lunes, 3 de junio de 2019

“EL PODER DEL AMOR”. CAPÍTULO TRECE.



“EL PODER DEL AMOR”.

CAPÍTULO TRECE.


Ella también lucía bien esa mañana, las líneas del rostro se habían suavizado y los ojos negros le brillaban de alegría. No obstante, el esfuerzo sobrehumano de esos días le había impreso una huella indeleble y parecía haber envejecido diez años. Hasta Agustín le insistió con que lo dejara con sus hermanos y se marchara al hotel a descansar, y Laura tomó el tazón de leche y el trozo de pan y siguió alimentando a su hermano.

__

Guillermo miraba su partida de bautismo, el nombre huinca que le debía a Agustín, que usaría solo y tan solo por amor a Pedro si algún día no quedara otra opción y de pronto encontró entre sus ropas de la noche anterior una nota, su exquisita letra y sonrió para sí al leerla:

“Contigo, todo me sirve, cualquier pretexto,
cualquier excusa, cualquier error.” Gustavo Cerati.
 “La vida no se mide por las veces que respiras,
sino por los momentos que te dejan sin aliento.” Berenice.

La necesidad insoslayable de ver a Nahueltruz llevó a Pedro a cerrar el diario  y devolverlo a la escarcela. Llevaba tres días sin verlo y corrían noticias de una escaramuza con los hombres de Racedo, y algo que lo atormentaba además de temer por el cacique es lo leído del padre del hombre que amaba, ese salvaje que había ultrajado a tantas mujeres. Se le descompuso el ánimo pensando de lo que era capaz. Y las escenas de sus momentos con el hombre al que había entregado su virginidad regresaban a la mente de manera desordenada, en ellas trataba de puntualizar alguna instancia en que Guor hubiera dado muestras de una naturaleza montaraz que resultaba evidente en su progenitor pero no la hallaba. Ahogó un sollozo y se cubrió la cara con las manos. No desconfiaría de él, a quien amaba.
Doña Generosa apareció en la habitación con el almuerzo del padre Agustín en una bandeja. Se acercó a la cabecera y sonrió satisfecha al comprobar que las sienes del franciscano seguían frescas. Notó que Pedro se hallaba inquieto, caminaba de un lado al otro con el ceño fruncido que le ocupaba el semblante.
__Si tienes alguna diligencia que hacer, querido__ susurró la mujer__, yo puedo dar el almuerzo a tu hermano si despierta hasta que llegue Laura.

__ ¿Cómo sabe uno si está realmente enamorado como usted y su esposo? _se atrevió Pedro.

__Eso es fácil querido. Solo quieres estar con esa persona, es el sentido de tu vida, quieres sentir su presencia, mirarlo, olerlo. Quieres que te toque y tocarlo. Cuando lo ves aparecer, te emocionas tanto que te duele hasta el estómago, te sudan las manos, el corazón late como deseando correr  hacia ese ser. Te duermes pensando en ella y despiertas igual, piensas en esa persona día y noche y solo la deseas ella. ¿Con quién te pasan esas cosas, mi amor? Con esa novia tuya de la capital que dicen es tan bonita.
Pedro bajó la cabeza y  no contestó. Se guardó la respuesta no porque la desconociera sino porque no se atrevía ni debía pronunciarla, pero desde hacía tiempo se repetía en silencio… “Esas cosas me pasan con Guor, con Camila jamás me sucedieron solo con Guor”.


Pedro no quería abusar de la hospitalidad de doña Generosa recargada con labores que no le correspondían, tampoco quería dejar solo a su hermano mientras María Pancha descansaba en el hotel y Laura estaba de compras. No obstante, aceptó el ofrecimiento, incapaz de controlar la ansiedad por ver a Nahueltruz.

“Como cada cierto tiempo hago, tomé el recipiente con la seguridad de que en segundos el aroma me conduciría a la esperada paz. Es como un ejercicio: el aroma, la tranquilidad, el descanso. El perfume es añejo y profundo, invade mi ser hasta los confines de los sentimientos arraigados y fuerza una tenue sonrisa en mi rostro cansado.
Inspiré mientras mis párpados cubrían la totalidad de mis ojos y el cambio me asustó. El perfume, ese perfume no pareció el mismo, dulce y reposado como siempre pero sin fuerzas. Lo percibí con el poderío acostumbrado, ese que transforma en cielo turquesa cualquier tormenta de verano. Me sobrecogí ante el pavor de la pérdida inminente y mi alma se atribuló en un instante. Las preguntas de rigor, las dudas que acechan, la búsqueda de respuestas. Preparé mis sentidos, quería indagar, llegar al fondo e inspiré. El aroma, el perfume de nuestro amor sí había cambiado, tenue lo poderoso y lo embriagante apenas conmovía. Sacudí con fuerzas la resignación segura del amor que permanecía inmaculado. Tomé la iniciativa, encendí la antorcha y fui a tu búsqueda, todavía olía el perfume de nuestro amor, todavía había tiempo.”

Salió a la calle y enseguida cayó en cuenta de que no tenía idea de dónde se hospedaba, tal vez sí había regresado Tierra Adentro. Miró a un lado y al otro con la mano sobre la frente buscando a Blasco. Había mucho movimiento, pasaban carretas, buhoneros, pregoneros, hombres a caballo, mujeres con sus niños, pero ni rastros del muchacho. Enfiló rumbo al establo, allí lo encontró barriendo el follaje.

__Señor Pedro _ se sorprendió Blasco, no tanto por encontrarlo allí sino por el mohín en su expresión__. ¿Algo malo le sucedió al padrecito?

__Nada, nada _ se apresuró a aclarar__. Quiero que me lleves con el cacique Guor.

A Blasco le tomó unos segundos comprender cabalmente el pedido. Se quedó mirándolo y, aunque dudó, no se animó a contradecirlo,  le pidió que lo acompañase.
Lo guió por las calles de la villa para terminar frente al portón trasero del convento. Con la agilidad de una cabra, Blasco trepó la pared y se arrojó dentro. Un momento después, levantó la falleba y abrió el portón. Encontraron al cacique  subido a una escalera, mientras reparaba algo en el techo solo con un brazo, y otras partes del gallinero, donde la noche anterior  se había metido una comadreja y matado varias gallinas.
__! Y tú sin oír ni pío! __se había irritado Fray Humberto esa mañana, mientras Nahueltruz lo ayudaba a quitar los animales destrozados.

__La tormenta Fray Humberto _tentó el cacique, que se hallaba entre los brazos de Pedro o soñando con él mientras la comadreja correteaba a las gallinas. Para contentar al fraile, se puso a reparar los huecos con madera y reforzar la estructura general del gallinero. En eso se ocupaba, cuando Pedro y Blasco se deslizaron dentro del convento. La herida sufrida en la escaramuza en el torso se resintió y lo llevó a echarse en el camastro.

Todo el tiempo los jóvenes se quedaron observándolo a cierta distancia, Nahuel martillaba, tenía el torso desnudo  y los músculos revelaban el esfuerzo, acompañaba los golpes con el entrecejo fruncido, mueca que Pedro encontró irresistiblemente atractiva.
__ ¿Por qué lo trajiste? _se enfadó con Blasco.

