miércoles, 5 de junio de 2019

“REDENCIÓN” CAPÍTULO QUINTO.



“REDENCIÓN”
CAPÍTULO  QUINTO.

“Yo no sé si pueda volver a encontrarte, amor,
si Dios no me quiere en tu eternidad”. Indio Solari.



__De acuerdo _se rindió él.

__Bien. Por otra parte, me cuesta creer que no reconocieras su nombre después de la cantidad de veces que te he hablado de lo mucho que le gusta Dante. ¿A cuántos entusiastas de Dante  conociste en tu vida en nuestro pueblo?

Guillermo se inclinó hacia su hermana y le dio un beso en la mejilla, otro en la frente enfurruñada.
__No seas tan dura conmigo, Gaby, sabes que trato de no pensar en nada relacionado con nuestro pueblo si puedo evitarlo.

El enfado de ella desapareció al oírlo.
__Lo sé__ dijo abrazándolo con fuerza__. Pero quizá… Pedro debería ser la excepción.

Unas cuantas horas y botellas más tarde, Pedro se dispuso a marcharse.
__Gracias por la cena, tendría que volver a casa.
__Te llevaremos _dijo Gaby, levantándose para ir a buscar los abrigos.

Guillermo frunció el ceño pero siguió a su hermana.
_No hace falta, no está lejos, puedo ir caminando _ dijo Pedro desde la cocina.

__Ni hablar. Es de noche, y no me importa lo seguro que sea el barrio. Además está lloviendo _replicó Gabriela antes de empezar a discutir con su hermano.

Pedro se alejó para no oír a Guillermo diciendo que no quería acompañarlo. Pero los hermanos reaparecieron en seguida y los tres salieron al rellano. Cuando el ascensor estaba llegando, el móvil de Gaby empezó a sonar.
__Es Alberto _informó, abrazando a su amigo para despedirse__. Llevo todo el día intentando hablar con él, pero ha estado de reuniones. No te preocupes, hermano mayor, tengo llaves, y Pedro, no dejes de escribir, no todo tiene que ser Dante, hazme caso.

 Y volvió a entrar en el piso, dejando a un incómodo Pedro con un Guillermo enfurruñado en el  ascensor.
__ ¿Pensabas contarme quién eres alguna vez? __preguntó Graziani en todo ligeramente acusatorio.

Pedro negó con la cabeza y se abrazó a su abominación de mochila.
__No si no lo recuerdas _balbuceó Pedro.

Guillermo le echó un vistazo y decidió que aquella  bolsa tenía las horas contadas. Si volvía a verla, perdería los nervios y se la quemaría. Además, Matías la había tocado, lo que significaba que ya estaba contaminada, Pedro iba a tener que tirarla.
Lo guió hasta su plaza en el aparcamiento y Pedro se dirigió a la puerta de acompañante del coche. Pero entonces, Guillermo apretó el botón de un mando a distancia, y una Range Rover que tenían al lado hizo un ruido agudo.

__Vamos a usar esta. La tracción en las cuatro ruedas es más segura cuando llueve. No me gusta usar los autos con el suelo mojado si puedo evitarlo.
Pedro trató de disimular su sorpresa al ver lo incómodo que parecía. Era como si se avergonzara de su riqueza. Cuando le abrió la puerta y esperó a verlo subir, Pedro se preguntó si habría notado la conexión eléctrica entre ellos al tocarle el brazo.
Por supuesto que la había notado. Había tanto entre ellos que parecía  inexplicable y que él atribuía a que  se conocían de otras vidas, que sería imposible negarlo.

__Pedro, has dejado que me comportara como un auténtico imbécil __protestó él, frunciendo el ceño mientras salían del garaje.

“No has necesitado mi ayuda. Lo has hecho estupendamente solito”. Las palabras no pronunciadas quedaron suspendidas entre ellos. Pedro se preguntó si El Profesor sería capaz de leer la mente.
__Si lo hubiera sabido, te habría tratado de otra manera. Te habría tratado mejor.
__ ¿De verdad? ¿Y qué habrías hecho? ¿Hacerle pagar tu mal humor a otro alumno? En ese caso, me alegro de que no lo supieras.
Guillermo lo miró con frialdad.
__Eso no cambia nada. Me alegro que seas amigo de Gabriela pero sigues siendo mi alumno y hemos de mantener nuestra relación a un nivel profesional señor Beggio. Será mejor que tengas cuidado con cómo se dirige a mí ahora y en el futuro.
__Sí, profesor.
Guillermo buscó algún rastro de sarcasmo en su voz, pero no lo encontró. Tenía los hombros encorvados y la cabeza gacha. Su pequeña rosa se había marchitado y él era el culpable. El único responsable.
“¿Tu pequeña rosa? ¡Maldito sea, Graziani! ¿En qué estás pensando?”

__Gaby está muy contenta de tenerte aquí. ¿Sabías que estuvo prometida?
__ ¿Estuvo? ¿Ya no lo está?
__Alberto le pidió que se casara con él y ella aceptó, pero eso fue antes de la muerte de Mirna… __ Guillermo respiró hondo__. A Gaby no le parece preparar una boda ahora y canceló el compromiso. Por eso está aquí.

__Lo siento mucho, ella y Alberto llevan años enamorados. Pobre Gaby. __Pedro suspiró__. Y pobre Beto. Yo lo apreciaba mucho.

Guillermo frunció el ceño.
__Aún están juntos, Beto la quiere, es obvio,  y entiende que  Gaby necesita tiempo. Cuando las cosas se ponían feas en casa, ella siempre venía a verme para escapar de las peleas. Lo que no deja de ser confuso, porque yo era la oveja negra y ella la favorita.
Pedro asintió, como si lo comprendiera.
__Ella quizá te ame incondicionalmente o tal vez no seas la oveja negra como crees.
__Te sorprendería saber en cuánto. Tengo un problema de carácter señor Beggio. Entre otras cosas, me cuesta controlar la ira. Cuando pierdo el control, puedo ser muy destructivo.
Pedro abrió mucho los ojos, ante su confesión y separó  los labios como si fuera a hablar, pero no dijo nada.
__Sería… desaconsejable que perdiera los papeles cerca de alguien como tú.  Sería muy doloroso para ambos _ siguió diciendo él.

Sus palabras sonaban sinceras y aterradoras, tanto que a Pedro se le quedaron grabadas a fuego.
__La ira es uno de los siete pecados capitales _comentó, volviendo la cabeza para mirar por la ventanilla, tratando de calmar el ardor que sentía en el vientre y la opresión que le ganaba el pecho.
Él se echó a reír con amargura.
__Casualmente yo poseo los siete y otros pecados aún no clasificados como los celos por ejemplo. No te molestes en contarlos: envidia, orgullo, gula, pereza, ira, avaricia y  mi preferido… lujuria.
Pedro alzó una ceja, pero no se volvió a mirarlo.
__Lo dudo.
__No espero que lo entiendas. Tú solo eres un imán para las calamidades, pero yo soy un imán para el pecado, Pedro.
Esta vez sí se volvió hacia él, que le dedicó una mirada resignada, Pedro respondió con otra compasiva.
__El pecado no se siente atraído por el ser humano, menos por uno en particular, profesor, es más bien al revés.
__ No según mi experiencia. A mí el pecado me encuentra siempre, aunque no lo busque. Eso sí, reconozco que no se me da bien resistirme a la tentación. __Lo miró brevemente a los ojos, antes de volver a fijarse en la conducción__. Tu amistad con Gaby explica por qué enviaste gardenias y cómo firmaste la tarjeta como lo hiciste.

