SIGNIFICAR
CAPÍTULO DIECISIETE.
PENÚLTIMO
CAPÍTULO.
__ Me cambiaste la vida precioso, aunque lamento
haberte herido en el choque, me doy cuenta de cuánto necesitaba conocerte, y no
existen las casualidades.
__ No quiero presionarte ni lo haré, comprendo
que aunque ese matrimonio terminó necesitarás tiempo, no quiero cortar tus
alas, ni que pases de una cama a la otra si no puedes o no quieres, mas yo
siempre estaré aquí, esperándote, estaré para ti Guille. Gracias a ti entendí
por qué andaba solo por la vida, mi esencia, lo que amo, y solo eres tú _ afirma
embargado de emoción, Pedro.
“De nadie nunca seré, solo de ti,
hasta que mis huesos se vuelvan cenizas,
y mi corazón deje de latir”. Pablo Neruda.
hasta que mis huesos se vuelvan cenizas,
y mi corazón deje de latir”. Pablo Neruda.
El mar es un azar, por eso la vida se le compara tan a
menudo. La ola levanta a Guillermo en su cresta de espuma y arena, lo sume en su puño y lo engulle en el agua
salada y revuelta. Él nada durante varios días solo para mantenerse a flote,
incierto de si logrará sobrevivir y arribar a la inexplorada costa.
“Caminaba con la seguridad de quién sabe qué es lo que
va a hacer y que tendrá éxito. Casi di mi nariz contra el muro que frenó mi
avance, y estando ahí, a centímetros de esta barrera, me concentré en
contemplar su amplitud. Elevé mis ojos al cielo y la muralla seccionaba este en
dos. Mirando hacia arriba era como que la muralla se adentraba en el cielo y no
que el cielo la dominaba. Extendí mis brazos abiertos sobre los ladrillos que
impedían mi avance y miré a los lados. El muro cortaba al mundo en dos,
atravesando el oriente y el poniente, dejándome a mí de este lado. Sentí el
sonido de los constructores que seguían haciendo la defensa más y más alta y
ancha e inexpugnable. No los veía pero adivinaba su frenética labor en la
altura.
Volví a mi espacio, a la altura de mis ojos e inspeccioné un poco esta maravilla frente a mí, maravilla de ladrillos cocidos, estuco y argamasa, y supe que mi labor sería ardua pero no me resigné. Los guardias en las torres solo me miraban, supongo que en la curiosidad de este solitario hombre que lejos estaría de ser una amenaza. Me retiré un poco, retrocedí para reflexionar en el fenómeno amurallado y ¡qué sorpresa! La inmensidad frente a mi nariz ahora solo era una mancha, una insignificancia en medio de la extensión y recordé la perspectiva y el punto de vista.
Regresé día a día a la proximidad de la muralla y la toqué y la aprendí de memoria. Comprobé la perfección de la trama y sí… parecía imposible derrumbarla. Saqué de mi alforja unas astillas que había juntado por el camino en estos años de vagar por diferentes situaciones y elegí la de cedro, me pareció apropiado y la apoyé sobre la argamasa entre ladrillo y ladrillo y comencé a raspar. Nuevamente al otro día y al otro. Al principio los atalayas me prestaban atención pero luego se mofaron y me creyeron loco, pero yo también los perdí de vista con el tiempo, solo me dedicaba a lo mío. Cuando retiré toda la argamasa del primer ladrillo, este cedió casi sin forzarlo, lo tomé en mis manos y lo contemplé cuidadosamente y a mis ojos resultó más valioso que manzanas de oro en bandeja real. Lo coloqué con cuidado en su sitio y me retiré hasta el siguiente día. Cambié la astilla por la de nogal y luego la de roble y la de olivo. Uno a uno los ladrillos se soltaban y los volvía a su sitio. Varios meses en la faena diaria de remover y colocar, mientras la construcción seguía en las alturas.
El día por fin llegó en que retiré el último ladrillo. Había terminado la faena prescripta por mí para esa muralla y me alejé y descansé y la miraba con fijeza y ambición. Ya no volví a las cercanías de la misma, solo veía la noche transformarse en día para regresar a la oscuridad y el fenómeno de la gran muralla de ladrillos cocidos perfectamente superpuestos para evitar cualquier ataque. Todo llega y el día de la muralla también. Tras las puertas de la fortificación, el ejército entrenaba para repeler un ataque y las tropas, a paso de guerra, producían un temblor que llegaba hasta mis pies parados sobre la árida llanura a cierta distancia. Escuché el sonido, el resquebrajamiento y la pequeña grieta de ladrillos liberados de la argamasa comenzaron a caer y los de al lado se unieron y así se fue derrumbando la muralla todo en derredor mientras la gritería en su interior confundía al ejercito todo, que al verse expuesto, huyó sin percibir que no había enemigo, ni acecho, ni dolor, ni aflicción. Solo un hombre con sus astillas que supo debilitar la muralla hasta que cayó.
Entré a la ciudad y sentí lástima de ella y con los mismísimos ladrillos de la muralla me puse a edificar casas y cavé pozos de agua fresca e invité a los que pasaban, a entrar y a tomar posesión de las casas y a vivir en paz. La llamé: “ciudad libre” y me regocijé por ella, por su nuevo espíritu y no pude quedarme aunque quería. Seguramente habría más murallas por ahí y recordé también el juramento de derribarlas, como un día habían hecho con la de mi ciudad, la mía. No miré atrás pero supe que algo buenos había hecho y la algarabía tras de mí solo confirmaba el asunto.
Las murallas son como voluntades o las voluntades son como murallas. Creemos que nos protegen, pero por lo general solo nos mantienen atrapados en un lugar que juzgamos seguro a cierta distancia de la felicidad”.
Volví a mi espacio, a la altura de mis ojos e inspeccioné un poco esta maravilla frente a mí, maravilla de ladrillos cocidos, estuco y argamasa, y supe que mi labor sería ardua pero no me resigné. Los guardias en las torres solo me miraban, supongo que en la curiosidad de este solitario hombre que lejos estaría de ser una amenaza. Me retiré un poco, retrocedí para reflexionar en el fenómeno amurallado y ¡qué sorpresa! La inmensidad frente a mi nariz ahora solo era una mancha, una insignificancia en medio de la extensión y recordé la perspectiva y el punto de vista.
Regresé día a día a la proximidad de la muralla y la toqué y la aprendí de memoria. Comprobé la perfección de la trama y sí… parecía imposible derrumbarla. Saqué de mi alforja unas astillas que había juntado por el camino en estos años de vagar por diferentes situaciones y elegí la de cedro, me pareció apropiado y la apoyé sobre la argamasa entre ladrillo y ladrillo y comencé a raspar. Nuevamente al otro día y al otro. Al principio los atalayas me prestaban atención pero luego se mofaron y me creyeron loco, pero yo también los perdí de vista con el tiempo, solo me dedicaba a lo mío. Cuando retiré toda la argamasa del primer ladrillo, este cedió casi sin forzarlo, lo tomé en mis manos y lo contemplé cuidadosamente y a mis ojos resultó más valioso que manzanas de oro en bandeja real. Lo coloqué con cuidado en su sitio y me retiré hasta el siguiente día. Cambié la astilla por la de nogal y luego la de roble y la de olivo. Uno a uno los ladrillos se soltaban y los volvía a su sitio. Varios meses en la faena diaria de remover y colocar, mientras la construcción seguía en las alturas.
