sábado, 17 de agosto de 2019

EQUIVOCADO. CAPÍTULO TREINTA Y SEIS.


EQUIVOCADO.
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS.

A veces se nublan mis manos,
se desprenden caricias
concatenadas en estruendos.
Entonces lluevo,
lluevo copiosamente
sobre tu recuerdo.
En ocasiones
despeino mis vértebras
y las dejo tendidas
sobre una almohada
para que algunos alientos perdidos
las besen de norte a sur.
Sabe mi vientre de mariposas,
de luciérnagas
y de pájaros...
Es que vuela mi ombligo
en colores
luces
y cantares.
No todo es cielo gris, ni celeste.
No todo es ausencia
en la soledad de tus soles.
Te beso en rojos,
cuando un arrebol frenético
pone en punta a mis pechos
y los pies
elevan talones
para rozar tu infierno.
Algunos amaneceres
la luna acurruca su
seseo noctámbulo
convirtiéndolo en nácar
o en rocío
o en madrugadas estrellas.
Entonces todo lo que fue fiesta,
es resaca de una noche intensa.
No todo es blanco, ni negro.
Ni luz o sombra.
Puede el Sol besar a la Luna
en la esquina de mis muslos,
y yo daré a tu recuerdo
significado.
Que a veces lluevo de llanto,
y otras hundo mis manos
en los infiernos de tu recuerdo.
Maga.
Mientras tanto, soñemos.

¿Por qué no estaba junto a ella para que ambos pudieran bromear sobre lo ridículo de la situación? Durante un momento sopesó  la idea de llamar a alguien para distraerse, pero todos tenían citas.

Pero… ¿qué les diría? “¿Lo siento pero estoy nerviosa porque mi espejo está empañado?”

Estaba empañado, lo comprobó cuando regresó al cuarto de baño para lavarse los dientes. El vapor había desaparecido y también el mensaje.
Como si nunca hubiese existido.

 __Porque ya estoy muerto _respondió el asesino.

Pedro escribió la frase textualmente, alzó la vista y vio que Guillermo lo estaba mirando a él  y al teléfono, le alcanzó la hoja para que leyera. Abrió los ojos desorbitadamente.
__ ¿A qué se refiere con esto? _preguntó Pedro.

__A que me siento como un espectro. Una enfermedad sin sustancia, mis entrañas están frías, ennegrecidas como si se hubiesen chamuscado. No queda vida dentro de mí. Solo odio doctor que es como la muerte.
__No lo entiendo _dijo.

__No espero que lo entienda _ replicó__. Al menos aún no. Tal vez llegue a comprenderlo más adelante.

Empezaba a exasperarlo.
__Escuche, maldita sea, usted  no hace más que jugar conmigo, quizá porque sabe que soy psiquiatra me cuenta cientos de recuerdos de su pasado, me habla de incidentes ocurridos durante la guerra. ¿Para qué? ¿Qué intenta demostrar? ¿Para qué hace esto?
__Calma cielito _susurró Guillermo.

__Recuerdo _ siguió el asesino con mayor dureza__ que un día estaba en la selva. Me encontraba con una patrulla a pocos quilómetros del campamento con mi pelotón, éramos media docena y avanzábamos a duras penas entre los arbustos. Yo iba en cabeza. Eso me gustaba ¿sabe? Todos los demás lo detestaban, porque el que va delante es el primero en atraer la atención de francotiradores… y el primero en pisar una mina. Todos tenían miedo de las minas más que a cualquier cosa. Nunca se sabía cuándo estaba uno a punto de dar el último paso. Los del Vietcong sembraban unas minas que explotaban con solo tocarlas y te volaban los pies. Eso no era tan malo, las que más odiábamos emitían un pequeño chasquido y después un rugido ensordecedor. Verá las minas tenían cargas, la primera lanzaba el dispositivo principal, hacia arriba, más o menos a la altura de la cintura, donde explotaba destrozándote rodillas, muslos, testículos, pene, estómago. A veces la explosión partía al tipo en dos, matándolo al instante. Sin embargo a veces solo lo mutilaba, lo convertía en carne picada, y él se quedaba sentado en el suelo de la selva mirando su ingle con incredulidad, viendo manar sangre, de donde antes estaban sus genitales.

“Pero a mí me gustaba ir a la cabeza, cerca del peligro. Supe que era un hombre afortunado el día en que pasé por encima del alambre, sin verlo, estaba mirando hacia arriba el cielo gris, y ni siquiera lo rocé. El tipo que me seguía no tuvo tanta suerte, el chasquido, luego el rugido, y sin volverme supe de qué se trataba”.
Era un chico joven, hacía dos semanas que estaba allí. Era poco tiempo, y la fatiga no le hubiese arrebatado el ánimo. Lanzó un chillido, y luego se sentó, o se cayó a causa de la explosión. Parecía que alguien le había  derramado un plato de espagueti con salsa de tomate sobre su regazo. El médico corrió hacia él y el encargado de la radio comenzó a pedir ayuda y a gritarle al micrófono de la radio que necesitaba un helicóptero.
El chico me  miró y murmuró: “Estoy herido”, y voy asentí. Entonces dijo: “Voy a morir”, y yo volví a asentir.
Entonces se puso a proferir alaridos y el médico le inyectó morfina. Recuerdo que el sargento soltaba obscenidades. El estampido de la deflagración había hecho que todas las aves remontasen el vuelo y se alejaran por la selva. Yo me senté a observar y a esperar, ¿durante cuánto tiempo…  diez minutos? Menos. Se veía claramente que la vida se le escapaba por momentos. Cuanto más frenética era la labor del médico peor se ponía el chico, que momentos después murió justo cuando oímos el zumbido del helicóptero. El médico gritaba, golpeando el pecho del chico tratando de reanimarlo. Era un día común solo uno más. __Hizo una pausa. Después de unos instantes, prosiguió_: Déjeme hablarle de la pareja de ancianos. Supongo que  le interesará oírlo.

