jueves, 14 de marzo de 2019

EL PODER DEL AMOR. CAPÍTULO ONCE.



EL PODER DEL AMOR.
CAPÍTULO ONCE.



“Perdón por aprender a quererte tanto en tan poco tiempo.
Pero eras aquello que nunca busqué, pero siempre necesité”.
José de Espronceda.
 “Y es que el amor no necesita ser entendido,
solo necesita ser demostrado”. Paulo Coelho.


Con el caer del sol Agustín se quedó profundamente dormido a causa de los efectos de las medicinas y de la infusión de valeriana que María Pancha le había preparado. El doctor Javier corroboró que el sueño del padre Escalante era tranquilo, y que su pulso, aunque débil era regular.

__Salgamos un rato al patio _invitó el sacerdote a la negra y los hermanos, y estos aceptaron.

Se ubicaron junto a doña Generosa que pelaba arvejas y que prometió preparar mate. Preguntó continuamente por la salud del padrecito, y Laura Gabriela sin dar tiempo al doctor Javier, se apresuró en contestar que su hermano estaba mucho mejor y que dormía plácidamente. Doña Generosa le sonrió, complacida, y de inmediato se explayó en las incontables cualidades del padrecito y en la magnífica obra que llevaba a cabo con los indios del Fuerte Sarmiento, lo que atrajo a la mente de Gaby el vivo rostro de Blasco, Antonio según el nombre huinca dado al bautizarlo, todo obra de su hermano. Pedro y la negra que poco sabían de esa parte de la vida de Agustín escuchaban con atención e interponían preguntas.
Se respiraba un ambiente tranquilo y familiar, el aire fresco de la tarde suavizaba el bochorno del verano y arrastraba el aroma mezclado de azahares, duraznos y melones, llegaba también el trino de los pájaros y el murmullo de las hojas mientras la voz de Generosa proseguía con el relato.
Llegó el padre Donatti y se unió a la pequeña reunión. Gaby percibió la preocupación del sacerdote en el vistazo que le dispensó el franciscano, que Pedro no dejó de captar, y ella supo que se trataba de Racedo y sus avances, aunque la tranquilizó la certeza de que no tocaría el tema en presencia de terceros que no fuese Pedro. La dueña de casa trajo los aparejos del mate y comenzó la ronda, con tortas fritas y chicharrones para acompañar.
El padre Donatti comentó acerca de la vigilia de las indias la noche anterior, de la misa que esa mañana había pedido doña Bea, una ferviente devota de San Francisco, por la pronta recuperación del padrecito Escalante y de tanta otras muestras de cariño hacia él, estampitas, rosarios, cruces, escapularios, a los que cada donador le atribuía poderes sanadores y de hacer milagros y que inundaban la iglesia.

__Con tanto rezo, no entiendo cómo no se ha recuperado ya el padrecito _ se preguntó doña Generosa.

__Lo hará cuando llegue nuestro padre _ continuó Pedro.

__Agustín asegura que debe de expiar sus pecados y faltas _ interpuso Donatti, con una sonrisa incrédula.

__ ¿Qué faltas? _objetó Laura Gabriela__. Si mi hermanito tiene faltas que expiar, ¿qué nos espera a Pedro, y a mí, al resto de los mortales? Deberíamos estar todos guardando cama atacados de cólera negra.

Hasta María Pancha lanzó una carcajada, aunque sabía de las travesuras de los hermanos, no dejaban de ser su debilidad.
__No cuestiones los designios divinos Laurita _ objetó el cura, que aún reía.

Apareció Nahueltruz Guor, furtiva y sigilosamente, como de costumbre, y pidió disculpas a doña Generosa por molestar, los hermanos quedaron sin respiro, uno por el indio, la otra por Blasco que escoltaba a Nahuel con Mario Javier, aunque ellos junto a la figura del titán parecían duendes. La ronda de mate se agrandó y mientras los muchachos engullían lo que quedaba de pan y tortas, el indio saboreaba el mate de doña Generosa, tan bueno como el de su abuela Mariana, según expresó con una sonrisa.
Al oír el nombre, María Pancha se puso de pie y, sin decir palabra regresó junto a Agustín. Pedro no reparó en la actitud severa y poco cortés de su criada y permaneció arrobado en la contemplación de los movimientos tranquilos del indio, que no se había dignado a mirarlo ni una vez, pese al beso de horas antes.
Lo cierto era que luego del beso clandestino detrás de la puerta de la habitación de Mario Javier, Pedro no había dejado de pensar en él y en sus misterios que leía en esa mirada para otros quizás insondable, no para él. En realidad pensaba en él de continuo desde aquella primera vez, cuando se lo encontró en ese mismo patio conversando con el hijo del doctor. Lo que vino después del beso, fue una sensación de plenitud que le expandía el pecho, que jamás sintió junto a Camila, le hacía cosquillas en el estómago como cientos de mariposas revoloteando. Y el muchacho estaba seguro de haber encontrado lo que tanto había buscado, aquello que lo completaba como hombre, en el momento menos adecuado, sin permiso, en un par, y en un amor prohibido, pero no lo iba a evitar.
Al ver la actitud torva del indio, garabateó  lo que sentía sin dejar de atender a lo que se decía.

“Y así, como una mariposa bella y encantada entraste tibio en mi vida en la luz de aquella hermosa noche estrellada. Y me amaste entre tus misterios y te fuiste hasta la próxima luna llena. Bebe los recuerdos de mi boca, me dijiste. Dejaste, el aroma de tu perfume en mi almohada cuando te fuiste en fatal silencio en aquella triste, dulce y naciente madrugada. Dejaste, un grito de dolor, de mi amor desesperado con sus sonidos en mi alma y allí estalla, en mi apasionado corazón enamorado. Dejaste huellas de caricias tibias y dulces del amor, hijo de los misterios de todas nuestras ardientes noches, solo de los dos. Dejaste el recuerdo del murmullo de tus silencios en las dulces promesas de tu amor que entre la fría madrugada, se llevaron los vientos. Dejaste, tus rizos pegados en mi pecho entre tus lágrimas de cristal
de tu amor y tu pasión, y mi corazón deshecho. Dejaste, los más hermosos recuerdos en mi vida y cuando la luna se apiade de la noche tú volverás a mí. Dejaste la pasión encendida de tus besos en mi piel y la huella del rosedal de tu boca con tu aroma y aliento, que sabe a pasiones y miel. Bello y etéreo  ser de mis amores de los misterios habla con la tibia luna de mis noches y ella te dirá de mi amor, y que yo te amo y quiero. Cada momento, cada instante de amor, contigo se va. Mañana, mi amor de los misterios  otro momento de tu apasionado amor me llegará.
Yacen las horas, impacientes corren los minutos, segundos desesperados por ver tu rostro, el olvido borra tu sombra de mis recuerdos, se consume lento en mi memoria. Tu nombre se pierde en mi garganta, el aroma de tus labios se esfuma en mi boca, nos prometimos mucho, y no cumplimos nada, solo queda el silencio que grita a lo lejos, lo que nunca entendimos. Fuegos que gimen moribundos sin rumbo, llorando de angustias, por no quemar tu cuerpo
en las llamas del deseo.
El tiempo nos atrapa en su telaraña, atrapados en las locuras fantásticas de tus ilusiones, que te invitan al suicidio de voces, por no escuchar mis razones. Horas que yacen en tu mirada perdida, que caminan hacia las dudas, despojando lo hermoso de mis verbos moribundos, porque tu amor  no sé si me pertenece mas debo advertirte que no es solo atención lo que requiere mi alma, mi vida y mi cuerpo. Mi mente no ha descansado pensando solo en ti y lo que provocas en mí. Y quisiera ser un caballero que solo piense en conquistarte con detalles, versos y rosas pero por qué tengo que omitir que al estar cerca a tu cuerpo siento en mi vientre un desierto. ¡Y no precisamente mariposas! Debo advertirte que hay un lugar en mi alma y otro similar en mi cama que tienen su reservación, que nadie puede ocuparla ni pretender invadirla porque ahora que usted es mío le pertenecen mis besos,  mis deseos y mis caricias. Debo advertirle que lo piense porque en el momento que lo bese de nuevo  ya no existirá marcha atrás. Nacerá el compromiso de amar en el contrato indeleble
de lo que es entrega total. Debo advertirle que un beso no solo atrapará los sentidos. Corremos el riesgo de perdernos entre espasmos y delirios, que tanto nuestra alma como nuestra piel terminen exhaustos, fundidos. Debo advertirle que pierdo por momentos la ternura, que ya me he soñado en su cuerpo entre sábanas y a oscuras, donde pierde la timidez y de sus labios expulsa te amo, te necesito, te deseo mientras me encaja las uñas y se aferra a mis caderas bajo la luz de la luna. Debo advertirle señor que me perdí en su mirada, y al ver sus labios precoces no solo mi alma quedó enamorada. Quedaron atrapados mis instintos envolviendo al corazón revelando que el amar no está exento de sentir necesidad de placer y de pasión, te espero cada noche, no escapes de mí  mas cuídate de Racedo”.

