos y tatúa por siempre un sentir con tan solo un abrazo, un hombre de verdad no lastima, acompaña y protege.
Es el que da mil razones para seguir abrazado a su pecho, sin tener en cuenta los cambios con el tiempo ni el espacio,  porque es capaz de dibujar una sonrisa y arrancarte un suspiro hasta en los pliegues donde se acunen las marcas de los años, te hace sentir esa juventud que ya se ha ido ante los ojos y te lo devuelve en cada beso, lo sientes y lo ves con el alma.
Sus manos son armas poderosas cuando siente el peligro pero también son la fuerza que defiende a un desvalido, son constructores de caminos transformando paisajes y sus mentes incansables siempre creando y buscando un por qué a tantas preguntas sin resolver qué tiene este mundo. El hombre es un ser capaz de dejar sus sueños de lado, para vivir un amor o por ponerles alas a los sueños de un hijo, sus brazos da la fuerza para andar, también es el cobijo seguro, y solo su pecho puede decir todo lo que callan sus labios mientras en silencio tu duermes cobijado en su amor. El hombre ha nacido para crecer, para crear y volar,
pero sin dejar de amar, proteger y ser ejemplo para sus hijos, guiándolos a recorrer caminos sin desvíos, fortaleciéndolos para enfrentarse a la vida con valor, es la cabeza y la energía de un verdadero hogar, es el soporte esencial para una familia  y la continuidad de la vida misma.
Hombre es aquel que no se cree Dios ni dueño del otro.
__ Nos creía imagen de dos soles nacidos desde el alma, florecientes, sutiles, incorpóreos, con un vuelo que no sabe de alas; solo de esencias, que mutan calladas. Suave la brisa acaricia y besa al corazón floreciente en las mañanas. Alborada de espíritus afines, en los que no hace falta la palabra. Pues el milagro ha nacido inesperado, en el radiante encuentro de dos almas.
El tiempo transcurría deshojando mi añoranza y anidando una ilusión; procuraba a cada instante ignorar aquel sendero que conduce al camino del olvido, en donde se camuflan pasajeras en la hojarasca existencial... las huellas que han dejado la tristeza  y el dolor.
Avanzaba temeroso que te hubieses extraviado y al retorno a la campiña de mi alma, después de estar ausente no buscaras el remanso que ha sido mi orgullo y gran tesoro, porque allí compartimos las caricias, reflejamos nuestro amor; en este hermoso sitio edén de los que sueñan... el viento cargado de aromas, también me regalaba el recuerdo de tu voz.
Ahora que volviste, me encuentro satisfecho, ya que juntos compartimos las cromáticas alboradas de cada nuevo amanecer, por eso como un niño grito entusiasmado, debido a que el romance entre nosotros ha vuelto a crecer; hoy nada nos separa y luego de aquella larga espera, embriagado de cariño... la vida me ha permitido convertirte en mi  hombre
que me envuelve en los cendales del encanto, me cubre con sus besos llenos de ternura, me embriaga de placer, después de su retorno la hojarasca de mi existencia... se ha transformado en un jardín que me engalana  con su cotidiano florecer. Ni las sombras bajan hasta el abismo de mi corazón, ni el silencio se escucha en mi corazón, soledad, mi hermana en la inmensidad, mi compañera eterna, mi única confidente y quien sabe de mí todo lo que soy, murmullos en la noche que erizan la piel, besos de hielo que queman los labios, aburrimiento total de años, de siglos que se ven pasar, soles y lunas que no dejan de girar, profundidades del mar cálidas y seguras para reposar, andar sin detener, siempre andar, vidas, sociedades, imperios vienen y van, solo nada es eterno, solo mi andar.
__No me he ido porque supe de ese degenerado del doctor que te pretende, y te aviso que lo mataré si se acerca a  vos, no lo permitiré, si por ser huinca no sos mío, no serás de ese idiota _bramó el cacique.