El día por fin llegó en que retiré el último ladrillo. Había terminado la faena prescripta por mí para esa muralla y me alejé y descansé y la miraba con fijeza y ambición. Ya no volví a las cercanías de la misma, solo veía la noche transformarse en día para regresar a la oscuridad y el fenómeno de la gran muralla de ladrillos cocidos perfectamente superpuestos para evitar cualquier ataque. Todo llega y el día de la muralla también. Tras las puertas de la fortificación, el ejército entrenaba para repeler un ataque y las tropas, a paso de guerra, producían un temblor que llegaba hasta mis pies parados sobre la árida llanura a cierta distancia. Escuché el sonido, el resquebrajamiento y la pequeña grieta de ladrillos liberados de la argamasa comenzaron a caer y los de al lado se unieron y así se fue derrumbando la muralla todo en derredor mientras la gritería en su interior confundía al ejercito todo, que al verse expuesto, huyó sin percibir que no había enemigo, ni acecho, ni dolor, ni aflicción. Solo un hombre con sus astillas que supo debilitar la muralla hasta que cayó.
Entré a la ciudad y sentí lástima de ella y con los mismísimos ladrillos de la muralla me puse a edificar casas y cavé pozos de agua fresca e invité a los que pasaban, a entrar y a tomar posesión de las casas y a vivir en paz. La llamé: “ciudad libre” y me regocijé por ella, por su nuevo espíritu y no pude quedarme aunque quería. Seguramente habría más murallas por ahí y recordé también el juramento de derribarlas, como un día habían hecho con la de mi ciudad, la mía. No miré atrás pero supe que algo buenos había hecho y la algarabía tras de mí solo confirmaba el asunto.
Las murallas son como voluntades o las voluntades son como murallas. Creemos que nos protegen, pero por lo general solo nos mantienen atrapados en un lugar que juzgamos seguro a cierta distancia de la felicidad”.
Los rostros angustiados en el barrio, los consuelos de
Pedro le sirven como maderos de los que se
aferra en el mar agitado.
Después de evaluar la situación su médico de cabecera
ha puesto en movimiento sus contactos. José Miller y otro amigo dueño de una
cadena de televisión, se encargan de que
los medios de comunicación difundan la noticia de la epidemia y la desidia de
las autoridades. Tras el escándalo, llegan del nivel central del ministerio, médicos y suministros de medicinas. Los
camiones pasan fumigando, brigadas de jóvenes visitan las casas para asegurar
que no hay aguas estancadas y desinfectar recipientes para eliminar los criaderos de mosquitos.
Guillermo se convierte en una presencia activa en las
casas infestadas. Se asegura de que las autoridades realicen el censo de
enfermos y distribuyan el tratamiento preventivo entre los que aún están sanos.
Se ocupa también de que los que se recuperan reciban la primaquina para
aniquilar el parásito que, tras la enfermedad, se aloja en el hígado de los
pacientes. Infatigable de la mañana a la noche, evade pensar en el derrumbe de
su matrimonio. Fabián aún ignora lo sucedido. Guillermo le ha puesto un correo
pidiéndole que llegue el siguiente fin de semana de su misión humanitaria. Su
plan es que Juan y él, sea juntos, ya sea cada uno por su lado, le notifiquen
de lo que sucede.
En zapatillas, vestido con jeans y remera ha visitado un sinnúmero de casas del barrio.
Ha laborado incesante asistiendo a los
médicos jóvenes, internos y residentes, que llegan desorientados, acatando
órdenes superiores vagas y displicentes. Las tareas que ha debido ejecutar en
esos días son más perentorias que replantearse la existencia.
Le impresionan las limitaciones, la ignorancia, y las supersticiones
que dificultan el trabajo de la ciencia, la resignación que deja en las manos de un Dios invisible la
vida y la muerte. Le tocan la piel las miradas desconfiadas y contiene el
rechazo y lástima que le producen los trastos renegridos por el hollín, los olores a zapatos y cobijas raídas, las
gallinas paseándose a veces en la sala, los perros flacos alimentados de magras
sobras, que le huelen los pantalones y le meten el hocico sin pudor entre las
piernas. Le cuesta creer que la gente
que carece de todo le ofrezca sin dudar, el jugo de sus pocas naranjas, una
ración de arroz, una tortilla caliente. Come de platos plásticos llenos de
rayones, bebe de vasos que no son más que envases de vidrio de dulces,
encurtidos, lavados y vueltos a relavar. Sabe que rechazar la comida a los pobres
equivale a ofenderlos.
De intentar sonar campechano cuando les habla pasa a oírlos
y conocerlos por nombre. La gente le cuenta sus historias con desparpajo y
humor característicos de una idiosincrasia que rehúye el drama pero no omite
detalle cuando se trata de narrar dolencias y recomendar remedios. Le sobrecoge
oír de los trabajos que han pasado quienes del campo se han mudado a la ciudad,
el empeño que deben utilizar para ganarse la vida contra viento y marea, contra
hombres abusivos y patrones explotadores. Guillermo recuerda las novelas rusas
que leyó en su adolescencia, las penurias de quienes sufrían un sistema feudal.
Le apena comprobar que a pesar de mostrar valentía para la adversidad, parecen
resignados a su destino, como si el fracaso hubiese marcado para ellos el fin
de toda esperanza, apenas una mujer le
habla con entusiasmo de perspectivas de un negocio de ropa y comida, de la hija
que estudia inglés y contabilidad y de cuánto despreciaba al gobierno que se
olvidaba de ellos.
Las familias se
ayudan, las abuelas como doña Bea cuidan de sus nietos, los jóvenes juegan
fútbol en las calles de tierra, se habla de las telenovelas. La chica del salón
de belleza, que ha enfermado cuenta chismes de amoríos. Las sonrisas, el afecto, el aprecio que cada
vez con mayor efusividad le prodigan, hacen que Guillermo pierda el prurito de
haberse tomado a pecho su papel de doctor empírico. Por las noches, no pierde
tiempo en su casa: refresca sus conocimientos de primeros auxilios, retoma los
libros para intentar un examen de ingreso, se imagina obteniendo recursos para
abrir un centro de asistencia de primer nivel, con cursos sencillos sobre
nutrición, primeros auxilios, vacunación, prevención, cuidado de bebés,
lactancia materna.
Pedro tiene el trabajo atrasado de su enfermedad por
entregar pero es su intención luego unírsele en sus proyectos.