__ ¿Has tenido noticias de Tierra Adentro, Nahueltruz?_se interesó el padre Donatti.

__El hijo de Agustín Ricabarra llegó esta mañana después de varios días de comerciar con los míos, sí. Dice que en general están todos bien, mi padre un poco indispuesto. Ya sabe, se acerca esta fecha y él no se controla, nunca pudo _ agregó el indio en un susurro.

__ ¿Qué fecha? __preguntó Pedro, y el resto volteó la mirada.

Él, en cambio se mantuvo expectante a la respuesta de Guor, que tomaba su mate con la vista fija en el suelo.
__El aniversario de la muerte de mi madre __aclaró segundos después.

Se asomó María Pancha e indicó a Nahueltruz que el padre Agustín deseaba verlo. Guor se puso de pie y marchó hacia los interiores de la casa con la negra por detrás.

__Dicen las malas lenguas que el coronel Racedo te anda arrastrando el ala Laurita, y de ti cosas peores, Pedro _ comentó doña Generosa__. Anoche te vieron cenando con el militar hija.

__Me vi obligada a aceptar _ adujo Laura, con laconismo.

__Pero que te arrastra el ala, te la arrastra, m” hijita _ insistió la mujer, e hizo caso omiso a la tos nerviosa de su esposo__. Esta mañana vino a buscarte aquí, muy ansioso se lo veía. Hasta claveles traía, el pobre diablo. Te busqué pero no pude encontrarte.

__Yo le pedí que se escondiera _ terció Pedro__. Mi hermana no saldrá con ese asesino, que quede en claro que no le tenemos miedo.

__Generosa, por favor. Deje en paz a la muchacha _ ordenó Javier, y la mujer siguió cebando mate con una sonrisa en los labios.

__Ya hablé esta mañana temprano con Racedo _ aclaró  Donatti __, y le aclaré que la niña está comprometida con el señor Alfredo Lahitte y Pedro por las dudas, con la señorita Camila Moravia.

Una sombra se proyectó detrás del grupo, que, al girar dieron con los ojos de Guor.

__Padre Marcos, Agustín pide que vaya un momento a la pieza _ habló el indio.

__Y yo me retiro _ dijo  Javier, y se puso de pie__. Tengo que hacer la última ronda.

Doña Generosa ofreció otro mate a Guor, que lo agradeció con parsimonia y tomó asiento nuevamente frente a Pedro.
__ ¿Les molesta si los dejo? __preguntó Generosa__. Tengo que ir a disponer todo para la cena _ aclaró__. Aquí dejo la pava, Pedro, por si quieres cebar. ¿Sabes hacerlo?

__Hermanito, iré a ayudar a Generosa, y claro que sabe.
A Pedro le ruborizó que le preguntaran por una labor doméstica tan básica frente a Nahueltruz, y apenas asintió. Tomó el mate y lo cebó como había visto hacerlo tantas veces a María Pancha, procurando verter el agua con lentitud, poco a poco, para no alborotar la yerba, como decía su criada. Nahueltruz lo bebió sin apuro, parecía que pensaba reconcentradamente, tenía gesto grave, lucía enfadado. Se puso de pie y devolvió el mate.

__ ¿Ya se va? _ atinó a decir Pedro.

__Sí.
__ ¿Podría quedarse unos minutos? Necesito hablar con usted.
__Hable.
__No aquí.
__Aquí hablaremos, donde doña Generosa pueda vernos. No quiero tener problemas. Usted está comprometido. Buenas tardes _ dijo, después de una pausa, y se dirigió hacia la puerta trasera de la casa.

__ ¿Por qué se va? _ exclamó, Pedro, furioso__. Le dije que quiero hablar con usted. __ Y, como Guor no se detenía, espetó. ¿Acaso se olvidó de lo que ocurrió entre nosotros esta mañana?

Guor regresó sobre sus pasos, lo aferró por los hombros y le habló muy cerca del rostro.
__No. No me olvidé de nada. Es usted el que se olvidó de decirme que es de otro.
__Yo no soy de otro _ porfió Pedro, con voz insegura.

__Bueno de una mujer, da lo mismo. ¿La tal… Camil?
__Camila _ corrigió divertido.

__ ¿Quién es?
__Era mi prometida. Ya no lo es.
__Se dice que los huincas son felones y mentirosos. No le creo.
Pedro se quitó de encima las manos de Guor y lo miró de hito en hito.
__Se dice de los indios __parodió__ que son brutos, vagos y crueles. Yo, sin embargo, jamás creería eso de usted.

Dio media vuelta con intención de ir hacia la casa, solo pocos pasos porque Guor lo aferró de las caderas y pegó su espalda al pecho.

__Perdón _le suplicó, con la mejilla sobre su cabeza.
 __ Amanece  y al salir de la cama,  mientras recibo el roce, la caricia,  y la calidez de la mañana, las primeras luces del alba, atraviesa curiosa la ventana e iluminan las blancas sábanas, las que aún ardientes, revueltas
y sudorosas, muestran como vestigio de  una noche de locura y pasión, grabadas las líneas más  sensuales de tu cuerpo,  y aún perdura en el aire  que se respira,  el exquisito aroma de tu piel, descalzo me dejo llevar por mis pies a la ducha y mientras el agua me moja, tratando de enfriar mi cuerpo, comienzo a contar las horas, que restan para volver a verte,  y así poder tenerte nuevamente rodeado entre mis brazos, sintiendo tus labios en los míos,   y tus besos, cual manantial saciando la sed de mi boca y las caricia que me recorría  lenta hasta cubrirme y así revivir los maravillosos momentos de la noche anterior,  por eso esperaré mansamente, que caigan las horas, para que llegue la noche y así mi piel te vuelva a sentir.