__Yo se lo pedí _terció, Pedro.

Nahueltruz vociferaba desde el camastro.
__Te volviste loco, Blasco. ¿Alguien los vio?
__Nadie nos vio. Nahueltruz _farfulló el muchacho, muy afectado.

_Ve a la cocina y pídele a fray Humberto que te convide con las bolas que acaba de freír.

Blasco salió corriendo, no tanto por las bolas fritas, que eran famosas, sino por escapar a la ira de Nahueltruz.

Pedro cabizbajo siguió con la mirada al muchacho cada vez más arrepentido de haberse presentado y de haberse entregado a él, un pensamiento lo torturaba. ¿Podía ser Guor del tipo de persona que una vez saciada la lujuria del momento desechaba al otro que con tanto afán cortejó y persiguió? La abuela Ignacia  les advertía a menudo acerca de esa clase de cretinos. “El hombre valora a la mujer fácil tanto como a la flor marchita”, era su lema para Laura, que jamás habría hecho aclaraciones tan innecesarias a sus hijos pero como conocía el carácter rebelde y pasional de los hermanos, juzgaba que nada estaba de más. Le aterrorizaba el que alguno o alguna los embaucara, bien decía el refrán “El fuego ella estopa, viene el diablo y sopla”. Pedro, sin embargo se negaba a aceptar que Guor fuera como esos señoritos frívolos e insensibles de la ciudad.

__ ¿Quién te atacó, estás herido?
Guor negó con la cabeza, y se incorporó en el camastro, se limitaba a observar a Pedro sin hostilidad, tampoco con asombro, simplemente lo miraba con curiosidad. Le  gustaba el cuerpo de Pedro, de caderas definidas que él soñaba con encerrar entre sus manos, de hermosas pantorrillas de músculos bien definidos, de fuerte torso que intentaba no mirar, deseaba sujetarle el cabello alborotado y enrollar mechones entre sus dedos, hundir la lengua en los pocitos del rostro que se acentuaban al sonreír, apreciar la blancura de su piel y la dulzura de esos ojos almendrados enormes y dulces como la miel. ¿Cuánto costaría la ropa elegante que lucía aun cuando ni siquiera llevara traje, o esos zapatos que intuía de cuero, o el perfume que lo hechizaba? Siempre se avergonzaría de él a pesar de sentirse atraído, no por ser hombre solamente lo de ellos era algo destinado a morir y sin fututo, y a pesar de saberlo no había podido escapar a embarcarse en esa relación, lo lastimaría, en su caso el amor sí que dolía. “Soy uno más de tus caprichos, Pedro”.

__ ¿Vas a almorzar en la cama o prefieres que improvise una mesita? __dijo evadiendo la mirada__, te traje comida de la casa del doctor__. ¿Te quedas allí? __Esperó en vano una contestación__. Creo que no ha sido una buena idea venir a verte y traerte la comida. Mejor me voy. __Giró en dirección al portón con los ojos llenos de lágrimas.

__Pedro.
Lo conmovía que pronunciara su nombre sin la formalidad del señor o del don. Se detuvo aunque permaneció de espaldas. Lo oyó moverse y se dio la vuelta.
__ ¿Qué haces…? __le preguntó, enojado, al ver la parte superior del torso cubierto por una faja, mientras se aproximaba a la cama__. ¿Por qué te empeñas en levantarte si ya sé que estás herido? ¡Oh! __exclamó, y miró hacia otra parte con la imagen grabada en la retina de las piernas peludas y curvadas típicas de quien monta a caballo, y de una bombacha que contenía un bulto que le resultó inverosímil.

Guor  había echado la manta al costado y se erguía con cuidado para no inclinar el torso vendado. Bajó las piernas y se puso de pie.
__Alcánzame el pantalón, por favor. Pedro se lo pasó con el rostro sonrojado__. Ya estoy decente. Puedes mirarme sin escandalizarte.

Pedro se dio vuelta y sonrió de manera sincera, sentía las mejillas calientes, hacía mucho que no le sucedía. Levantó la vista y al encontrar los ojos café del cacique experimentó todo al mismo tiempo: la boca se le secó, las palmas sudadas, las palpitaciones en el pecho y en la ingle, el escozor y cosquilleo en la piel, las ansias porque sus brazos lo apretaran, porque sus labios lo devoraran. Él en cambio, lucía dueño de él. Pedro tenía la sensación de ser un adolescente frente a un hombre maduro y curtido, su espíritu era sin dudas más viejo y sabio que el suyo como opinaba Blasco.

__ ¿Cómo te sientes? Cuando supe que te había emboscado alguien enviado por Racedo no tenía cómo encontrarte __ dijo con voz extraña que le avergonzó y le obligó a carraspear.

__ ¿Por qué no viniste antes  a verme entonces?
__Porque… ya sabes, no me parecía correcto, además temí me siguieran, no sabía si estabas cerca o Tierra Adentro. Además no quería molestarte.

Guor soltó una risa sardónica que Pedro no le conocía y que a pesar de tratarse de un gesto cargado de desprecio, lo embellecía. El cacique se alejó en dirección de la ventana, contemplando el jardín y el patio del convento. Los pasos de Pedro que se aproximaba al cesar lo hicieron saber que se encontraba detrás de él mas a escasos centímetros.

__ ¿Por qué te decidiste a venir hoy? ¿Por qué hoy sí es correcto? ¿Por qué hoy te parece que no molestarás?
__Bueno, ya te dije… Estaba preocupado, quise traerte buena comida… ¡Ah! _gritó Pedro cuando Guillermo giró sobre sus talones y le aferró por los brazos __ ¡Nahuel, me lastimas!

__ ¿Alguna vez en la vida podrías ser sincero contigo y con los demás? ¿Por qué viniste a verme hoy, Pedro? Porque tu hermano está mejor y solo al cuidado de Generosa, porque María Pancha duerme en el hotel, porque Laura fue al boticario y nadie más que Blasco que a ti te importa un rábano se daría cuenta de que el príncipe le tiene ganas a un plebeyo?
__ ¡Te odio, te desprecio!
__Si me odias y desprecias, ¿por qué viniste a verme? ¡Por qué! __Lo sacudió, y le clavó con saña los dedos en los brazos.

Nahueltruz cerró las puertas del establo que solo quedó a media luz. Pedro estaba con la cabeza baja, las manos bajas para que él no notara que temblaba. La vergüenza y la humillación le habían arrebolado las mejillas y agradeció que Guor no pudiera advertirlo quizás en la lobreguez reinante.
__ ¿Qué se te cruzó por la cabeza al pedirle a Blasco que te trajese hasta aquí? __su voz tronó en los oídos de Pedro.

__No tenías deseos de verme, deja de echarme culpas a mí.
__! Deseos de verte! ¡Claro que tenía deseos de verte! __se exasperó, y como advertía que Pedro sollozaba, bajó la voz para repetir: por supuesto que tenía deseos de verte. Moría por verte. ¿Por qué viniste?