__Sí _dijo Pedro.

__Muy bien. Fue un momento extraño.
__ ¿Por qué ellos? ¿Qué le habían hecho?
__Usted no lo entiende, aún no lo entiende doctorcito _repuso irritado__. Ninguna de las víctimas me ha hecho nada. Son inocentes. ¿Es eso lo que quiere oír? Sé que no tienen culpa alguna. De eso se trata, precisamente.

__ ¿Por qué la sangre? Estaba por todas partes.
__Para aumentar el horror.
Anotó eso.
__Bien _ dijo__, si ellos son símbolos para usted ¿por qué no me explica qué representan? No entiendo el significado.

__Ya lo entenderá __dijo__. Una muchachita. Una pareja de ancianos. Fíjese en las víctimas que elijo. Ya le he dicho que se trata de una recreación. Algo ocurrió cuando estaba en el extranjero. Un incidente. Eso es lo que estoy reproduciendo aquí. Lea sobre la primavera de 1971 cuando los Weathermen se manifestaron en Washington. Corrían por las calles arrojando cubos de basura y desperdicio, gritando imprecaciones, tratando de alterar el orden social. Pensaban que el pueblo estadounidense era demasiado conformista respecto a la guerra, que no comprendía lo que estaba sucediendo allá. ¿Cómo podían identificarse con la destrucción de la sociedad vietnamita si no la habían vivido de cerca? El propósito de las manifestaciones es traer la guerra a casa, para despertar la conciencia de todos a través de una recreación simbólica.  Yo había regresado de Vietnam, y caminaba con ellos por las calles observando y escuchando. Vi que, en realidad, no servía de nada. La gente lo veía como una molestia, no como un símbolo. La gente  a ellos los veía sin determinación, pero no puede pasar por alto lo que yo estoy haciendo.
__Pero la guerra, esa al menos terminó __objetó Pedro__. Se acabó. Fue un desastre pero ya forma parte del pasado. Todo el mundo está de acuerdo con eso.
__Para mí, nunca terminará. __Hablaba lenta y concienzudamente__. La veo en sueños todas las noches, cada mañana al despertar A veces miro el sol y me parece que  estoy otra vez allá, no aquí. Jamás terminará para mí.
Otro silencio.
__ ¿Y esos ancianos?
__ ¿Se refiere a los abuelitos? __Soltó una risotada.
__Oiga _dijo Pedro, clavando la vista en Guillermo que le miraba__. Usted necesita ayuda. Hay programas, centros de atención de los veteranos de guerra. Yo puedo ayudarle.

Era una sugerencia muy poco convincente, y Pedro sabía cómo reaccionaría él.
__! Mierda! ¡Todo es una puta mierda, doctor! ¿Ha visto alguno de esos centros? ¿Se ha apuntado a alguno de esos programas? Lo dudo. ¿Sabe cómo es un hospital de esos por dentro? Se lo diré. Son paredes y más paredes frías, de color verde pálido. A veces me parecía ver cicatrices en las paredes, las marcas de los gritos de todos los hombres que habían pasado por ese corredor, algo así como el famoso Memorial que hace el gobierno para los turistas con las chapas de los muertos. Hileras e hileras de camas y mesitas de noche cubiertas de colillas y cenizas, de desperdicios y desechos humanos. Lo sé muy bien. Yo estuve allí, yo lo sé. Y jamás volveré. Usted piensa que estoy loco, se nota. Leí el artículo de los psiquiatras. Son muy comprensivos. Enfermo, dicen, perturbado pide ayuda a gritos, y no es más que la estúpida palabrería  de su inútil profesión. Bueno, tal vez esté enfermo, tal vez esté perturbado, pero estoy mucho más vivo que cualquiera de ellos. __Tomó aire con un prolongado resuello__. Y antes de que acabe mucha gente deseará estar a salvo de mí. No estoy loco doctor, creo que ya lo sabe. ¡El mundo entero está loco! La gente anda por ahí, y actúa como si nada estuviera pasando. No son capaces de ver más allá de su reducido mundo, cuando el grande, el planeta está en manos de un grupo muy pequeño de poderosos que decide su suerte, y de otro pequeño grupo que intenta hacerle creer al resto que puede andar seguro. ¡Pues yo sí veo! Creo que soy el único cuerdo que queda _dijo bajando la voz__, la única persona que comprende que a cada acción corresponde una reacción en sentido contrario. Pues bien, la sociedad me envió allí para actuar como un asesino, ahora que he vuelto, la reacción, estoy haciendo lo que mejor me enseñaron.

Se detuvo de nuevo para tomar aliento.
 __ ¿Y usted? __preguntó.

__ ¿A qué se refiere?
__ ¿Estuvo en alguna guerra?
__No _respondí__. No fui a ninguna guerra.

__ ¿Por qué no?

 “Me pasaron por la cabeza varias respuestas, conversaciones con mi padre, y compañeros de la universidad, y más bien recordé que me había dejado crecer el cabello y lucía símbolos de paz, me manifestaba y cantaba siendo un niño en contra de la dictadura en Chile en los noventa, mientras mi padre me hablaba de prórroga por estudios, de la inmoralidad de la guerra, de que me opusiera a ella, de que era preferible huir. Eso era lo que él esperaba oír”.

__No tuve oportunidad por mi edad pero supongo que tendría miedo.
__ ¿De qué?
__No estoy seguro. __Titubeó Pedro__. De morir. De que me mataran.