Lo obligó a voltear. Se miraron largamente diciendo en esa mirada todo, no hacía falta palabra alguna, había un destello cómplice en los ojos de ambos. Buscaron la clandestinidad que ofrecía la fronda del huerto sabiendo que de continuar, siempre debería ser así, con los árboles pesados de fruta, sus líneas de tomateros y sus rincones de achicoria y acelga.

__ ¿Nahueltruz?
__ ¿Qué?
__ ¿Es verdad que eres amigo de Rosas?
__No. Mi padre lo fue. Lo ayudó mucho.
__Es un tirano, la mazorca está creando un baño de sangre en Buenos Aires, si las damas no llevan la  marca punzó en el tocado y los hombres en las solapas sus monitores los denuncian, yo quisiera ir a terciar porque libere a Camila O” Gorman, ella está embarazada, y a Ladislao, ellos no han hecho mal a nadie, ella es amiga de mi hermana y siempre defendió la causa federal, no puede fusilarlos porque se aman, no es un pecado, y en todo caso solo Dios puede juzgarlos.
__No lo haga, es inútil, el  gobernador está siendo presionado por toda clase de artículos, no solo en Buenos Aires, sino por otros dirigimos por los unitarios exiliados en Montevideo y Chile y no dará marcha atrás, no se puede hacer nada, en verdad yo creo que es una trampa, para que los mate y luego hablar de su crueldad, pero él no se da cuenta, ni Manuela puede convencerlo, y Camila era su amiga.
Pedro, de saberse lo nuestro… también ese sería nuestro final. __La mirada de Guor se congeló, pero lo apoyó contra el tronco del albaricoquero y le buscó la boca con desesperación. Pedro no tardó en responder a ese ardor que lo desestabilizaba y, mientras lo dejaba avanzar hacia su cuello, le acariciaba los brazos robustos, los hombros anchos. La fuerza física de Guor lo intimidaba, al mismo tiempo lo colmaba de seguridad, realmente no conocía a ese hombre, se dejaba llevar por la pasión que le provocaba, ¿qué sabía de su temperamento, valores y costumbres? Poco  y nada, y sin embargo se sentía pronto a poner su vida en manos de él.

__Te creo __ aseguró Guor cuando recobró el aliento.

__ ¿Lo del tirano?
__Lo de tu prometida. Pedro, no es bueno que hables mal de Rosas, sus espías están en todas partes precioso, él asegura que lo de Camila fue contra el honor, Dios y las buenas costumbres y diría lo mismo de “esto… lo nuestro”.
__ ¿Cómo pudo hablar de esos valores cuando tiene casi decenas de hijos bastardos, a Eugenia Castro en la casa como si de una protegida, ahijada, se tratara,  siendo su amante y ni siquiera permite ser libre a Manuela?
__Shhh. Termina con eso, de verdad. Pedro, Camila y Ladislao sabían a lo que se arriesgaban cuando se amaron y huyeron juntos, ellos decidieron jugarse la vida por ese amor, y sé que en el fondo lo importante es que se encontraron y amaron  y que Dios les tiene un sitio guardado en el cielo.
__Está bien, callaré, le escribí a Camila, mi ex,  diciéndole que era libre de mí. Y a mi hermanita la persigue Racedo, quiero pedirte ayuda, creo que gusta de Blasco y él de ella, quiero que no la deje sola con ese cerdo. Ella puso por excusa a su prometido, pero el muy cretino de Lahitte rompió el compromiso al saber de su viaje a Río Cuarto. Quiero cuidarla de Racedo, lo odio si te persigue.
__La cuidaré, Blasco estará encantado, pero no quiero hablar de esos huincas.
__Está bien ellos no tienen sentido para mí, nunca lo tuvieron.

Se sentaron al pie del árbol. Guor apoyó la espalda contra el tronco y Pedro reclinó la suya sobre el pecho de Guor, que lo envolvió con los brazos y le sujetó las manos.

__Hueles al amor de mi vida, ese aroma perfecto que me enloquece, que me fascina, que me hace vibrar, que me estremece, y me hace sentir tan vivo, estar en tus brazos, sentirte tan mío, me enloquece. Hueles a hombre varonil, el que seduce, en el que pierdo la cordura por ser mi
dueño, hueles a infierno exquisito, donde las llamas de fuego consumen como si fueras volcán en erupción, y me quemo las ganas de estar contigo en cada  momento,  cuando estás presente te deseo. Eres mi pasión, eres fuego encendido a mi cuerpo, a mi piel.
Hueles a deseo, a sexo, a emociones fuertes que seducen y me llevas a perderme en tu paraíso, donde el cielo se vuelve lo más  sublime, imprégname mi piel con tus  perfumes de encanto, y piel, comiendo tu cuerpo, bebiendo tu miel, disfrutando todo tu ser, gozando de cada placer.
Hueles a los poemas que escribo yo en tu piel, poemas de amor que tatuaré cuando hagamos el amor, hueles a toda esencia, a lujuria, a caricias interminables, a seducción. Hueles a mi amor, a todo lo que conlleva amarte sin miedos, sin tabú. Hueles simplemente al amor de mi vida, mi dulce amor. Y dime tú ¿A qué huelo yo?
__Si en el pasado hubo campos sombríos…  usted es la diferencia. Lo nuestro no fue un encuentro fortuito ni suerte, ni coincidencia. Somos dos mundos distintos que hacen la mezcla mística y perfecta, yo lo amo y usted me ama. Como el cielo ama a las estrellas.
Con turbulencias escondidas que desnudan su poder, como encuentro de galaxias somos el amor, la dulzura y el placer, explosiones de caricias, sensaciones por haber. No tenga miedo de amarme porque solamente usted  posee esos desiertos en su piel. Y yo deseo y necesito
saciar por completo toda su sed. Somos como el ave fénix que resurge en las cenizas, al encontrar nuestras miradas se abrazan, besan y acarician. ¿Entonces por qué dejar escapar
el amor que nos da vida? Yo lo amo y usted me ama ¿Que no somos el uno para el otro?
¡Lo siento, eso es toda una mentira! Somos tan diferentes y tan iguales  a la vez, porque a la hora de entregarnos somos dos bocas que se devoran sin dejar nada para después, volcanes en calma a la hora de acariciar el alma, pero al primer roce de nuestros cuerpos, somos la pólvora y el fuego que en explosiones se desatan. No formule preguntas, si las hace deje que mis besos le respondan, deje que mis ojos le revelen lo que pasa. Amémonos de una, dos o tres mil formas, que cuando se ama con esta intensidad no se respeta ni creencias, ni piel y por ende, ni ninguna norma.