__ ¿Matías?
__Ese.
__Es solo un amigo, yo lo quiero como tal, él desea casarse con mi hermana.
__! Mentiras de huinca!

_Déjame escribirte con letras de pasión, y versos de sosiego acostumbrado, al mirar  tus ojos con tu boca, sintiendo mi querer amordazado. Vísteme con aire de ilusión, al besarme  sin mediar quererte tanto, fusionando por siempre los sentidos de este amor que nos tiene acorralados, y no pienses en que hay otro. Siénteme  despojando tus instintos, y mézclalos con los míos sin dudarlo, convirtiendo nuestros cuerpos delirantes, en placer  que todo puede al ser amado. Yo no miento. Háblame sin tener algún motivo, explicarlo con palabras al pensarlo, bienestar con tu piel al insistirlo, al dejar con tu querer tan inmediato. Piénsame  en las noches inclusive, en tus sueños con sabores al gozarlo, de tu abrazo  junto al mío tan disímil, que provoque  explotar quien sabe cuánto. Ven con tan solo un pensamiento, acercándome tu voz delirio y manso, al beber  con tanto sentimiento, mi querer con el tuyo de la mano. Jamás me digas adiós...
En mi mente, en mi cabeza  estás tú, siempre estás presente,  sabes que te amo a ti, sí, a ti  y yo dedicaré mis letras, mis prosas y versos a ti ladrón de mi corazón, de mis suspiros, dueño de mis desvelos. Los escribiré con  mi propia sangre,  con la tinta de mis venas, con el tintero de mi corazón  para decirte que te quiero, mi alma será la prosa,  en esas letras dejaré mi esencia para que solo Dios  las pueda borrar... Porque tú eres mi alegría, yo te regalaré mi vida,   a cambio solo te pediré un favor,  que jamás me digas adiós.

Se escuchó el vozarrón de Racedo, que, sin consideración al enfermo, preguntaba a doña Generosa por la señorita Escalante. El padre Donatti salió del cuarto de Agustín y mandó callar a Racedo. El militar se disculpó y le pidió unas palabras. Se alejaron hacia el final del pasillo, a pasos de la habitación de Mario.