__ ¿Y si fuera la guerra de su país? _dijo con voz tensa.

__No lo sé.

“Pensé en el retrato de mi abuelo, vestido de uniforme verde oliva, y el ceñido cuello militar abrochado. Desde la fotografía él miraba en silencio y en paz como miembro de las fuerzas armadas, fue teniente a los veintidós años. Yo lo veía con los ojos de niño. Hablaba poco de la guerra, cuando regresó estudió derecho y se convirtió en juez de las faltas ajenas. Cuando yo tenía ocho años, me llamó a su estudio. Antes del amanecer, el cielo se iluminaba a medias como si fuese a desatarse una tormenta, decía, y entonces comenzaban los  cañonazos, sonidos retumbantes que hacían añicos el alba. Cuando rompía el día, los destellos del fuego de artillería adquirían una tonalidad más cálida. La tierra se estremecía con las detonaciones. Las armas generaban su propio calor y su viento, como si tuviesen más poder que la naturaleza. Mi abuelo mirándome fijamente desde el otro lado del escritorio, me entregó un regalo. Era su viejo casco de acero, tan pesado que apenas podía sostenerlo. Lo colocó sobre mi cabeza, retrocedió un paso y dijo que el casco me ensuciaba el cabello con la tierra de los aliados de la segunda guerra mundial. Y había otra fotografía en casa, una imagen ligeramente desdibujada, donde mi padre llevaba una gruesa chaqueta de aviación y una gorra echada hacia atrás. Tenía el brazo sobre los hombros de otro vestido con el mismo uniforme de caqui y cuero. Mi padre llevaba una pistola. Era, tal vez, una .45 como la que tal vez… usaba el asesino”.

__En la primera y segunda guerra mundiales, incluso en Corea, todo estaba muy claro _dijo el asesino__. Pero en nuestra guerra las cosas no fueron tan simples.

__ ¿Cómo podían saberlo? __ inquirió, Pedro.

__Tiene razón. ¿Cómo íbamos a adivinarlo? Yo fui. Mi viejo fue, su padre fue antes de él. Creo que era algo aceptado por todos. ¡Qué equivocados estaban! Cuando regresaron eran vistos como simples asesinos en lugar de víctimas.
__ ¿Su padre y su abuelo? __preguntó, sorprendido.

__Sí, no es que fuese una familia de militares, solo era algo aceptado. Y después me llegó el turno.
__A mi familia le pasó algo parecido.
__Pero no fue a Vietnam.
__No.
__ ¿Participó al menos de manifestaciones pacifistas alguna vez?
__Supongo que sí.
__ ¿Sabe? Apuesto a que tenemos más cosas en común de las que usted puede pensar.

Su voz interrumpió los pensamientos. La mente regresó a los ancianos.
__Hábleme de los ancianos __pidió, Pedro.

__Fue fácil, demasiado _respondió. Lanzó una carcajada__. Les gustaba salir a pasear por las noches temprano para mantenerse en forma. Los observé por días. Siempre recorrían el mismo camino al mismo paso. Se detenían en los mismos sitios a tomar aliento. Iban del brazo. Eso me gustó. Mucha gente no demuestra su afecto como hacían ellos.

__No entiendo…
__Esa noche los seguí hasta su casa __me interrumpió__. No me vieron hasta que les di alcance en la entrada. No había nadie más en la calle y ellos estaban demasiado sorprendidos y asustados para gritar siquiera. Les dije una frase aterradora: “Al menor ruido los mato”.
Le tapé la boca a la mujer, los obligué a entrar en la sala de su casa y cerré la puerta detrás de mí. Fue así de sencillo. De pronto, ya no hacía calor y el silencio lo envolvió todo como si el hecho de cerrar la puerta hubiese cercenado el día como una cuchillada y solo quedáramos en el mundo ellos y yo.

“Les acerqué la pistola a la cara por un instante. El viejo estaba aterrado. Se interpuso entre su esposa y yo y dijo: “Llévese lo que quiera” y luego reunió el poco coraje que le quedaba y me soltó: “Los he visto más rudos que usted”.

Yo le sonreí y les indiqué por señas que se sentaran en el sofá de la sala. Me dejé caer en un sillón y sin dejar de apuntar con la pistola dije: “¿Ah, sí? ¿Dónde?” Y el viejo se estremeció.  “En la guerra”, respondió levantó el brazo, la manga se deslizó hacia abajo dejando al descubierto la muñeca huesuda  con el número tatuado.

“Yo me quedé perplejo. No podía creer en mi suerte. “Hábleme de eso”, le pedí, y el viejo tomó la mano de su esposa. Ella no había abierto la boca hasta ese momento, miraba al frente con ojos vidriosos. “¿Qué quiere que le diga?”, preguntó él. ¿Ha visto fotografías? Yo asentí. “Todos entramos. Algunos salimos. No muchos. ¿Qué más puedo decir? ¿A quién le gusta recordar esas cosas? Pero usted no me asusta, ni siquiera con esa pistola.”
Eso me enterneció. ¿A quién no le hubiera enternecido? Al cabo de un minuto dijo. “¿Ha venido a robarnos, o qué? ¿Cree que somos ricos? Si lo fuéramos, no viviríamos aquí.”
Negué con la cabeza. “Así que no se trata de un robo”, dijo. ¿Qué otra cosa puede ser? ¿Un asesinato? ¿Con qué objeto? ¿Una violación? Somos demasiado viejos. ¿Qué otra posibilidad?”