__! Porque solo pensaba en verte!!Porque deseaba verte con todo el corazón! Porque creí que me moría cuando supe que te había atacado la gente de Racedo. Porque quise morirme cuando pensé que podrías estar muerto. ¡Porque te extraño mucho! ¡Tanto que ya no puedo vivir sin ti! ¡Ya no soporto que no estés todo el día conmigo, protegiéndome y yo a ti!
Vivo perdido en un pasado silencioso que me quema la vida. Casi como sentirse muerto y la misma vida me mata, sin empezar a vivir soledad, pecado triste y gris de todas las palabras muertas antes de nacer. Y llegas tú, y es como beber las auroras y ver florecer mis otoños.
 El verbo se silencia, cuando lentamente te desnudo en penumbras dulces y tus ardientes caricias lujuriosas encienden mis fuegos en llamas y luces. Tu continente, es un cristal ardiente, como el sol poniente. Cuando dulcemente tus manos me desnudan y te desnudo en la penumbra y te posesionas de mi cuerpo y piel y siento tu tibio aliento, y tu premura. Tu pasión, se posesiona de mi cuerpo como un cristal ardiente. Te poseo, y es como penetrar en una constelación de estrellas encendidas sintiendo tu piel tibia y dulce, desesperado amándote, dejándote mi vida. Mi vida se enciende otra vez, con los sonidos sin eco de tu amor. Porque tú solo eres eso, como murmullo dulce, un  hijo de la brisa que alimenta mis fuegos, y enciende llamas y hogueras con tus caricias. Amarte es como abrir los ojos y beber la vida del universo. Siento que penetro en una constelación de estrellas que fluye como fuego mientras anudo luciérnagas que iluminan tu piel, bebiéndome mis sueños.
En el ocaso del sol, el cielo pinta de rojo tu desnudez de adonis. Regresamos a la pasión y lujuria con las curvas de tu cuerpo sobre el mío y moviéndote como mariposa en la brisa, buscando juntos el éxtasis final. La noche se ha tornado transparente con la luz de tus pupilas. La tibia luz de tu piel aplaca soledades de todo lo que quise y lo soñado entre tus voluptuosas caricias, que queman mis sentidos con tus manos. En la vigilia del alba, miro tu paisaje cuando caminas desnudo. La luz de cristal de la madrugada, ilumina tu sonrisa y tus ojos de cielo retornan el deseo a beberte, como al sediento un dulce oasis en el desierto. Y comenzamos otra vez,  no queremos terminar nunca. Revive el amor y es brisa, pasión, lluvia, viento, y mis penas serán olvido y el gozo lujurioso del amor en tu piel y vivir con pasión el amor contigo. Y fue muy fácil quererte. Aunque difícil encontrarte. Y será imposible de olvidarte.
Piérdete, debajo de mi piel, y escurridizo, atrápame como puedas, deja ese sabor agridulce que tanto me gusta de ti y que, como de costumbre, cubre mis tardes de agonía... agonía, la que me da no tenerte cada vez que quiero, la intrépida agonía, malnacida, la agonizante sensación de ese vacío que dejas cada vez que te vas.

Piérdete entre mis brazos y estrújame con todas tus fuerzas, que no quiero perderme ni un segundo del calor de tus manos. Déjame, que me eleve con estas ansias al pedestal de tu gloria, renuncia por mí a algunas horas en otro sitio, hazme un hueco en tu calendario que muero por las siete capas de tu piel.
Anda por el camino del juego que traen mis labios, deslízate entre mi ropa  y no te entretengas mucho que llega la noche y la oscuridad sin ti me da  miedo.
Quiero que me ames, pero no insignificantemente, ámame con perdición, como solo tú sabes, corazón mío,  es que te miro y mi mundo da un giro de no sé cuántos grados, he perdido la cuenta... Eres mi  delicia encantada, sueño inequívoco de las manos, joven talismán, sacramento del verbo acuesta la piel sobre tibios caminos.
Esperan las piernas sus ansias que bajan cautelosamente por la imaginación sobre el magma derretido y oloroso. Pide salir  el condenado  chorro  de los dedos  a través de dócil agujero  que grita mi nombre, entra en mí, arrebata las crisis y los lamentos, entra en mí, vocifera la clemencia y el dolor  en los principios en los finales, entra en mí, acuesta la noche su enorme clima en donde me libero en donde creo  nuevas alucinaciones. Suelto las amarras,  sujeto su cuello mi cuerpo se sienta a horcajadas sobre su reino, sobre la bestia,  comienza los desbalances,  aguanto la caída me acerco a su pecho, muerdo su saliva, trago sus labios,  me como su rabieta y todos sus ánimos. Repite mi nombre sobre una cama desnuda cubierta de un halo del último suspiro que dejamos cuando la tierra tembló sobre un deseo compartido. Miras a través de la luz de tu distancia en el recuerdo virgen del amanecer en el tranquilo mar de tus ojos,  en la quietud que recorre tu esperanza,  en el pedazo de un tierno recuerdo. Cae tu media sonrisa en una flor de despedida anunciando tu regreso entre labios rojos abiertos y deseados.
Ya estás aquí, en la vuelta que anuncia tu partida,   en el bote que trae tu llegada a mitad del tiempo  en que esperas  otro amanecer.
Amado mío,  me dices en sueños, entrégate sin miedo  al amor que ofrezco… hagamos de este instante finito una copla de pasión desenfrenada, compartiendo caricias y besos… dejemos en libertad nuestros rubores,  dejemos atrás nuestros complejos…
Guardemos nuestros efluvios de amor, secretos etéreos de amantes incógnitos flotando en la soledad de nuestra habitación… ven y seamos cómplices fervientes  de los dioses del amor y la pasión. Ven que el mañana no existe, ven junto a mí y aférrate al amor que llama, no dejes que la cruel soledad te invada… ven a mí, niño hermoso que mi cuerpo con ansiedad te nombra y te reclama. Acércate a mi lecho amante mío, déjame sentir el temblar de tu cuerpo, ver el deseo ferviente en tu mirada  al mirar con deseo y embeleso la firme dureza de mi pelvis… e imaginar la entrega del néctar de tu fuente al varón que te tiene por completo  entre sus brazos hechizado… Por eso te pediré perdón amante mío, por querer invadir muy dentro de ti, por intentar sin sosiego beberme tu alma… por no saber conservar la quietud al amarte y mucho menos que con amor me pidas calma.
Fueron liberales tus centinelas, su poder, su abrazo en mi cuello arrojando el aire de mis visiones,  la cruz de mi espalda  su negro color  y sus puntas de fiero combate. Estoy cerca  de tu crisálida, de tu hechizo,  de tus labios de colores, qué armonía  de blanco, de rosa, de negro  es  la franja de tu boca, y la toma de tu lengua, sacudo su barbarie castigo a la menor, la mayor baila en su blindaje de flor  y muerdo su perfume y naturaleza, vocifera un suspiro aterrador en su locura en sus puentes, en su crisis. Dejo suavidad en mi paladar  y en el suyo mis afluentes. Y parten mis dedos con su danza, a buscar tu tierra,  a escarbar tus impulsos. El cielo se mueve calienta sus apetitos, se avecina una tormenta,  se escucha un grito una batalla, y estalla el torrente de las fuentes.