-Te sigo amando y no olvido lo que por mi mente pasa cuando tus manos abrazan mi cuerpo de amor henchido _ susurró, Guor__. Me conminas a olvidarte y no sé por qué maldices y nuestro amor no se termina por lo que somos. Maldigo la noche aquella que te dejé abandonado. Mi vida quedó marcada por una profunda huella. Se acabaron mis desvelos, sin vos me encuentro solo y perdido, ungido de amor, por estos malditos celos, no juegues más con mi vida.
No quiero que me emociones y despiertes sensaciones que se encontraban dormidas por este amor tan profundo que defiendo con mis garras si perteneces al huinca porque quiero soltar las amarras de este velero sin rumbo. Fue un amor tan perfecto, un delirio lleno de pasión, una fábula exquisita,  una lujuria sin control. Los momentos tan exactos para sintonizar una canción de dos amantes que se  entregaron en noches candentes llenas de fuego y calor.
Pero el tiempo se paró y cada uno debió marchar a su rutina, la que nadie programó, la que la vida les reparó. Y pusieron candado a esa  casa llena de recuerdos,  donde se respira sexo y pasión, donde cada rincón huele a su aroma de ese amor. Pero nadie pensaría que
de esa unión de amantes, una semilla creció, tan vigorosa como el placer de ellos dos.
Al pasar del tiempo, la semilla creció y creció, el candado  envejecido, la casa se
marchitó, el perfume de sus cuerpos, solo guardado  quedó. Ahora solo queda el recuerdo
de esa lujuria de amor, y la semilla quedó presente de dos amantes, que se amaron sin control.
__ ¿Qué dices?
__Es una leyenda, que no quiero para nosotros.
__Amarte a ti,  es amar la vida, es perderme en tu mirada, es desear besar tus labios, es anhelar tu caricias, es sentir el calor de tu piel, es ansiar escuchar un te amo brotando de tu boca, mientras hacemos el amor, es querer vivir por siempre a tu lado, es amanecer oliendo a vos, pero principalmente es abrir el corazón y mostrarte sin miedo alguno lo que mi alma siente por vos, porque amarte a ti, es el principio y el fin de todo. ¿Qué será el amor?
Estaba oscuro... tan oscuro como mis más íntimas perversiones, que no pasan más allá de encontrar a alguien a quien amar más que a Dios. Él, Dios, pasaría a un segundo plano, porque en esa persona estaría representada la creación; la creación de un ser feliz y completo que ya no sufriría jamás por mí mismo, sino por lo que dejaría de brindarle a ese ser que representa la vida, o simplemente las ganas de vivir.
Amor,  tanta falta hace no sentirse solo y saber dónde llegar: amar la vida, la muerte, el trabajo, el sexo, la madre, los seres que conforman tu alrededor, los libros... Pero nada es comparable con el amor a alguien que llene el vacío que te dejó el que cortó tu cordón umbilical. ¿Solo eso quitaría las cadenas que no te dejan libre?
Acostumbrarse a una cara, a un abdomen, a… que tan difícil es cuando no se ama. Qué tan desechable puede llegar a ser el sexo, pero qué tan indispensable puede ser para estar tranquilo y sentirse a la vez un ser privilegiado, un ente ganador; cuya pulsión sexual ya está satisfecha. No queda sino destruirse de tal forma, que alguien se compadezca de ti y llegue a amarte; pero qué tan difícil es llegar a amar a esa persona, la vez como a una salvadora, a la cual sería un sacrilegio acceder carnalmente. Sí, acceder carnalmente suena como a una violación, eso sería casi una violación, porque ella lo único que desea es que la tomes completamente. Pero uno desea una parte de ella: " un poco de buen rato", que equivale a un instante de felicidad.
Los que no somos capaces de amar completamente a otro ser, y por ende entregarles nuestra vida, nos toca estar de buen rato en buen rato, para estar felices el mayor tiempo posible. Los hay a quienes visita el amor y luego este se marcha a cumplir su misión que consiste en que dos seres se complementen para ser felices y disfrutar el mundo. Mientras tanto, los no privilegiados, seguiremos de trinchera en trinchera, escapando de la muerte, intentando aprender a amar y rogándole a la felicidad que se ocupe un poco de nosotros; porque simplemente somos demasiado cobardes, para buscar la respuesta a la pregunta: ¿Qué será el amor? Yo lo aprendí contigo.
_-Quiero ser pasajero de tus viajes y vivir el tiempo que nos queda, y quizá podamos hacer que el reloj se pare cuando menos lo esperemos, somos estrellas fugaces como el aroma de las flores que hoy abren y mañana se mueren por no ser regadas con un suspiro suave de amor en el rocío  de la noche.
Ámame vida mía y verás las alas de mi alma que te abrazan, sentirás cómo en mi piel nace ese deseo de ser amado, ante este sentimiento que muere cada noche ante las ausencias que están llenas de ti.
No quiero vida mía que te alejes, ni que pintes soles oscuros en mi cielo, unamos nuestros horizontes soñados,  el tuyo y el mío, siendo el camino de mis sueños, como sabes amor, dejé mis puertas y ventanas abiertas, seguirán así para ver pasar tus pensamientos y anhelos, yo los recogeré en mis manos cuando lleguen a posarse, en el crepúsculo de la noche que adormece mil lunas para mí.
__Ámame como si fuera tu fantasía loca,  no importa que cuando despierte solo escuche en mi mente tu voz agitada, sienta tu corazón retumbando de pasión en las paredes de mi alma y respire el aroma inconfundible de tu piel, desata todos tus deseos sobre mi cuerpo, acaríciame en cada rincón que encuentres vacío sediento de placer,  entrégate sin dudar a los brazos del pecado donde vivirás esos momentos imborrables que permanecerán atados por siempre como recuerdos en tu memoria.