__ ¿Te escribo sabes? _confesó, Pedro y Guor lo miró. Para que cuando no puedas verme no me olvides.

__Nunca lo olvido.
__Llegan primero las letras que te hablan de este amor, te hablan del deseo que se encierra callado, dormido en mi pecho, esperando aquel momento que piel a piel se liberen los sentimientos, se despierten los sentidos que hoy solo siente la mente y por momentos, por las noches engaña al cuerpo que, sin tenerte despierta la percepción inexplicable de sentirte rozando mi piel.
Desatan la envidia, extraña sensación que turba las ideas, mis propios versos ya logran amarte sin que mis manos rieguen de caricias tus curvas… sin que mis labios suavemente logren despertar tus poros, pues son ellos los que primero te besan, los que primeros llenan de caricias tu piel, despiertan en ti esa sensación de ser amado, pero lejos de ti mis besos y caricias están aún distantes.
Mis letras viajan con mis pensamientos hacia ti, sentidos míos montados en estas líneas, que reciben la vida al fijar tú la mirada en ellos, los llenarás de calor, si en silencio no me lees… recorrerás estas líneas y será como si me dejaras besar tu piel con cada palabra que vean tus ojos, cada palabra que  pronuncie tu voz, que sean los versos los que primero te hagan sentir este amor, aunque me corroe la envidia por no ser yo quien en besos escriba estos versos en tu piel.
Primero los versos… sí, primero estos versos que en voz baja le cantan a los sentidos mis labios, se llevan su humedad, se llevan los besos, tantos besos que te debo y que recompensaré en aquel momento en que tus labios se unan a los míos, compartiremos ese manantial de amor que habita en las bocas… llenarás allí mis sentidos, mi garganta de nuevos versos que hablarán de la pasión que viviremos día a día en la piel y en el alma.
__ Y yo me encuentro esperando en una habitación intranquila y deseosa por experimentar ser testigo de una tormenta llena de pasiones dejando historias colgadas en sus paredes,  enmudecido por el silencio de solfeos que caen en mis sábanas llenos de un polvo seductor;  se escucha la puerta abriendo sus alas inconfundibles de tu olor a placer dibujando en el viento la sombra de tu silueta acercándose a mí,  desnudándote de tus prejuicios  y ahuyentando tus miedos de sentirte poseído por un fuego sin límites que ciega tu razón y te hace ver tus íntimos pensamientos más sensibles, que logran conectar con lo que siempre has deseado que es amar sin límites manteniendo las sábanas húmedas entre tu cuerpo y el mío,  solos tú y yo en esa habitación que estará ahí esperando cada noche las genuinas expresiones más encarnizadas de placer y pasión olvidándonos de todo lo ajeno a nosotros.
Te espero entre mis sábanas para explotar las inimaginables formas de amar, búscame como tatuaje en tu piel, búscame como moléculas en tu sangre, búscame como neurona en tu mente, búscame como tu suspiro innato a la hora de amar. Siempre viviré en ti, te sentirás prisionero del tiempo tratando de encontrarme en algún lugar como me encontraste alguna vez entre sábanas húmedas en aquella habitación.
__Esta noche no me busques amor, que hoy no soy yo, hoy solamente seré un poema en un papel arrugado, un papel mojado, donde las sombras ocupan los renglones torcidos, donde mi alma vuela entre penumbras, donde las palabras no salen para ser escritas, se acerca la madrugada y yo sigo prisionero de tus labios, del sueño acorralado que entre líneas escribe, solo es una noche más, ya se acerca el alba, me repite el eco de tu nombre cuando mi alma pide a gritos que te quedes un solo momento, en una noche más.
Esta noche vida mía no me busques, que esta noche no soy yo, que me iré tras la luna por si tuviera a bien regalarme nuestros momentos para saborearlos, y dormirme en ellos, podré hurgar entre la melancolía por si encontrara tus ojos para perderme en ellos, también buscaría tus manos para recoger las caricias que de mi cuerpo están llenas en los sueños de las noches de luna blanca.
Si vienes esta noche amor no me busques, estaré soñándote.
__Deseo me vendes los ojos y yo vestido de rojo, activaré a la pasión, siendo la luna testigo de nuestro enardecido amor, sé encenderás las ganas de fluir entre tus brazos, quiero ates este sentir y recorras todos los senderos y te iluminarán mis dos luceros. Jugaremos al cubo de hielo, donde usaremos la técnica  de hidroterapia caliente y frío. Y la diversión será continua; te pediré que me esposes  los pensamientos y capturarás mis movimientos, probando fantasías  y anhelos favoritos, te erizaré todo. Seguiremos avanzando a oscuras porque me da risa, descubriendo puntos claves. Y habrá mucho gozo, tendremos competencia de besos que provocarán desvarío, el beso francés, donde abriremos  la boca a la misma vez, el beso de piquito para tantear  el terreno. Esta noche será eterna,  sellaremos nuestras vidas  con placer y alegría, se derramará: lujuria, ternura,  pasión y amor en todo su esplendor. ! Ya te elevas amor!
Puedo escuchar el pum de tu corazón,  espera me primor sé que no me tendrás compasión, lloraré de emoción, ya que lo nuestro  sí es amor.
 __Trataré de ir a verte, Pedro, pero no me esperes.
 El vaso de angustia de sus pupilas llovió en mis pupilas mientras su sonrisa se entregaba como una rosa de amor. Su nombre sonaba al murmullo del viento lejano, cuando limpio de palabras, fueron míos los besos de sus labios.
Cerca de mi pecho como quien ahogarse quiere, lo oí decir: ¡basta que se me nubla el cielo! y lo que pase sea culpa mía; no puedo creer que ya te conocía mi corazón, tampoco le creo a mis ojos, que ya no quieren dejar de verte. A punto de evadirse de la vida y tocar el cielo, buscó añadir ¡déjame, déjame antes que en mi boca se prenda la chispa!; y lo que suceda sea culpa mía más que tuya… Como queriendo salvarlo, lo solté de mis brazos. Cayó y sobre un manto de estrellas muertas, lo vi rasgar la piel negra de la noche, encontrándome otra vez, absorto ante las líneas de su cuerpo que la luna escondía, derramé mi pasión como la lluvia, al alimentar mares y ríos. Con el amanecer, ante nosotros la ciudad marchita, el agua,  los costados de las calles abarrotados de estrellas agonizantes y sobre los techos de las casas el rumor del amor a punto de ir, espirales de brumas habían devorado nuestros suspiros… Pero si hay en lo nuestro recuerdos no vividos ni dichos busca en mis ojos el futuro porque en los tuyos aquella noche encontré la palabra con que se llama a dos corazones latiendo; ¡ciertas quimeras, amigo, han sacado amores de las flores! Amores de esos que acaban antes de empezar, amores blancos de aquellos que tienen ancha la memoria y corta la felicidad, amores que han nacido para hacer perpetuo un día… ¡amores de quimera, donde un beso es la eternidad!
Ahora comprenderás por qué a veces al día siguiente de decir te amo, el recuerdo es la única manera de seguir viviendo, de jugar con la vida y levantar la copa de haber soñado en unos brazos la calma que no tiene la realidad, ni la dulzura que tiene el día. Y sea cerca o lejos, despierto o dormido no dejaré de escuchar la música deliciosa de tu recuerdo cuando al separarnos dijiste: ¡besémonos para siempre! por todo el tiempo que no nos conocimos y, por todo el tiempo que nos volveremos a ver.
__Eres culto. ¿A dónde aprendiste?
__Mi padre lo es y mi madre lo era, ellos me enseñaron, también Mariana, mi abuela.
La eternidad grita eufórica en nuestro camino, impulsos que se enfrentan en una guerra de caracteres, tú dejando surcos en mi mente,  yo tatuando huellas en tu alma, ambos prisioneros del tiempo,  enjuiciados por el silencio de misterios, la vida continúa su peregrinar, dejándonos atrás en el recuerdo, mientras tanto nos miramos sin sentido y aun así desnudamos deseos, solo escuchamos nuestro eco como antídoto al placer, donde esperamos por las respuestas,
en las brisas sin destino del viento... Esa clase de amor y complicidad que hay entre los dos que nos lleva desde el balcón hasta la intimidad de la habitación, que nos invita al amor, que nos incita al placer, que nos encierra en el maravilloso mundo del sexo, en el universo de la pasión carnal y al mismo tiempo nos llena el corazón de palpitantes emociones, de latidos llenos de luz en la misma oscuridad de la vida y sus días absurdos que no dejan de correr y arrastrarnos con el tiempo sin dar tregua a este amor que suponemos eterno... Por eso amor, hagamos del tiempo nuestro tiempo, del amor  nuestro amor y de la vida, nuestra vida... Una vida de los dos.
__Me besaba con tanta pasión que  sus deseos me estremecían el cuerpo,  yo anhelaba estar entre sus miradas,  viajar en sus ojos llenos de ilusión. Quería conocer el paraíso de su alma  enamorada, robarme las flores de su jardín y con los pétalos de rosas hacer nuestro nido de amor. Entregarle en versos mis deseos haciendo  un dúo espectacular, los dos activando nuestro cerebro con energías.  Dando rienda suelta a la imaginación  plasmamos en nuestras pieles todas nuestras fantasías, escribimos con tinta dorada nuestra propia historia de amor.  Dejamos rastro de nuestra pasión en las madrugadas sobre las sábanas blancas que se humedecieron con el agua dulce y salada que expulsaban nuestros cuerpos.
Yo me descontrolé con tan solo ver el mapa de su piel que marcaba con sus labios cada milímetro de mi piel, con el frenesí de sus caricias locas fui a parar en las nubes de su cuerpo que me hacía tan feliz.
__Delineo tu boca, y en ella deposito mis labios, besándote, y sofocando tus suspiros,
sintiendo tus deseos, tus ganas y tu delirio por ser poseído, acaricio tu ardiente cuerpo, y comienzo a recorrerte con mis labios, saboreando la mezcla de tu humedad y mi excitación, las horas pasan y la pasión es cada vez más fuerte, que nos consume en una hoguera de deseo,
hasta fundirnos, porque solo somos tú y yo amándonos  y entregados en noche de locura… La tarde oscurece, pareciéndose a una noche cerrada, duerme el silencio y despierta la tormenta,  los minutos pasan, cubierto de segundos, y la lluvia comienza a mojarlo todo, pero a ellos, no les importa mojarse, los cuerpos están pegados y parece que el cielo  envidia los besos y las caricias que los amantes se propinan, truenos y relámpagos  iluminan la oscuridad del cielo,
como queriendo espiar o ver los besos y escuchar los labios mojados de los amantes y mientras el cielo continúa llorando, los labios bailan, como si esa fuera la última  melodía del verano, sigue lloviendo y lloviendo intensamente, gotas tras gotas, gotas por caricias, gotas por besos, besos y arrumacos que detienen el tiempo,  pero no la lluvia y lentamente los cuerpos
comienzan a temblar, pero no tiemblan por estar empapados, tiemblan de amor y pasión.
__No amorcito, es peligroso, iré a la pulpería, pero no me esperes, y sí, esta noche va a llover _ anunció Guor en voz baja.