En cada sueño, donde se alimenta este amor que se lleva el viento, sueño para vivirte amor mío, me duermo para no morirme en esta realidad, juntos perdidos en una sola mirada, creamos ilusiones que tejíamos en los silencios de la noche, juntos, a pesar del espacio de tus ausencias y el tiempo, sabes que vivo desafiando a la vida  y mi mente vuela por ella, ella, la vida, nos animó a sentirnos en cada suspiro, en cada beso deseado, en todas las caricias no vividas, donde mi mundo quiere evadir la realidad, esta realidad donde sueño que algún día se llenará de gozo mi alma, viviendo un amor libre y sin límites.
Dejaré que vuelen alto las mariposas que anidan en mis adentros donde revolotean nada más al oír tu nombre en mi mente, donde solo en mis sueños, mis deseos hablan, aferrándose a mi almohada llena de flores deshojadas que dejabas para mí en las noches donde las lunas se enamoraban, donde las rosas querían ser regadas para no morirse en soledad sobre mi piel.

Así vida mía, este amor camina disfrazado, escribiendo para ti verbos de amor y deseo, es solo una muestra del amor que por ti siento, de esta bendita locura donde solo tú y yo habitamos en su espacio vacío de urbanidad, donde la melodía más bella envuelve nuestros sentidos.

Echó la cabeza hacia delante y se puso a llorar como no recordaba haberlo hecho jamás. Le dolían la garganta y los brazos donde Guor le clavaba los dedos. No tenía ánimo para pedirle que lo soltara.

__Me despido de ti, con la llegada a tu vida de un dolor en tu puerta liberada de un cansancio que ya habita en mí y lo guardo y lo encierro lejos, muy lejos de tus manos, esas, que tomaron los miedos de tu boca, y dejaron en delirios mis noches. Me despido de ti  con los besos  que no amanecieron  que no sudaron tus alegrías  porque mis ojos cerraron la luz de la ventana.
Me despido de ti, dejando el día sin el contexto para atardecer, sin la verdad que reina sobre
todas las cosas. Me despido de ti  en los lagos silenciosos de tu mirada en los ángeles dispuestos en tu cintura, en la magia de tu sendero, en el vendaval de sonrisa que liberas en el pecho. Me despido de ti  y creo que no existen lágrimas para tanto amor que no existe universo que contenga mi alma, solo tú puedes llenar estas raíces, que no existe un lugar más hermoso en el cual tus ojos sean una contemplación.
Me despido de ti en el final del comienzo  porque eres el principio de mi solución  y la respuesta a la partida, yo no me iré amor estoy tan cerca,  me he quedado donde guardas la maravilla de la vida en tu memoria. De tu pecho  nace mi tierra  porque de tu voz sale la única liturgia para tanta vida. Me despido  amor  cuando la muerte sea mi única salida. Te amo.

Piedad el alma conjura luz, patrón de tu reino, aborda tus pupilas, en el breve efugio de un beso. Suplica el alma su castigo, uñas clavan mi sangre, dientes  beben mi piel, boca, acalla mis delirios, soy humilde a tu dádiva. Cautivo estoy pérfida primavera, tiranizo tus noches con sus flujos de rocíos con tu vendaval de codicias y bulliciosa oscuridad.
El escándalo proa a tus vientos,  mi voz madruga en tus suspiros, me llamas me nombras, me pides, te doy, me miras, me encierras, sonríes, estoy, te sientas, espero, esclavo soy de tu amor.
Estoy al borde de un abismo, pinto tu mirada con las acuarelas de mi alma en las oscuridad de sus paredes pinto tu sonrisa, la rescato y la grabo en el lienzo más bello de un azul suave que cubre mi piel, plasmo las melodías de mis versos, versos que solo a ti te pertenecen, como te pertenecen también mis labios cargados de besos, los que llevan tu nombre porque eres mi poema secreto donde desgrano sueños eternos, que viven en mi memoria.
Hoy dejaré vida mía que mi boca se desnude, dejaré que se explaye en su lenguaje, el mismo que usan mis sueños, dejaré para ti que poco a poco te has ido convirtiendo en mi yo en esa luz que alumbra mis noches de largas charlas donde se disfrazaban los te amo, con un tímido hola, y los besos escritos eran palomas silenciosas que a poco, se iban metiendo en mi alma, y yo, perezoso  me metía en tus sueños que ya eran los míos, donde el desespero de no poder abrazarte, besarte y tocarte, se convertían en el más salvaje tormento, y en estos locos y extraños sueños, donde siento que eres parte de mi mundo, le doy puerta a mi soledad.
Sé que en esta noche vendrás a mí,  vida mía, recogerás los besos lentos que para ti guardo y los llevarás a tu lecho, donde en sueños me haces tuyo.
Te amo amor mío, te amo.
-Evitemos que dos corazones prisioneros escapen; asegurémonos que no sepan que es prisión, y hagamos el  amor.
Dícese del que retiene un ventoso, que este le sube por la columna hasta la cabeza, y de allí surgen las ideas: yo me he retenido en un corazón enjaulado, y las ideas han sido de amor sin barreras.
Para venirme tengo que irme, y si no me voy no me vengo, y no es palabra de vengar, porque así  le dijo el ganso a la gansa: ven gansa... y le hizo el amor.
Sale más caro llorar por dolor que por placer porque las lágrimas son de diferentes gemidos, y gotas de rocío no son igual a lluvia.
Muchos mojigatos hablan del placer mundano; ¿y es que acaso no vivimos en el mundo?
La caballería no trata de casquivanos ni cuadrúpedos; es la modesta pulcritud y respeto con que nos dirigimos los caballeros.  Nací llorando y me dieron seno, crecí con la teta y un día me dieron en la jeta, seguí amamantado y un día me dejaron mamando. Y es que todo lo que sube baja según la edad. Para mi prisión, busco un alma que pague el castigo de la indiferencia sintiéndose en el purgatorio con el pene y pene. Que tú me hagas sentir ni tan solo una caricia ni un beso, eso sí es admirable.
Te amo. Y no es tan fácil decirlo. Te amo porque eres la miel de mi colmena, aunque me costó años así llegar a sentirlo, porque tú haces mi vida feliz y amena. Eres  ser de la pureza de espíritu, que me brinda su amor a manos llenas.
En mi vida amorosa solo existes tú. A quererte toda mi vida me induces con tus dulces cadenas. Qué lindos son los días que paso junto a ti, cada momento y suspiro que arrancas de mi ser, desde el instante mismo que tu mirada consentí. Te convertiste en el rey de mi parecer.
Qué ideas románticas más preciosas me conversas. Eres ideal como pareja eterna de mi persona, con tu presencia y tus modalidades tersas. Has hecho de toda la tierra un lugar de confortable zona, las estrellas danzan jubilosas. Cómo el mar clama con su voz de olas contentas. Todo por loor a nuestra unión de cualidades hermosas que hacen a nuestras demostraciones sentimentales suculentas. Te estoy queriendo como nunca imaginé,
 esta ventaja de tenerte a mi humilde lado, hace realidad lo que siempre con entusiasmo soñé: Llegar a ser (como soy) tu amado...  Cuando tus sentidos se duerman, y entregado al sueño tu cuerpo se quede huérfano de espíritu ahí estaré yo vida mía, me pondré a tu lado, te besaré dormido y acariciaré tu piel, sin dudarlo besaré tu boca con toda la ternura que mi alma me permita, esta noche vida mía serán mis dedos los que viajen por tu espalda, te dejaré la piel llena de sensaciones y en cada poro te dejaré impregnado mi perfume para cuando abras tus ojos a un nuevo día me sientas más que nunca, me meteré en tus sueños, y jugaré entre tus dedos, te besaré y me enredaré en ti como un duende travieso que solo quiere verte reír y feliz, me meteré en tu alma y dejaré escritos mis versos, caminaré despacio al tiempo que dejo ese beso eterno para ti mi amor.
Esta noche amor mío cuando me sueñes, abrázame fuerte porque estaré contigo, no me sueltes cuando tus ojos se abran a la vida, esta noche sabrás lo que es soñar de verdad, porque cuando te mires en mis ojos verás la verdad, verás que es amor y no olvido, sabrás esta noche cómo siento por ti, y mi regalo será mi sonrisa, pues como me dices en mis sueños, un día sin sonrisas es un día perdido. Hoy amor soñamos cuerpo a cuerpo, abrázame fuerte vida mía.
__Se instala por doquier el goce, plasmando en el cosmos con giros y sin tiempo, floreciendo en cada anochecer que furtivo se cuela debajo de las puertas y busca cobijo entre sedas.
En cada gota de rocío que besa el rostro en reposo de las verbenas  que cuelgan despreocupadas, taciturnas de los balcones entre calles empedradas. Se aspira entre manos y piernas, ternura acariciante, lirismo atrapante entre tu espacio y mis deseos, utopías vividas de antemano entre voces y grafemas con paso seguro, sabedor de la espera. Y será fuego y cadencia el goce de contemplarte a los ojos, el goce de tu respirar sobre mi cabellera, que se derrumbará sobre tu cuerpo escribiendo mi mejor sentir. Y las tinieblas despuntarán en días las verbenas, sangre que correrá por las venas y... la distancia fenecerá... fusión del alfa y el omega que morirá en goce eterno, y sonarán las campanas anunciando la finalización del destierro, matizando todo el abecedario, formando tu nombre y el mío en el azul celeste del desparramado mar, lacrando el círculo de un dilatado karma que entre danzas y desaciertos fue tejiendo un ansiado goce en el universo final de un concierto.