__Siento lo de Mirna, yo también la quería.
Guillermo lo miró de nuevo. En los ojos de Pedro, grandes, amables vio indicios  de tristeza y de una pérdida irreparable.
__Sí, ahora me doy cuenta.
__ ¿Tienes radio por satélite? _preguntó, cuando él encendió al aparato y apretó uno de los botones de presintonización.

__Sí, suelo escuchar alguna emisora de las que ponen jazz, pero depende de mi estado de ánimo.
Pedro alargó la mano hacia la radio pero la retiró sin atreverse a tocarla.
Guillermo sonrió al darse cuenta. Recordó cómo había ronroneado cuando le dio permiso para sentarse en su butaca favorita. Quería volver a oírlo.
“Navegué por ese mar salvaje, que es tu ardiente cuerpo, fue la luz de tus bellos ojos, cual improvisado faro, la que me indicaba  el camino a seguir, mas sin darme cuenta, quedé a la deriva cuando los cerraste, al comenzar el tsunami de sollozos, gemidos y suspiros, fue entonces que perdí el control de mi nave y naufragué en ese recóndito  bosque que forma el deseo, la lujuria y los manjares de tu fruta prohibida, y, arrasado por las corrientes de tu piel, me sumergí en las profundidades  abismales de tu ser y casi perezco ahogado, pero nade y nadé desesperadamente, entre las olas embravecidas de tu erotismo, tus delicias y tus placeres, y como cual náufrago solitario, logre arribar a tu paradisíaca  esencia donde liberé mi tortura para más tarde seguir descubriéndote y al fin logré sobrevivir bebiendo del néctar  vital de tu manantial secreto que desde tu fuente cayó en mi boca”.
__Adelante, elige lo que quieras.
Pedro  fue tocando los botones, sonriendo al notar qué botones había presintonizado él. No le extrañó encontrar canales de noticias, pero sí lo sorprendió hallar una  emisora llamada Nine Inch Nails.

__ ¿Hay una emisora que solo emite sus canciones? __preguntó Pedro incrédulo.

__Sí _ respondió Guillermo, revolviéndose en el asiento, como si le hubiera descubierto un secreto embarazoso.

__ ¿Y te gustan?
__Ya te dije, según de qué humor estoy.
Guillermo presintió más que vio su visceral rechazo. No lo entendió, pero pensó que sería mejor no insistir con ello.
Pedro odiaba a los Nine Inch Nails. Si empezaban a sonar en la radio, cambiaba de emisora. Si  en algún sitio ponían una canción  salía de la estancia, o del edificio, si hacía falta. El sonido de su música, pero sobre todo la voz de Trent Reznor, lo aterrorizaban, aunque nunca le había contado a nadie por qué.
“Nine Inch Nails (abreviado NIN y estilizado NIИ) es una banda estadounidense de rock industrial fundada en 1988 por Trent Reznor en Cleveland, Ohio, Estados Unidos. Como su principal productor, cantante, compositor e instrumentista, Reznor es el único miembro oficial de Nine Inch Nails y el único responsable de la dirección de la banda.1​ La música de Nine Inch Nails abarca un gran número de géneros musicales, aunque mantiene un sonido característico utilizando instrumentos electrónicos y procesamiento en el estudio de grabación. Después de grabar cada nuevo álbum de estudio, Reznor forma un grupo de músicos para las giras y conciertos. Suelen ser cambiantes y hacer arreglos en las canciones para ajustarlas a las actuaciones en directo. En el escenario, NIN suele utilizar elementos visuales espectaculares para sus actuaciones, entre las que destaca el espectáculo lumínico o enormes paneles de ledes y algunos táctiles que sirven como secuenciadores”.
La primera vez que los escuchó fue en un club. Había estado bailando con él y él se había estado restregando contra su cuerpo. Al principio no le dio importancia, porque ya estaba acostumbrado, siempre lo hacía, pero cambió cuando cambió la música y empezó a sonar aquella maldita canción. Pedro empezó a sentirse incómodo. Supuso que tendría algo que ver con aquella extraña secuencia de notas del principio, pero luego empeoró con aquella voz y la letra que apenas podía pronunciar sobre “follar como un animal” y la mirada de él mientras apoyaba la frente en la suya y le susurraba aquellas palabras, que se le clavaron en el alma y le revolvían el estómago.
Fueran cuales fuesen las creencias religiosas de Pedro, y sus oraciones medio en broma a dioses paganos menores, en ese momento tuvo la certeza de estar oyendo la voz del diablo. Sintió que era este quien lo rodeaba con sus brazos y le susurraba aquellas palabras. Y se asustó mucho. Pedro se había separado de él inmediatamente y se había refugiado en el lavabo. Mientras miraba al muchacho pálido y tembloroso que le devolvía la mirada en el espejo, se preguntó qué demonios le había pasado. No sabía por qué él le había hablado así, ni por qué había elegido ese preciso momento para hacerlo, pero estaba seguro de que no se había tratado solo de la letra de una canción. Esta había sido un medio para confesarle sus intenciones y deseos más oscuros.
Pedro no quería que lo follasen como a un animal, quería ser amado. Habría renegado del sexo para siempre si pensara que con ello lograría el tipo de amor del que se nutrían los poetas y los mitos. Ese era el tipo de sentimiento que deseaba desesperadamente aunque en el fondo no se creía merecedor de él. Quería ser musa de alguien. Quería ser venerado y adorado en cuerpo y alma. Quería ser la Beatriz de un Dante apuesto y noble,  o el Salvador Dalí de un Federico García Lorca y habitar con él para siempre en el Paraíso. Quería vivir una vida que rivalizara con la belleza de las ilustraciones de Botticelli.
Esa era la causa que, a su edad, Pedro Beggio siguiera siendo virgen y de que  guardara en el cajón de la ropa interior la fotografía del hombre que había puesto el listón tan alto que ninguno de los que había habido después había podido alcanzarlo. Durante los últimos años, había dormido con su foto debajo de la almohada. Ningún otro hombre había estado nunca a su altura. Ningún otro había despertado en él los sentimientos de amor y devoción que él le había inspirado.
Su relación se basaba en una única noche. Una noche que Pedro revivía en sus recuerdos una y otra vez, una noche que había atesorado en su mente y alma por muchos años.

Años atrás.

Pedro dejó la bicicleta cerca de la casa de los Graziani, un edificio grande y blanco y se dirigió al porche. Nunca llamaba a la puerta antes de entrar así que subió el escalón de un salto y abrió la puerta principal. La escena lo dejó helado.
La mesa auxiliar del salón estaba hecha añicos, y había manchas de sangre en la alfombra. Las sillas y los cojines estaban tirados por el suelo y Gaby y Alberto estaban abrazados en el sofá. Gaby estaba llorando.

__ ¿Qué ha pasado? _preguntó Pedro, con los ojos muy abiertos.

__Guillermo _respondió Alberto.

__ ¿Guillermo? ¿Está herido?
__! Él está bien! _respondió Gaby, riendo histéricamente__. Hace menos de un día que está en casa y ya se ha peleado con mi padre a empujones, ha hecho llorar a mi madre y ha enviado a Miguel al hospital.