Desliza tus manos por mis deseos, con tus caricias aviva el fuego que me quema y me consume, que nos quema y nos consume.
Déjame respirar de ti el aroma de tu febril pasión, envolverme en tu fragancia a ganas de placeres y devorarte por completo hasta que tu alma y la mía se unan.
Dibuja con tus flameantes labios tu marca en mI piel que transpira y te llama con desespero, que grita la cercanía de tu boca.
Permite que mis dedos seduzcan a tus sentidos, quiero sorber de ti hasta tus delirios más alocados, saborear tu ardiente anhelo de mí y saciar mis apetencias de tu cuerpo.
Con avidez y lascivia pero a la vez con ternura y dulzura, vayamos más allá del límite de todo, entreguémonos en cuerpo y alma al amor, a la pasión, al hambre desbocada y delirante de nuestros cuerpos desnudos y temblorosos de éxtasis y fascinación.
Y si de pecados se trata, escribamos una nueva lista y que nuestras cenizas queden perfumadas con esa mezcla excitante de amor y pasión, de entrega y deseo, de infierno y Paraíso.
No nos mezquinemos ni besos, ni caricias, ni gemidos, ni mordidas, ni abrazos, ni apretones, ni miradas candorosas o fogosas, ni sensualidad, ni amor, demos rienda suelta a todo lo que sentimos el uno por el otro que ya mañana será tarde.
Hoy me desnudé para ti, desnudé mi cuerpo, desnudé mi alma, desnudé mis sentires y mis sentimientos, desnudé mi locura y mi amor, desnudé mis deseos y mis arrebatos, desnudé todo lo etéreo y lo tangible, lo mundano y lo divino.
Te acaricio. Hasta borrar todas las heridas de tu tersa piel, te beso zurciendo las cicatrices de tu memoria, de un pasado lejano que feneció hace largo rato. Ahogando tus  lamentos, e inhalo tu esencia tu perfume de gardenia. Me gusta escuchar la vida misma en los latidos de tu corazón,  tengo una  necesidad inmensa de terminar con tu soledad. La gente,  la vida toda tiene su tiempo, como todo en la vida. Debes estar listo de dejar ir la vida que tenías en mente
y aceptar la que tienes enfrente. Que te brinda un sinfín de oportunidades, vence tus miedos eres fuerte, expulsa todas tus dudas y cuanta cosa que te aqueje, entiendo que puedas estar confundido pero dentro de ti sabrás la respuesta. Y si ya estás listo... solo si ya estás listo abre tus ojos y ábrete al amor, que aquí estaré esperándote  y curaré tus heridas de amor hasta que no quede nada en tus pensamientos y tu alma.
Déjame acariciar tus cabellos, besar tu rostro y borrar tus lágrimas de dolor hasta  que se conviertan en franca felicidad, y volcar toda la ternura que hay en mí. Y que borre cualquier rezago de dolor que quede en tu corazón, olvídate del pasado, mi alma  está llena de felicidad y tú eres el motivo,  quiero ser luz que ilumine tus mañanas, brisa marina que acaricie tu cuerpo y alma para amarte hasta la eternidad, quiero sentir cómo recorren mis labios tu piel, y sentir cómo se estremece tu cuerpo y recorro todo tu ser, y hacerte el amor despacito, con ternura, con tacto, y susurrarte y decirte mil te amos. Y hacerte cada noche mío, como la noche y el día. Como el amanecer y atardecer, como la luna a las estrellas, con la fuerza de las olas  rompiendo en la costa, como el rocío al alba.
Y cerrarás tus ojos y cada noche entre besos, caricias y pasión pronunciarás mi nombre en tus sueños. Y abrazarte tan fuerte hasta borrar los fantasmas de tus dudas y miedos. Y besar toda tu piel como cada mañana, llenándote de placer y saciando tu alma. Y ser el aire que respiras todos los días, amándote toda una eternidad, sin principio ni final.
Hoy sé, que lo estás pasando mal, me percaté de tu pena y no pude sino acurrucarme a tu sombra, te cerraste en banda y no dejaste que me acercara. Hoy tu pena es mi pena, ven, tómate un café y cuéntame eso que te ahoga el alma, tomas mis manos y apriétalas contra las tuyas, abrázate a mí, no desesperes, aquí me tienes.
En estos malos momentos, que no te trague la tierra, que no llores a solas tus sentimientos, ¡ven, llóralos conmigo! que tu lamento, es mi lamento. ¿Te he dicho hoy que te quiero?
Mírame a los ojos cuando sientas ganas, cuando tengas tiempo y refléjate en su brillo, en el calor de mi cuerpo ¡estoy, aquí, al acecho! ¡Sabes que yo sí te quiero!
Ningún problema te aterre, te colme de ingratitud, te ciegue, que ningún problema de ti se apodere, ¡tú puedes!
Échale a la vida todo eso que tienes, lo que eres, y en la dificultad que supone el caminar cada día, ofrece, regala, da todo lo que eres, y te irá bien, créeme.
Aquí me tienes a mí,  me resultó cuando creí que me ahogaba, salí a flote...  acércate y cuéntame, ya sabes, soy tu amor, tu amante y tu amigo.

