sábado, 2 de marzo de 2019

“REDENCIÓN”. CAPÍTULO SEGUNDO.


“REDENCIÓN”.
CAPÍTULO SEGUNDO.

Juan Carlos Onetti (Balada Del Ausente)
“Balada del ausente.”

“Entonces no me des un motivo por favor
no le des conciencia a la nostalgia,
la desesperación y el juego.
Pensarte y no verte
sufrir en ti y no alzar mi grito
rumiar a solas, gracias a ti, por mi culpa,
en lo único que puede ser
enteramente pensado.
Llamar sin voz porque Dios dispuso
que si Él tiene compromisos
si Dios mismo le impide contestar
con dos dedos el saludo
cotidiano, nocturno, inevitable
es necesario aceptar la soledad,
confortarse hermanado
con el olor a perro, en esos días húmedos del sur,
en cualquier regreso
en cualquier hora cambiable del crepúsculo.
Tu silencio
y el paso indiferente de Dios que no ve ni saluda
que no responde al sombrero enlutado
golpeando las rodillas.
Que teme a Dios y se preocupa
Por lo que opine, condene, rezongue, imponga.
No me des conciencia, grito, necesidad ni orden.
Estoy desnudo y lejos, lo que me dejaron
Giro hacia el mundo y su secreto de musgo,
hacia la claridad dolorosa del mundo,
desnudo, solo, desarmado
bamboleo mi cuerpo enmugrecido.
Tropiezo y avanzo
me acerco tal vez a una frontera
a un odio inútil, a su creciente miseria
y tampoco es consuelo
esa dulce ilusión de paz y de combate.
Porque la lejanía
no es ya, se disuelve en la espera
graciosa, incomprensible, de ayudarme
a vivir y esperar.
Ningún otro país y para siempre.
Mi pie izquierdo en la barra de bronce
fundido con ella.
El mozo que comprende, ayuda a esperar, cree lo que ignora.
Se aceptan todas las apuestas:
Eternidad, infierno, aventura, estupidez
Pero soy mayor
ya ni siquiera creo,
en romper espejos
en la noche
y lamerme la sangre de los dedos
como si la hubiera traído desde allí
como si la salobre mentira se espesara
como si la sangre, pequeño dolor filoso,
me aproximara a lo que resta vivo, blando y ágil.
Muerto por la distancia y el tiempo
y yo la, lo pierdo, doy mi vida,
a cambio de vejeces y ambiciones ajenas
cada día más antiguas, suciamente deseosas y extrañas.
Volver y no lo haré, dejar y no puedo.
Apoyar el zapato en el barrote de bronce
y esperar sin prisa su vejez, su ajenidad, su diminuto no ser.
La paz y después, dichosamente, enseguida, nada.
Ahí estaré. El tiempo no tocará mi pelo, no inventará arrugas,
no me inflará las mejillas
Ahí estaré esperando una cita imposible, un encuentro que no se cumplirá.
*Juan Carlos Onetti.”

Tropezaron mis labios con tus labios entre las risas que habíamos ocultado al desatino de nuestros caprichos, nunca dejamos de ser niños si nos seguimos amando para sentirnos protegidos. Aún me sonrojo al pensarte, evoco aquel beso en alguna parte, y guardo ese recuerdo donde lo dejaste... en un corazón tan hambriento que... falto de tu aliento fallece, por no rogarte por ello ruega en silencio y solo yo, puedo escucharle.
Recuerdo aquellos cortos paseos comentando tonterías que no recuerdo, solo mi fijación en tu sonrisa donde nacería, donde moriría dulce mortaja de mis besos ahí donde expiran... y también resucitan. Porque él cumplió mis deseos robando la razón a mi aliento, todo aquello que quería, incluso  lo que yo mismo no sabía pero en él era sincero, era todo... y fue mi credo, no imaginé que un día me dejaría, quizá tenía otros sueños.

__Por favor, siéntese, señor Beggio _ dijo él con una voz fría como el hielo, señalando una silla metálica de aspecto incómodo.

Resoplando Pedro se dirigió hacia la rígida silla  que estaba frente a una de sus enormes estanterías empotradas. Hubiera preferido sentarse en cualquier otro sitio, pero no le pareció sensato discutir por eso.
__Acerque la silla. No pienso estirar el cuello para hablar con usted.

Pedro se levantó para obedecer y, con los nervios, se le cayó la mochila al suelo. Hizo una mueca que pareció de dolor y se ruborizó al ver que algunos de los objetos que llevaba dentro iban a parar debajo de la mesa del escritorio del profesor Graziani, incluido un dibujo de él que hiciera en clase que se deslizó hasta detenerse a un centímetro de su cartera de piel.
“Tal vez pueda marcharme antes de que él se dé cuenta”.
Avergonzado, se agachó y empezó a recoger las cosas, qué no llevaba en la mochila. Pero cuando estaba terminando, una de las correas de la vieja mochila se rompió y volvió a caer al suelo con gran estrépito. Pedro se dejó caer de rodillas mientras sus papeles, bolígrafos, el iPod, el móvil, y una manzana verde se esparcían por la bonita alfombra persa de El Profesor.
“Oh, dios del estudiante recién licenciado con pretensiones de doctorarse, mátame por favor”.

__ ¿Es usted humorista, Beggio?

Pedro enderezó la espalda al oír su sarcasmo y lo miró a la cara. Lo que vio en ella estuvo a punto de hacerlo llorar.

“Sabes amor mío que  vivo  sujeto a la espuma del mar de tu sonrisa, te imagino riendo, y es como si te rieras en mi boca, entonces recibe mi alma esa bocanada de aire que necesito para respirar, ese aire con sabor a ti, ese aire de la mañana que hace que palidezcan mis ojos y la luz del día se vuelva gris sin poder sentirte, sin poder mirarte, frente a frente, cerquita, donde tus labios me rocen, y entonces muero, y vuelvo a imaginarte, y vuelvo a morirme al no poder tenerte a mi lado, imposible sentirme feliz, porque quiero vivir la vida tuya más que la mía. ¿Cómo puedes ser tan cruel?”