Alberto, muy serio siguió acariciando la espalda de su novia desde la infancia para tranquilizarla.
Pedro ahogó un grito.
_ ¿Por qué?
__ ¿Quién sabe? Es imposible saber qué se le pasa por la cabeza cuando hace estas cosas. Ha discutido con papá y cuando mamá se ha interpuesto entre ellos, la ha empujado. Miguel le ha dicho que lo mataría si volvía a ponerle un dedo encima, y bastardo, y más y Guille le ha dado un puñetazo y le ha roto la nariz.

Pedro bajó la vista hacia la mesita. Vio que había trozos de vidrio en la alfombra, junto a la sangre, trozos de tazas de café y galletas desmenuzadas.
__ ¿Y qué ha pasado aquí? __preguntó, señalando la macabra escena.

__Miguel se ha caído sobre la mesa por culpa del empujón  de Guillermo, papá y Miguel están en el hospital. Mamá se ha encerrado en su habitación y yo  voy a pasar la noche en casa de Beto, ya no soporto estas escenas.
Dicho esto, Gaby se levantó y  arrastró a su novio hacia la puerta de calle.
Pedro seguía inmóvil en la misma  baldosa.

__Tal vez debería ir a hablar con tu madre.
__No pienso quedarme aquí ni un minuto más. Mi familia está rota, y no me arrastrarán. __Con esas palabras, su amiga se marchó.

 Pedro se acercó a la escalera, pero entonces oyó un ruido que venía de la cocina, por lo que se dirigió a esa parte de la casa. La puerta trasera estaba abierta y vio que había alguien sentado en el porche, llevándose una botella de cerveza a los labios. Tenía una abundante mata de pelo negro que brillaba a la luz del atardecer. Lo reconoció por las fotos que tenía Gaby. Era Guillermo.
Sin pensarlo dos veces, salió de la casa y se sentó cerca de él, en una tumbona en el jardín, abrazándose las rodillas y apoyando la barbilla en ellas.
Guillermo lo ignoró.
Pedro lo examinó a conciencia, grabándose su imagen a fuego en la memoria. En persona era todavía más guapo e irresistible. Tenía los ojos especialmente bellos, aunque no podía saber aún de su mirada capaz de atravesar y leerlo, sabía que eran color café, pero en ese momento estaban inyectados en sangre, y oscuros de rabia, aun así  resultaban impresionantes y el conjunto con sus cejas oscuras y pobladas le daban mayor impacto al conjunto. Resiguió el ángulo de sus pómulos, de su nariz, recta y noble, y de su mandíbula cuadrada de mentón arrogante. Se fijó en su  barba de dos días que le oscurecía la piel y casi le ocultaba la barbilla. Finalmente clavó la vista en los labios y  olvidó respirar, se quedó hechizado en su sensualidad antes de darse cuenta de su moratones.
Tenía sangre en la mano derecha y un cardenal en la mejilla izquierda. El puño de Miguel lo había alcanzado, pero sorprendentemente, Guillermo no había perdido el conocimiento.

__Siento celos del aire que respiras, porque él te tiene antes que yo, siento celos del sol, porque él puede acariciar tu piel, siento celos de tus sábanas, porque ellas cobijan tu cuerpo, siento celos de tu almohada, porque sin duda ella debe  dormir entre tus piernas, siento celos del agua que  recorre tu ardiente cuerpo, cuando te bañas, porque ella puede besar tu piel, siento celos de tu ropa, porque ella te contiene, siento celos de los  que comentan tu belleza, porque quiero que solo seas mío, siento celos de los que te miran, y así puedan robar tu mirada, siento celos de tus amigas, porque ellas son tus confidentes y conocen tus secretos, mas siento celos de mí mismo, porque no soporto que alguien pueda amarte más que yo.
No lo oía, y  si lo hacía ni lo miraba ni le respondía.

__Llegas tarde para la función. Ha acabado hace media hora.
Su voz era dulce, casi tan agradable como sus rasgos, o quizás abatida. Por un instante, Pedro pensó cómo sería oír esa voz pronunciando su nombre.
Se estremeció.

__Aquí hay una manta _le ofreció una manta de cuadros que tenía junto a la cadera. Sin levantar la vista, dio unos golpecitos a la prenda.

Pedro lo miró con desconfianza. Cuando se convenció de que ya no era peligroso, se acercó y se sentó en un taburete, aunque todavía manteniendo cierta distancia. Se preguntó si sería rápido corriendo, y luego se preguntó si él podría serlo más en caso de que lo persiguiera.
Guillermo le dio la manta.
__Gracias _murmuró, Pedro, cubriéndose los hombros con ella.

Lo miró de reojo. Era bastante alto y fuerte y se lo veía encogido en la silla de jardín. La cazadora de cuero negro hacía que sus hombros parecieran más anchos. La llevaba desabrochada y Pedro vio la amplia extensión de sus pectorales cubiertos por la ceñida camiseta, de color negro, igual que los jeans. Tenía las piernas largas. Se dio cuenta de que estaba  más alto y fuerte que en las antiguas fotos de su hermana.
Quería decir algo pero no se atrevía, saber el porqué de la pelea pero él no lo conocía más que de vista, quería preguntarle por qué había actuado de manera tan violenta con la familia más agradable que él conocía excepto Miguel que era un ser oscuro. Pero era demasiado tímido y, además, estaba un poco asustado. Así que en vez de eso, le preguntó si tenía abridor.

Guillermo frunció el cejo, pero llevándose la mano al bolsillo trasero del pantalón, sacó uno y se lo ofreció.
__Permíteme _le dijo, sonriendo al mirarlo por fin a la cara, Pedro encontró esos ojos que lo perforaron y recurrió a toda su fuerza para evitar que la fuerza de la energía que se trasmitía entre ellos lo arrasara, le devolvió el abridor, y él rompió el contacto visual para abrirle la cerveza sin dificultad, brindando después haciendo entrechocar las botellas__. ¡Salud!

Pedro brindó para no hacerle un feo, tratando de no atragantarse cuando aquella bebida con sabor a cebada llegó a la boca. Sin darse cuenta, ronroneó.
__ ¿Habías probado la cerveza alguna vez? __le preguntó él sonriendo.
Pedro negó con la cabeza.
_Pues me alegro de haber sido el primero.
Pedro se ruborizó y ocultó la cara bajo la mata de pelo color caoba.
__ ¿Qué haces aquí? __Guillermo lo miraba con curiosidad.
Pedro tardó segundos en responder, buscando una manera delicada de decirlo.
__Estaba invitado a cenar. “Esperaba conocerte al fin.”
Él se echó a reír.
__Pues me temo que como siempre…  he estropeado la velada. Bien, señor ojos de miel, añada eso a mi cuenta.
__ ¿Puedo preguntarte qué ha pasado? __Pedro lo preguntó en voz muy baja, casi en susurro, para que no se le notara el temblor.

__ ¿Puedo preguntarte por qué todavía no has salido corriendo? __contraatacó él, mirándolo fijamente con sus ojos café.

Pedro volvió a agachar la cabeza. Esperaba que, si se mostraba sumiso, se le pasaría el enfado. Sabía que estar allí con Guillermo después de lo que había pasado era una tontería. Estaba borracho y, si se ponía violento, no tenía a nadie cerca a quien pedir ayuda. Era un buen momento para marcharse pero esa mirada le suplicaba que no lo hiciera al tiempo que lo paralizaba.
Inesperadamente, él alargó el brazo y le apartó el pelo de la cara colocándoselo detrás de la oreja. Le acarició el cabello con los dedos durante unos momentos antes de soltarlo, Pedro notó una especie de conexión entre los dedos de Guillermo y su pelo y volvió a ronronear con los ojos cerrados concentrado en la sensación, olvidándose de lo que le había preguntado, nada era normal, nada era lógico, nada era parecido a otra cosa.
__Hueles a vainilla y limón _comentó él, cambiando la postura para verlo mejor__. Me gusta que no uses perfumes sofisticados.