__ ¿Cómo es tu mundo en la ciudad? __interrogó, Guor.
__ Falso, hipócrita. Te cruzas por ahí con alguien sin trato desde hace algún tiempo.
Pocos segundos luego de los saludos comienza el interrogatorio.
Las líneas conversacionales de la sociedad son trazadas sobre preguntas. Ante todo, es necesario pasarte en limpio, monitorear que esté todo donde debe estar, que no queden rubros con respuestas ambiguas, que seas previsible.
Respondes dónde estás viviendo, con quién o quiénes, actualizas tu situación sentimental, informas acerca de si  tienes o no hijos, si viven tus padres, de qué trabajas o si estás estudiando algo. A dónde viajas cada año, a qué club perteneces.
Si el encuentro se produce ya avanzado diciembre, deberás dar cuenta de dónde pasarás las fiestas, y, si saldrás de vacaciones, el lugar elegido.
Y cierra con intercambio de celos y mutuas promesas de contacto. “Si no te veo, muchas felicidades”,  registra el último tramo del libreto. Cabría preguntar: “¿Y si me ves? ¿Muchas adversidades?”, pero prefieres callar.
Y ahí se va la persona encontrada, convencida de que sabe todo sobre ti.
Por lo menos, las notaciones para el banco de datos convencional quedaron formalizadas.
Las demás no cuentan.
¿Cuáles serían las demás?
Como para ir picando: tus sueños, tus ilusiones, tus vocaciones latentes, tus ideales, tus dudas existenciales, tus posturas ante el mundo; tu afán por “querer hacer cosas”, por ser útil; tu necesidad de brindar como en derrame tanto sentimiento acumulado; tu siempre desesperada urgencia por fundirte hasta el agotamiento en un abrazo abarcador; tu demanda de mimo y franela en un ida y vuelta desprendido de la noción del tiempo y el espacio; impulsos de sacar a relucir tu personaje payaso, monigote. No es todo. Ni es poco. En realidad, es bastante, permanece ahí, tiene peso, consistencia. Pero no cuenta para la estadística.
La que nos quiere acomodados a un mismo esquema uniforme. “Un lugar para cada cosa, y cada cosa, en su lugar”.
El diálogo discurre por cauce apacible mientras la persona interlocutora recoge de ti las respuestas previsibles.
Esas que, hilando fino si andas con ganas de jugarles unas fichas a la psicología, tranquilizan, empardan, no generan sobresaltos. Y, lo principal, atenúan la sensación de auto insignificancia. Yo no doy para más, pero tú tampoco. Volamos bajo pero parejo.
Otro es el cantar cuando le sales con alguna actividad fuera de lo común que estás desarrollando. No importa ahora cuál; se entiende.
Su cultivo te resta tiempo para, por ejemplo,  tertulias y chismes debido a lo cual te mantienes al margen de la agenda temática impuesta por los “medios” interesados, así como de los programas sociales. La persona interrogadora pega un respingo.
Te permites diferenciarte. Refregarle, sin que sea tu intención, sus limitaciones.
Entonces procura llevarte a su terreno. Esa actividad que mencionas tendrá, se supone, un fin práctico, reportará alguna utilidad.