__ ¿Cómo sabes?
__Por el olor a tierra húmeda, por el viento que está más frío, por aquel grupo de nubes tan rojas en el oeste. Va a ser una rápida y furiosa tormenta de verano.

Se quedaron en silencio, el revoloteo de los pájaros que se acomodaban en los nidos, los primeros gorjeos de las lechuzas y los últimos arrullos de los tórtolos eran parte de aquella insondable quietud. Eran conscientes de que había cosas de que hablar, preguntas miles por hacer, respuestas que escuchar, y sin embargo, callaban. El momento perfecto, mágico los sobrecogía, y la naturaleza que había desplegado su magnificencia aquella tarde de verano armonizaba con los temperamentos tranquilos y apaciguados de Pedro y Guillermo.

__ ¿Por qué no regresaste con tu gente?
__Por ti.
__Deseaba que te quedaras _ confió Pedro.

__Y yo quiero besarte, y más tarde hacerte el amor, dormir esta noche contigo.

Pedro se volvió a mirarlo. El gesto invariablemente convertía la expresión de Guor en dura e insondable, a él le atraía, le gustaba saber que el cacique era temerario, que los brazos que lo aprisionaban con celo habían peleado con bestias y domado caballos salvajes.
Se le aproximó al cuello para olerlo, ciertamente no olía como Matías o Camila, a colonia europea, su piel despedía un aroma silvestre, a leña quemada, a tierra húmeda, a animal sudado. Le quitó el facón del refajo enorme, con vaina y cabo de oro y plata, una excelente pieza, y lo dejó a un costado, le pasó los dedos  por la rastra de monedas de plata y, como jugando, subió hasta la parte del pecho que no cubría la camisa y le acarició la piel imberbe, y le apretó la carne para probar que era dura, y le desabrochó un botón más porque quería verle el vientre, y le descorrió el canesú para verle el hombro, inconsciente de su propia osadía, reconcentrado en aquel espléndido cuerpo de varón.
 Nahueltruz Guor le despertaba un anhelo  de macho que se evidenciaba en el palpitar de su sexo y en los pezones, se trataba del descubrimiento íntegro de esa parte pecaminosa de su intimidad que había conocido superficialmente cuando se tocaba en la tina o en la cama, ese delirio del que había escuchado hablar y que jamás había experimentado en brazos de Camila, menos en los roces atrevidos de Matías.

Guor le seguía los movimientos, interesado en la avidez con que él lo examinaba y en la transformación que se operaba en sus facciones. Le pasó el dedo por el contorno de la nariz recta y pequeña, le tocó la piel del pómulo, la oreja, y le agarró un puñado de cabello y lo olió, era suave, de un castaño que debió de ser rubio en la infancia, como  el de Agustín, se dijo, como si de hilos de oro se tratase, sus cejas y pestañas, oscuras y pobladas discordaban con la blancura de su piel. Le aferró las muñecas y lo alejó.

__Estás volviéndome loco, no empieces un juego que no querrás terminar __dijo, y Pedro, avergonzado, se acurrucó sobre el pecho.

Aunque Guor sonreía con picardía, una ternura insólita le entibiaba el alma.