Y recuerda su declaración, simple, honesta, sin
rebusques, un simple “me enamoré de vos” que le causa un estremecimiento como
la intensidad que vibra en el aire de su mirada y le transmite todo lo que las
palabras callan.
Guillermo comparte con él su azoro por la vida de que
algunos todo y a otros nada. No es la vida la que lo hace, le dice él, somos
responsables. Es un asunto de cucharaditas, le dice y le cuenta de Amos Oz, el
escritor israelí y su Orden de la Cucharita.
__Amos Oz escribió un libro _. Cómo curar un fanático.
Lo saca de un estante en su habitación y lo lee__. Como imaginas nadie como
ellos, los palestinos, Oriente Próximo para conocerlos.
“Yo creo que si una persona está mirando una enorme
calamidad, digamos que una conflagración, un incendio, siempre hay tres
opciones:
_Huir tan lejos y tan rápido como sea posible.
__Exigir que los responsables sean removidos de sus
cargos.
__Agarrar un balde de agua y tirarlo al fuego y si no
hay balde, buscar un vaso, y si no lo hay buscar una cuchara y si no una
cucharita. Todo el mundo tiene cucharas
o cucharitas. No importa qué tan grande
sea el fuego, hay millones de nosotros y cada uno de nosotros tiene una cucharita que puede usarla para apagar el
fuego.
Y sigue diciendo Oz que a él le gustaría establece la
Orden de loa Cucharita.
Las personas que comparten mi actitud, no la de huir o
exigir que otros se hagan responsables, sino la de la cucharita, querría que
llevaran prendida en el pecho una cucharita que los identifique como miembros
de la Orden de la Cucharita y así todos los demás sepamos quiénes estamos en la
misma hermandad, en el mismo movimiento de hacer algo para apagar los fuegos
del mundo”.
Busca en la mesa de la cocina una cucharita y se la
da.
__Yo amor te otorgo la
Orden de la Cucharita __le dice.
Guillermo se emociona. Aún muchos años después,
recordará ese mediodía caluroso y la cucharita que tomó en sus manos, como el
preciso instante en que se enamoró de Pedro.
__Era de esperar que Juan se marchara cuando él
lo pone al tanto de lo sucedido _dice
Pedro__. Él te es infiel, pero aun así a
nadie le gusta enterarse que su pareja de años tiene un amante. En
Europa y otras culturas, tal vez, pero en nuestro país el sentido del honor no
tolera esas confesiones, el mismo mal entendido machismo.
Ayer conversé con un amigo de la juventud que hacía
años que no nos veíamos y me contaba sobre una mujer que él amaba, pero que el
mismo provocó la separación y no sabía cómo volver el tiempo atrás. Yo le di mi
consejo pero sabemos que todos hemos pasado por estos momentos desagradables
donde perdemos un gran amor.
A ti amor que te encontré por azar en la vida, cuando
menos lo esperaba, llegaste alumbrando
mis días oscuros y abrazando mis noches de soledad, ocupando un espacio inmenso
en las entrañas más profundas de mi corazón moribundo por heridas de recuerdos
en el tiempo. Llegaste sin darme cuenta, sin pensar que llenarías de colores mi
existencia,
amándonos en esa alcoba donde preferíamos ser prisioneros del deseo más placentero, donde nos confundíamos de piel por el roce tan pasional de nuestros cuerpos.
amándonos en esa alcoba donde preferíamos ser prisioneros del deseo más placentero, donde nos confundíamos de piel por el roce tan pasional de nuestros cuerpos.
Besos que anidaban en la locura irracional de nuestras
mentes, caricias que volaban hacia el
infinito del cielo derramando en nosotros sus tentaciones de perdernos sin
rumbo, sin destino, solo pensando en erupciones los instintos
inimaginables de seducirnos.
Miradas que penetraban en los recónditos misterios que
guardaban como un tesoro los enigmáticos pensamientos de la mente, cuando llegábamos
al límite final de un sentir indescriptible que nos opaca la cordura y nos
ciega por un momento.
Solo palabras a medias dándole paso a gemidos
involuntarios, que naufragaban en un mar
de pasiones donde nos ahogaba ese olor aromático a divinidad, donde los suspiros
derrotaban nuestras fuerzas haciéndonos caer exhaustos en aquel lecho de amor.
Cómo olvidar esos momentos al cual nos hicimos adicto, no puedo perderte, tan
solo una palabra no basta para romper
ese hechizo hermoso que un día juramos defender para toda la vida,
quizá se interponga la misma vida por querer entenderla y no vivirla, y así se esfume la pasión sin saber cómo, pero no seremos culpables del fin sin adiós de un amor puro y hermoso, nunca dudes de entregarte al amor sin pensar en lo que nos depara el futuro,
amar es entregarte sin miedos a las redes de un corazón por siempre, lucha por encontrar ese amor y cuando lo tengas entre tus brazos cuídalo hasta que Dios los separe.
quizá se interponga la misma vida por querer entenderla y no vivirla, y así se esfume la pasión sin saber cómo, pero no seremos culpables del fin sin adiós de un amor puro y hermoso, nunca dudes de entregarte al amor sin pensar en lo que nos depara el futuro,
amar es entregarte sin miedos a las redes de un corazón por siempre, lucha por encontrar ese amor y cuando lo tengas entre tus brazos cuídalo hasta que Dios los separe.
__Shh, no lo digas, aun más allá nos seguiremos
amando.
__
Deciden acompañar a Miller al comedor comunitario
donde también ellos comparten una cena, por fin el fiscal conoce a Pedro
que se mueve con soltura entre todos. En un momento se detiene a charlar con un joven y Guillermo desde el
mesón donde compartía con Miller los observa con ojos tempestuosos.
__Siéntate, lo invita Miller mientras acomoda el pan en una canasta__.
Quita esa cara, si los celos matasen, ya estarían todos los hombres muertos,
Guille, Pedro no es Juan.
Guillermo adopta una actitud tensa hasta que la mirada
amable del amigo lo somete. Apoya los antebrazos sobre la mesa, entrelaza los
dedos y baja la cabeza.
__Perdóname, hermano. No sé qué me pasa con él, no soy
así, no fui así con Juan. No puedo controlarlo.
__No seas tan melodramático. Es lógico. Es tu hombre,
y estás más loco por él de lo que aún asumes. La parte animal que tenemos nos
domina.
__Es más que estar loco por él, lo cual es cierto. Es
mío, José. ¿Lo entiendes? Nunca antes pasó. Pedro es solo mío. Es lo único que
siento realmente mío en este mundo. Pero a veces…
__Te gustaría saber que tú eres lo único que Pedro
siente suyo en este mundo, ¿verdad? Que tú eres lo primero y lo último.