Pero yo no respondí.
Era un viejo orgulloso, estaba sentado con la espalda muy recta y no me quitaba los ojos de encima. Con un brazo rodeaba los hombros de su esposa, como un ave cubriendo a sus crías con sus alas. La había tomado de la mano. Vi que sus ojos se posaban en la pistola. Entonces sonrió. “Una .45, ¿tal vez?”, preguntó, y asentí.
“Esto empieza a tener sentido”, dijo.

Entonces se volvió hacia su esposa, le habló en voz tan baja que apenas pude oírle.
Marga, le dijo, sabes que te he amado todos estos años. Ahora todo terminará. Este es el hombre de los periódicos, el que mató a esa joven tan bonita y piensa matarnos a nosotros también”.

Al oír aquello, ella se puso rígida, abrió mucho los ojos. Me recordó un poco a un animal, a un perro, a un conejo. Pero él la calmó enseguida: “Somos viejos. ¿Qué nos importa? ¿Por qué habríamos de tener miedo?” Su voz era maravillosa, suave, tranquila, hipnótica. Observé el efecto que producía en su esposa. Ella se relajó perceptiblemente y se arrimó más a él. Cerró los ojos y asintió, y el anciano se volvió hacia mí. "Bien”, dijo. “Haga lo que tenga que hacer.”

“Hábleme de su vida” le pedí. Pero él se encogió de hombros y dijo: “¿Qué quiere que le diga? Nacimos. Nos conocimos y nos enamoramos. Sobrevivimos, seguimos adelante. Y ahora vamos a morir.
“Sacudí la cabeza. Por favor quiero saber”, insistí.
 Entonces su esposa abrió grande los ojos. Le dio un codazo en las costillas. “Anda, cuéntaselo”, le pidió. “Yo también quisiera oírlo.” Entonces el viejo le dedicó una especie de sonrisa y comenzó a contarme la historia de su vida. Debimos estar allí sentados durante… no lo sé… dos o tres horas. Cuando uno escucha una historia como esa, pierde la noción del tiempo.
“¿Sabía que después de la segunda guerra a los sobrevivientes de los campos alemanes los encerraron en otros campos de concentración dirigidos por los británicos y los estadounidenses? Campos de internamientos, los llamaban. ¿Sabía que Estados Unidos fijó un cuerpo de refugiados y no permitió que muchas personas desplazadas por la guerra entraran en el país? El viejo me lo contó todo. Me habló de cuando vinieron aquí, y entró porque tenía un primo que ya vivía acá, a quien no veía desde la infancia y que se responsabilizó ante las autoridades. El viejo llegó al punto del puerto donde me dijo sintió que saboreaba el aire, que le hacía sentir vértigo.

Creo que llevaron una buena vida. Nada excepcional. A sus hijos les fue mejor que a él, y él se enorgullecía de ello, había visto crecer a su nietos si no hasta adultos, a menos hasta la adolescencia. Dijo que había trabajado duro y que había disfrutado de cada momento de ello. Confeccionaba y vendía ropa, una profesión honorable. Vestir gente. Era ropa de calidad, me dijo, diseños resistentes y prácticos. Cuando la gente le compraba un traje, sabía que las prendas le durarían años. Luego se volvió hacia su esposa y dijo: “Como nosotros. Hemos durado mucho.” Ella simplemente apoyó la cabeza sobre su hombro y sonrió, con los ojos cerrados. ¿Sabe? Era obvio que aún estaban enamorados, seguramente tanto como en cualquier momento de todas las décadas que llevaban juntos.

¿Cómo se conocieron?, le pregunté. Y la mujer levantó la cabeza. “A la vieja usanza”, respondió, “por medio de una casamentera.” Me habló un poco del noviazgo y de su boda. Estuvieron en campos separados, pero después se reencontraron. Tardaron seis meses, pero ella dio con él. Según me contó, en ningún momento dudó que él  hubiera sobrevivido, pues los dos estaban llenos de vitalidad.
Mientras refería su historia, sonreía, de cuando en cuando se inclinaba y tocaba al marido. Entones me miró y dijo: “Usted debe de ser un joven muy triste para hacer estas cosas tan terribles”.
 ¿Sabe una cosa? Le di la razón. Hice un gesto de afirmación con la cabeza y noté que se me saltaban las lágrimas. “Es doloroso”, les dije. Y ambos asintieron sabiamente, me preguntaron por mis padres. Y les hablé de mi niñez. Solo un poco, para mantenerlos interesados. Les hablé de la granja, de la ciudad, de la diferencia entre ambos lugares.
¿No le parece  notable? Cada minuto que pasaba los acercaba a la muerte, y al mismo tiempo, nos acercaba como personas a medida que nuestra relación evolucionaba de una trato superficial a uno amistoso. Sucedió lo mismo con la muchacha. Siento que solo puedo conocer a la gente, conocerla de verdad, a puertas de la muerte. Entonces caen las máscaras, se deja de lado toda hipocresía. Y solo queda algo puro…  perfecto.

Entonces, los tres lloramos un poco. Finalmente, me enjugué los ojos y les agradecí el haber compartido conmigo sus recuerdos. Entonces advertí que el temor asomaba en el rostro de la anciana. Tenía el cabello blanco tomado hacia atrás, y se le había soltado un  mechón que le caía sobre la frente Sacudió la cabeza para apartárselo de los ojos.
“¿Aún piensa que…?”, preguntó y la hice callar. “Nada cambia”, le respondí. “No tema”.  Vi que se estremecía ligeramente y se acercaba más a su esposo. Él me sonrió, mi miró. ¿Va a atarnos, o qué?” Entonces yo saqué una cuerda de mi bolsillo.

__ ¿Cómo es que estaban desnudos? __ Le cortó Pedro.

__Muy sencillo __comentó__. Simplemente les dije que sería como dormirse, y les indiqué que se prepararan para irse a la cama.