__ ¿Verdad que mi hermano está mucho mejor hoy? ¿No lo has notado más animado?
__Tal vez el hecho de tenerlos a ustedes acá lo haya ayudado a recuperarse.
__ ¿Cómo conociste a mi hermano?
¿Cómo se volvieron tan amigos?
__No hay mucho que contar. Ya sabes que, hace tres años, tu hermano viajó junto al coronel Mansilla y su tropa a Tierra Adentro. Allí nos conocimos.
__ ¿Cómo es Tierra Adentro?
__Nahueltruz se explayó al describir su tierra, le aseguró que existían lagunas de agua transparente y dulce. Orladas de gramilla verde y suave, donde los flamencos, los cisnes de cuello negro y las cigüeñas construían sus nidos. Le contó del desierto, de las cadenas de dunas que parecían eternas, de la selva de chañares y algarrobos, donde era fácil extraviarse y perecer entre las fauces del tigre, de los guadales, trampas mortales del terreno, como arenas movedizas y viscosas, que solo los caballos domados por ellos, los ranqueles, sabían sortear.
Mencionó a Leuvucó, la capital del Imperio Ranquel, donde su padre era amo y señor desde hacía quince años. Le describió las tolderías __las viviendas de su gente__, más seguras y estables de lo que parecían.

_ ¿Podré ir a conocerlos?
__Veremos precioso, veremos.
__ ¿Puedo ir contigo a la iglesia? Sé que el padre te espera para hablar de los conflictos con los huincas.
__Juntos no, en todo caso llega más tarde, pero asegúrate de que no está cerca Racedo.
__ ¿Qué somos nosotros? _interrogó Pedro.

__La verdad no sé lo que siento estando contigo, no sé si somos amantes, novios, amigos, a mí me da igual, solo veo lo bello que consigo si en esa mirada mis ojos  son testigos del sol.
No sé lo que somos en este mundo tan perdido en que solo me logro encontrar si te veo conmigo, igual habló el destino y no le hemos entendido  porque continuamos indagando en lo que digo. Que no sabremos lo que somos pero seguimos  entre ese caldo de amor donde reina el cariño  que ahora es grato el recuerdo que nos dimos  si cada día que pasa siento que más me encariño.
Di tú lo que somos que si lo hago yo pido todo,  por qué cohibir lo que a tu lado me vuelve loco
y no encuentro verbo que lo diga de otro modo  pues esa sensación más la siento cuando toco.
Qué somos,  si pudiese contestar te contestaría pero prefiero nada decir y disfrutar tu sonrisa que quiero vivir la vida para gritarle cada día  que a mucho que corra no tenemos tanta prisa.
Por eso es que dejamos el tiempo jugar su juego,  sí puede que nosotros le mostremos cómo verlo  al no haber llama que compita a nuestro fuego  de no saber lo que somos... Y no dejar de serlo.

Se escuchó a María Pancha que llamaba a los hermanos, y a Blasco a continuación que le aseguraba que habían ido a lo del boticario.
 Pedro se puso de pie y se arregló el pelo alborotado, se sacudió las hierbas de la ropa, se pasó las manos por el rostro.

__Hasta luego _ saludó nervioso y enfiló para la casa, pero Guor lo retuvo por la mano y lo obligó a regresar sobre sus pasos.

__Si no puedes salir, hasta mañana, Pedro _ susurró él__. Intentaré ir esta noche.

Y unió los labios en un beso.

Diario de Blanca Montes.

Habían pasado casi cuatro años de la muerte de mi padre, Leopoldo Montes, y comenzaba a resignarme a pasar el resto de mi vida en el convento de Santa Catalina de la Siena. La perspectiva resultaba lúgubre y sin sentido. Una vida desperdiciada, la mía. El optimismo de María Pancha, sin embargo, me contagiaba a veces, y aquella pesadilla de la que parecía que nunca iba a despertar, para ella se trataba de un momento pasajero, que no traería demasiadas consecuencias.
“No nos pasaremos la vida entera aquí”, solía decirme cuando la desesperanza me abrumaba y las lágrimas me rodaban por las mejillas.
“Algún día nos fugaremos y seremos libres como pájaros niña Blanca”.
Construía castillos en el aire en los que yo también ansiaba creer, después de todo, ¿quién puede vivir sin esperanzas?

Una mañana, luego del desayuno, la madre superiora me mandó llamar a su despacho. Las piernas me temblaban y un sudor frío me corrió debajo de los brazos, segura de que se habría enterado de mi amistad con la esclava María Pancha o, lo que resultaba peor, de nuestras excursiones al sótano de la cocina. Lo más probable, razoné mientras caminaba hacia el despacho, era que la superiora volviese a insistir en mi vocación como religiosa, la cual ella aseveraba distinguir en mi devoción. “Tu generosa tía Ignacia está dispuesta a hacerse cargo de la dote para que profeses con el velo negro”. “Mi tía Ignacia, una mujer a quien no conocía, se mostraba tan interesada en mí, o lo más acertado, en deshacerse de mí”.
Llamé a la puerta de un golpe apenas audible, y  la voz grave y clara de la superiora me indicó que pasara. No estaba sola, a su lado, había otra mujer muy elegante, aunque más bien baja y menuda. “Con que esta era la generosa tía Ignacia”, me dije. Cuando la mujer me sonrió con dulzura y avanzó en dirección a mí con los brazos extendidos, mis conjeturas se vinieron abajo. No era esa la imagen de la tía Ignacia que me había formado y, para  hacer mi desconcierto aún mayor, me abrazó y apretó contra su pecho.

__Soy tu tía Carolita, Blanca, la hermana menor de tu padre, yo quise mucho a mi hermano Leopoldo _ aseguró mientras se enjugaba los ojos.

La madre superiora me explicó  que era intención de la señora Carolina Beaumont llevarme a vivir con ella  y hacerse cargo de mí, continuó la monja, a menos que tus deseos de profesar continúen vivos en tu corazón. Dejé en claro que esos deseos nunca habían existido en mi corazón y que si en alguna oportunidad había  meditado opción había sido porque ningún otro destino honorable había vislumbrado para mí.
__Sé que han sido negligentes contigo, querida _ expresó Carolita sin soltarme la mano.

Aquel día marcó el comienzo de una nueva vida para mí, y las perspectivas habrían sido plenamente maravillosas si la tristeza por dejar a María Pancha no la hubiese empañado. La noche antes de mi partida, nos citamos en el sótano y nos juramos amistad eterna, y yo, sin mayor asidero, le prometí que algún día regresaría por ella. A la mañana siguiente, luego del desayuno, tía Carolita y su cochero vinieron a buscarme, y, junto con mis dos baúles proscriptos, vi el mundo nuevamente después de cuatro años largos de encierro.
Durante el corto viaje hasta la casa, tía Carolita me explicó que  su esposo y ella habían decidido radicarse en Buenos Aires, y que, en caso de regresar a París, me llevarían con ellos. Posibilidades fantásticas cuando días atrás lo mejor que podría tener era profesar con velo negro.
Luego de observarme detenidamente, aunque con displicencia, mi tía expresó que al día siguiente iríamos de compras: “Tu tío Êmile y yo llevamos una vida social muy agitada”, aclaró, “y deberás presentaste acorde con nuestra posición. Eres una joven hermosa, Blanca, como dicen lo era Lara, tu madre”.