¿Cómo una voz tan sensual y melodiosa podía ser tan despiadada? Por un momento, se perdió en las profundidades heladas de sus ojos, añorando la época en que lo habían mirado con dulzura y amabilidad. Pero en vez de rendirse a la desesperación, respiró hondo y pensó que no le quedaba más remedio que aceptar que Guillermo Graziani había cambiado, por mucho que le doliera y decepcionara.
Sin decir nada, negó con la cabeza y volvió a recoger las cosas del suelo.

__En los laberintos mortales de las tormentas, sucumben las virtudes enajenadas, paradigmas que crecen en el ADN del destino, apagando la verdad engañada, que huye espantada, por las dudas que crecen sin límites.  Como reos del silencio, callamos abrazando las derrotas, somos ovejas sin pastor, voces engendradas por los miedos, neuronas inquilinas que intercambian recuerdos y olvidos. Somos como un espejo que destruye sus historias, cuando se rompe en pedazos, y cae vencido con sus cristales rotos, en el abismo eterno del tiempo. La razón que agoniza en su lecho, la deslealtad que se escurre entre lágrimas, la amistad que termina confundida en los brazos de la hipocresía. La vida reclama a gritos: ! Conquístame amor, necesito de mis hijos!
Y seguimos nosotros en el mismo lugar, como maniquíes huecos, vacíos de alma y corazón, ajenos, sordos y mudos al reclamo inminente de la vida que agoniza lentamente su muerte.
¿Sabe de quién es?
__No __musitó Pedro sin atreverse a reencontrar la mirada.

__Mío, solo mío, tanto como que cuando hago una pregunta, espero que me responda. Pensaba que a estas alturas ya habría aprendido la lección, desde que entró a clase no me ha respondido a nada _dijo él, antes de volver a examinar el expediente que tenía entre las manos__. Tal vez no sea tan brillante como dice aquí.

__ ¿Disculpe, doctor Graziani? __preguntó Pedro con voz suave pero decidida.

No sabía de dónde había sacado el valor, pero dio gracias a los dioses por si acaso.
__Profesor Graziani, si no le molesta, Beggio __replicó Guillermo malhumorado__. Doctores los hay  patadas. Incluso los quiroprácticos y los pediatras se consideran doctores, a los médicos se  les dice doctores aunque haga un minuto que hayan salido de clases.

Harto de ser humillado, Pedro trató de cerrar la cremallera  pero por desgracia, también se había roto. Conteniendo el aliento, trató de devolverla a la vida, maldiciendo en voz baja.
__ ¿Podría dejar de pelearse  con esa ridícula abominación de bolso y sentarse en la silla como una persona?
Al darse cuenta de que estaba poniéndose de nuevo furioso, Pedro dejó la ridícula abominación de bolso en el suelo y se sentó en la mencionada silla, cruzó los brazos para que no vislumbrara el temblor y esperó.

__Al parecer se considera usted un humorista. ¿Le pareció que esto era divertido?_ preguntó, lanzando una hoja de papel que fue a parar al suelo, casi junto a los pies de Pedro, calzados con zapatillas deportivas.

Al agacharse para recogerlo vio que era una fotocopia de la terrible nota que le había dejado el día en que Mirna había muerto.
__ Puedo explicarlo. Fue un error. Yo no lo escribí por los dos…
__! No me interesan sus excusas! Le dije que viniera a verme después de clase y  no se presentó.
__Es que estaba usted hablando por teléfono. Tenía la puerta cerrada y…
__No tenía la puerta cerrada __lo interrumpió él, lanzando lo que parecía una tarjeta de visita sobre la mesa__. ¿Y esto? ¿También le parece gracioso?

Pedro la tomó y ahogó una exclamación. Era una tarjeta de pésame de las que acompañan a las flores que uno envía a un funeral.
“Los acompaño en el sentimiento. Por favor, acepten mis condolencias.
Con cariño.
Pedro Beggio”.

Al levantar la vista, vio que estaba tan furioso que casi escupía al intentar hablar. Pedro parpadeó rápidamente, tratando de explicarse.
__No es lo que cree. Solo quería darle mi pésame…
__ ¿No le bastaba con la nota que dejó en la puerta?
__Pero es que esta nota era para su familia…
__! Deje a mi familia en paz! _ exclamó él, dándole la espalda y quitándose las gafas para poder frotarse la cara con las manos.

Pedro acababa de ser arrancado del reino de los sorprendidos y arrojado al país de los atónitos. Nadie se lo había aclarado. ¿Había existido Guillermo Graziani años atrás o solo lo había soñado? Él había malinterpretado su nota por completo y nadie se había molestado en explicárselo, ni siquiera Gaby. Con el estómago encogido, empezó a preguntarse qué significaría eso.

Ajeno a sus elucubraciones, El Profesor se obligó a calmarse haciendo un esfuerzo hercúleo. Cerró el expediente de Pedro y lo dejó caer con desprecio sobre el escritorio antes de fulminarlo con la mirada.
__Veo que está acá con una beca para estudiar a Dante y me temo que soy el único profesor de este departamento que se ocupa del tema. Dado que esto _ añadió, señalando el espacio entre ellos__ no va a funcionar, va a tener que buscarse  otro tema y otro director para su proyecto doctoral. O pedir el traslado a otro departamento. O mejor aún, a otra universidad. Le comunicaré mi decisión al director de su programa de estudios con efectos inmediatos. Y ahora, si me disculpa.
Haciendo girar su sillón, empezó a teclear furiosamente en la computadora.

Pedro no se creía lo que estaba oyendo. Mientras permanecía quieto en la silla, tratando de absorber no solo su discurso sino sobre su conclusión. El Profesor, sin molestarse en alzar la vista:
__Eso es todo señor Pedro Beggio.