La felicidad de Guillermo tardó  en colar en su entendimiento. Primero lo sobresaltó el ímpetu de Pedro, después le sorprendió lo que le decía, más bien cómo se lo decía, con talante acusador como si él fuera culpable de todo. Solo luego se permitió saborear el significado, le confesaba su amor. Lo encerró en sus brazos y lo atrajo hacia él sin reparar en las puntadas que destellaban en su carne. Sonrió al percibir las manos inquietas de Pedro que buscaban asirse a su espalda.

__Nahuel __lo oyó decir, y aflojó el abrazo para permitirle emerger de su pecho__. No soporto que tú creas que soy un nene bien caprichoso y frívolo.

__Es que lo eres, Pedro, o al menos así te han criado. __Se inclinó y apoyó los labios sobre la boca entreabierta de él__. Pero a mí me gustas de todos modos _ aseguró, la voz claramente afectaba después del ligero contacto. No se trató de un beso suave ni romántico sino por el contrario, Guor tomó con salvajismo lo que había anhelado desde que lo había dejado en lo de doña Sabina, se cobró la espera, los desprecios, los maltratos y temores iniciales o que lo apartara de su lado a futuro. Quería hacerle entender lo que Pedro tenía en claro, que era de él y solo de él, que le pertenecía, no sería de nadie más que de Nahueltruz Guor. Abandonó el beso para arrastrar los labios por el cuello blanco y delgado que siempre miraba como un tonto.

__Dímelo de nuevo __le suplicó__Dime de nuevo lo que me gritaste recién.

Pedro no conseguía hilvanar una frase coherente. La cabeza le giraba, el cuerpo le latía como si fuese un corazón gigante. Le había besado Camila y alguna chica más a lo largo de su vida pero ninguno como él.
__ ¿Por qué quieres que lo repita? Lo sabes bien, estoy loco por ti. Pienso en ti de la mañana a la noche. No consigo concentrarme en la lectura, ni siquiera a veces en lo que me dice mi hermano, ocupas mi mente y todos mis pensamientos. Siempre ahí, siempre en mi cabeza. Y cuando supe que podías morir quise que ese hombre regresara, me buscara o ir a su encuentro y morir contigo.
__! Nunca vuelvas a decir algo así!
__! Es la verdad! ¡Deseé eso! Es una locura, lo sé. Pero todo lo que se refiere a ti, es una locura.

Guor se apartó con suavidad. Pedro tuvo miedo, no de él sino de lo que iba a decirle, porque lo miraba con abatimiento.
__Tienes razón. Lo nuestro es una locura, un imposible. __Se alejó dos pasos hacia atrás y Pedro sintió frío__. ¿Qué puedo darte yo? Nada. Soy un hombre sin patria, sin bienes, sin educación, sin dinero. Nadie comparado contigo, que naciste en cuna de oro. Eres hijo de un noble, tienes estudios en los mejores colegios, eres refinado y culto. Conoces el mundo y estás acostumbrado a vivir entre algodones, con lo mejor. ¿Sabías que no terminé el secundario para volver con mi padre? Apenas hablo castellano y no bien, escribiéndolo soy peor.

__Yo puedo enseñarte, yo quiero enseñarte.
__ ¿Sí? ¿Qué más querrás enseñarme? ¿A comer con los modales de un noble, a vestir con buen gusto, a moverme en la sociedad con clase como lo hace tu prometida o ese doctor que los acompañó?
--¡Eres injusto!
__No lo creo. Dime una cosa, ¿por qué te asustaste al verme y me trataste con desprecio al conocerme?
__! Porque eres un engreído insoportable y porque te temía! __Guillermo se abalanzó sobre él y volvió a sujetarlo por los brazos con crueldad__. ¡Suéltame, me haces daño!

__Yo te diré por qué me tratabas mal, porque te calentaba…
__! Maldito seas!
__Porque te calentaba __prosiguió él, aunque dudaba que Pedro lo escuchara a causa de su llanto__. Un indio te calentaba, a ti, el hombre de clase, cuya prometida es hija de un juez. El caballero se sentía atraído por el vagabundo. Y eso al tiempo que te seducía, te daba asco.

__Guor, no. Por favor __sollozaba.

Pedro se ahogó y comenzó a toser, Guor se apartó y lo miró con angustia hasta que se repuso. Le pasó un jarro con agua que Pedro bebió y se secó dándole la espalda con la ropa. Humillado, ofendido y lastimado, depositó el jarro en una piedra y abandonó el establo sin pronunciar palabra ni echarle un vistazo. Nahueltruz se sentó en el borde del camastro, se cubrió el rostro, y se echó a llorar.

“Con usted a mi lado nada me es urgente, salvo esa necesidad imperiosa de besarlo constantemente, en cuanto la ocasión me precipita a su boca, su frente, sus manos, el silencio de su cuello y cada rasgo que el tiempo forja exacto, su rostro. No preciso de cotidianos amaneceres desligándome de los sueños, si con usted no distingo si sueño, duermo o vivo, o si vivo soñando durmiendo en usted. No me apremian las noches con sus lunas, casi llena,
recibiéndome en la pasarela de la alcoba, desvinculando sus ropas, liberando sus pezones
en la libertad de mis ojos, en las caricias caprichosas de los tentáculos de mis manos, y el encaje de la breve tela que sujeta sus caderas, ocultando entre sus piernas el púbico vello de la belleza de sus ingles, la acrílica tela que mis dedos acompañan, donde todo es atraído a su centro, en la física inercia que hace nuestra química. Y en este instante nada me sorprende nada me es importante, tengo en usted al Dios que no me abandona, una guerra de abrazos sin vencedores ni victorias, un hambre ajena que nadie sacia, mi sed en su justicia, mi tráfico de influencias, mi universo privado en su mundo personal, su vida, la mía, la del universo y la del mundo, un principio con millones de finales, su espacio, mi tiempo mi muerte y su vida. Con usted tengo sin prisa y con risas, lo que Dios no me da y el hombre me niega, tengo en usted, solo en usted todas mis esperanzas perdidas.
Con usted, no me sorprendo del amor, ni de estas emociones que ha provocado, lo que en verdad me asombra y con razón, es lo que usted me hace sentir cuando estoy a su lado”.