__No lo uso, es solo el champú.
Guillermo se acabó la cerveza y abrió otra inmediatamente, bebiendo un buen trago antes de volverse hacia Pedro otra vez.
__No me gusta, la cerveza digo, me gusta más el vino, el whisky, pero ya estaría desmayado con ellos… No sé cómo ha pasado.
__Te quieren mucho. Se pasan el día hablando de ti y deseando verte.
__El hijo pródigo, o el demonio, tal vez. El demonio, Guillermo _ dijo, riendo amargamente antes de acabarse la nueva cerveza de un trago y abrir otra.

__Estaban tan contentos de que volvieras a casa. Por eso tu madre me invitó a cenar.
__No es mi madre. Y tal vez Mirna te invitase porque sabía que necesitaba un ángel de cabello castaño que velara por mí.

Se inclinó hacia Pedro y le apoyó la mano en la mejilla, quería saber si su piel era tan suave como imaginaba, Pedro ahogó una exclamación. Levantó la vista sorprendido por el contacto y se quedó prisionero de esos ojos que también lo estaban mirando con sorpresa, sintiendo de nuevo que lo conocía desde siempre. Guillermo, claramente ebrio, le acarició la mejilla ruborizada con el pulgar y pareció dudar, como si no comprendiera de dónde salía el calor que desprendía ese rostro recién llegado pero al tiempo familiar. Cuando apartó el  dedo, Pedro sintió la ausencia y ganas de llorar. Ya lo echaba de menos.
Dejando la botella en el suelo, él se levantó.

__El sol se está poniendo, ¿quieres venir a dar un paseo?
Pedro se mordió el labio. Sabía que no debería acompañarlo. Se moría por acompañarlo. Era Guillermo, el de la fotografía, y sabía que esa sería seguramente su única oportunidad de estar con él. Después de lo que había pasado dudaba que volviera de visita nunca más. O, por lo menos durante una buena temporada.
Dejó la manta en el porche y lo siguió.
__Tráete la manta __le indicó él.

Pedro la enrolló y se la puso bajo el brazo. Guillermo le tomó la otra con la mano.
Pedro ahogó un grito al notar el cosquilleo que le empezaba en la yema de los dedos y le subía por el brazo, tras superar la curva del hombro, se lanzó en picada hacia el corazón, haciendo que este le latiera mucho más de prisa.
Guillermo le rozó la cabeza con la suya.
__ ¿No habías ido nunca de la mano de un hombre? __Cuando Pedro negó con la cabeza, él se echó a reír nuevamente, suavemente__. Pues me alegro de ser el primero.

Se adentraron lentamente en el bosque y pronto dejaron de ver la casa. A Pedro le gustaba la manera en que su mano encajaba en la suya mucho más grande, y cómo sus largos dedos se curvaban sobre el dorso de su mano. Lo sujetaba con delicadeza pero con decisión y, de vez en cuando, le apretaba los dedos como si quisiera recordarle que seguía allí. Pedro pensó que tal vez ir de la mano con alguien era siempre así, aunque no tenía experiencia y no podía comparar.
Solo había entrado en ese bosque una o dos veces anteriormente y siempre con Gaby. Si algo iba mal, probablemente se perdería pero apartó esos pensamientos de su mente y se concentró en la agradable sensación de ser llevado de la mano por la fuerte y cálida del enigmático Guillermo.

__Antes pasaba muchísimo tiempo aquí__ comentó él__. Es muy tranquilo. Un poco más lejos hay un huerto de manzanos abandonado. ¿Te lo ha mostrado Gaby?
Pedro negó con la cabeza.
Guillermo lo miró muy serio.
__Estás muy callado. Puedes hablar conmigo. Te prometo que no te morderé _ dijo, con una de sus sonrisas características que se le antojó que solo eran para él, pero una sonrisa que Pedro había visto en las fotos de Gaby.

_ ¿Por qué has venido a casa?
Él ignoró su pregunta, y siguió andando, pero le agarró la mano con más fuerza. Pedro le devolvió el apretón para demostrarle que no estaba asustado. Aunque en realidad sí lo estaba.
__No quería venir a casa. No en este estado. Perdí algo y llevo semanas borracho.
Su honestidad lo sorprendió.
__Pero puedes recuperarlo.
__No. Lo he perdido para siempre __replicó él, entornando los ojos.
Luego aceleró el paso y Pedro tuvo que esforzarse para seguirle el ritmo.
__He venido a buscar dinero. Estoy desesperado. Y sí, estoy bien jodido también _dijo estremeciéndose__. Ya lo estaba antes de liarme a hostias con todo el mundo, antes de que llegaras.
__Lo siento mucho.
Encogiéndose de hombros, Guillermo tiró de él hacia la izquierda.

A través de una serie de zonas de vegetación menos tupida, entraron en un pequeño claro cubierto de hierba y salpicado de flores silvestres, malas hierbas y algún tacón de árbol. En un extremo del claro había varios manzanos viejos y de aspecto abandonado.

__Aquí es __ anunció él, señalando con el brazo a su alrededor.__ Esto es el paraíso.

Guiándolo hasta una roca que inexplicablemente había caído en medio de aquel campo Guillermo lo sujetó por la cintura y lo sentó en ella. Luego trepó y se sentó a su lado, Pedro se estremeció. La roca estaba fría a la débil luz del ocaso y el frío se coló con facilidad a través de la tela de los jeans.
Guillermo se quitó la cazadora y se la colocó sobre los hombros.
__Pillarás una neumonía y morirás __le advirtió distraídamente, rodeándole los hombros con el brazo y acercándolo a él.
El calor corporal que irradiaba lo calentó inmediatamente.
Pedro inspiró hondo y suspiró, maravillándose de lo bien que encajaba bajo su brazo, como si hubiera sido creado para estar allí.

__Eres la Beatriz del Dante, el Salvador de Federico, ¿te parece mal la intimidad entre dos hombres?
Pedro negó con la cabeza.
__No sé quiénes son.
Guillermo se echó a reír y Pedro sintió su cálido aliento en la mejilla antes de que le acariciara la oreja con la nariz.
__ ¿No te han contado eso? ¿No te han dicho que el hijo pródigo está escribiendo un libro sobre Dante y Beatriz, musas y artistas,  artistas gais?
Al ver que no respondía lo besó suavemente en la cabeza.
__Dante era un poeta, y Beatriz era su musa. La conoció cuando ella era  muy joven y la amó a distancia toda la vida. Beatriz fue su guía en el Paraíso.
Pedro lo escuchaba fascinado, con los ojos cerrados, aspirando el aroma de su cuerpo, olía a almizcle, a sudor, y a cerveza, pero no hizo caso de eso, y se centró en el aroma que era únicamente suyo. Guillermo tenía un olor muy masculino, todo él desprendía una fuerza y energía, una masculinidad arrolladora, y potencialmente peligrosa.