La sabiduría de su amigo lo dejaba sin habla. Era más
joven que él, y sin embargo tenía un talento… ver lo oculto, lo que revoloteaba
en la mente y el alma, y que no se podía explicar. José lo desmenuzaba y lo
transformaba en frases sólidas, coherentes, que dilucidaban, lo que hasta un
momento atrás era inextricable.
__Sí _ admite__. A veces él me parece inalcanzable.
__Has sido tú el que lo ha puesto allí arriba. Te
castigas por el fracaso de años de matrimonio y quizá por algún otro demonio
que desconozco, y como sea te reprimes para ser feliz. Te mientes diciéndote
que Pedro no te pertenece del todo, y lo haces sentir mal por eso. Él no es un
objeto de tu posesión, Guille, pero te ama con locura y es lo único que
importa, que confíes en él __lo mira de reojo y sonríe__. Te conozco,
hermano__. Si por vos fuese, ni bien salgas de lo de Juan, lo encerrarías bajo llave para siempre
para no compartirlo con nadie. Pero terminarías por matarlo. Pedro vive con las
puertas abiertas, y así es como se da libremente, con una confianza admirable y
lo mismo te ofrece.
__Es esa confianza la que me vuelve loco de preocupación.
Para él todos somos santos hasta que no se demuestre lo contrario, y yo como
penalista no opino así.
__No me parece justo, no es un tonto ni mucho menos,
no es justo. Amigo mío, déjalo ser como él te deja ser a ti, y vivan en
armonía, en la que da la confianza, por lo demás encomiéndalo a Dios.
__Sabes que no soy creyente.
__No es así. Te crees todopoderoso. Pero siempre
existe un momento en nuestras vidas en el que necesitamos de Dios.
Cuando regresan a lo de Pedro entran trastabillando,
enredados en un beso abrasador. Sería la última noche hasta poner en claro su vida, y Guillermo se
propone convertirla en un recuerdo memorable para Pedro. Cada uno se deshace de
la ropa con urgencia, como si les picase sobre el cuerpo, y vuelven a
confundirse en un abrazo de pieles desnudas, cuyo roce intensifica las
sensaciones, plagándoles las zonas erógenas con latidos, pulsaciones y
cosquilleos.
Guillermo lo envuelve con los brazos, lo recorre con las manos __la
espalda, los glúteos, el pecho__, dibuja caminos de saliva en el cuello que
Pedro expone adrede echando la cabeza atrás, en el hueco del cuello, en el
pecho, los pezones. Por una ventana abierta, penetra la brisa de la noche que
sopla el voile de las cortinas y
arrastra el rugido de las olas del río lamiendo la playa y que se mezcla con el sonido de las respiraciones afanosas de
los amantes y sus jadeos angustiosos.
__Son tus ojos
profundos y bellos, con un brillo de ingenuidad, de candidez, de ternura
y de pasión, los que me hacen soñarte cada día, cada noche y a cada instante,
pero, es tu misteriosa, enigmática,
sensual y penetrante mirada, la
que seduce mis sentidos y me cuenta todo de vos, aunque a su vez esa mirada también encierra un misterio que me cautiva, que me
hechiza, que me enloquece, que me enamora y que coexistentemente se ha trasformado
en mi sueño, mi deseo y en mi perdición, porque en ella está la razón de mi existencia. Mas, nunca dejes
de mirarme que sin tus ojos, yo ya no
podría vivir _le susurra Guillermo.
…¡Abrázame! Y deja que tu piel incinere cada parte de mi cuerpo __musita, Pedro__.
¡Abrázame! Que necesito nuevamente reflejarme en tu mirada porque tengo tantos
deseos de sentir tus labios besando mi boca que te extraño tanto y solo quiero
estar a tu lado.
¡Abrázame! Que tú eres mi deseo, mi lujuria, mi placer, mi vida y mi amor. Que ya no importan las distancias, porque siempre tú estarás conmigo, en silencio, que sin tu amor, ya no puedo más, y no sé cómo vivir sin vos. Pero por Dios te lo ruego, tan solo abrázame
no me sueltes jamás.
¡Abrázame! Que tú eres mi deseo, mi lujuria, mi placer, mi vida y mi amor. Que ya no importan las distancias, porque siempre tú estarás conmigo, en silencio, que sin tu amor, ya no puedo más, y no sé cómo vivir sin vos. Pero por Dios te lo ruego, tan solo abrázame
no me sueltes jamás.
Usted me deja en la espera de una pasión que no llega, con la imaginación
desbordando en lujuria, con los deseos a flor de piel, solo por pensar en
usted… Por imaginar probar la delicia de su miel. Aún eres mío en las noches
tibias cuando tus recuerdos perturban con pasión mi calma. No detengas tus
caricias… Entrégate al amor que ofrezco, sé mío, sé mi paz,
sé mi alma. Quiero beber la pasión de tu alma, ven quédate, permanece en
mí. Detengamos el tiempo, que muero por
morar en ti esta noche.
__Si… Detener el tiempo entre ardientes besos, calcinarme
en el fuego de tus caricias. Sí, quiero amarte con alocado frenesí, perderme y
volcarme en ti cada amanecer, perderme para volver a buscarte… Y para mi suerte
tener el placer cada noche, entre
sábanas blancas volver a encontrarte.
La luz del balcón baña los cuerpos y otorga al cabello
brillo opaco. Guillermo se llena la mano de un puñado de mechones y hunde la
nariz para aspirar los restos de perfume con el que se ha perfumado en la mañana
y antes de que le hiciese el amor al llegar. Vuelve a abrazarlo, abrumado de la
energía sexual que lo hace sentir un titán frente a Pedro, y él nota la
desesperación con que él lo está amando.
Sin detener el beso, Guillermo tantea hasta arrancar
el cobertor que termina en el suelo. Se acuesta de espaldas, y Pedro se ubica a
horcajadas sobre él. El contacto del pubis y el sexo húmedo y caliente sobre la
piel lo sacude, y sus testículos se tensan en un espasmo doloroso que lo obliga a
arquearse y gemir sin sonido. Pedro se inclina y le apoya los labios en la boca
entreabierta para colmarse de su aliento.
__Quiero que me digas cuáles son tus preferencias _le
pide Guillermo__. Qué cosas te gustaría que te haga, no quiero volver a darlo
todo por hecho. Quiero que me lo digas, quiero conocer tus gustos, Pedro.
Quiero darte tanto placer como el que vos me das a mí__. Lo ve dudar e insisten
__. Por favor, háblame de tus fantasías.
__Todo lo que me has hecho me ha dado placer, mi amor,
pero lo que más me gusta es cuando usas tu lengua para chuparme lo que sea, los
pezones, el ombligo, la piel, el pene. ¿Sabes qué pienso? Que cuando pones tu
lengua entre mis piernas, compartimos la intimidad más absoluta, más que cuando
nos penetramos. Solo la confianza infinita que te tengo me permite abrirme a ti
de ese modo.