__ Te oí, Nahuel, te oí. Desnúdame de temores, de miedos molestos y vísteme con tus besos y caricias. Desnúdate de tristezas, de amores que mal te amaron y deja que te vista con mis labios, con mis dedos que te recorran por completo. Desnudémonos de malos hábitos, de malos ratos y cubramos nuestros cuerpos de amor y deseo, de sueños por vivir y momentos felices por construir. Te desnudaré lenta y suavemente, te despojaré de tus ropajes para poner sobre tu piel un vestido tejido con mis manos que poco a poco te llenarán de caricias, de apretones, de mordiscos, de pasión. Me desnudaré para ti, o desnúdame tú mientras tu mirada me hipnotiza y tus palabras me hechizan, deja caer mi ropa al suelo y llena mi piel de ti, de tu olor y tus gemidos, de tu amor y tu lujuria quiero vestirme. Vamos a dejar nuestros cuerpos vestidos de piel, abrazados y felices, plenos y saciados de amor y pasión, de ti y de mí.
__Me encanta mirarte y ver en tus ojos ese destello de felicidad, esos ojos que son mi refugio y donde quiero perderme, me encanta tu sonrisa, ese bella mueca que engalana tu rostro y le muestra al mundo esa alma enamorada, podrán quitarme todo, pero jamás quitarán de mis ojos, esa pícara sonrisa tuya, además extraño esos labios delineados  y carnosos, que son mi deseo,  mi pasión y que solo pensar en ellos me desvelo, mas cómo me encanta verte respirar
y sentir el calor de tu piel  mientras duermes acurrucado en mis brazos, por eso me encanta amarte, y sentir cómo nuestros cuerpos  comienzan a incendiarse y en cada poro se siente la pasión, mientras los cuerpos vibran al unísono, porque amarte a ti es un boleto al paraíso.
Tú que eres el sol de un invierno tan crudo tan gélido donde la escarcha pretende atrofiar los
sentidos, ahí llegas  amor con tu bendita tibieza  que extirpa  todo lacerante ayer.
No presume la vida mirar tus ojos cuando  recibe la pureza de tu alma,  la alegría celebra tu compañía que revitaliza cada poro  de una piel ausente. Andrómeda oscila lejana no solitaria, sin temor al dolor porque en tu  inventario permanece tu aliento cruzando  montes y valles  para cuidar esta  sonrisa eterna.

Diario de Blanca Montes.

Tía Carolita dispuso que la mejor modista de Buenos Aires  hiciera del vestido para mi tertulia, parecía muy interesada en que descollara esa noche. Me gustaba tía Carolita, y de tanto observarla terminó por convertirse en mi paradigma. Menuda, bien formada, con rostro con lineamientos suaves y redondeados, representaba cuanto yo aspiraba. Me volví su sombra e intenté imitarla en el íntimo detalle. Me gustaba la forma en que llevaba el tenedor a su boca, la manera como sonreía, lo posición que adoptaba en el sofá de la sala, la manera que tenía para mover las manos y cómo tragaba el jugo sin hacer ruido. En vano quise estornudar como ella. Nunca le escuché levantar el tono de voz. Sus prendas desprendían un aroma a violetas que la perseguía como una estela por las habitaciones de la casa, me inclinaba sobre su bordado solo para olerlo. En el rezo  del Santo Rosario, nadie enunciaba las letanías como ella. El frufrú de mis faldas nunca llegó a ser como el de las de ella, pues movía sus pies con un garbo que no conseguí emular. Los cierres de su abanico se volvieron mi obsesión, y perdí tardes enteras frente al espejo tratando de alcanzar el estilo- La imitaba en  su frugalidad, pero siempre me quedaba con hambre. En todo, eran su bondad innata y su predisposición a querer a todo el mundo lo que frustraba mis intentos por parecerme a ella. Sin embargo, sus modos suaves no carecían de firmeza en absoluto, y entre parientes y amigos, su palabra contaba como la de un magistrado. La nobleza, honestidad y decoro de tía Carolita la precedían en cualquier círculo e institución porteña y, aunque muchos la adulaban por su posición económica- social, ella se dirigía al ministro o al hacendado con la misma afabilidad y respeto con que trataba a su cochero Cirilo. Aunque coqueta y siempre a la moda, se trataba de una mujer refinada que gustaba de la lectura y de departir con hombres cultos, sobre todo con su marido, a quien consideraba al ser más acabado de su sexo.
A diferencia de otras mesas, en casa de los tíos, se podía conversar mientras se comía, y fue allí donde escuché, de labios de ella y de tío Jean Èmile, razonamientos e ideas que ampliaron los horizontes de mi estrecho mundo de  mi padre o del convento. Un mediodía en que mi tío, antagónico a las doctrinas de la iglesia, se quejaba de la Inquisición, tía Carolita expresó: “Necesitamos una religión que no nos obligue a ser buenos bajo la violenta amenaza  de castigos infernales”.

Aunque mis ojos se abrían a un nuevo y magnífico mundo, mis viejas pasiones permanecían latentes en mi corazón y pedí autorización  a tía Carolita para cultivar en una porción del jardín mis plantas medicinales. Alcira me ayudaba, y fue la primera en beneficiarse una mañana con el semblante descompuesto y las malditas almorranas… Se mostró incrédula cuando le aconsejé baños de asiento tibios con una infusión de malva tres veces al día y un ungüento que yo misma preparaba a base de cebo de cerdo y clavo de olor. A la mañana, siguiente manifestó con asombro que lo peor había pasado, y al cuarto día ni se acordaba. Tiempo después. El tío se aproximó con una actitud cauta y reservada y, tras algunos circunloquios, me preguntó sobre algo para la ciática. Escondí una sonrisa y le indiqué que se recostara que enseguida le prepararía una cataplasma de coles bien calientes que jamás había fallado a tío Tito. Los dolores menstruales de tía Carolita la postraban tres días cada mes a pesar  de su buen talante pero sabíamos que padecía. En el  mamotreto de Tito no encontré nada para ese pesar pero recordé que mi padre solía recetar grandes cantidades de una infusión de  raíz de angélica, que sabía como agua de estanque, y que tía Carolita bebía cada mes, gustosa de haberse desembarazado de aquellos retortijones.