Ella tuvo que ayudar al viejo a quitarse la camisa. La artritis, me explicó con una mueca. Él dejó caer sus pantalones  al suelo, luego su ropa interior, y quedó desnudo. Ayudó a la anciana a despojarse de la blusa, luego de la falda. Ella vaciló un instante antes de quitarse la enagua y luego se la pasó por encima de la cabeza. Las medias, la ropa interior de encaje,  todo quedó amontonado en el suelo.

Ella miró la pila de ropa, luego se inclinó, recogió las prendas y las dispuso pulcramente sobre el sofá. Supongo que es difícil desprenderse de viejos hábitos. El viejo la observaba con una media sonrisa.
 Yo jamás había visto dos ancianos desnudos. Los estudié con atención. El pene del viejo se había encogido, marchitado. Vi que el vello se le había puesto gris.
A ella también, tenía los pechos casi planos y los pezones de color marrón oscuro. Ambos tenían el pecho hundido. Sin embargo, él henchía el suyo de aire y me miraba fijo.
“¿Quiere darse prisa ahora?”, me apremió. Les indiqué que se dirigieran al centro de la habitación y en un segundo estuvieron arrodillados el uno junto al otro.
Los até las manos rápidamente, dudo que fuese necesario, pero me preocupaba que uno de ellos fuera presa de pánico entre un disparo y otro.
En ningún momento perdieron la dignidad, aunque percibí un leve temblor en los hombros de la anciana.

“Acabe conmigo primero”,  dijo el anciano, “pero envíenos al otro mundo juntos”. Me sentí como si yo no fuese más que el instrumento de un suicidio. “Muy bien, díganse lo que quieran”, les dije. Juntaron las cabezas. Se dieron un ligero beso en los labios, sonrieron. “Ya no tenemos palabras”, dijo el viejo.

“Los dos cerraron los ojos. Tomé un almohadón de un sillón. Era como si yo mirase desde fuera mientras preparaba la ejecución. Coloqué el cojín contra la cabeza del viejo y contemplé la .45 por un momento. Vi mi dedo apretar el gatillo. Cada micrómetro de movimiento tardaba segundos… Entonces sonó la detonación y sentí la sacudida que me recorría el brazo. Los dedos me hormigueaban, insensibles. El viejo se desplomó hacia delante. Vi que la mujer apretaba los dientes. Supuse que estaría rezando una oración, se le movían los labios.
Me situé tras ella casi antes de que cesaran las convulsiones del viejo en el suelo. Esta vez mis movimientos me parecieron acelerados, como una película a cámara rápida. Le apoyé el almohadón contra la nuca y la encañoné, luego sentí el retroceso del disparo y ella cayó de bruces.

“Creo que en ese momento enloquecí y me puse a jugar con la sangre. Fui a la cocina y encontré una esponja: la empapé en la sangre del suelo y escribí los números con ella. No sé cuánto tiempo pasé allí. Tal vez minutos, tal vez horas.
Me puse a bailar alrededor de los cuerpos hasta que la oscuridad inundó la habitación y apenas podía ver. Entonces salí de la casa y dejé la puerta entreabierta.

Caminé por la calle hasta mi coche, la sangre brillaba sobre mi ropa. Me había vuelto invisible. Nadie salió de su casa, no había un alma en la calle, no pasó ni un automóvil.
Llevaba la .45 en la mano, y la noche parecía haber detenido su avance mientras yo me alejaba de allí. __Vaciló__. Eran totalmente inocentes __agregó.

Completamente agotado, Pedro dejó que el silencio creciera en la línea hasta llenar la habitación. Los ojos se resistían a fijarse en las páginas cubiertas de notas y citas que Guille había garabateado a toda prisa. A veces él, pero la propia escritura le resultaba extraña desconocida.

__Me siento _ concluyó el asesino__ como un hombre sediento después del primer trago de agua fría. Volveré a llamar pronto. Tal vez a su casa, tal vez al diario. Depende… todo depende.

Y entonces, colgó el auricular.

Pedro se dejó caer en el sofá, los codos en la rodilla, la cabeza entre las manos, Guillermo se colocó a su lado y lo atrajo al abrazo, permanecieron en silencio, con los ojos cerrados.

__ ¿Quieres tomar algo? __ofreció luego Guillermo.

__Agua, solo agua.
__ ¿En qué piensas?
__ ¿Escuchaste cómo se burla de mí? _dijo mirándolo.

__Por lo de los psiquiatras…  forma parte de querer provocar, no se refiere a vos, a todos, trata al mundo de loco, y él se dice cuerdo _afirmó Guillermo en tanto se servía su Whisky.

__ ¿Y sabes que tiene razón?
__ ¿Cómo?

__Que en el sentido estricto de lo que la gente llama loco no lo es, no es un esquizofrénico, tiene un delirio demasiado estructurado, que repite exacto una y otra vez, no alucina ni escucha voces… aunque puede tenga otra psicosis, que sea megalomanía, pese a que mucho de lo que dice es cierto, lo de que el mundo es manejado por menos de un uno por ciento de gente poderosa y que otros intentan a escondidas mantenernos a salvo.
Me desespera no poder encajarlo en un perfil, no poder imaginar siquiera qué mierda sigue, no prever su próximo paso __afirmó Pedro derrotado__. ¿Qué tienen en común una nena casi y los ancianos? A ellos los desnudó, a ella no, a los tres los ejecutó y eran inocentes, ¿los elige al azar?