Pedro se aleja para mirarlo y queda sobrecogido ante
el espectáculo de sus ojos, que le recorren el rostro, estudiándolo a
conciencia y con la misma ferocidad con que sus manos le masajean los glúteos.
Su mutismo lo excita, su expresión seria lo mantiene en vilo.
__Ponte de rodillas a la altura de mi cabeza. __Aunque
lo avergüenza, Pedro no se atreve a contradecirlo y le obedece_. Inclínate
hacia delante y sujétate a la cabecera de la cama. Baja hasta poner tu sexo
sobre mi cara. __Pedro duda, y Guillermo lo obliga atrayéndolo hacia él__. Me
pongo de piedra con solo tenerte en esa posición.
Al aliento candente de Guillermo le golpea en su sexo, y Pedro se estremece. El primer
lengüetazo lo hace gritar, y luego otro, y otro más, hasta que las oleadas de
placer en la succión de dientes enfundados y la lengua en el glande desbaratan
los últimos vestigios de vergüenza y cortan los frenos de contención. No se
reduce a la acción de la lengua, sino también cuenta la posición, que implica
una entrega absoluta, las manos de él que trepan desde atrás y le acarician los
pezones, y el tesón que pone en complacerlo. Pedro recibe el placer que
Guillermo lo prodiga con espíritu libre, y ese gesto lo hace sentir invencible,
amado, deseado. Las burbujas de excitación que le borbotean en el cuerpo se
mezclan con las de la dicha que le hacen proferir un grito de placer. Reír y pronunciar
el nombre de él.
Tras los párpados celados de Guillermo, se proyecta la
imagen de ellos en esa postura y la
sangre le pulsa en el glande. Pedro echa la cabeza hacia atrás y con las puntas
del cabello le acaricia el mentón y ese simple roce se convierte en estímulo
que se esparce por sus terminaciones nerviosas sensibilizándole la piel como si
estuviese en carne viva. El orgasmo de Pedro explota y vibra en sus labios y en
sus oídos, donde se prolongan sus gemidos dolientes y profundos. Lo ama por su
índole, por su pasión, por su confianza para dejarse guiar y disfrutar.
El orgasmo lo ha alcanzado hasta el ombligo, lo ha
sacudido y, cuando Pedro piensa que acaba la lengua de Guillermo lo conduce a otro que
siente hasta en las plantas de los pies. Después de segundos de quietud con la
frente apoyada en los antebrazos que descansan sobre la pared de la cama, se
mueve con cuidado hacia atrás, se vuelve, se eleva sobre el pene de Guillermo
palpitante, y, sin apartar la mirada, resbala sobre él y lo entierra en su
carne. Guillermo suelta el aire de manera violenta y, al clavar los dedos en
las caderas de Pedro, lo lastima sin darse cuenta, Pedro apoya las manos encima
y le indica que afloje, intenta hablarle. Sobre los labios tensos.
__Acabamos de compartir la intimidad más plena y
profunda que existe entre dos. De ahora en adelante, cuando estemos con otras
personas te voy a mirar y voy a pensar: “Él es el único en este mundo al que
permito que me bese el alma”.
Pedro lo siente expandirse dentro de él, y lo afecta
la mudanza en la tonalidad de sus ojos, que se mimetizan con la penumbra al
adquirir una tonalidad oscura. Iba a incorporarse, cuando Guillermo vuelve a
pegarlo a sus labios.
__Pedro, es que vos y yo somos uno solo. __Y le
recuerda__. Sin pasado, solo este instante eterno.
__Uno, amor mío ---. Madrugadas que sueño en ti,
teniendo el sabor de tus besos, la dulce miel de tus labios, tu boca
despertando mil sentimientos, divagando pensamientos, mi imaginación aparece,
cierro los ojos siento tu aliento, tus murmullos decir tan excitantes palabras
que desnudan el alma y se derraman en dulces tormentos.
Mis madrugadas te sueñan, un sueño pleno de ti,
desnudos estamos bajo las sábanas, curioseando nuestros cuerpos perfectos,
probando el néctar tan inefable, de sabores excitantes, donde los deseos
despiertan pasiones, en el silencio de las miradas, que cautivan, que se
convierten en pecado porque desnudan el alma.
Cuerpos usados que sacian en una infinidad de gestos,
cómplices de cada encuentro, en el que pierdo estribos, el control totalmente,
nuestras manos como obras de arte se pierden piel a piel perfectamente, cual se vuelve uno tan
ciego en fatal atracción, vehemencia y cordura al mismo tiempo.
Me pierdo en esa esencia, en ese aroma sin igual, dejándome exhausto ante su
fuego y ardor, hacia esa entrega total tan sublime bebiéndote, teniendo sed y
hambre de ti, tu geografía perfecta amo, regalándote mil caricias, pasión y
lascivia.
Mis noches te añoran, desármame cada instante con tus
besos, con tus caricias, con tu manera de expresarte, que quiero que se quede
para siempre tu perfume, tu aroma, tu esencia, tu olor natural en mi ser, mi
cuerpo solo te quiere llevar al infierno y a la gloria solo con soñarte en mis
brazos.
Son esos hermosos ojos
los laberintos donde despiertan
mis pasiones, mis sentimientos, mis emociones, incluso cuando suspira su mirada
intensa brilla, haciendo que afrentando en el laberinto de su corazón, sea inútil el querer buscar una salida. Son
sus hermosos ojos
guías de cada sentido de mi cuerpo, me inyectan adrenalina, fuego, pasión, y un deseo
que me deja en total desasosiego... O así lo siento en cada parpadeo. Son sus hermosos ojos
la luz que conduce mis instintos, que me envuelven en esa calidez, que me invitan de lo sacro a lo prohibido. Son sus hermosos ojos hechizo, el somnífero que empaña mi cordura,
y que hace ajenas mis ideas... Y cuando quiero abandonar ese bello laberinto,
me hace necesitarlo tanto como la luna necesita a las estrellas. Amo perderme en ese mirar
que corta la magia por momentos, pero hace más inmensa la forma en que lo amo y lo voy a amar.
guías de cada sentido de mi cuerpo, me inyectan adrenalina, fuego, pasión, y un deseo
que me deja en total desasosiego... O así lo siento en cada parpadeo. Son sus hermosos ojos
la luz que conduce mis instintos, que me envuelven en esa calidez, que me invitan de lo sacro a lo prohibido. Son sus hermosos ojos hechizo, el somnífero que empaña mi cordura,
y que hace ajenas mis ideas... Y cuando quiero abandonar ese bello laberinto,
me hace necesitarlo tanto como la luna necesita a las estrellas. Amo perderme en ese mirar
que corta la magia por momentos, pero hace más inmensa la forma en que lo amo y lo voy a amar.
__Algunas nubes grises enamoradas de la brisa, juegan
en el cielo. Un azulado picaflor bebe las últimas savias de la flor, en un
estío de rojos y en el espejo de ese paisaje, tu imagen de aroma y flor,
entibió mis ojos. La suave brisa fresca esculpe el tenue ropaje en tu cuerpo.