En la noche de la tertulia conocí a la familia de tío Francisco. Doña Ignacia lucía hermosa, su belleza, sin embargo, no compensaba la displicencia y arrogancia del gesto y luego de un rato, sus ojos ya no me parecían tan almendrados ni su piel tan untuosa. Dolores, completamente de negro, me concedió una inclinación de cabeza antes de marchar hacia el piano, donde acomodó sus partituras y pasó gran parte de la noche deleitándonos con su interpretación. Se negó a cantar. Soledad que no había heredado un solo rasgo de Ignacia se dignó a estrechar mi mano para luego agregar que sus amigas la aguardaban en otro salón. Por último, tía Carolita, me presentó a Magdalena, la más joven de los hijos de tío Francisco.
(Magdalena, madre de Pedro y Laura). Su belleza era, sin lugar a dudas fuera de lo común, y llamaba la atención de cuantos posaban los ojos sobre ella. Aunque parecida a su madre, sus rasgos lucían más delicados y el corte refinado de su cara, desprovisto de la soberbia de doña Ignacia, le confería el aspecto de un hada de cuentos, etérea,  grácil, resplandeciente, la piel blanca, de una blancura que daba ganas de acariciar. Nunca había visto tantos bucles dorados bañar la espalda de una mujer, caían como racimos de uvas y rebosaban cuando movía la cabeza. Me recordó a la abuela Pilar.
Magdalena se sentó junto a mí, y luego de pasarme un vaso con agrio y de servirse uno para ella, me dijo: “Yo me acuerdo bien de ti: tú ganaste un concurso de baile hace muchos años, un 25 de mayo. Mis hermanas también participaban, pero, antes de que comenzara la música, las muy bobaliconas se asustaron y corrieron donde mamá”. Conversamos acerca de ese día, ella recordaba detalles que yo había olvidado. Magdalena era desinhibida, generosa, llena de vigor y anhelo. La encontraba tan encantadora e interesante, como petulantes y desabridas a sus hermanas. Más en confianza, Magdalena se animó a preguntar: “¿Es cierto que eres médica como tu papá?”. No me causó risa la equivocada pregunta ni cómo se habían tergiversado los hechos hasta convertirme en médica, sino la forma en que ella me inquirió, expectante, ansiosa. Le hubiese dicho que sí y creo que habría sufrido un síncope de la emoción. Le expliqué que no, que era imposible, las mujeres  tenían prohibido ingresar a la universidad. ¡Qué injusticia!, expresó, y un instante después el semblante furioso  se le endulzó ante la aparición de un caballero en la sala.

Fue esa la primera vez que vi al general José Vicente Escalante, el hombre más apuesto y elegante que conozco, siempre atento a los detalles de su aspecto y vestimenta, como elementos inseparables de su reputación de gentilhombre y lamento haberlo visto entonces, que fuera ese hombre quien causara la rivalidad eterna con Magdalena. Esa noche llevaba prendas de confección exquisita, y al inclinarse en el gesto de besar la mano de mi prima Magdalena, desprendió un aroma a vetiver y sándalo, tan excéntrico como cautivante. El cabello corto, peinado hacia atrás, era negro y brillante a causa del sebo fijador,  también sus ojos eran negros, tanto que resultaba imposible distinguir el iris de la pupila. Aunque impecable y a la moda, Escalante no ostentaba, sin embargo, el aspecto de su currutaco, sino más bien el de alguien casual, despreocupado, casi indiferente.
Magdalena nos presentó, y el hombre se acomodó en el canapé a nuestro lado, pese a que aún no había terminado de saludar. Se dirigió a ella como si yo no existiese, y, un momento más tarde, al ser requerido por mi tío Francisco, nos dejó solas.

Aunque atractivo e interesante José Vicente Escalante Beggio me había intimidado, y sentí vergüenza de encontrarle la mirada. Se notaba que Magdalena le profesaba gran admiración, y se refirió a él con orgullo para comentar que acababa de regresar de Europa, donde había visitado al general San Martín en París.
Tienes que saber, Blanca, me aclaró con solemnidad, que el general Escalante es uno de los héroes de la independencia americana. Se trataba de un hombre que había pasado los cuarenta, era soltero y muy rico. “Es cordobés”, añadió mi prima. “Allí tiene su residencia permanente y una de las estancias más prósperas de la región”.

Como Escalante se sentó a mi lado durante la cena casi no probé bocado. Él conversaba mayormente con mi tío Jean, con el esposo de Florencia Thompson, Faustino Lezica, y José Mármol, un periodista y hombre de letras que se quejaba de de la abyecta situación a la que estaba reduciendo el tirano _-así llamó a Rosas__ “a las gentes decentes”. Aunque reconcentrado en los decires de estos caballeros, Escalante me lanzaba vistazos que no supe interpretar. No me dirigió la palabra esa noche, y, sin embargo, su presencia me abrumó como si el único invitado fuera él, la suya, la única voz, yo, su único punto de atención. El resto de la velada traté de distraerme con Magdalena y sus amigas y cuando la gente comenzó a marcharse de la casa de tía Carolita, esta regresó a la normalidad y experimenté un gran alivio.
Al día siguiente, Escalante visitó a mi tío por la tarde, decidí recluirme en mi habitación. A poco, Alcira llamó a la puerta: el señor Jean Èmile me requería de inmediato. Alcira ayudó a adecentarme, y me presenté en la sala a regañadientes.
Allí estaba Escalante tan impertérrito como la noche anterior, de pie junto a mi tío, cuya figura desgarbada y lánguida, su sonrisa tierna y mirada bonachona solo exacerbaban la dureza de las facciones del visitante.
¿Por qué me mira como si quisiera matarme?, recuerdo que pensé.
Tomamos asiento. Alcira trajo chocolate y lo sirvió. Solo se escuchaba el tintineo de las cucharas. Yo apelaba a la locuacidad del tío pero parecía muy a gusto saboreando su chocolate caliente y no esbozaba palabra. Escalante me miraba. Yo sabía que lo hacía, advertía el peso de sus ojos como un yunque sobre la cabeza.
“Me dice su tío que usted tiene grandes conocimientos en medicina y farmacopea”, habló repentinamente el general, y yo contuve el aliento. Dejé la taza sobre la mesa.
Cuando quiere Escalante se sirve de maneras afables y graciosas. Esa tarde me prestó toda su atención y, aunque me miraba fijamente, la expresión  se le había suavizado y ya no le tenía tanto miedo. Mostró gran interés en mi historia personal y en la manera en que me había familiarizado con las enfermedades y las curaciones. Hombre extremadamente culto, había conocido otros países y gentes, lo que enriquecía la conversación con anécdotas e historias fascinantes.

Dos días más tarde regresó a la hora de almorzar, y mientras tomábamos café en la sala contó que, siendo él un soldado muy joven del Ejército de los Andes, afincado en Mendoza su capitán le  había ordenado que hiciera guardia frente al polvorín y que no permitiera el acceso, en especial  a quien llevara espuelas, pues los chispazos contra el piso de ladrillo podían ocasionar una explosión. Algunas horas de guardia transcurrieron monótonamente hasta que el mismo don José de San Martín se presentó en el polvorín. “Alto, mi general”, exclamó Escalante, y le cruzó el fusil. “Muévase soldado”, ordenó San Martín de mal modo. “No, mi general, hasta que no calce zapatillas, no lo dejaré entrar”. San Martín le preguntó el nombre y se marchó.
Una hora más tarde, lo mandó llamar. En el despacho también se hallaba Rivas, el capitán que había impartido la orden. Ambos lanzaron vistazos aviesos al joven Escalante, que mantenía la cabeza en alto y dominio de sí. San Martín dio un paso al frente, se plantó frente al soldado impertinente y, extendiéndole la mano, dijo: “Lo felicito, soldado, eso es cumplir una orden. Hombres como usted necesita la patria para triunfar”.
Luego vino la victoria de Chacabuco, donde Escalante se destacó en combate, y tiempo después el ascenso a teniente, acompañó a San Martín hasta Lima en 1821. Para aquel entonces, ya era un oficial de prestigio y amigo personal del general.