Nos detuvimos frente a una casa en la calle de la Piedad, en el barrio de La Merced, a una cuadra de la basílica, y salieron a recibirnos sin protocolos mi tío Jean Êmile y Alcira, que manifestó que yo era el vivo retrato de Lara Pardo. La bienvenida fue tan cálida y sincera que ayudó a serenarme y a no sentirme ajena. Con todo, el boato de la casa me pasmó, acostumbrada como estaba a las espartanas salas y corredores del convento, las comodidades y excentricidades de mi habitación me dejaron boquiabierta, como una niña que acaba de ver una aparición. La cama con dosel, del que colgaba una pieza de gasa en rosa, era tan grande como tres veces la yacija del convento. Las paredes estaban forradas en damasco en la misma tonalidad rosa de la gasa del baldaquín. Los muebles eran de manufactura exquisita y, semanas más tardes, mi tío me regaló un secrétaire de polisandro con cerraduras, pomos y fallebas empavonadas, que me arrancó lágrimas de felicidad y que sumó más distinción a la recámara. Esa era mi nueva casa, esa, mi nueva familia.
Al día siguiente de mi llegada, Carolita, como la llamaba Alcira, me llevó de compras.
Recorrimos las pocas tiendas con mercaderías de ultramar, y mientras mi tío encargaba levitas y chaqués en la sastrería de moda, mi tía y yo nos deleitamos en lo de Caamaña, donde me proveyeron de guantes de cabritilla, chapines de raso, un abanico de carey y otro con varillas de marfil, un parasol de encaje, un perfume francés, afeites, presillas para el cabello y un sinfín de elementos de tocador, y donde varios años atrás tío Tito se había surtido de sustancias y hierbas exóticas para su laboratorio de la calle de las Artes. “Qué lejos en el tiempo quedó aquella parte de mi vida”, pensé con melancolía, mientras mi tía Carolita seguía mostrando su largueza de titubeos, y los paquetes iban ocupando más espacio sobre el mostrador del señor Caamaña. Por último, entre Alcira y mi tía eligieron gran variedad de géneros para confeccionarme vestidos, y partimos a recoger a mi tío, que esperaba con aire impaciente en la puerta de la sastrería pues, según aclaró luego, se había topado con el gobernador Rosas. “No sabía que ese tirano fuese asiduo cliente de Lacompte y Dudignac. Si lo hubiese sabido, no habría puesto un pie adentro”.

Después de aquellos años de aislamiento, volví a escuchar el nombre del brigadier Juan Manuel de Rosas, un personaje siniestro para algunos, un héroe sin parangón en opinión de otros. La sociedad porteña se hallaba dividida y diferencias que parecían irreconciliables enfrentaban a unitarios con los federales. Mi tío, aunque extranjero simpatizaba con los unitarios, que se reconocían entre los miembros de las familias decentes. En aquellos tiempos, vestir según la moda, ser cultivado o expresarse con propiedad se juzgaban vicios de los “salvajes  e inmundos unitarios”, no llevar la divisa punzó visible una afrenta punible, y era un valiente o un insensato el que se aventuraba a caminar por la Plaza de la Victoria emperifollado como para una fiesta en la corte francesa.
Lejos estaba yo de saber cómo quedaría unida a Rosas entonces.
Las cuestiones políticas no me preocupaban, pertenecían a una realidad que nada tenía que ver con la mía, por primera vez  me sentía segura  y a salvo. Mis pensamientos y anhelos se concentraban en la tertulia que organizaría mi tía Carolita donde me presentaría a sus amigos y al resto de la familia. Alcira, que era la encargada de prepararme para la ocasión, aprovechaba el tiempo que pasábamos a solas para ponerme al tanto de las vidas y secretos de quienes concurrirían en algunas semanas a la casa.
__No le digas a tu tía que te cuento de estas cosas, a ella no le gusta que se hable de los demás.

Alcira me relató los secretos mejor custodiados de la familia Montes, y fue así como me enteré de las andanzas del abuelo Abelardo, de la abuela Pilarita y su romance con un hereje calvinista, y del ardor seráfico que mi tía Ignacia le había profesado a mi padre años atrás.

__Por eso tu tío Francisco no pudo llevarte a vivir a casa de la Santísima Trinidad después de la muerte de Leopoldo, porque esa pérfida se lo prohibió. Pero el daño infligido se empieza a pagar en este valle de lágrimas _me dijo.