Pedro no dijo nada. No valía la pena. Se levantó lentamente, aturdido, y recogió del suelo la ofensiva mochila. Sujetándola contra el pecho, salió del despacho sin rumbo, como un zombi.
Al salir del edificio y cruzar la calle, se dio cuenta  de que había elegido un mal día para salir de casa sin piloto, pues la temperatura había descendido bruscamente y había empezado a diluviar sin aviso. No había dado ni diez pasos y ya estaba empapado. Tampoco  se le había ocurrido llevar paraguas, así que tenía por delante una caminata  de unas  tres largas manzanas bajo la lluvia, el frío, el viento, que parecían agujas clavándose en el rostro.

“Estas cadenas que no me dejan dormir, este sentimiento que traigo aquí dentro de mi alma, te vi y no puedo apartarme ya de ti. Tú eres el causante de todos mis insomnios, de todos mis desvelos, de pensar solo en ti. Prisionero soy de tus sonrisas, tu nombre lo llevo en mi piel, ayúdame a ahuyentar mis miedos, mis temores para amarte más, cada mañana al despertar, te miro, te admiro, me hipnotizas,  me gustas, me encantas, me fascina tu esencia mortal. Tú y solo tú me tienes con cadenas el corazón, dueño de mis besos, de mi amor, la belleza
perfecta ante la geografía perfecta de nuestros cuerpos se vuelven pasión, mas de repente
ruedan lágrimas de alegría porque tu cariño, tus caricias, toda tu esencia y aroma me envuelven y me hace desfallecer, tus brazos son mi mejor medicina, mi mayor placer. Átame y no me dejes escapar de estas cadenas, tira la llave para que no la encuentre, pon candado a mi vida porque soy de ti, te amo amor mío, solo condéname por favor a tu alma hasta la eternidad.
Es un tiempo que pasa y no sé cómo decir: cómo te extraño y cómo te amo, y cómo te deseo en mi cuerpo te deseo mío, tiemblo cada vez que te recuerdo, te ansío cada vez que te pienso,
decir te Amo, es poco. Debo decir; te extraño todo el tiempo no puedo respirar…  me faltas, me faltas en la respiración  y en cada latido de mi corazón, te quiero tan cerca de mí,  te quiero mío. A la distancia de un beso, un beso tuyo y mío. De un beso de tus labios, míos, de un beso de tu mirada,  cuando me ves me besas el alma,  cuando te veo beso tu mirada. ¡Sabes, me gusta tu mirada!  Amo tus ojos, como nadie los ha amado, son mi pasión, mi delirio,  tú no te das cuenta, amor. Pero yo me veo en tus ojos todos los días,  me dan vida, me dan paz, me dan tu amor. Amo tus ojos, amo tu poesía,  tanto como te amo a ti. ¡Te amo a ti, Amor! Desde siempre, de toda la vida.  Eres hermoso. Siempre mío, siempre tuyo”.

“! Solicito atención!
Gritó Guillermo sin venir a cuento, mientras escribía o mejor dicho, iba garrapateando signos en los márgenes del libro que tenía abierto ante sí.
Empezó a sentir en su estómago un temblor que presagiaba ese vacío perfectamente legible que va avisando la sensación del hambre.
! Cómo deseaba compartir su vida con alguien y qué prohibido lo tenía ¡
Eso sí, enamorado y poder compartir todas esas formas amorosas verbales aprendidas, unidas a largas miradas dulces y entregadas y regalarse los oídos con frases cariñosas e intercambiar gestos de complicidad.
Su mente sufre de súbito un sobresalto radical, una sacudida que lo impulsa a levantarse y empezar a pasear.
Qué grato sería grabar en una sombrilla roja con letras blancas, el lema: Necesito tu atención.
Y paseando por la avenida, tú me tomarías del brazo y me susurrarías al oído: ! Aquí estoy, desde hoy caminaremos juntos!
Al instante desaparecería el silencio que cubre mi vida, las gotas volverían a sonar con ritmo mientras caigan unas tras otras avisando lluvia y la luz daría un resplandor único y especial al aliarse con el tiempo que raudo pasa, luego diluida, daría paso a la noche que uniría, cuerpos y mentes, elevándolos hasta el mundo fantástico de la poesía. Queda alelado, sin voluntad, ido. Necesita transparencia en su vida. ¡Basta de sueños!  Evoca palabras de conversaciones oídas. Todas esas frases cariñosas, esas muletillas repetidas, con el continuo uso se dicen de manera monótona y terminan por ir despojando de máscaras impuestas y arrojando a la realidad a quien las recita.
Sustraído se pregunta:
¿Por qué mi exigencia de tener cosas es tan atrevida?
Rompe el crucial momento, una bandada de golondrinas que cruzan el cielo en riguroso orden y de pronto deshace la formación y alteradas llenan el espacio con su algarabía.
Se incorpora de nuevo al escritorio y se dice a sí mismo con valentía:
Limítate a escribir, a estudiar, dale sentido y sonido a las palabras, ejercita tu mente y aprende a esperar, lo que el destino traerá a tu vida”.

Mientras caminaba, Pedro se consoló en que su ridícula abominación de mochila le estaba ayudando para la noble tarea de tapar lo que la camiseta empapada no podía estar cubriendo. Y mientras chapoteaba y menos avanzaba no podía dejar de reflexionar sobre lo que acababa de pasar.
Se había preparado haciendo las maletas la noche anterior pero en verdad, había esperado que él recordara. Había esperado que volviera a mostrarse amable. Pero, se había equivocado.
No le había dado oportunidad de explicar la colosal metedura de pata con la nota. Y para empeorar las cosas, había malinterpretado  sus intenciones al ver las flores y la nota, y lo había expulsado del curso. Todo había terminado. Ahora tendría que volver a la casita de su padre con el rabo entre las piernas. Y cuando él lo descubriera, se reiría de su hijo. Los dos reirían de él juntos. Del tonto de Pedro. ¿Había creído que podía marcharse de su pueblo y convertirse en alguien en Buenos Aires? ¿Pensaba que podría llegar a ser profesor universitario? ¿A quién quería engañar? Todo había terminado… al menos durante ese año.