__Calma amorcito, nadie puede.
__ Hasta ahora, solo sé de la guerra, que ejecuta a las víctimas luego de establecer cierta empatía con ellas y pone el acento en que son inocentes… ¿inocentes como los chicos que envían a la guerra? ¿Los asesina como murió ese compañero por la mina y se castiga a sí mismo por haber sobrevivido? No, no siente culpa, la empatía es fingida, no puedo dejar de creer que de base es un psicópata _resopló mientras recibía el vaso con agua.

__Basta precioso, ya mañana seguramente en el diario sabrán esto o más, por ahora basta.
__Lo único que me tranquiliza es que mis hijos están seguros, esta casa es una fortaleza, la de Orestes y la de Ana también _ afirmó__.  Maldita sea…  quería llamar a Camila _consultó el reloj__, es de madrugada, no puedo despertarla solo por el temor de que esté sola y este tipo llamó, puede que temprano tenga que exponer. Perdón, estoy obsesionado, siento que este hombre entra en todos lados.

__No me pidas perdón, es lógico que te preocupes por ella, yo lo hago, es inestable, es osada, no está bien, pero pienso que debe de tener guardaespaldas cuidándola _ dijo Guillermo__. Seguramente duerme feliz en la suite de ese lujoso hotel.

__Lo sé. Pero me dijo el padre que se me adelantó con el tema de la casa, que compró.
__No lo sabía, ¿entonces?
__ ¿Crees que la brigada podría mientras está en ese hotel montar en ella todas las medidas de seguridad? __pidió__. Orestes tiene las llaves.

__Claro, las mismas que acá y en lo de Ana. Temprano le pediré a José que se ocupe.
__Igualmente, cuando pida que los chicos pasen tiempo con ella, le pondré condiciones.
__ ¿Que serían?
__Que en esos días estará en casa del padre _ dijo con seguridad__. Mi amor, ella no es estable, por medidas de seguridad que tenga, no quiero que los chicos estén con ella a solas.
__Lo entiendo. ¿Vamos a descansar? ¿Te dije que te amo? Ese tipo nos retuvo tanto tiempo que olvidé en qué estábamos cuando llamó, creo que terminando de cenar.
__Hazme el amor, quiero sentirme vivo, porque solo contigo dentro de mí, siento la energía galopando por mis venas. ¿Te das cuenta que sabe todo de nosotros? Seguramente de la familia de cada uno.
__ ¡Pedro! Basta.
__Siente mi escalofrió, esa caricia que desnuda recorre tu espalda, ese beso egoísta que en tus labios absorbe alma... ese sudor de hombre que excita cada poro de tu piel blanca. Cierra los ojos y abrázame, como el sol lo hace con su alba, como el mar con su ola más lejana y como el cielo con su luna más temprana. No dejes que el tiempo nos alcance, tampoco sus prisas, sus emergencias y sus alegorías porque de tu pensamiento soy palabra, de tu boca esa saliva que te nada, de tu garganta ese nudo que del amor es ancla y de tu corazón ese latido, que llena con mi sangre toda tu alma.
Despierta en mí, verás que tus miedos son añejos, que mis manos están llenas de tu deseo, que mi cuerpo  está dentro de ti, que dos lágrimas dibujaron la intensidad del momento... que tu verbo vivió en mí piel  y cada letra fue un orgasmo de amor, en el escalofrió de nuestro amor eterno.
Han pasado los meses, de tiempo nos hemos llenado, de arrugas y espacios en blanco, contando distancias y escribiendo  páginas que nadie nos ha explicado.
Vivimos con las miradas perdidas en el pasado, con el vientre de recuerdos preñado, con la memoria en aquellas ilusiones que de niño soñábamos y que hoy vemos cómo se escurren entre los dedos de nuestras manos. Nos han regalado caricias, quizá las tuyas diferentes a las mías, algunas queridas, otras necesitadas, pocas odiadas y muchas, por el pecado reprimidas.
Pero ahora es distinto, junto a mi tinto desnudas tu albedrío, pegado a mis leños sabes que en el frío no hay paraíso, que mi regazo te respira ofrecido y que sigo perdido en tu fragancia hasta el más profundo de los suspiros. Así te quiero, hermoso y maduro, con tus labios llenos de travesuras, inteligente y ardiente, sabio y diferente, con esa mirada que no pregunta cuando en mis brazos valiente te desnudas. Me cuentas que del miedo has sido víctima, de un cariño vacío en sabiduría, también del escalofrío cuando te afligía, del amor y sus espinas, de cada etapa de ajenas vidas y de cada silencio que en soledad, de la esperanza era, una hermosa vigilia.
Cruzamos palabras, el sentimiento nos acerca sin pausa, un pequeño temblor recorre nuestras espaldas, las manos se abrazan, tu mirada habla y entre dientes es mi aliento el primero que te ama. Se cae la copa, se eriza la alfombra, crepita el fuego en leñas primorosas, un beso deshaces en mi boca, entre tus pezones mi ternura se vuelve loca, el cuerpo se moja y chorrean las ceras, despacito en sus gotas. Con dulce cariño se abre el libro, un sentido escrito te penetra como destino, gime tu alma, también mi sangre en su mar, cada poro es querido, cada rincón por nuestras salivas bendecido, te lleno de suspiros, me bebes como jugo maduro recién exprimido, te toco en la memoria de todo lo permitido y sonríes la blancura de tus ojos cuando en ti me desparramo vivo.