Rizos de sol y oro acarician el óvalo de tu rostro y los luceros de tus ojos y sonrío, como al picaflor a su flor, rendido a tu belleza y tu infantil sonrojo. Mis manos amantes recogen el aroma de tu piel. Quiero ser mar y espuma, que besa tus pies de nácar y corolas. He de desnudarte entre las olas, en el infinito placer de amores soberanos y amarte sin límites, beber de tu boca mi sed, lujuria de placer descarriado. Tu risa, invade el silencio, que se esconde en un arrullo en flor. Y un beso sorprendido escapa de tu boca, y se aposenta tibio, en los míos.
Mi corazón estalla en la música íntima del instante supremo de ver el amor. Déjame intentar otras quimeras, en el desierto donde habitan mis sueños entre tu piel, labios y cuerpos, volando tus manos, sin pensar en el tiempo.
Rizos de sol y oro acarician el óvalo de tu rostro y los luceros de tus ojos y sonrío, como al picaflor a su flor, rendido a tu belleza y tu infantil sonrojo. Mis manos amantes recogen el aroma de tu piel. Quiero ser mar y espuma, que besa tus pies de nácar y corolas. He de desnudarte entre las olas, en el infinito placer de amores soberanos y amarte sin límites, beber de tu boca mi sed, lujuria de placer descarriado. Tu risa, invade el silencio, que se esconde en un arrullo en flor. Y un beso sorprendido escapa de tu boca, y se aposenta tibio, en los míos.
Mi corazón estalla en la música íntima del instante supremo de ver el amor. Déjame intentar otras quimeras, en el desierto donde habitan mis sueños entre tu piel, labios y cuerpos, volando tus manos, sin pensar en el tiempo.
Nuestro amor ha de abolir las fronteras de nuestros
cuerpos. Sentiremos el éxtasis íntimo de la comunión de ser dos amores
conjugados, arrebatados por la vida, en alborozo, enamorados. Amor, bésame y
llévame al cielo, sin salir de nuestro lecho.
Quiero tu amor de todos los momentos, olvidando mis
esperas, vida mía y lenta y dulcemente hacerte mío, calmando todas mis ansias
desmedidas. Déjame reposar en tu regazo, amor de todos mis instantes. Te
enseñaré mis vernos con palabras tibias, hasta arrancarte tus lágrimas hombre
de pasiones descarriadas que me robas el
alma. Desde el mismo instante que besé tu infantil sonrojo en un susurro dulce,
me enamoré para siempre de ti, por el resto de nuestros días.
--En una dura y larga tempestad, naufragué hasta su
cuerpo agotado, hambriento, sediento, a las puertas de su aliento en el suelo miro al cielo y ordeno a Cronos
parar el tiempo pues he llegado al
paraíso y este me quiso por tanto tiento. Me puse en pie, así caminé desde el este al oeste de su piel por un sur de fantasía, hasta un norte donde
sacié mi sed en ese manantial de besos
en el que esa linfa sabía a miel y de rodillas
ante esa Fontana no hacía más que absorber. Quería colmar con ansias todo
aquello que me encuentro y nutrí de sus
caricias, en ese túnel de terciopelo donde sembré las simientes que pensé perdidas mar adentro y en
su alma le dan consuelo. Si bajo ese manto de su pelo, mientras vida huelo,
recupero para probar ese nuevo comienzo
del ascenso por su cuello y en la caída
del ocaso logro la cumbre justo donde quiero
ante esa luz de sus luceros que de la noche son mi anhelo. Mas al llegar
el alba, siento hacerme señor del arduo lecho
pues en calidad tierra hice mi pueblo, mi orbe, otro sueño lo que es tuyo por derecho, lo he hecho y lo
que ya sospecho que puedo llegar más
lejos y de ese mundo hacerme dueño.
__
Es casi medianoche cuando Guillermo regresa a casa.
Julieta le ha pedido la noche libre para atender el matrimonio de una sobrina. Le ha dejado sobre la cocina el plato de la
cena cubierto con papel de aluminio. Guillermo se sienta a la mesa y se sirve
una copa de vino. Se quita los zapatos. Se frota un pie con el otro. Ha
encendido todas las luces, la pequeña araña de cristal sobre la mesa refulge.
Sabe que Pedro desea que se instale con él en alguna parte, también él lo desea
pero antes necesita despegar de esos treinta años y decir la verdad a su hijo.
El viento es el único sonido. Se escucha afuera moviendo las frondas de las
palmeras. Guillermo contempla el salón comedor, los paisajes italianos de la
suegra en las paredes. Solo un cuadro le pertenece a él, un paisaje lacustre de
Alejandro Arostegui. Hasta ahora que ha compartido las vicisitudes del barrio
lo descifra, descifra las latas que el pintor ha superpuesto sobre el óleo. La
pobreza contra el azul magnífico ha dejado de ser simbólica y abstracta. Sentado
en la silla de la cabecera de la mesa, recorre como si viera diapositivas
imágenes de las comidas familiares en ese lugar. Navidades, Nocheviejas,
cumpleaños, cenas con amigos.
En su vida matrimonial, la vida social sucedía en
oleadas, la propia solo en el estudio, los asados de Beto, piensa. En la casa,
había épocas en que tenía ganas de meterse en la cocina y fraguar platos o
tragos novedosos, le gusta, pero en otras lo dominaba el aburrimiento de lo
predecible, las conversaciones que se repetían, las formalidades de Juan queriendo impresionar
a sus colegas. Desde que Fabián se fuera a la universidad el año anterior,
apenas había organizado reuniones. Todo es tan nuevo a cada rato, a cada día
junto a Pedro, piensa y sonríe.
Se deprimió sin su hijo y los días fueron pasando
inadvertidos. A veces algún colega lo llamaba e invitaba a cenas o fiestas y él
iba. Después sucedió el accidente y él se ensimismó.
Le sorprende pensar que si antes fue diestro en
manejar varios oficios a la vez, se encontraba ahora reacio, incapaz incluso, de
seguir haciéndolo. Huía de que se le agolparan las tareas en la mente.
Necesitaba enfocar la atención. En esos días había sido una bendición que la
epidemia lo absorbiera totalmente. Llegar agotado impidió que el armario vacío
de Juan le hiciera mella porque aunque sabe que ama a Pedro, la rutina rota de tantos años deja un hueco,
una especie de inquietud, de temor a lo desconocido del porvenir. Además
Julieta lo ha seguido por la casa, le ofrecía café. Vino. Era la primera noche
que estaba solo, auténticamente solo en la casa.
Se levanta,
lleva los platos a la cocina, los lava con parsimonia mirando por la ventana.