Pedro miró la destrozada y empapada mochila como si se tratase de un bebé y la abrazó con fuerza. Tras un despliegue de torpeza e ineptitud, ya no le quedaba nada, ni siquiera su dignidad. Y haberla perdido delante de él después de todos esos años era demasiado. No podía soportarlo.
Se acordó del solitario papel debajo del escritorio y supo que cuando él se agachara para recoger su cartera, la humillación sería completa. Al menos, no estaría allí, para presenciar su reacción de sorpresa. Se lo imaginó desmayándose del disgusto. Literalmente.
A unas dos manzanas del edificio, tenía  el pelo pegado a la cabeza y los pies chapoteaban dentro de las zapatillas. Era como si estuviese debajo de un canalón de agua. Los coches y buses pasaban por su lado mojándolo aún más, pero él no se molestaba en apartarse de las olas que levantaban. Al igual que los disgustos que daba la vida, Pedro simplemente las aceptaba, las esperaba. En ese momento, otro coche se acercó a él, pero al menos este redujo la velocidad para no empaparlo más. Vio que se trataba de un coche caro, negro, que parecía nuevo.
El coche siguió frenando hasta detenerse por completo. La portezuela del acompañante se abrió, y una voz masculina gritó:

__Suba.
Pedro dudó. No creía que el conductor se estuviera refiriendo a él. Miró a su alrededor, pero era el único idiota que estaba caminando por la calle bajo aquel aguacero. Curioso, se acercó.
No tenía intenciones de  montarse en el coche de un desconocido, ni siquiera en una tranquila esquina, pero al agachar la cabeza se encontró con dos penetrantes ojos café, y esos ojos siempre  le dejaban sin respiro, lo miraban desde el asiento del conductor y se acercó un poco más.

__Pillará una neumonía  y se morirá. Suba, lo llevaré a su casa _dijo él con una voz mucho más suave.

Era casi la voz que Pedro recordaba. Así que, por los buenos tiempos y no por otra cosa, subió al coche y cerró la puerta, pidiendo disculpas por mojar la tapicería de cuero nuevo negro y sus alfombras inmaculadas.
Dejó de rezar al oír los acordes del Nocturno opus nueve número dos de Chopin. Siempre le había gustado, pensó sonriendo.
Se volvió hacia el conductor.

__Gracias, profesor Graziani.

“Tomas con una mano mi mentón y siento la otra en mi cintura, a tu rostro me acercas con ternura para narcotizarme con tu respiración. Ya sin voluntad para detener tus caricias presa soy de tu mirada ardiente tan penetrante y candente que me insta a corresponderte.
Tus labios se posan sobre los míos formando una cruz al besarnos acariciando el paraíso por tus manos que infunden calor donde antes hubo frío. Nuestras lenguas anhelantes comienzan una erótica danza en que se tocan y rozan a ultranza como cisnes con sus cuellos entrelazados. Quisieran perderse en sí al compás de la enardecida pasión con entrecortada respiración, la danza es ya un loco frenesí. Tu saliva es néctar abundante y ahoga todos mis prejuicios que de locura ya hay indicios por saciar mi sed en un instante. Así fue nuestro beso, el que no recuerdas, el que yo no olvido”.

El profesor se había equivocado al girar. Podía decirse que su vida estaba llena de giros equivocados, pero ese había sido al menos totalmente accidental. Estaba leyendo en su iPhone un correo electrónico de su hermano, que seguía enojado, mientras iba conduciendo su Toyota en mitad de una tormenta en plena hora punta por el centro. Por todo eso, había girado a la izquierda en vez de hacerlo a la derecha, y eso quería decir que iba en dirección contraria a la de su casa.
No podía cambiar de sentido en esa calle en plena hora pico. De hecho, hasta le costó meterse en el carril derecho para poder dar la vuelta. Y así fue como vio a un señor Beggio con aspecto patético y muy mojado, que caminaba desanimado por la calle, como si fuera una persona sin hogar y, en un ataque de culpabilidad, se encontró invitándolo a subir al coche, un coche que era su orgullo y su capricho.

__Siento estropear la tapicería __se disculpó, Pedro, inseguro.

El profesor sujetó el volante con más fuerza.
__Tengo a alguien que lo limpia cuando se ensucia.

Pedro agachó la cabeza, tratando de ocultar el daño que le habían causado sus palabras. Acababa de compararlo con basura. Aunque no sabía de qué se extrañaba. Era consciente de que, para él, no valía más que la suciedad del suelo.
__ ¿Dónde vive? __le preguntó Graziani, tratando de iniciar una conversación sobre un tema seguro y educado que llenara lo que esperaba fuera un trayecto breve.

__A poco de acá. Está ahí al lado, a la derecha _respondió, señalando con el dedo.

__Sé dónde está la avenida, Beggio __replicó él con su impaciencia habitual.

Pedro lo miró por el rabillo del ojo y se encogió en el asiento. Despacio, se volvió hacia la ventanilla y se mordió el labio inferior.
Guillermo maldijo para sus adentros. Incluso bajo aquella maraña de cabello mojado era precioso. Un ángel de pelo castaño vestido con vaqueros y zapatillas deportivas. Su mente se detuvo ante esa descripción. El término ángel de pelo castaño le resultaba extrañamente familiar, pero no logró recordar de qué le sonaba.

__ ¿En qué número de  Nicaragua? __preguntó en voz tan baja que a Pedro le costó entenderlo.

__En el cincuenta y cinco.
Él asintió y aparcó frente al edificio de tres plantas. Era una casa de ladrillo rojo convertida en departamentos.
__Gracias __murmuró Pedro y se apresuró a abrir la puerta para escapar.

__Espere _le ordenó Graziani, alargando el brazo para tomar un gran paraguas negro del asiento trasero.

Pedro aguardó asombrado a que Guillermo diera la vuelta al coche y le abriera la puerta con el paraguas listo, esperando mientras su abominación y él salían del Toyota para acompañarlo luego hasta la puerta del edificio.
__Gracias _repitió Pedro, mientras trataba de desabrochar  la medio atascada cremallera de la mochila para sacar las llaves.