__Hay un cuadro de un pintor llamado Holiday. Te pareces en hombre, mucho a su Beatriz –añadió él, tomándole la mano, se llevó sus pálidos dedos a los labios, besándolos con veneración.
__Tu familia te quiere. Deberías hacer las paces con ellos. __ Pedro no sabía de dónde habían salido aquellas palabras.
Guillermo se limitó a abrazarlo con más fuerza.
__No son mi familia. No la de verdad. Además, es demasiado tarde, Beatriz, no tengo redención.
Pedro se sobresaltó, seguramente deliraba al llamarlo así. Realmente había bebido demasiado, estaba alucinando con alguna chica que amaba. Pero ni siquiera entonces apartó la cabeza que descansaba en su hombro, poco después, Guillermo llamó su atención acariciándole el brazo.
__No has cenado.
Pedro negó con la cabeza.
__No.
__ ¿Quieres que te dé de comer?
 A regañadientes, levantó la vista para mirarlo. Él sonrió y, bajando de la roca se acercó a uno de los pocos manzanos que sobrevivían. Estudió los frutos y escogió el más grande y rojo que encontró. Luego tomó otro más pequeño y se lo guardó en el bolsillo mientras regresaba a su lado.

__Toma _dijo, ofreciéndole la manzana.

Pedro se la quedó mirando, hipnotizado, como si se tratara de un tesoro.
Guillermo se echó a reír y la movió delante de sus ojos, como habría hecho un niño con un azucarillo delante de un poni. Pedro tomó la manzana y se la llevó a la boca, mordiéndola con decisión.
Él observó cómo lo hacía, observó cómo tragaba. Luego volvió a la roca y se quedó mirándolo aparentemente satisfecho. Manteniéndole delicadamente la cabeza apretada contra su hombro. Se sacó la otra manzana del bolsillo y se la comió.
Se quedaron allí quietos, mientras el sol se ponía. Cuando el claro estuvo a punto de quedar envuelto en sombras, Guillermo extendió la manta sobre la hierba.

__Ven __le invitó, tendiéndole la mano.
Pedro sabía que era una locura sentarse con él en la manta, pero lo hizo igualmente. Estaba enamorado de Guillermo sin plantearse la cuestión del género, desde la primera vez que Gaby le enseñó una foto suya. Sin poder resistirse, muerto de vergüenza, había robado esa foto. Y ahora que lo tenía ante él, luego de tanto tiempo de espera, en persona, en carne y hueso, no podía hacer otra cosa que darle la mano, que todo lo que él mandara pues le robaba la voluntad con la misma intensidad de su mirada.
__ ¿Alguna vez te has tumbado en el suelo al lado de un chico para mirar las estrellas? __preguntó él, tirando de Pedro hasta que estuvo tumbado a su lado.

_No.
Guillermo entrelazó los dedos con los suyos, y las colocó por encima de su corazón. Su latido firme y regular lo tranquilizó.
__Eres hermoso, como un ángel de ojos castaños.
Pedro se volvió para mirarlo y le sonrió.
__Pues yo creo que tú eres hermoso _ dijo tímidamente acariciándole la mandíbula y maravillándose de la sensación de su barba bajo sus dedos.
Él sonrió a su vez y cerró los ojos. Pedro le resiguió los rasgos de la cara con los dedos durante un buen rato, deseaba aprenderlo de memoria con todos los sentidos, hasta que el brazo se le empezó a dormir.

_Gracias _ dijo él, abriendo los ojos.
Pedro sonrió y le apretó la mano, sintiendo que el corazón de Guillermo se aceleraba.
__ ¿Te han besado alguna vez?
Ruborizándose intensamente, Pedro negó con la cabeza.
__Pues me alegro de ser el primero. __Incorporándose y apoyándose en un brazo se inclinó sobre él con una sonrisa en los labios y los ojos brillantes__. No dejes que nunca nadie entre su lengua en tu boca, desde hoy es mía, para siempre mía.

Pedro cerró los ojos justo antes que sus labios se encontraran, estaba flotando.
Los labios de Guillermo eran cálidos, y acogedores, y se posaron sobre los suyos con cuidado, como si  tuviera miedo de lastimarlo. Inseguro y receloso, Pedro quieto no le abrió la puerta, Guillermo devoró sus labios con los suyos, los engulló, mordisqueó, saboreó, lamiendo cada contorno, trazándolos con la punta endurecida de su lengua, empujando, acarició la mejilla con el pulgar, mientras su boca se movía delicadamente sobre la de Pedro, esperando la rendición, en tanto se conformaba con sentir su sabor, con experimentar la textura suave del esmalte de sus dientes perfectos, con saciarse de sus encías, y ese estudio minucioso en ese beso fue mucho más de lo que Pedro esperaba.
Se había imaginado que sería un beso descuidado, algo violento. Se había imaginado que sus besos serían desesperados, urgentes que sus dedos buscarían partes de su cuerpo que no estaba listo para dejarse tocar. Pero Guillermo dejó las manos donde las tenía, una acariciándole la parte baja de la espalda, la otra en la mejilla. Fue un beso tierno y dulce, el tipo de beso que Pedro se imaginaba de un amante que le daría a su amado después de una larga ausencia.
Lo estaba besando como si lo conociera, como si le perteneciera, era un beso apasionado, lleno  de emoción como si cada fibra de su ser se hubiera fundido y extendido como miel sobre sus labios para poder transmitírsela a Pedro. Su corazón dio un brinco ante esa idea. Nunca se había imaginado que un primer beso pudiera ser así, entregar el ser. Cuando la presión de los labios de Guillermo disminuyó, sintió ganas de llorar. Era consciente de que nadie volvería a besarlo así nunca más y tampoco desearía que nadie que no fuese él y solo él lo hiciera jamás.  Ningún hombre podría estar nunca a la altura. Nunca.
Él suspiró hondo y lo besó en la frente antes de apartarse.

__Abre los ojos.
Al hacerlo, Pedro se encontró con un par de ojos excepcionales, claros, llenos de sentimiento, aunque no fue capaz de descifrar sus emociones. Guillermo sonrió y lo besó en la frente una vez más antes de tumbarse y mirar las estrellas.
__ ¿En qué piensas? __preguntó Pedro, cambiando de postura y acurrucándose a su lado, muy cerca pero sin llegar a tocarlo.
__Pensaba en lo mucho que te he esperado. Esperaba y esperaba y nunca llegabas _respondió él con una sonrisa melancólica__. Si tan solo hubieras llegado antes…
__Lo siento, Guillermo.__ Hace mucho que estoy cerca de ti, pero no me veías.
__Pero ahora estás aquí, y te vi. Apparuit iam beatitudo vestra.
__No sé qué significa.
__Significa “ahora aparece tu bendición”, aunque debería ser mi bendición, porque soy yo el que recibe la bendición de tu presencia__. Guillermo lo abrazó. Pasándole el brazo por detrás, lo sujetó por la cintura abriendo los dedos__. Durante lo que me quede de vida soñaré con tu voz susurrando mi nombre.