Está cansado pero de una manera diferente. ¿Cómo calificarlo? Un cansancio
dulce, piensa, un cansancio que reposa en sí mismo, que no tiene prisa por
descansar, un calor placentero, el cuerpo contándose a sí mismo las horas
transcurridas. Nadie lo espera, nadie espera nada de él porque Pedro acepta, no
exige, da, se da, ni una sonrisa, ni una reacción, ni la frase feliz o el
contrapunto. Se seca las manos. Sale al pequeño jardín donde está la fuente. La
luna es un sable desenvainado en el cielo. Un alfanje, y el viento sigue
corriendo por la noche con sus prisas. Las flores del arbusto están cerradas,
pero la enredadera de jazmín brilla con sus flores blancas y pequeñas
despidiendo un leve aroma. Guillermo se sienta en la mecedora de su madre. ¿Qué
habrá pensado cuando por horas se quedaba allí mismo?, ¿qué miraba dentro de sí?
Él mismo podría ser un fantasma de una casa abandonada, un nido del que ya
volaron uno a uno los pichones, los
padres. Mira el entorno como si recién lo contemplara, detiene la mente cuando
esta quiere obligarlo a pensar en el futuro.
Así está bien, se dice, ¿cuántas veces he sido solamente
esto, un cuerpo respirando, siendo? ¿Qué otra cosa es más hermosa que el puro
placer de estar simplemente suspendido, quieto en la noche, existiendo? Se
siente bien, fuerte, con un contento plácido que no deja de parecerle inaudito.
Que él, hombre de su casa, padre abnegado, contemple
los años que vivió de esa manera como de lejos, como si los hubiese vivido otro
y no él, lo deja pasmado. ¿Cuándo empezarían las concesiones?, se pregunta. ¿Cuándo
fue que empezó a ceder y dejar de ser lo que era para capitanear el barco de la
vida en común con Juan, montado en la proa, pendiente de los escollos, las
mareas, las posibles tormentas? Creyó siempre que era su misión, que eso lo
haría feliz.
Por años no tuvo tiempo siquiera de preguntarse si lo
era, no tuvo descanso siempre vigilante, volcado fuera de él mismo.
Entra en la habitación, enciende la luz, ve la cama
hecha, el cobertor, las almohadas, el aire inmóvil sobre los retratos.
Juan está alojado temporalmente donde un amigo recién divorciado. Lo ha
llamado por teléfono, diciéndole que necesita estar solo para pensar, no tolera
estar cerca de él, como gozando de su propio peso en el mundo, peso que él
aprende junto a Pedro donde se hace fuerte. Ya no se siente ni es el
complemento de Juan, y ahora siente alivio, hasta alegría de tomar la vida en
sus manos, moldearla a antojo y organizar sencillamente su entorno.
Esos días con la epidemia de malaria lo han entrenado,
estudiar, terminar la carrera es una tentación. Tiene dinero y puede vender la
casa que heredó de sus padres, darle la parte a Fabián y comprar.
¿Y Pedro? Lo ama. Pedro es benéfico, como un chocolate
caliente, un baño de tina, un concierto en una plaza italiana. Quizás el miedo
a la diferencia de mundos y edad le impide verlo de una manera más estable en
su vida.
Pero no quiere soltarse de una rama para aferrarse a
otra, por mucho que le alegre la alternativa de que exista y por ello le ha
pedido ese tiempo. Imaginarse con Pedro lo hace sonreír. ¿Será capaz?
Se ducha, se pone el pijama, entra a la cama. Oye el
sonido del celular, entra el mensaje de Pedro deseándole buenas noches, se
siente mimado, cuidado, añorado, y sonríe. Siente una vitalidad nueva, bríos, un
no temerle a sus impulsos.
Reconoce, sin embargo que teme lo que dirá su hijo.
¿Cómo le explicará? Ni él mismo logra hilvanar una narrativa coherente de lo
que ha sucedido. Fabián ha sido confidente, le ha preguntado si ha sido feliz
con un marido tan ausente, metido en su mundo de hospital y los amigos con los
que sale de pesca. Guillermo jamás ha sentido que puede abrirle el corazón.
Solo a través de sus propias experiencias cuando sea padre. Él sabrá lo inaccesible que es la intimidad plena
dentro del núcleo cerrado de la familia, también ocultará sus interioridades,
recubrirá la superficie con un barniz de pareja feliz, se esforzará en mantener
la sensación de armonía queriendo evitar a los hijos las angustias que ellos no
les será dado remediar.
No concibe ni siquiera insinuarle que Pedro o Matías incluso
sean causa de la ruptura. Que se entere más tarde. Le daría pudor. Prefiere
hablarle de cansancio, rutina, el amor extinguido por ella, el diario. A veces
se lo imagina diciéndole que es natural en matrimonios de años, que salgan de
viaje, que se muden de casa, que pasen tiempo juntos y solos, que a esa edad es
tiempo de acompañarse, no de quedarse solos. La juventud era cruel y desconocía
el derecho de los mayores a seguir usufructuando la vida. Solo cuando uno era adulto
y se percataba de la eterna juventud de los sentimientos percibía la altanera
falsedad de atribuirlos a la edad cronológica.
Por la ventana la luz de la luna ilumina los troncos
de los árboles, las hojas del caucho, que se mueven agitadas por un viento que las hace sonar como el mar
dentro de una caracola. El cansancio al fin le cierra los ojos y Guillermo se
sumerge en sueños luminosos. Pasará la angustia. Pasarán los malos momentos. Siempre
pasan. Ahora, como nunca, su vida le pertenece.
__
Pedro tampoco duerme. Recuerda la tarde, las heridas y
vetas de la madera cepillada, y el impulso franco y efusivo que le hizo decirle
a Guillermo que estaba enamorado de él. Lo ha visto literalmente transformarse
y le complace saberse parcialmente responsable de esa metamorfosis. Era
impresionante ver salir una mariposa de la crisálida. Guillermo merecía más que
esa historia anodina y sin oficio que actuaba cuando apareció en su vida. Era
una lástima que hombres como él terminaran aplastados por la obligación de
matrimonios áridos. Él lo ha visto emerger de sí mismo con energía. Era una
lástima que Juan no lo hubiese cuidado como una joya, que lo hubiese tratado
como a un animalito doméstico, con una buena jaula y buena comida como
suficientes para la felicidad. Ese hombre necesitaba que lo acariciasen con las
palabras, que lo celebraran y lo hicieran reír. Tenía una risa que a él le
parecía fascinante, que le saltaba de adentro como motitas blancas y tostadas.
Le encantaba ver lo profesional y decidido que se comportaba cuando era
necesario. Tenía un espíritu de combate y a pesar de andar como pez fuera del
agua por allí, trataba a todos con mucha dignidad y respeto y eso le había ganado
aprecio entre la gente del barrio. Pedro sabe que él se preocupa porque lo
siente de otro mundo y menor, pero eso le tiene sin cuidado. Si no se ha
casado, ni emparejado con nadie es porque teme esas vidas chorreadas en cemento
en un molde universal, vidas que apenas se distinguen unas de otras.