 Él intentó disimular el disgusto que le provocaba la visión de aquella bolsa y permaneció en silencio mientras Pedro luchaba con la cremallera, viendo cómo se ruborizaba al no conseguir el triunfo. Recordó la expresión de su cara en el despacho, arrodillado en la alfombra persa, y se le ocurrió que tal vez el problema actual fuera culpa suya.

__En el aire, el alma y el polvo se enlazan como dos cuerpos que se penetran por sí solos con una fuerza elevada desde lo más alto del flexible placer.
El alma es la primera en prenderse como una enredadera que  nace cansada de la vida, y fatigada se entrega al primer  amigo de la soledad que encuentra en su camino.  Cuando nos obligan a partir se nos despoja de la libertad  de ser. La libertad de ser, consiste en refrescar la memoria de un tiempo perdido, es defender una parte de nuestro cuerpo, la que se quedó en el pasado, y no sabemos si la volveremos a encontrar en algún lugar de la existencia.
La libertad y el amor son la clave para lograr una hermosa esencia de la vida, y estas dos cosas les pertenecen a quien en realidad las busca, sin que le importe las habladurías.
En la tierra se reflejan dos cuerpos: uno de materia y otro de espíritu, pero el único cuerpo que se revindica siempre es aquel que ha logrado tocar la felicidad con la simple razón de existir. La paz del alma se logra saltando de época en época y llegando hasta la puerta de lo verosímil con sensibles razones, utilizando las líneas de la realidad.
En la travesía única de la omnipresencia esencial de la sensatez directa que apunta hacia el corazón, se escurre algo de sabiduría a los murmullos de un cuerpo imperfecto. Cuando se acaben los viejos hábitos, el alma irá hacia un lugar en donde ella se pueda encontrar a sí misma y de nuevo volver a empezar.
Hoy mueres y mañana vuelves a nacer, dejando atrás lo que te hizo temblar y caer. Con un poco de sutileza, almacenaje y sabiduría, la paz interior volverá a rejuvenecer en el más claro de los sentidos.

Sin decir más, Guillermo calló, le quitó la mochila de las manos y le dio el paraguas. Tras acabar de romper la cremallera, la sostuvo delante de él para que buscara las llaves.
Pedro las encontró al fin, pero estaba tan nervioso que se le cayeron  al suelo. Cuando las recogió, las manos le temblaban tanto que no atinó a dar con la llave correcta.
Graziani, que ya había perdido del todo la paciencia, se las arrebató de la mano y empezó a probarlas una por una, pero antes un ligero roce de piel, lanzó una corriente eléctrica por el cuerpo de los dos, que había despertado algo, que al menos Guillermo negó que fuera factible. Tras abrir la puerta, le hizo un gesto para que entrara antes de devolvérselas.
Pedro recuperó también la denostada mochila y le dio las gracias una vez más.

__Lo acompañaré hasta la puerta de su departamento _dijo él, siguiéndolo por el pasillo__. Una vez, un vagabundo me abordó en el vestíbulo de mi edificio, y este no me gusta nada si es de estudiantes. Hay que ir con mucho cuidado.

Pedro elevó una oración silente a los dioses de los bloques de apartamentos, rogándoles que lo ayudaran a localizar la llave del suyo rápidamente. Su oración fue escuchada al localizar la llave del suyo. Estaba ya a punto de meterse en casa y cerrar la puerta, cuando se detuvo y, como si se conocieran de toda la vida, le sonrió y lo invitó a tomar una taza de café.
A pesar de la sorpresa que le causó su invitación, Guillermo se encontró dentro del departamento antes de poder plantearse si era buena o mala idea. Tras echar un vistazo alrededor, llegó a la conclusión de que había sido una mala idea.

__ ¿Le guardo el abrigo? __ le llegó la sensual voz de Pedro.

__ ¿Y dónde lo pondría? __preguntó él con altivez, al comprobar que no había ningún armario ni perchero a la vista.

Pedro agachó la cabeza, sin atreverse a devolverle la mirada.
Al ver que se mordía el labio inferior, él se arrepintió de su falta de delicadeza.
__Perdone _se excusó, dándole el saco del que se sentía orgulloso por la marca…  Burberry __. Y gracias.

Pedro lo colgó cuidadosamente de una percha que había detrás de la puerta de su habitación y dejó la mochila en el suelo.

__Pase. Póngase cómodo. Prepararé té. Disculpe, olvide que el café se terminó.

Guillermo se acercó a una de las dos únicas sillas y se sentó, esforzándose por disimular lo incómodo que se sentía para no humillarlo más. El apartamento entero era más pequeño que su cuarto de baño de invitados. Costaba de una cama pegada a la pared, una mesa plegable con dos sillas, una estantería pequeña de red,  Ikea y una cómoda. Vio también lo que debía de ser un baño, junto a un pequeño armario empotrado, pero definitivamente, no había cocina.
Buscó con la mirada algún rastro de actividad culinaria y finalmente vio un microondas y  un calientaplatos eléctrico guardados  de manera bastante precaria encima del armario. En una esquina, en el suelo, había un pequeño frigorífico.

__Tengo una tetera eléctrica _dijo Pedro alegremente. Como si  estuviera anunciando que tenía un anillo de diamantes.

Guillermo se fijó en el agua que no dejaba de gotear de su cuerpo. Luego en la ropa que había debajo del agua. Y finalmente en lo que había debajo de la ropa, y el frío hacía destacar, y se le erizó el vello, la piel se le estremeció. Con voz más ronca que la habitual le sugirió que se secara antes de preparar el té.

Pedro volvió a agachar la cabeza avergonzado. Ruborizado se metió en el baño. Poco después, salió con una toalla lila sobre los hombros sin quitarse la ropa y una segunda toalla en la mano. Al parecer, iba a agacharse para secar el reguero de agua que había dejado, pero Guillermo lo impidió.

__Permítame hacerlo a mí __dijo__. Usted vaya a ponerse ropa seca antes de que pille una neumonía.

__Y me muera _ añadió él con un susurro, mientras se dirigía al armario, con cuidado de no tropezar con dos maletas.

Guillermo se preguntó por qué no habría deshecho aún el equipaje, pero en seguida se olvidó del tema.