No. La haces por placer, por vocación de servicio, por amor. Te gustaría que llegara a la mayor cantidad posible de gente y que le haga bien.
Golpe al mentón. Acusa el impacto. Para peor, tienes prisa, debes irte, y le dejas colgando esa bolsa cargada de adoquines. Pobre.  En más de un sentido.
Ese es mi mundo, y lo odio, y más hoy.
Anoche soñé contigo, me soñé en tu ombligo, te soñé entre mis brazos, me soñé besando tus labios, te soñé pronunciando mi nombre, hoy pienso volver a soñarte y el día de mañana también. Así sucesivamente todos los días cuando caiga la noche, soñaré contigo hasta que por fin un día despierte y además de soñarte amanezcas conmigo también. Me enamoré todo de ti, de lo que el poco tiempo me  ha permitido, hasta del sarcasmo o del temperamento hostil.
Tengo que reconocerlo. Se volvió mi vicio. Me enamoré de tus cambios de humor, de tus formas duras de querer castigarme, por ejemplo en esos momentos  tan tiernos, o cuando te enojas y quisieras ahorcarme. Podría figurarse, un amor apache o un amor de gatos y perros quizá. Tengo que admitirlo te has vuelto mi vicio, e irónicamente te amo mucho más.
Me ha enamorado tu singular ingenio, tus malos entendidos, y explosiones tardías,  me he enamorado de todos tus olvidos, todos tus defectos, y todas  tus manías. Me enamoré todo de ti.  De tus largos olvidos y mensajes sorpresa, de cómo me puedo llegar a sentir, cuando tu lado voraz,  simula una presa. Me enamoré de tu lado perverso de aquel lado oscuro detrás de tu aureola. Me encanta sentir que tú eres un ángel pero te transformas entrando a la alcoba.
Me enamoré de todo de ti, irónicamente es un amor perfecto, porque me he enamorado  antes que de lo hermoso en lo más auténtico, que son tus defectos.
__Bésame y en cada beso entrégame la savia de tu ser. Y en casa beso traspásame todo
el oxígeno de tus pulmones. Bésame  y en cada beso entrégame la vida. Y también los sueños e ilusiones que acompañan tus días y tus noches. Bésame y seré feliz en la alegría del juego de nuestros labios dándome tu vida déjame feliz morir.
__Con sensual sutileza me robaste un beso, mi mente solo piensa en ese momento. Tu aroma permanece en ese preciado recuerdo, y ahora mis labios quieren besarte de nuevo.
Ese beso robado era tan deseado, tu atrevido impulso tiene mi cuerpo condenado a querer deleitarme de nuevo con tus labios, y que tu descaro sea a diario.
Tremenda sensación saberte cerca, perdiendo el sentido si me abrazas. Sucumbir a los delirios de tus palabras, si un beso a diario tú me robaras. Tan altivo y lisonjero no te costó trabajo robarme un beso, simulando indiferencia sabías que moría por ellos. Dejándome arrastrar por las llamas de tu cuerpo, mientras desnudaste mi alma por entero. Juntamos el aroma de nuestros labios, en un beso cálido apasionado. Dejando un reguero de suspiros en el camino, entregando la llave de mi alma y ahora solo te pertenezco.