Pedro sonrió en la oscuridad.
__ ¿Te has quedado dormido alguna vez entre los brazos de un hombre? Pedro negó con la cabeza.
__Pues me alegro de ser el primero. __Cambió la postura para que él apoyara la cabeza en el pecho, cerca del corazón. Su cuerpo encajaba a la perfección a su lado__. Como hecho para mí _ murmuró Guillermo contra su pelo.
__ ¿Tienes que marcharte? _susurró Pedro, acariciándole el pecho con los dedos vacilantes.
__Sí, pero no esta noche.
__ ¿Volverás? __Su voz era casi un gemido.
Guillermo suspiró profundamente.
__Mañana seré expulsado del Paraíso. Nuestra única esperanza como en el caso de Beatriz y Dante, es que tú me encuentres. Búscame en el infierno…

Lo volvió delicadamente, tumbándolo en el suelo. Luego colocó una mano a cada lado de su cuerpo y se cernió sobre Pedro. Con los ojos muy abiertos, lo miró con nostalgia, intensamente, como si pudiera ver dentro de su alma.
Y entonces… lo besó.

__ 2017.

Entró a su departamento con la emoción escapando por sus poros, la nueva novela de su escritor preferido estaba entre sus manos. Podía oler el amor que se escurría entre los pliegues del papel regalo. Pretendió tener el control de la situación y se hizo un café. Sentado en el sofá, despegó cuidadosamente la cinta y abrió el envoltorio, apoyó su mejilla contra la dura tapa del libro o más bien contra la silueta de quien sería su próximo amor, “El extraño sin pasado” que en negra silueta parecía corporizarse frente a su mirada dilatada. Lo olió como esperando reconocer el perfume de su amado. Cruzó sus piernas y acomodó sus pies en blancas y relajantes medias bajo ellas. Colocó la taza y la lapicera sobre el apoyo del sofá, que sería por un tiempo parte del equipo melancólico esencial y el portador de los secretos mejor guardados de la pareja que vibraba por conocerse.

Abrió el libro y leyó las primeras páginas, todo lo escrito, minuciosamente, como refrenando el momento de empezar con la trama. Dio vuelta una blanca hoja y allí apareció infaltable y tan necesaria como el libro mismo, la dedicatoria de su amigo del alma: Maxi. Tomó la lapicera y escribió: “Maximiliano, siempre  Maxi”, y el número 10  y le hizo un círculo al número alrededor, era el  décimo libro que él le regalaba pero sintió que este sería especial.
El afamado escritor se sentó en su rincón preferido de la casa, el altillo. Abrió la laptop y escribió: “El lugar de la  verdad”, el título de su nueva novela. Justo cuando iba a comenzar a escribir el primer renglón, ve con estupefacción que letras aparecen en la pantalla sin que él hubiese tocado nada. Cuando la sucesión de letras se detiene, las lee en voz alta: “Maximiliano, siempre  Maxi” y el número 10  dentro de un círculo. Su inmediata reacción fue la de cualquiera, levantó la laptop,  miró por debajo y luego la colocó en su sitio. Apagó la computadora y la reinició. Con la página en blanco, escribió lo mismo y nada apareció esta vez. Dudó, tal vez su mente le había jugado una mala pasada, ya no sabía si realmente había visto lo que había visto.
“Peter caminaba solo, como siempre, aunque su angustia y la pesada herencia de no haber sido amado de niño, lo acompañaban. Necesita ayuda pero parecía que la vida lo había elegido para jugar un juego infame en el que lo necesario para ser feliz se mantenía fuera de la cerca que aislaba su apesadumbrada alma de cualquier persona lista para enseñarle a vivir con amor. Su delicado rostro y grandes ojos colmados de  tristeza, eran el precio apostado contra su felicidad.” Al leer este primer párrafo de la novela, Guillermo ya había caído presa de un profundo amor por él que, lejos de ser platónico, lo colmaría de sentimientos enfrentados y profundos, por lo menos hasta que terminara la novela. Sorbió un poco de café, respiró profundo e hizo un círculo sobre el nombre de su nuevo compañero en la soledad sentimental: “Peter”, y en prolija imprenta añadió al costado: “Te amo” y “te voy a ayudar”. Guillermo  tenía la costumbre de marcar los libros que leía, poner citas, fechas o subrayar oraciones o expresiones que le pereciesen importantes.
Frente a la pantalla y después de haber escrito unas cuantas hojas, Pedro  Beggio reflexionó un poco como siempre, como desde hacía tanto ya: “Si supieran que siempre soy yo, que el protagonista necesitado y desprotegido soy yo”. Pero no cedió al acecho de la melancolía extrema, prefirió seguir escribiendo nuevamente. En la pantalla, se repitió la escritura misteriosa y un círculo. Al lado: “Te amo” y más allá: “te voy a ayudar”. Trató de recordar si es que él había escrito eso en algún momento o era parte de un escrito anterior. Peter, era el protagonista de su anterior novela pero lo demás… Quería entender si de alguna manera esas palabras raras aparecían, por cosas de la electrónica nuevamente sobre lo nuevo escrito. Una especie de basura residual que debido a quién sabe qué cosa, se insertaba arbitrariamente sobre sus letras. Más confuso y abrumado que temeroso por la extrañeza de este evento, solo se dignó a dar curso hacia atrás y borró lo que no pertenecía de ninguna manera a la novela que escribía. Prosiguió con la trama que estaba más que clara en su mente y de la cual ya sabía hasta el final, aunque eso no garantizaba que durante la escritura de la misma no diera un giro en otra dirección y terminara en un lugar inesperado y desconcertante, cosa que a menudo sucedía, ya le había pasado demasiadas veces y hasta alguno se atrevería a decir que ese hecho era en realidad lo que hacía de sus libros una pieza de orfebre, una rareza dentro de una literatura gastada y recurrente.
Guillermo  leyó una frase, la subrayó y pensó en él mismo, en su dura infancia y peor adolescencia, ¿qué hubiese sucedido si alguien no lo hubiese salvado, sacado de aquel mundo en el que cada día te dejaba como regalo una marca en el cuerpo y una profunda cicatriz en el alma?
 Su lúcida mente trataba de frenarlo, de hacerle comprender la realidad, la cruda realidad de que él era un personaje, la ficción misma. Lo quería hacer comprender, no gastar nada de los sentimientos almacenados en su corazón, que no había futuro, solo pérdida de tiempo y más dolor, pero él escuchó a su corazón como siempre, aunque este lo impelía como a una ola y lo destrozaba contra las piedras vez tras vez. Él se aferraba, prefería el dolor al escepticismo, prefería morir a pasar por la vida sin amor, todavía confiaba en su corazón.
Pedro escribía y escribía, no le daba tiempo a la soledad para enrostrarle su poder, ingenuamente pensaba que la mantenía a raya, que jamás le pasaría la factura, que estaba envestido de poder. Poder que se esfumaba al final con la misma rapidez con que escribía sus novelas. No quería volver a fracasar, demasiado dolor, el amor ya no era para él, pero… ¿Quién puede detener su arrolladora ambición? Pedro prefería desconocer, mientras hubiera musas, todo estaría bien. Al contemplar unas palabras subrayadas que él no escribió entre su texto, comenzó a reír, decidió no luchar más con eso. Sea lo que fuera, le dio permiso de estar. Esta vez decía: “Cuánto añoro encontrar el alma salvadora, la justicia en forma de par que me conceda la redención.” Reconoció esa frase, era suya. Pensó que tal vez algo saldría de todo esto y no se preocupó más.
Llegando al final de su novela había perdido el número, la cantidad de intromisiones electrónicas que tenía su texto. Al final las recopilaría y las guardaría, no dejaban de ser una rareza que un día quizá tuviera explicación.
Guillermo no era tan veloz como lectora, aunque podría si quisiera, leía con cautela, hilvanaba las palabras, era un tejedor literario. ¿Qué apuro tenía? Necesitaba conocer a su amado, estar con él. De alguna forma retrasaba el final, posponía la agónica despedida aunque en realidad Peter nunca se iría de su corazón. Llamada de Maxi, dejó a su amado un momento y escribió: “Ya vuelvo mi amor”. Secó sus lágrimas y recompuso su voz. Dijo: “Hola” en plena transición y Maxi lo leyó, lo conocía muy bien. “¿Estás bien?”, le preguntó a un  Guillermo que solo con él no se avergonzaba de sentir. Hablaron un rato y  Guillermo le contó de su nuevo amor y la sensación de que esta vez sucedería algo. Maxi  le pasó su nuevo número de teléfono, el que tendría a partir de ahora, tenía esa costumbre de cambiar. Guillermo anotó en el libro que leía: “ Maxi:   5444909”. Hablaron largo rato y se despidieron prometiendo verse el fin de semana. Cuando colgó, Guillermo besó el libro, le susurró: “Hasta mañana mi amor”, preparó la cena y a dormir, mañana debía ir a trabajar.
Eran las siete de la tarde y Pedro abre la computadora, era hora de trabajar, llamados de amigos, la alimentación del perro y un vistazo a las noticias de hoy lo mantuvieron lejos de su amiga con teclas en el cuerpo. El programa se abrió justo donde había dejado pero algo lo sorprendió, él no lo había escrito pero apareció: “Maxi  5444909”. Faltaban pocos capítulos para terminar y el archivo estaba lleno de fechas, frases, subrayados y otros escritos que no eran de él. Era la segunda vez que leía Maxi, la primera la había borrado pero tenía buena memoria. Esto era un teléfono, era diferente y desconcertante, no registraba el número, no era de los de él. Solo había algo por hacer. Lo escribió en un papel y lo dejó sobre el escritorio, quizá mañana o pasado se atrevería a llamar. Siguió escribiendo su novela, las ansias del final, sus dedos se movían a la velocidad de la luz, pero algo le molestaba, no sabía por qué pero tenía que llamar hoy, presentía que mañana sería tarde.
Tomó el celular y marcó, al instante cortó. ¿Qué diría? ¿Cómo explicar a quien atendiera?, si es que lo hacía alguien, ¿dónde encontró el número? Se avergonzó y su piel se tiñó de rosa, ¿cómo podía ser? Él, el que había conmovido a tantas personas, no sabría qué decir. Se acordó de su versada instrucción y de la habilidad para resolver problemas en la complejidad de las historias creadas y se vistió de actor. Sería por el tiempo que durase un llamado el protagonista de esta novela que alguien escribió por él. Volvió a marcar y esperó. “Hola”, la dulce voz de joven. “¿Maxi?”, preguntó impostando la suya, se había decidido por el seductor. “Soy Pedro  Beggio y quisiera hablar contigo”.  Luego de la recuperación del shock, y darle datos para que supiera que fehacientemente hablaba con él, Pedro lo citó en un bar, al otro día a las cinco  de la tarde, y Maxi  aceptó. Llevaría todas las notas, quizás él  lo pudiera ilustrar, encontrar la solución a este dilema que la literatura de algún modo planteó.
El encuentro fue sencillo, la fama que precedía al escritor poco rival era contra la estampa de este y sus grandes y tristes ojos. Maxi  lo vio y murió de amor. Se preguntaba cien veces a cada paso de él al acercarse “¿Qué querrá?, ¿qué querrá?”. Maxi se levantó y le hizo señas, él le dio un beso y sin rodeos le mostró las notas a él  y le explicó cómo aparecieron entre sus escritos. Maxi  tuvo que volver a cero su cerebro, mucha información, preguntas y esos ojos que esperaban algo de él, debía responder. En pura inteligencia y astucia  y entendiendo apenas lo que podía suceder por imposible que parezca, reconoció que era obra de Guillermo, eran sus frases, su forma de escribir. De manera inexplicable el profesor  se comunicaba con él. Pensó en el destino y la lealtad pero el amor pudo más, si es que era amor, y declaró envestido del poder que da el saber o creer saber: “Fui yo, estoy enamorado de Peter, el personaje de tu novela, fui yo. No sé cómo llegó eso a tu mundo, tal vez con la fuerza de mi amor”. Maravillado, Pedro lo escuchó y lo escuchó, era muy bonito, quizá podría intentar…  Quedaron en hablar. Él le dio la mano, lo  besó tiernamente en la mejilla, pagó la cuenta y se marchó. Los dos mundos de  Maxi  en ese instante colisionaron y el golpe dolió. Encuentro con aroma a traición. Lo quería para sí, el destino los había juntado tal vez, no quería renunciar, ¿por qué? Apesadumbrado regresó a su casa y se fue a dormir, lloró la noche entera, su amigo del alma…  Guillermo. ¿Cómo pudo hacerle eso?