“Es una noche de viernes. Una noche en la cual no solamente quiero relajarme, sino también quiero disfrutar de una noche de pasión, de placer.
 Estoy llamativamente en un sitio insólito con un alumno prohibido, pero no ahora porque lo eché y le propongo lo que pensé en esos momentos, lo cual aceptó.
He preparado todo para la ocasión: Un buen vino, música romántica y velas aromáticas.
¡Ahora es el momento de esperarlo con ansias, feliz y bajo las sábanas!
Me encuentro en ropa interior y pensando en todo lo que le haré y le diré.
Bajo las sábanas espero pacientemente, y con ganas de alejar lo inocente.
Oigo que tocan la puerta y me levanto rápidamente, tal y como me describí anteriormente.
Al abrir ni siquiera me saludó, en cuestión de segundos se me lanzó y fue devorándome poco a poco.
Después lo invité a ese escondite especial bajo las sábanas donde ambos olvidamos que solo existía la amistad.
Bajo las sábanas me besó en la boca. Probé su miel poco a poco hasta saciarme.
Bajo las sábanas tocó mi cuerpo. Mi piel se estremecía al tierno roce de sus dedos.
Mis tetillas disfrutaron de caricias, de ligeros apretones que se salieron de control.
Bajo las sábanas unimos nuestros cuerpos para después gemir, jadear y gritar de placer.
Bajo las sábanas nos dijimos palabras dulces al oído; palabras que tocaron lo más profundo del alma. Y así cumplí la fantasía que fui construyendo en cuestión de minutos.
Confieso que me encantó tenerlo a mi lado y devorarlo poco a poco. Sé que no somos amigos, pero nadie me había hecho vibrar como él, nadie se había entregado con esa pasión, con esas ganas de hacerme suyo. En verdad deseo tener otra noche como esta.”

Sacudió la cabeza para desalojar a sus demonios, frunció el cejo mientras secaba el agua del suelo de madera lleno de arañazos. Al acabar, se fijó en las paredes. Llegó a la conclusión de que en algún momento debieron de ser blancas, pero en esos momentos eran de un deslucido color crema y estaban empezando a desconcharse.
En el techo habían aparecido manchas de humedad y en una esquina ya empezaba a crecer el moho. Se estremeció, preguntándose qué hacía un buen chico como Pedro Beggio en un lugar tan espantoso. Aunque tenía que reconocer que el apartamento estaba muy limpio y ordenado, recogido más de lo normal.
__ ¿Cuánto le cobran de alquiler? _ preguntó, haciendo una mueca mientras volvía a acomodar su casi metro ochenta de altura en aquel objeto infame que se hacía pasar por silla plegable.

__Ochocientos dólares al mes, gastos incluidos _respondió él, antes de entrar en el baño.

Él se acordó de los pantalones de Armani que había tirado a la basura luego del viaje en avión. No podía llevar algo manchado de orina, ni siquiera después de haber sido lavado, pero con el dinero que Ana  se había  gastado en esos pantalones, Pedro habría podido pagar el alquiler de un mes, y aún le habría sobrado algo.
Al mirar a su alrededor una vez más. Observó que su alumno se había esforzado penosa y patéticamente por convertir aquel apartamento en un hogar en la medida de lo posible. Junto a la cama había una gran lámina del cuadro de Henry Holiday, Dante y Beatriz en el puente de la Santa Trinidad.
Se lo imaginó con la cabeza en la almohada y el pelo brillante enmarcándole la cara, como a Beatriz contemplando a Dante antes de dormirse. A base de fuerza de voluntad, apartó esas imágenes de su mente y reflexionó sobre lo extraño que era que ambos tuvieran una lámina del mismo cuadro. La idea se le clavó en el cerebro como un sacacorchos, pero en ese momento no quiso darle más vueltas.
Se fijó en varias láminas más pequeñas que adornaban las paredes desconchadas del apartamento, un dibujo del Duomo de Florencia, un esbozo de la iglesia de San Marcos, en Venecia, una fotografía en blanco y negro de la cúpula de San Pedro, en Roma. Vio una hilera de macetas con plantas medicinales que adornaban la ventana, junto  un esqueje de filodendro que trataba de convertirse en planta adulta. Se fijó también en que las cortinas eran bonitas. Lisas, del mismo tono lila que la colcha y los cojines. Y en la librería había muchos libros, tanto en inglés como en italiano y español, aunque al ver los títulos no quedó demasiado impresionado con su colección  de aficionado. En resumen, el apartamento era viejo, diminuto, en mal estado y no tenía cocina. En caso de que hubiera tenido perro, él no hubiese permitido que ni siquiera este viviera en un sitio así.

Pedro volvió a aparecer con lo que parecía ser ropa de deporte, una sudadera negra con capucha y pantalones de yoga. Se había medio secado el cabello, pero incluso así vestido seguía siendo demasiado bonito. Demasiado atractivo, demasiado tentador como un adonis, demasiado de todo.

__Tengo té inglés o común __ofreció por encima del hombro. Se había puesto de rodillas para conectar la tetera eléctrica en el enchufe que había debajo de la cómoda.

__English Breakfast. ¿Por qué vive aquí?
Pedro se incorporó en respuesta a la dureza de su tono de voz. Luego le dio la espalda, mientras sacaba de la cómoda una gran tetera marrón, y dos tazas de té sorprendentemente bonitas con platos a juego.
__Es una calle tranquila, en un barrio tranquilo. No tengo coche así que busqué un sitio cercano a la universidad. __Se interrumpió mientras colocaba dos curarillas de plata en los platitos__. Este es uno de los mejores departamentos que encontré que no se salieran de mi presupuesto.

Dejó las elegantes tazas de té en la mesa plegable sin mirarlo y volvió a la cómoda.
__ ¿Por qué no se ha instalado en la residencia de estudiantes de la universidad?
A Pedro se le cayó algo de la mano, pero Guillermo no vio de qué se trataba.
__Pensaba ir a otra universidad, pero al final no pudo ser. Cuando finalmente decidí venir aquí, ya no quedaban plazas en la residencia.
__ ¿A qué universidad pensaba ir?