__ ¿Qué necesita coronel?  __inquirió, Donatti.

__Necesito hablar con usted acerca de la señorita Escalante.

Pedro sintió que los brazos de Guor se le ajustaban en torno al cuerpo, era como si él traspolara ese dicho del militar a los de Matías respecto de él. Cuando se animó a levantar la vista, lo descubrió reconcentrado en las palabras que intercambiaban el franciscano y el militar.

__Hace poco recibí carta de Buenos Aires, un amigo me escribió. Por él me enteré que ella y el hermano han provocado un escándalo con el viaje. Se fugaron de su casa y…
__Coronel, ellos no se fugaron de su casa _ corrigió el sacerdote,  y Pedro estimó que pocas veces lo había oído tan enfadado__. Ellos viajaron hasta acá luego de leer uno de mis telegramas a atender a su hermano enfermo. Que es muy distinto. Sí, es cierto, lo hicieron intempestivamente y sin consultar a nadie, ni a familia ni a prometidos pero eso solo habla del cariño y la devoción que le tienen al padrecito. Por último, no entiendo qué relación existe entre la actual situación de ellos y usted.

__Ciertamente, padre __ retomó el militar, buscando un tono conciliador y cordial__, yo mismo y estimo que ella ha sido malinterpretada en la ciudad, y que se trata de un acto de entrega y cariño. Sin embargo, usted coincidirá conmigo en que su reputación ha sido dañada, permanentemente dañada.

__Nada que no se pueda arreglar con un diálogo civilizado _interpuso el cura, hastiado de la perorata impertinente del militar, sin ocultar el sarcasmo, preguntó__: ¿Puedo serle útil en algo más, coronel?

__Usted ejerce una gran influencia sobre ella, puede hablarla, ayudarla a decidirse, a comprender qué es lo más conveniente para su futuro. __ Y ante la incredulidad del sacerdote, Racedo, aclaró__. Ayer le propuse matrimonio, y le aseguro que de aceptar, estoy dispuesto a callar algunas otras cosas.

__ ¿Qué está insinuando?
__Vamos, padre, que puede ser sacerdote, pero sabe de las inclinaciones del hermano, y de las intenciones de ese doctor…  Olazábal.

Con un movimiento rápido que asustó a Pedro, Nahuel  volvió el rostro y clavó la mirada en él, tenía el entrecejo fruncido, la boca apretada en una fina línea, las fosas nasales dilatadas, parecía a punto de perder el control, que le gritaría. Lo atemorizaron los ojos del indio. Lo  tranquilizaría, le diría que el militar podría insistir y amenazar pero que él convencería a Matías de que él jamás lo aceptaría como amante, le aseguraría que dejaría a Camila, que nada había entre ese huinca y él. Las palabras se le agolparon en la garganta, pero no llegó a pronunciarlas.

__ ¿Matrimonio? __repitió. Donatti __. Es un desatino. Usted podría ser el abuelo de esa chica, coronel.

__No exagere, por favor.
__ ¿Cómo se le ha ocurrido semejante disparate y mucho más el que Pedro sea… bueno lo que acaba de decir del doctor Olazábal? Hace apenas días que los conoce. Venga, salgamos al patio.