Fue así como a modo de muestra, me refirió la historia de mi prima Dolores, la hija mayor de Ignacia de Mora y Aragón y de Francisco Montes.
Mi prima Dolores no es hermosa como su hermana menor, Magdalena, ni cultivada como Soledad, la del medio, y, sin embargo, no carece de encanto, posee una voz afinada, canta y toca el piano con maestría, y, aunque es menor que yo, en la época que la conocí ya lucía como una mujer de cuarenta, con el gesto endurecido, la mirada oscura y rencorosa, lleno el semblante de resentimiento. A los quince años conoció a Justiniano de Mora y Aragón, hijo de un primo hermano de su madre. El joven, diez años mayor que ella, había dejado Madrid en busca de fortuna. El Río de la Plata se presentaba tentador, bien sabía él la vida de  condesa que llevaba allí su tía Ignacia. Desembarcó en el puerto de Buenos Aires y se instaló en un cuarto de la casa de las Temporalidades, y de inmediato entró en relaciones con su tía, que se mostraba encantada de recibir a alguien de buena sangre, de la nobleza, mientras Justiniano sonreía y asentía.
Pronto quedó en claro que las visitas y atenciones del joven, tenían como propósito ganarse la atención de la joven Dolores Montes, sumamente complacida conque tan  egrerio caballero la prefiriese a ella, simple y apocada, cuando las había bellas y talentosas.
Tonta Dolores, la prefería porque pocas heredarían una fortuna tan copiosa, rezongaba Alcira, y añadía a continuación.
No toda la culpa fue de la pobre Doloritas, que siempre ha sido lenta de entendimiento. La culpa en realidad, fue de su madre, que manejó el cortejo y la voluntad de su hija a su antojo.
Contrajeron matrimonio dos años después de la llegada de Justiniano y Francisco Montes, como presente de bodas, les regaló la casa  en el barrio de Santo Domingo, que Ignacia se encargó de decorar y amueblar. Ignacia también se ocupó de convencer a su marido de que integrase en los negocios de la familia al flamante yerno, y a este de que dejase el misérrimo trabajo en la Gaceta Mercantil.
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__ABELARDO Y PILARITA, PADRES DE:  LEOPOLDO MONTES, TITO, FRANCISCO Y CAROLITA, ABUELOS DE BLANCA MONTES, HIJA DE LEOPOLDO MONTES Y LARA PARDO, MADRE DE AGUSTÍN ESCALANTE, PRIMA DE DOLORES, MAGDALENA ( MADRE DE GABY Y PEDRO)  Y SOLEDAD, HIJAS DE IGNACIA DE MORA Y ARAGÓN, ESPOSA DE FRANCISCO MONTES Y ABUELA DE GABY Y PEDRO.
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__Justiniano aceptó las propuestas, era lo que había anhelado, echar mano a los bienes de los Montes. Francisco que contaba con la colaboración de su hijo mayor, Lautaro para la administración de los campos y demás empresas, no estaba convencido de confiar en Justiniano el cuidado de parte de la fortuna amasada por su padre Abelardo Montes. Reconocía las virtudes de su yerno, afable, de buena predisposición, animoso mas también con cierta artificialidad en sus maneras y en su forma de mirar. Dos gritos de Ignacia pusieron punto final a los recelos de Francisco y, aunque de mala gana, encomendó a Justiniano la conducción de la quinta de San Isidro y del saladero con plenos poderes.
Para Dolores, vivir con Justiniano, respirar el mismo aire, preparar sus comidas, remendar sus ropas, esperarlo con ansias cada atardecer, era una luna de miel permanente.
Con el tiempo, sin embargo, vinieron las ausencias, los malhumores, las contestaciones destempladas, los misterios, las preguntas sin respuestas, los recelos. En Buenos Aires corría el rumor de que Justiniano de Mora y Aragón mantenía a una querida a la que hospedaba en la quinta de San Isidro.
Dolores, recluida en la casa del barrio de Santo Domingo, se convencía de que su matrimonio iba bien, de que las hablillas eran producto de la envidia. Ignacia igualmente, defendía a capa y espada a su sobrino, después de todo él llevaba su sangre y apellido.
La pompa de jabón en la que vivía Dolores, explotó la mañana en que una mujer con acento español, sencillamente ataviada, y con un niño de no más de seis años tomado de su mano, se presentó en casa de los Montes como la esposa de Justiniano. La mujer explicó que le habían explicado que allí vivía la tía abuela de su marido, que quizá sería tan amable de decirle a dónde podía encontrarlo. Ignacia sufrió un vahído y quedó postrada. Mientras Soledad y Magdalena la reanimaban con sales. Francisco, el único que mantenía la cordura, invitó al joven al despacho.
Los documentos que justificaban la boda entre la mujer y Justiniano parecían legales, al igual que la partida de nacimiento del pequeño, llamado como el padre. Y solo bastaba un vistazo para saber que era hijo de Mora y Aragón, los mismos ojos castaños, la misma nariz recta, la cara redonda y el cabello lleno de rulos negros.
Justiniano terminó preso en el Fuerte por bígamo. Los acreedores a quienes había sabido mantener a raya y satisfechos, se presentaron en bandadas  en lo de Montes para solicitar la cancelación de los documentos de crédito. Sobre la quinta de San Isidro pesaba una hipoteca y el saladero se hallaba en estado de abandono, los empleados no habían cobrado y los clientes se quejaban de que hacía tiempo que no recibían las entregas acordadas, por último, habían optado por un nuevo proveedor de cueros. Francisco escuchaba perplejo el recuento de las andanzas de su yerno, e interminables relatos de noches de juerga, mujeres, alcohol eran la comidilla en salones y tertulias, y en mesas de bares. Con todo ello el esplendor de la fortuna de los Montes empezó a conocer el ocaso.
Dolores metió algunos pertenencias en un bolso pequeño, se embozó por completo, y caminando llegó al Convento de las Hermanas Clarisas, donde pidió asilo. Solo la madre superiora y el padre Ifigenio, confesor de los Montes, sabían que Dolores estaba encinta de pocas semanas, y convencieron a la muchacha de que el niño, fruto de la infamia y el pecado debía ser entregado al Monte Pío apenas nacido. Dolores no abandonaba la celda en ningún momento, y solo recibía la visita de la superiora y el cura que la confesaba y le daba la comunión, también la alentaba a la flagelación de la carne para expiar las faltas del alma, porque gran parte del amancebamiento en el que había estado viviendo era de ella, que se había casado infatuada, con la cabeza llena de ideas románticas y sacrílegas, haciendo caso omiso de las razones como el honor, el sentido del deber, de la responsabilidad y la religiosidad del matrimonio. Dolores asentía y derramaba lágrimas en silencio. El sacerdote abandonaba la celda y ella se ajustaba el cilicio en torno a la cintura y se laceraba la espalda con la disciplina. El ayuno era estricto, solo agua los primeros tiempos, luego un poco de pan. El cuerpo, plagado de verdugones y heridas, exhausto después de semanas de tortura, colapsó y perdió a su hijo.
Dolores casi muere en el Convento. Su padre Francisco Montes, al enterarse de que su hija agonizaba en al camastro de la celda se dirigió al convento e increpó a la madre superiora. “Si no me entrega a Dolores, me olvidaré de que este es un lugar sacro, derribando las puertas, llegaré hasta ella”. La superiora la hizo traer. Su padre la tomó en brazos, la besó en la frente y le susurró: “Basta de este horror, basta de este sinsentido. Tú no tienes la culpa de nada”, y se marchó en silencio, con ella a cuestas, que respiraba con dificultad. Según Alcira, esa fue la única vez que Francisco Montes se puso los pantalones desafiando a su mujer, tomó el toro por las astas y salvó la vida de su hija mayor. “Nada bueno puede depararles el destino a esas tres pobres desdichadas hijas de Francisco, que cuando su madre les eligió nombres ya las condenó sin piedad. Dolores, Soledad y Magdalena. Penas, melancolía y lágrimas, solo eso conseguirían en este mundo impío”, repetía Alcira.______________


El tiempo se había encargado de corroborar la certeza de aquellas palabras: las vidas de sus tías y de su madre Magdalena…  eran penas, melancolía y lágrimas. Pedro no concebía a su severa tía Dolores enamorada, casada, menos aún encinta, pero Dolores Montes había demostrado que, después de todo, era un ser de carne y hueso, que se había entregado a un hombre, que había hecho el amor con él, que había gozado entre sus brazos, sido feliz a su lado. Aquella imagen se daba de bruces con la de la tía Dolores, la de carácter agriado, alma endurecida, la prejuiciosa, y desconfiada. El sufrimiento había sido  en vano, la huella impresa provocaba resentimiento y amargura, nada de empatía y dulzura.

Al caer en cuenta de que las mujeres que durante años los habían regañado a Laura y a él, aun a Agustín, juzgado y condenado sin misericordia no se hallaban libres de faltas,  ni la magnánima doña Ignacia, ni la inflexible Dolores Montes, Pedro experimentó rencor. Se sintió engañado también, estafado incluso.
¿Qué más le contaría Blanca Montes?
 ¿A qué otras verdades lo enfrentaría y cómo se las diría a sus hermanos?

CONTINUARÁ.
HECHOS Y PERSONAJES SON FICTICIOS.
CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA.
LENGUAJE ADULTO. ESCENAS EXPLÍCITAS.


24 comentarios:

  1. Manolo Saludos amiga Eve Monica Marzetti, muchas gracias, un abrazo!

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  2. Myriam Hay promesas que no se pueden hacer porque no sabemos si podremos cumplir... Precioso y sentido , gracias, un deleite leerte.

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  3. R Sonia ¡Un canto a la esperanza! Bravoo 👏👏👏🤗💖

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  4. Maria Herrera Bello lleno de hermosa sensualidad que disfrute leer

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  5. Bellísimo relato Eve, y tan distinto a todas las otras historias que no deja de asombrarme...Cuántas vueltas dará el destino para que Nahuel y Pedro puedan estar juntos?Creo que será un largo camino, pero el amor ya puso su sello y estoy segura de que lo van a lograr...

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