Pedro empezó a morderse el labio.
__ ¿Señor Beggio?
__A Harvard.

Graziani estuvo a punto de caerse de la silla.
__ ¿A Harvard? ¿Y qué demonios está haciendo aquí?
Pedro disimuló una sonrisa, como si entendiera la causa de su enfado.
__La UBA, es la Harvard del sur.
__No diga tonterías, le he hecho una pregunta seria.
__Sí, profesor. Y sé que siempre espera una respuesta a sus preguntas _replicó él, alzando una ceja hasta que él apartó la mirada__. Mi padre no pudo aportar la parte que se suponía que iba a destinar a mi matrícula y con mis ahorros y la beca que me ofrecieron no me llegaba para vivir. Todo es mucho más caro en Cambridge. Ya debo miles de dólares en préstamos que pedí para poder estudiar la carrera en Santiago y decidí no endeudarme más. Por eso estoy aquí… o estaba, debería decir.

Mientras volvía a arrodillarse para desenchufar la tetera, cuya agua ya hervía, El Profesor negaba con la cabeza, asombrado.

__Toda esa información no aparece en el expediente que me dio la señora Isabel __protestó__. Debería haberme dicho algo.

Pedro lo ignoró mientras añadía varias cucharadas de té a la tetera.
“Si pudiera volar, sobrevolaría,  nevados  volcanes y el mar; día y noche, junto a ti llegaría
y ni el viento impediría llegar. Si pudiese remontar el cielo, volaría tan alto por un lucero, para que él sea tu consuelo y te susurre cuánto te quiero. Y si algún día llegara a volar, te buscaría la vida entera, y jamás te dejaría de amar, por más lejos que estuvieras. Al último rincón del mundo, enamorado de ti te seguiría, te daría este amor fecundo, sabiendo que eres solo mío.
Si a oscuras queda el mundo, tus ojos me han de alumbrar, si caigo a un hoyo profundo, tu mano me ha de rescatar. Si un día me mandas a volar, guardaré eterno luto de amor, pediré tu amistad conservar, así esté muriendo de dolor. Si en vida me llegarás a faltar, sé que ya no podría vivir sin ti, iría corriendo de prisa al mar, esperando que vengas por mí.
A la cresta de la ola subiré, y allende me haré a la mar, yo rendido a tus pies caeré, antes de mi barca encallar. En esta vida solo a ti te amé, que ni la muerte podrá separar, este amor que para ti sembré, florecerá para volverte amar. Tras el oscuro túnel o puente, me esperarás o yo te esperaré, en ese jardín junto a la fuente,  yo eternamente de ti me enamoré. Guille si tú olvidaste nuestras promesas en aquel huerto… yo no”.

“Caminaba a prisa por el sendero; solo se escuchaba el sonido de las hojas secas que crujían a su paso, y que más adelante serían cubiertas por otras, formando así una capa considerable que hacía sentir confortable al caminante. Huía de sí mismo; del pasado, del presente y hasta el futuro incierto lo atormenta. Mientras avanzaba por aquellos pinares, sin pinos ahora, se palpaba con la mano izquierda el arma tipo escuadra colocada en la bolsa trasera del pantalón; con la otra mano sintió la forma rectangular de la caja de fósforos que cargaba en la bolsa delantera. Será rápido pensaba, el corazón está protegido, pero será más rápido si busco el punto más adecuado para el disparo; el cerebro no lo sé... Esa duda lo atormentaba ya que no había punto de retorno al estar la cama de leña, ardiendo, que había preparado días antes allá en el cerro hacia donde se dirigía. Había caminado bastante, el sol estaba a punto de salir cuando él emprendió su caminata; ahora estaba a punto de esconderse. Las gotas de sudor le resbalaban por el rostro demacrado; se notaba que había pasado varios días sin dormir. Ya todo está decidido -dijo; pensó en escribir una nota explicativa, pero no lo hizo ya que no tenía caso; escribir algo, ¿para qué? Así que decidió mejor no hacerlo.
Tomo los fósforos; encendió la cama de leña con ocote; luego subió y se acomodó de la mejor manera. Mientras colocaba el arma en el punto exacto, sentía el calor de las llamas que subía. Es mejor ahora que me puedo valer, aun, por mí mismo que después; esperando compasión. Un disparo seco se perdió colina abajo rebotando por los peñascos hasta llegar a la quebrada; luego todo fue oscuridad. Un roble frondoso se ve ahora entre la sombra de los pinos allá arriba en el cerro”.

Guillermo se echó hacia adelante, gesticulando vivamente.
__Este sitio es horrible. Ni siquiera tiene cocina. ¿De qué se alimenta?

Pedro lo vio pálido, incluso le pareció por un instante que temblaba, mas ahora se había compuesto, dejó la tetera y un pequeño colador de plata en la mesa y, sentándose empezó a retorcerse las manos.
__Como mucha verdura fresca, fruta, jugos, leche. Puedo preparar sopa en el hornillo eléctrico, cuscús, es muy nutritivo__ añadió, tratando de sonar despreocupado, pero sin lograr disimular el temblor de su voz.

__No puede alimentarse a base de esa basura. ¡Un perro come mejor que usted!

Pedro agachó la cabeza ruborizándose y luchando para no echarse a llorar.

Guillermo lo miró un rato, hasta que, por fin, lo vio. Y mientras contemplaba la expresión torturada que nublaba los preciosos rasgos, se dio cuenta de que él, Guillermo Graziani, era un egocéntrico hijo de mil p… Acababa de avergonzarlo por ser pobre, cuando ser pobre no era un motivo de vergüenza. Él también había sido muy pobre. Pedro era un hombre inteligente y atractivo, que además era buen estudiante. No tenía de qué avergonzarse. Lo había invitado a su casa, una casa que él se había esforzado para que resultara acogedora porque no tenía otro sitio adonde ir y él se lo agradecía diciéndole que aquel lugar no era adecuado ni para un perro. Había hecho que se sintiera despreciable y estúpido, cuando no era ni una cosa ni la otra. ¿Qué diría Mirna si lo hubiera oído?
Diría que era un idiota. Al menos ahora al recordar la nota, era consciente de serlo.