Quizás era la manera en que debía funcionar la
sociedad por aquello del orden, la multiplicación de las especies, pero él no
tiene el mandato de reproducirse. La gente a veces tenía hijos sin pensar, ya
sea por descuido, ignorancia o porque le fascinaba el entusiasmo del embarazo,
las cunitas del bebé, los cochecitos, el olor a talco. Los hombres cedían al
mandato biológico de las mujeres. O al desafío de demostrar la virilidad
engendrando.
Le resultaba fácil después desentenderse, delegar el
cuidado, sentirse buenos padres si jugaban con los hijos un rato. Pero él desde
niño notó que las mujeres tenían que vérselas solas. Ellos eran hombres y
además era una ventaja que Guillermo hubiese sido padre. Camila solía llamarle
egoísta cuando él mencionaba sus intenciones de no ser padre. No había hablado
del tema de más hijos con Guillermo, ni siquiera aún de casamiento.
Un día de estos les hablaría a los dos de su primera
experiencia, doña Elsa, fue con ella con quien hizo el amor por mi primera vez
a sus diecisiete y a los treinta de ella, recién se iniciaba su trabajo como carpintero. Changuitas,
pequeñas reparaciones. Y ella tenía una casita preciosa, como de muñecas, de
madera y en un lugar rodeado de árboles. Era una mujer bastante ermitaña, daba
clases en la universidad, era viuda, guapa. Cuando él llegaba la encontraba
recién levantada, con la cara sin maquillaje, envuelta en batas de seda de
colores, descalza. Ella trabajaba de tarde, por la mañana rondaba por la casa,
el jardín, arreglando, arreglándose. Se hacía ella misma la película sentada en
el sofá de la sala mientras él arreglaba los marcos de las ventanas, las vigas,
las puertas y la miraba de reojo dedicarse absorta a pintarse las uñas. Daba
clases de filosofía y le gustaba largarse en discusiones y reflexiones,
preguntarle si él creía que la bondad era innata en el ser humano, si pensaba
que la maldad la cargaba toda la especie, que cuál era el impulso principal. Le
leía párrafos de Aristóteles sobre la vida virtuosa, le contó de los tres
sueños de Descartes y su idea de una
teoría única del conocimiento... Hablaban de eso y de todo, un día sin más lo
llamó a su cuarto. Pedro recordaba el olor a limpio de la habitación y el leve
perfume de la mujer, a sexo que ella emanaba. Desnúdame, le dijo, viéndolo fijo con una
mirada de pudor pero diáfana, humedecida y ávida.
Pedro recuerda lo rápido que le respondía, el temblor
que sintió en las piernas, y en las manos cuando le empezó a quitar la bata y
la vio magnífica, pechos grandes, anchas piernas, cintura estrecha. Fue rápido,
allí, contra la pared de la puerta del armario hicieron el amor frenéticos.
Pero no era lo suyo, el deseo por las mujeres no se despertaba,
con Guillermo renació furioso, y él tenía ese abandono desinhibido, el don de
estar absolutamente presente, los ojos abiertos, las manos grandes guiando las
caricias, la masculinidad imponiéndose dándola y recibiéndola, el cuerpo entero
envuelto en una suerte de vibración respondiendo a la fricción como a una sed
profunda, misteriosa, y los orgasmos eran locos, desquiciados. Hasta sin que él lo tocara llegaban a veces.
Relampagueantes, sin esfuerzo, como si los tuviera a flor de piel. Guillermo
era igual, el placer desaforado sin búsqueda de más. Él se maravillaba. Buena
conversación, buen sexo, un cuerpo poderoso, experimentado, rotundo, un ser uno para unir las almas y formar un escudo
protector de amor a todo peligro.
¿Qué más podía pedirle un hombre como él a la vida?
Doña Elsa murió, el cáncer se la llevó, y él estuvo a
su lado.
Pedro siente la nostalgia cada vez que esos recuerdos
le ganan. Piensa que quizás hace mucho que quiere encontrar el amor… y está
seguro que ya lo encontró.
“Ilógico parece ser, seguir amándote, cuando los besos
de tus labios no los tengo, cuando el tiempo me dice que no tiene caducidad esta espera por
acariciar y amar tu cuerpo.
Irreal parece haber sido el tiempo que, detrás de ti, los sentidos y pensamientos me llevaron arrastrado por un amor irrenunciable.
Irreal parece haber sido el tiempo que, detrás de ti, los sentidos y pensamientos me llevaron arrastrado por un amor irrenunciable.
Vivir en la paradoja del destino que pone un amor así en mi vida y me obliga a amar en soledad,
acariciar sin rozar la piel, besar en sueños tus rojos labios, para despertar
en la mañana con sabor a ti y buscarte en la cama, creyendo que en algún rincón
está el origen de tu perfume, que está invadiendo mi aire.
El mudo sonido, que como sombra aquí me persigue, no
logra acallar tu voz que suena en mis sentidos, diciéndome tantos te amo…
simple palabra que llena de esperanza cada mañana al despertar y renueva un
vacío, a necesidad de tenerte abrigándome el alma, cada noche, se encienden los
sueños míos, de caminar en besos por tu piel.
Empecinado está este amor, resiste a la angustia, que con
fuerza, a veces nos quiere abrazar, obliga a ser yo tu fuerza cuando crees
decaer y siendo tú la mía cuando insinúo dejarme vencer, no se niega ya en la
razón este sentimiento, que solo falta tome posesión de los cuerpos, que
sedientos de pasión esperan.
Aquí y ahora, el destino como viento frío de esta zona
castiga la razón, hiela por debajo de la piel, queriendo hacer sentir perdido,
sin dirección este amor, lo arrastra entre distancia y tiempo… pero hay algo
muy fuerte, que mantiene ardiendo en el pecho, es sentirte acariciando mi alma,
besándome el corazón… me fortalece y al viento del destino le grito, este amor
es irrenunciable”.
Te extraño. Guille, no demores, somos uno, no lo
olvides.
CONTINUARÁ.
HECHOS Y PERSONAJES SON FICTICIOS.
CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA.
LENGUAJE ADULTO. ESCENAS EXPLÍCITAS.
Charlot hermoso canto a la vida.... muy bien logrado
ResponderEliminarRocio Bellisima
ResponderEliminarMartha Hermoso!
ResponderEliminarCatalina Muy lindo
ResponderEliminarKley ME encantó
ResponderEliminarFlor Bella
ResponderEliminarEncarna Es muy hermoso
ResponderEliminarGraciela Pero que bárbaro !!!!
ResponderEliminarHermoso Eve...Un capítulo a todo amor y una bella historia...Que no tarde tanto Guillermo, mientras uno sueña con el otro...
ResponderEliminarMuy lindo Eve Monica Marzetti... me gusta la pasión de Pedro por todo en la vida y esas ganas de guillermo se ser aquel.hombre que su matrimonio le negó... todos en esta historia merecen un buen final
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