Escalante continuó visitándonos tan asiduamente como sus compromisos lo permitían. Mi prima Magdalena también nos visitaba con frecuencia y solía pasar temporadas en la casa para escapar a la fusta de su madre, me gusta ella, es inteligente aunque no cultivada, atrevida y bromista, recuerdo que solían sorprenderme sus ideas y ocurrencias. Creo que me encariñé con ella porque, en parte, me recordaba a María Pancha, que no conté pero en verdad es una princesa africana, descomedida y rebelde, solo admiraba a tía Carolita, y a lo único que le temía era a quedarse sin postre. Ansiaba las visitas de Magdalena, cada día junto a ella traía una sorpresa, una aventura, casi terminábamos desternillándonos de risa hasta que nos dolía el estómago... En una oportunidad, nos encontrábamos en el huerto y Alcira anunció con intención la llegada de Escalante. El semblante de Magdalena, radiante un segundo atrás se ensombreció, y unos celos ciegos se apoderaron de su genio.
“El general pretende a Blanca”, expresó, mientras nos encaminábamos hacia la casa, y yo  no supe qué decir. Escalante era atractivo y cariñoso con ella, como lo hubiese sido con un cachorro. Resultaba obvio que, a sus ojos, mi prima era una niña, hermosa y prometedora, sí, pero una niña al fin. Conmigo, aunque solemne y a veces distante, Escalante mostraba una atención especial que a nadie pasaba inadvertida.

Meses más tarde, el general organizó un sarao en su casa de la calle San José- Mis tíos y yo llegamos tarde, cuando la fiesta se encontraba en su apogeo y los invitados, repartidos en los salones. Disfrutaban del baile y del ambigú. Mi tía Ignacia fue conmigo tan desdeñosa como pudo, al igual que Soledad y Dolores, mi tío Francisco, en cambio, me saludó con afecto, con ese mohín de quien tiene que soportar a diario una ordalía. Magdalena, más hermosa  que nunca con su vestido de tafetán rosa, bucles color trigo bailaba el minué con el general en la sala contigua. Mi tía Ignacia comentó: “Está claro que el general Escalante organizó esta fiesta en honor de Soledad”, y apretó la mano de su hija, que bajó la vista. “Desde hace meses visita nuestra casa y siempre pide por ella. Dice que la encuentra agradable e interesante en su conversación. Yo sabía que no podía ser tan culta en vano, hija mía”. Francisco se marchó.

El resto de la noche Escalante bailó conmigo. Tampoco se separó de mí cuando se hizo una pausa en la música para escuchar a Dolores interpretar al piano la Marcha Turca, o para comer, y beber. Recuerdo que lo encontré particularmente elegante, vestido a la última moda con su saco inglés de cuello alto, llevaba chaleco de piqué con reloj de leontina de oro, y aquella loción que hechizaba. Cuando el sarao languidecía, el general me pidió lo acompañase a su despacho, acepté entusiasmada en la creencia de que me mostraría su biblioteca, me condujo en silencio por el pasillo, y con un movimiento de mano, me indicó que  entrase. Luego de correr  la puerta, caminó hacia mí, me envolvió en sus brazos y me besó ardientemente. No respondí, no sabía cómo hacerlo, lo dejé actuar y, mientras sus manos me recorrían la cintura y sus labios me humedecían el cuello, su voz entrecortada y ronca repetía mi nombre con una dulzura inusual en él: “Después de todo”, pensé, “el duro general Escalante está tan sediento de cariño como el más sentimental de los mortales”.

__Te casaras conmigo _ le escuché decir, y un nuevo tono imperioso, arrogante, se apoderó de su acento.

__Sí, general _me sorprendió mi propia voz al responderle”.
__

Pedro cerró el diario con los ojos brillantes.
“Ahora entiendo mamá, por qué no eres feliz, por qué papá nos dejó en lo de la abuela Ignacia, él siempre amó a… Blanca Montes, pero… ¿dónde está ella?
__
Reposo afiebrado, sediento en la noche húmeda, oscura la luna se apaga y se esfuma, entre la noche sin tiempo la bruma, impregnada de perfumes de aromas y vientos con rayos y tormentas  y los fuegos del cielo, iluminada. La fiebre bulle, desata en mi cuerpo temblores profundos, desgajado mi cuerpo, dolores mudos, mi cuerpo desnudo y busco el alivio  en el fresco remanso del espejo del río…  fenece mi vida entre mis dolientes despojos, moribundo. Desgajado, ardiente y roto, divago en tiempos sin tiempo. Siento mi tormento mi fiebre alucina, con sonidos de alas,  noche de luna corporizando fantasmas, aromas de brujas, afiebrado el cuerpo en húmeda bruma que se lleva mi vida.
Apareces en la noche cabello al viento, de brasas tus ojos,  piel encendida de rosa y fuego, y como un ángel te siento,  es una bruja y la muerte, me digo, ya el infierno presiento recrudecen mis rotas cimientes, que ya son solo despojos. Un derroche incitante, deseos lacerantes, bestiales latidos y mis sentidos presienten tu cuerpo,  tu aliento y gemidos que provocan gozos y retozos, entre arrebatos doloridos mis lujurias, locuras desatadas unidas tu pelvis y la mía.
Olvido la vida como si todo lo que fue  no hubiera sido y siento tu brujo corazón en urgente bramido,  pavoroso bebo de tu boca, con el volcán de tus pezones hermosos,  mi espalda siente las caricias de tus manos ¡qué castigo! A tu cuerpo de bronce y fuego todo mi cuerpo te entrego,  entre tus placeres infernales hierbe el calor en mi savia,  siento tus murmullos ardientes, sumergido en el sosiego esperando el éxtasis y gozo, eterno se me hace el tiempo.
Murmuras, entre un amor prohibido y su dulce premura de un ángel y un mortal, vive sobre todo mal, bella locura tus caricias son llama viva, mis abiertas heridas me curan, ya las fuerzas me retornas, siento que ya vuelvo a la vida.
Tu cuerpo, bronce y fuego se ilumina, abres tus alas doradas,  las agitas el viento y sonríes, sostienen tu cuerpo que brama,  te pierdes en la noche sin tiempo, y en las sombras en calma pronto entiendo tus codicias, curándome mi carne desgajada.  Amor y sosiego me diste, tus besos de fuego, tibias tus caricias. Y mis heridas curaste, con tu  amor y tu aliento que brama, robada por ti mi vida y mi calma, te llevaste mi alma al infierno. Te buscaré en mil infiernos. En mil años, y en mil vidas. Quédate con mi alma, solo dame tu amor, huinca, aunque seamos de mundos diferentes.

CONTINUARÁ.
HECHOS Y PERSONAJES SON FICTICIOS.
CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA.
LENGUAJE ADULTO. ESCENAS EXPLÍCITAS.





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