Pedro entró a su hogar con más dudas que certezas, hasta el perro lo miró con lástima. Había recibido una explicación del lindo Maximiliano y solo por eso debería sentirse bien pero no, ¿no se esperaba en un caso así encontrar al amor de la novela perfecta? Seguía esa sensación de soledad, la preferencia por escribir, antes que lo sentimental. “Cosas de la vida”, pensó y subió a terminar.

 Guillermo se despertó intempestivamente, eran las dos de la mañana y el sueño huyó y lo dejó desamparado. Se dirigió al living, su amigo sillón, recordó ese chocolate para ocasiones especiales y con el sabor ya en su paladar, abrió el libro y prosiguió su lectura: “Confundido, perdido en la espesura del amor no correspondido… ” ¿Por qué el sentimiento de soledad, la congoja, el espíritu quebrado del brazo de este hombre? ¿Es realmente mi amor?”, se preguntaba mientras caminaba junto a ese esbelto joven los pasos necesarios para ingresar a la embajada en donde una recepción que explotaba en fulgor nada haría para aliviar su soledad.” Guillermo cerró el libro, buscó la lapicera, volvió a abrir el libro y en la esquina superior de la página 202 escribió: “No mi amor, no es tu amor, tu amor soy yo. Soy  Guillermo y espero por vos”. Cerró definitivamente el libro y se recostó en el sofá, se acurrucó en el mismo y se durmió. Soñó con él y la felicidad, soñó una vida de verdad.