__El silencio no es elegido, es la opción del amor cuando es sentido, esa pausa que toma el alma cuando el pensamiento descansa, el tiempo de un sueño cuando la imaginación lo para. Ven, una cama nos espera, no te pediré travieso, solo tierno, con el abrazo de tu hombre entero, con esa piel envidia de la primavera, amado por este hombre que te desea, ungido por mi amor de los pies a la cabeza y bebido sin pausa ni medida, en cada gota de tu néctar.
Te pienso a través de la palabra, te sueño etéreo, sin pausa, dormido y despierto, confundido en el viaje de los alientos, atrevido por tocar en el tiempo un deseo, poeta al cortar en el espacio de la distancia cada letra y hombre porque de ti, mi carne está llena. Te medito al tocar mi silencio, al mirar la noche del cielo, al responder las preguntas de mi ego y también cuando una imaginada caricia te desviste.
Ámame como nunca se ha inventado, con esa fuerza que tanto extraño, profundo en tu regazo y con ese sentimiento que en mí has enamorado. Deja que tu deseo se convierta en vaho, que impregne mi piel más allá del sudor ansiado, que juegue encendido en cada rincón acariciado y se pierda mojado dentro de cada poro por tus labios erizado.
Ámame con ternura, con la desfachatez de la lujuria, con la cursilería de la exquisita locura, con la inocencia de un niño disfrazado y con toda tu hombría, hasta el límite de la dulzura. Ámame por dentro, sobre mi espalda, como sentimiento y el color de un momento, fundidos en el abrazo intenso, seductor en la contorsión de tu alma, amado en esa lágrima que del orgasmo es lanza, húmedo desde la cintura hasta lo más profundo de tu mirada… excitado cuando mi terso miembro entre como baile, por cada rincón de tus entrañas.

Te pienso a través del amor, en el sueño perfecto, con el tiempo detenido en el sabor de tu cuerpo, confundido en el velo del celo, lleno de tu olor y abrigado intenso cuando en el invierno del espacio, te siento lejos. Dibujemos nuestro viaje, pintemos el tocar de caricias salvajes, esos besos que nadan suaves, esas gotitas que entre salivas escriben traviesos maridajes, esas miradas que en el deseo se cierran y en la pasión abren nuevos paisajes.
Ámame porque ya quité de mi vida cada amor sufrido, a la vieja música esa melodía preñada de gemidos fingidos, a las esquinas sus comprados suspiros, a mi cama las manchas que cada noche desgarraban mi libido y al pensamiento cada momento, que en soledad viví perdido, en un maldito laberinto. Ámame porque hacerlo es destino, en el cielo está escrito, sobre cada estrella y por cada senda que recorre el cometa, dentro de cada planeta, también en nuestras almas y en cada gota de tu sangre, que hoy recorre caliente, cada una de mis venas.
Tostaba un pedazo de pan sobre la brasa de una vieja leña, le pedí a una oliva que exprimiera su jugo en cada migaja, a un ajo que las acariciara y a mi boca que las ensalivara, como delicioso manjar de hadas. El tinto hizo el resto, desde aquel porrón me atravesó erecto, en su mosto saboreé el cielo y con la mirada perdida en cada viga de aquel techo, dejé que un sueño me absorbiera por completo. Se desparramó la noche entre las sombras de un humo perfecto, gritó mi soledad su postura más irreverente, abrí la ventana, también la cortina que tapaba su persiana y caminé despacio por un aire que me envolvía caliente y lleno de una extraña ansia. Tanta oscuridad desvaneció mi mente, el recuerdo cayó, la memoria cada neurona tiró, solté riendas a la imaginación y entre tanta bruma, una calle apareció. El pensamiento la abrió, con ganzúa pues la llave no encontró, mi corazón aquel hermoso paisaje latió y fue entonces que un atrevido deseo, le pidió a mis huellas que no fueran cobardes y que en aquel extraño camino, plantaran sus pies y también su coraje.