__Dis… Discúlpeme _ dijo entrecortadamente__. No sé qué me pasa _ se excusó, cerrando los ojos y frotándose con los nudillos.

__Acaba de perder a su madre _replicó Pedro con una voz sorprendentemente comprensiva.

Un resorte se disparó en la mente de él.
__No debería estar aquí _dijo levantándose rápidamente__. Tengo que irme.

Pedro lo siguió hasta la puerta de la calle y le dio su gabardina y su paraguas. Luego se quedó ruborizado, mirando el suelo, esperando a que se fuera. Se arrepentía de haberle enseñado su casa. Era obvio que no estaba a su altura. Horas atrás, se había sentido orgulloso de su pequeño pero limpio agujero de hobbit, en cambio ahora se sentía muy avergonzado. Por no mencionar el hecho de que ser humillado de nuevo delante de él hacía el asunto mucho peor.
Guillermo musitó algo, inclinó la cabeza, y se marchó.
Pedro se apoyó en la puerta cerrada y finalmente dejó que las lágrimas resbalaran por las mejillas.

__Toc, toc.
Sabía quién era, pero no quería abrir.

“Por favor que me deje en paz de una vez:”
__Toc, toc, toc.

Se secó la cara rápidamente y abrió la puerta, pero solo una hendija.
Guillermo lo miró parpadeando desconcertado, como si le costara entender que Pedro hubiera estado llorando entre su partida y su regreso.
Pedro se aclaró la garganta y se quedó mirando los zapatos italianos de él, de cordones, que se movían inquietos de un lado al otro.

__ ¿Cuándo fue la última vez que se comió un buen bife?
Pedro se echó a reír y negó con la cabeza. No se acordaba.
__Bueno, pues esta noche va a comer uno. Me muero de hambre y me va a acompañar a cenar.

Pedro se permitió el lujo de esbozar una leve y traviesa sonrisa.
__ ¿Está seguro, profesor? Pensaba en que esto__ dijo imitando el gesto en el despacho__ no iba a funcionar.

Guillermo se ruborizó.
__Olvídese de eso. Pero… __añadió, mirándolo de arriba abajo deteniéndose quizás un poco más de lo necesario en cada rincón.

Pedro bajó la vista a su ropa.
__Puedo cambiarme otra vez.
__Será mejor. Póngase algo más adecuado.
Pedro lo miró con expresión herida.
__Puede que sea pobre pero tengo algunas cosas bonitas. Y son decentes. No tenga miedo, no va a aparecer en público con alguien vestido de pordiosero.

Guillermo se ruborizó aún más y se reprendió en silencio.
__Quería decir algo adecuado para un restaurante que exige que los hombres lleven saco y corbata _dijo, con una discreta sonrisa conciliadora.

Esta vez fue Pedro quien lo miró de arriba abajo, deteniéndose tal vez un poco más de lo necesario en sus deliciosos pectorales.

__Entendí, de acuerdo, con una condición.
__No creo que esté en situación de negociar.
__En ese caso, adiós, profesor.
__! Espere! _exclamó él, metiendo su caro zapato en la rendija de la puerta, para impedir que la cerrara, sin preocuparse siquiera de que pudiera estropeársele__. ¿De qué se trata?

Pedro lo miró en silencio unos instantes antes de responder.
__Dígame una razón por la que debería acompañarlo, después de todo lo que me ha dicho hoy.
Guillermo lo miró con los ojos muy abiertos antes de volver a sentirse en aprietos.
__Yo… quiero decir… podría decirse que usted… que yo… __balbuceó.

Pedro alzó una ceja y empezó a cerrar la puerta.
__Un momento _dijo él, aguantando la puerta con la mano para darle un respiro al pie, que empezaba a quejarse__. Porque lo que escribió Matías es correcto: “Graziani es un idiota”. Estoy de acuerdo. Pero ahora, al menos, Graziani lo sabe.

En ese momento la cara de Pedro se iluminó con una sonrisa radiante que robó el respiro a Guillermo que se zambulló en tres hoyuelos impertinentes que le daban aún más belleza al rostro perfecto, y él se encontró devolviéndosela. Era precioso cuando sonreía, esos hoyuelos… Iba a tener que asegurarse de que sonriera más a menudo, por razones puramente estéticas.
__Lo esperaré aquí. __No queriendo darle motivos para que cambiase de idea, cerró la puerta tras de sí.

Dentro del departamento, Pedro cerró los ojos, y soltó un gemido.


CONTINUARÁ.
HECHOS Y PERSONAJES SON FICTICIOS.
CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA.
LENGUAJE ADULTO.
Libro de anclaje: “El Infierno de Gabriel”. Sylvain Reynard.
ESCENAS EXPLÍCITAS.

15 comentarios:

  1. Julissa Hermoso, muchas gracias por compartir.

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  2. Me encanta Eve...Qué le pasa a Guillermo que no lo recuerda y lo trata tan mal a Pedro? Espero ansiosa esa cena, me parece que las barreras de Guillermo van a caer...Hay demasiada atracción entre los dos...

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    1. Es que Guillermo tiene secretos Génesis, no te enfades, está enojado con la vida entera, pasa que el encuentro que tuvieron fue diferentes para ambos, y Pedro lo ha seguido siempre, Guillermo lo dejó pasar. Ya lo verás.. Beso. Es a prueba de ansiosas la historia, ya lo verás, y ya tendrá que aprender otro trato, besos mil.

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  3. Veronica Lorena Piccinino Muy lindo capítulo Eve Monica Marzetti lo que no puedo entender todavía es como Guillermo no lo recuerda... perdió la memoria acaso ?

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    1. Veronica Lorena Piccinino Pero lo trata muy mal....por lo me os que sea un poco más dulce.. ..pero bueno...a esperar

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