“Golpeó la puerta de su amigo y después de un rato este abrió... Alberto se abalanzó y lo abrazó con profundo agradecimiento, lo besó como a un hermano y mirándolo a los ojos le dijo: ‘Este es realmente el hogar de la  verdad. Fin”. Había terminado la novela antes de las dos de la madrugada. De alguna manera sintió que había perdido algo y el miedo a la soledad se acercó peligrosamente. El corazón casi se le paró cuando vio la oración aparecer sin que alguien la digitara: “No mi amor, no es tu amor, tu amor soy yo. Soy Guillermo y espero por vos”. Tan apuradamente quiso tomar el celular que este se le cayó de las manos y contra el piso se desarmó. Ansioso esperaba el inicio del mismo y cuando sucedió, marcó el número de  Maxi. “Maxi, ¿tú  estás escribiendo?”. Maxi que no entendía la pregunta, ni de quién era, ni nada, apenas pudo contestar, embotado todavía escuchó que era él y le contestó que no, que estaba durmiendo. “¿Quién es Guillermo?”, le preguntó Pedro sin rodeos y Maxi explotó en llanto. Como pudo, ahogado por la traición a su amigo que le apretaba el cuello, le pasó su dirección a Pedro, le tenía que explicar. Esta era su novela, su vida y Pedro no lo dejaría pasar así nomás. Se vistió, sacó el auto de la cochera y se dirigió hacia  el que le proporcionaría la verdad o seguiría su jugada hasta el final.
Cinco y cuarenta y cinco de la mañana y suena el timbre en el departamento de Guillermo. “Subí  Maxi”, le dijo adormecido. Supo que algo andaba mal. Cuando abrió la puerta,  Maxi se colgó de su cuello y le pidió perdón. “¿Perdón? ¿Por qué?”, repreguntó Guillermo aún más confundido.
-“¡Por mí!”, contestó la voz de hombre antes de dejar ver esos grandes ojos castaños. “Yo también esperaba por vos”, le dijo el autor de todas las fantasías de Guillermo.

“Mensaje de amor  secreto”, su última novela premiada vio la luz en los anaqueles de las principales librerías del país. En su casa del centro, Pedro  Beggio  ya no luchaba más contra su soledad. Sabía que había hallado a su Dante, mas Guillermo ahora se escondía tras frases que llegaban a sus libros, ¿podría hacer lo mismo si se dedicaba al estudio de Dante?
Como fuera que fuese, Guillermo Graziani,  seguía ardiendo en el infierno esperando por su redención, y él debería salvarlo, como le dijera años atrás en Rosario, solo entonces  la compañía y risas, amor de verdad y los niños correteando por ahí,  llenarían sus vidas en…  El Paraíso. ¿Cuántas barreras puede el amor vencer? Quién lo sabe, pero a Guillermo y Pedro el amor los buscó y contra todas las fuerzas los  juntaría en algún lugar del tiempo.

2019.
__ ¿Pedro?  ¿En verdad deseas continuar tu seminario conmigo? __preguntó Guillermo.
__A eso llegué, eres el mejor, Gaby se irá en días y todo será como antes.

--Beso tus labios y lentamente  me deslizo como un ladrón entre tus sábanas, tratando de alcanzar  tu más preciado tesoro, luego de un instante  comienzo a sentir tus ardientes contracciones, mientras mi saliva viste tu desnuda piel y mis manos  delinean tu fascinante cuerpo y juntos así, piel contra piel,  despertaremos la pasión y continuaré saboreando la humedad de tu cuerpo, no pares amor,  te escucho implorar y yo,  esclavizado a tus súplicas, y deseoso de estar en ti, continúo avivando el fuego que nos hará sucumbir en un éxtasis total.
¿Te sonrojas?
__No. Ya voy acostumbrándome a ciertas cosas que diga, profesor _ dijo Pedro evadiendo la mirada__. Nuestro amor callado desequilibra la razón como amantes sin control. Ese secreto que resiste  las embestidas de víboras indiscretas que destilan su veneno llamado envidia en el interior de una verdad. En el viento encontramos el aliento que necesitamos para fundirnos en cuerpo y alma a la distancia por ese hilo imaginario en el tiempo,  aumentando la pasión de amarnos. Mentiras confundidas, misterios indescifrables, ansiedades envueltas en dudas. Así se sienten aquellos que no logran encontrar las respuestas al silencio  de noches que nos cobijan en sus brazos. Seguimos riéndonos del destino, arrancándonos la piel por deseos que gimen  en lo oculto de una intimidad que nos pertenece.
Amante  secreto bajo el manto de la noche cuando en el cielo las estrellas hacen guardia,  entrelazados nuestros corazones en un apasionado encuentro de amores tus besos y los míos se hacen eco enamorando,  hasta el aire que nos envuelve en una placentera y sensual melodía de dos enamorados que se quieren, sobran las palabras que no hacen falta porque los sentimientos, ellos hablan. Tu desnudez igual que lanzas atraviesan mi cuerpo que tanto te ama, eres tú,  en tu piel mis besos resbalan acariciando cada centímetro tuyo…  tus piernas y las mías entrelazadas mientras las estrellas nos están mirando amado, amante,
el tiempo ante nosotros se  para,  es tanto el amor que yo te tengo que no me importa estar así toda la vida. Un susurro, un suspiro, sale un lamento de nuestras gargantas, es el éxtasis que al fin aparece después de una noche de locura.
nota: "Usted es la imagen de la grandeza, el sueño y los sacrificios, las letras y sus declives, y la hermosa transparencia de lo divino. Un amor secreto es estar en el infierno, pero puede que lo soporte.
__ ¿Qué dijiste?
__Que quizá para vivir plenamente, haya que entrar al infierno, ¿verdad profesor?
__La vida es difícil  de describir,  nos paseamos en ella sin entenderla, pero es lo mejor que podemos hacer, porque nos convencemos que nunca lograremos descubrir su enigmático juego de ajedrez. Vagamos en ella como brisa en el viento disfrutando o sufriendo cada situación cuando nos choca en la cara los embates imparables del tiempo, en mi vida y estoy seguro que muchos de ustedes se encuentran en el mismo camino, no ha sido fácil…  tropiezos tras tropiezos, sabores amargos que se nos hacen adictivos no porque queramos sino porque abundan en más cantidades,  momentos de amarguras que con sabor a miel encauzamos nuestro destino tratando de olvidar, disfrazando los fracasos en bellas y hermosas verdades para respirar un poquito de la paz que nos brinda la corta y fugaz vida. Miramos hacia el futuro tratando de montarnos en el tranvía de la felicidad y el amor, aunque siempre llevemos equipajes del pasado, queramos o no, seamos soñadores o no, siempre permanecerán con nosotros esos recuerdos arraigados en el alma, solo que debemos entender cómo convivir con ellos sin malograr nuestro futuro, es difícil pero nuestra mente está capacitada para ingerir y saber actuar acorde a lo que seamos capaces de proponernos. Dios siempre nos guiará en este pasaje ínfimo por la tierra y solo él sabe cuándo viajaremos definitivamente al reino de la vida eterna, mientras tanto con nuestros problemas debemos continuar tratando de buscarles soluciones a ellos y nunca ahogarnos por pretender que otros nos lo resuelvan, en ti está la respuesta de un mañana deseado, solo vive sin remordimientos porque hacen mucho daño, vive con el deseo a flor de piel, con una pasión infinita en tu interior, con un placer enorme en todo lo que realices como ser humano. Quizá me he extendido en lo que pienso sobre la vida. Es posible que ella no me haya llevado muy bien. Pero la sigo amando con todas mis fuerzas desde lo más profundo de mi corazón, pues la felicidad la encontramos cuando existe amor en nuestro interior, ese amor que brindamos desde adentro, desde nuestra alma hacia afuera, hacia todos, incluyendo a la propia vida. Ama a la vida sin miedo al mañana...

CONTINUARÁ.
HECHOS Y PERSONAJES SON FICTICIOS. CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA.
LENGUAJE ADULTO. ESCENAS EXPLÍCITAS.

15 comentarios:

  1. Susana Dulce, muy extraído del corazón que añora

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  2. Me encantó Eve...Un Guillermo arrogante, algo agresivo y tierno a la vez, y un Pedro tímido y soñador que busca al amor de su vida...Bellísimo y sensual...

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