Los hombres se alejaron, sus voces se desvanecieron y el silencio se apoderó nuevamente de los interiores de la casa. Pedro, envarado entre los brazos del indio, lo contemplaba fijamente, ahora más interesado en las facciones de ese rostro ranquel que en el enojo que destilaban. Le suavizaría el gesto con una caricia, la pasaría la mano por la frente y le borraría el ceño, le rozaría la mandíbula para que relajara la boca. No sofrenaría el impulso de tocarlo. Liberó el brazo y le acarició la frente, y la sien, y el contorno de la mandíbula, y le pasó la punta de los dedos por los labios y sobre la barbilla resiguiendo el sendero hasta trazar y dibujar la vena del cuello, tomó un trozo de cabello y palpó la dureza y espesor.
Guor también lo tocó y, al apoyarle la mano sobre el rostro, experimentó una corriente fría que se le desplazó de nuevo a la entrepierna. Siguió la necesidad de tocarle los labios gruesos, de besarle las mejillas arreboladas, el cuello, el pecho, y de olerlo, de verlo reaccionar. Bajo la aspereza de sus dedos la piel de Pedro se le antojó como crema,  espesa, suave y blanca, increíblemente blanca, con una luz alabastrina exacerbada por lo oscuro de su piel.
Se estaban mirando, había serenidad en sus semblantes, un vacío los rodeaba, soledad absoluta, silencio, bienestar, habían acabado problemas y peligros, lo que contaba era solo la presencia del otro. Nahuel se acercó y apoyó ligeramente sus labios sobre los de Pedro, que se estremeció. El cuerpo le quedó blando de placer, los músculos no le respondían, las piernas parecían hechas de azúcar. Se aferró al cuello de Guor y experimentó todo al mismo tiempo, las manos de él cerrarse en torno a su cuerpo, el asalto repentino de sus labios que le devoraron los suyos, el ímpetu de su lengua que lo poseía sin aguardar, la respiración agitada que le golpeaba el rostro, la energía brutal que manaba de ese hombre y que lo envolvía, una intensidad que él mismo experimentaba, un sacudón que potenciaba los sentidos, una dicha que no tenía explicación. Se sentía a salvo, cobijado por la fortaleza de ese indio, casi un ser invencible. Como un héroe de la mitología que había enfrentado al tigre y al puma de la Pampa.
Se abrazaron y Pedro hundió la cabeza en su pecho y Guor le besó la coronilla y le mesó el pelo, le susurró su nombre, con una ternura que nada tenía que ver con su aspecto. Su voz seguía siendo ronca y grave, y sin embargo ese Pedro, le hacía vibrar íntimamente. Los ojos se le entibiaron y empezó a llorar. Guor se quitó el pañuelo de la cabeza y le secó los ojos y las mejillas, y le apartó de la frente los rizos que se le habían caído, lo hacía suave, lentamente, aletargándolo, serenándolo

__! Pedro! __La voz dura de María Pancha estremeció las paredes de la casa y operó como un baldazo de agua. Pedro abandonó la recámara de Mario, y se topó con la  negra furibunda que le reclamó haber dejado a su hermano.

__Tu hermano te necesitaba, te llama y tú no acudes. ¿Dónde estabas metido?

Nahuel permaneció escondido tras la puerta de la habitación de Mario, mientras escuchaba las reprimendas y las excusas de Pedro. Al restablecerse la calma… se marchó furtivamente con una sonrisa  dibujada en el rostro.
CONTINUARÁ.
HECHOS Y PERSONAJES SON FICTICIOS O NO, CUALQUIER COINCIDENCIA CON LA REALIDAD ES HISTÓRICA O FICTICIA.
LENGUAJE ADULTO. ESCENAS EXPLÍCITAS.

16 comentarios:

  1. Sol. qué lindo y complejo, me encantó, un beso.

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  2. Alicia. no hay amores prohibidos entre ellos, ni este, el viaje sí ami, beso.

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  3. Ana. Fascinante, voto por el viaje antes que la cátedra si no los arreglaste, la que quieras.

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  4. María Mercedes ¡Qué lindo Eve! muchas gracias

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  5. Esta historia es medio complicada Eve, pero la relación entre ellos siempre es tan fuerte, tan seductora, tan imposible de imaginar y no sentir un estremecimiento en el cuerpo y en el alma...

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    1. Ali, no es compleja y sí pero no puedo con todas novelas rosas, esta tiene una parte, que es erl diario de Blanca, tía de Pedro que está al inicio y él lee, luego la vida de todos, de la familia, y ellos, divídala así, no sabes lo que me costó escribirla, 14 horas estuve y con el dolor de la mano, pero si la dejo más tiempo es peor, besotes.

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    2. No me quejo Eve, me parece hermosa...Y me imagino cuánto te debe costar escribir algo tan complejo y maravilloso...Cuidate Eve, y no te esfuerces tanto, que lo más importante es tu salud...Beso grande y gracias por toda la belleza que nos regalás...

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