Abrí la puerta del tiempo y en su portal senté mi silencio, estaba lleno de relojes y manecillas cubiertas por un polvo cansado y quizás algo viejo. De repente me cautivó un reflejo, un espacio sin pliegos gemía su distancia a lo lejos, una extraña niebla lo llenaba denso, no había maderas taladas en invierno, tampoco crepitaba ningún leño, solo una espesa resina que lo resbalaba por la espalda y que ahora se pegaba como ámbar, sobre la palidez de mi cara. Enfrente se abrió un parque, lleno de hojas y bancas, de otoños caídos, de pacientes viejos divinos y de algunos niños, que ahora no jugaban ni mostraban sus gritos. Aquel parque pensaba sus olvidos, aquellos vacíos que entre sombras una y otra vez lo habían recorrido, esas miradas que un día lo respiraron verde y que ahora lo tenían sentenciado, en un retiro ya jubilado.
Y despertó el amanecer, a un rocío estaba pegado, sus labios eran de agua, su piel tersa como mármol de carrara, su mirada tierna como nube pintada y su fragancia algo traviesa pues olía a rosas, jazmines y también a dulces manzanas. Era un rocío extraño, un tanto humano, a la vez vestido y desnudo, seguro y despistado, por el viento acompañado y con un aliento abrazado en cada puño de sus manos. En cuanto me vio una sonrisa dibujó, giró su cara y detuvo mi saludo con una prisa que salía de su alma, dejó caer sus gotas sobre cada árbol, suspiros sobre cada portal abierto desde temprano y con una sutil elegancia, cruzó los brazos en su espalda y sobre aquella vereda, caminó erguido y en calma.
Desde el parque nos miró una vieja banca, rodeada de palomas blancas, algunos celofanes que todavía respiraban a caramelo de anciana, un par de colillas bien exprimidas y entre sus forjados hierros, un pequeño caracol recorría despacito aquel frío, con toda su baba. Estaba limpia, no tenía heces tatuadas ni hojas secas sobre su estampa, tampoco pedacitos de caídas ramas. El momento se mostraba tenso, le pedí al rocío que a mi lado sentara su trasero, de reojo preguntó, de mi aliento salió un gesto, de su boca un mojado silencio y con el primer viento a mi lado sentó, su olor más travieso.
No habló, tampoco yo. Sentía que una humedad me vigilaba, que desde otro cielo alguien me observaba, abrí mis manos y se llenaron de nostalgia, de cada poro salió una lágrima y en su sal se cristalizó dulce una gota de agua, también en mis ojos y con la mirada empañada comprendí, que aquel rocío me amaba. El tiempo pasó página, el deseo rasgó tiras de piel en aquella banca, aquel rocío en ser poco a poco se transformaba y mi hombre, erotizado por aquella seductora fragancia, tenso despertaba. El sueño se desvistió en par, su latido desnudó cada miedo, la caricia me prendió perverso y en el primer suspiro arrancó de mí, todos los pecados que de ajenos infiernos, guardaba muy dentro. En su aliento lo gemía, en el vaho mis dedos una pasión escribían, cada una de sus prisas en mi pensamiento eran lamidas, también esas humedades que apenas contenía y cuando la mano atrevida desabrochó mi camisa… le ofrecí mi cama, mi vida, los besos que ya destilaban mi saliva. De él tenía ganas, de su hermosura y de cada curva, también de su boca y de cada gota que de mí, hoy caminaría erecto por las entrañas de un túnel que era mío y de mi música, la más erótica de las notas.
Y en aquel parque lo hice mío, dentro, muy dentro, abrazado por su caliente melodía, poseído por aquellos labios y besado por esa miel que solo mi cuerpo en su piel, era capaz de libar. Surcaba su cielo mi mar, chorreaba ardientes chispas la cera en cada deseo hecho ansiedad, sufría el sentimiento porque en la carne se quería expresar, también el latido cuando en su sangre quería caminar, mis pestañas porque en cada mirada una poesía querían recitar y toda mi alma, porque en su historia quería escribir ese capítulo, que jamás, iba a olvidar. Dentro, muy dentro, perdido en lo perverso de los sentidos, como parte de su cariño, niño y cautivo de su ritmo, del destino, de esa pasión desbocada que me atrapaba en su paraíso… de ese sudor que en el amor era una y otra vez, bebido y permitido.
Su contorsión era suave y perfecta, lo recorría completo, caían tullidas las hojas de mil ramas sobre aquel parque proxeneta, aquella banca gritaba, cien ventanas cerraban cortinas y persianas, solo estrellas nos miraban y entre cien, diez mil cometas humedecían sus estelas y también se desnudaban. Dentro, muy dentro, irreverente, perdido, libre y completo, sin miedos ni falsos vientos, con toda la energía del hombre que despertó tenso, disfrutando a esa  pareja que fue capaz de desnudarme en su cariño, con un solo dedo.
Nos mostró el silencio un atrevido sigilo, lleno de gemidos y gritos, de orgasmos y eyaculaciones permitidas en traviesos escalofríos, de eróticas trampas que como río recorríamos sin pausa en nuestra piel y también sobre cada sentido. Lloraba profundo cada aliento, me sentía abrazado por puños de sentimientos, por ese intenso fuego que recitaba su cuerpo, por tanto cariño que me mantenía inquieto y perverso, por esa suave dulzura que exprimía con ternura hasta la última gota de mi erecto miembro. Dentro, muy dentro, con toda su marea abierta, mojado desde mi vientre hasta la cabeza, ungido por tanto jugo que de él era un precioso néctar, erotizado hasta lo más profundo… amado y deseado como nadie jamás, se había atrevido en mi mundo. Dentro, muy dentro, no me quería salir, en ese abrigo quería vivir, en él todo erizado quería morir porque no habría otro amanecer, que un rocío clavara, tanta huella en mí. Con dulzura lo vestí, que me acompañara le pedí, todo se empapó en mí y camino a casa le expliqué que su destino, siempre estaría en mí. El parque nos miró, el otoño en su ocre se despidió, el viento se deslizó y nos dijo adiós, un arrugado celofán en caramelo otra vez se convirtió, me sonrió la banca.
Le ofrecí una taza café, con duda me miró, lo probó, pero era tanto el calor, que en ese vapor, todo se desvaneció. Solo una gota dejó, la más tierna y clara, esa que es sudor en cada alba, entre mis brasas una chispa de añoranza, en mi taza la memoria de un erótico sueño en aquella banca y en mi alma una lágrima de amor, que desde entonces cada mañana, recorre sin prisa el cristal de mi ventana.

__ ¿Mejor?
__Sí __ musitó, Pedro.

__Al despertar llamarás a Orestes, y te dirá que Camila tiene su custodia, tranquilo, duerme amor mío.

__
Camila tiritaba. Lo único que quedaba de la condensación evaporada en el espejo eran unos bordes feos, sin reflexionar, eliminó las manchas con un paño. Un instante después se enfadó por no haber echado el aliento al espejo para que el mensaje volviera a cobrar vida y luego volvió a enfadarse porque ya no estaba segura de nada.

__ ¿Qué pasa contigo, Camila? __susurró, presionando la cara contra una toalla.

“No imaginaste que el mensaje solo era una broma estúpida. No tienes motivo para ponerte tan nerviosa:”

Apagó la luz del baño sin volver a mirar el espejo, volvió a colgar la bata en el armario, y se puso el pijama, pero no pudo resistir el impulso paranoico de registrar el armario en busca de posibles escondrijos secretos. Ya puesta, también miró detrás de la cama y las cortinas y comprobó las cerraduras una vez más, siempre bajo la atenta mirada del retrato de Ai Weiwei, cuyos ojos estaban fotografiados de una manera que nunca perdían de  vista a Camila, independientemente del lugar que ella ocupara frente a la foto.
 Sabía que todos esos eran meros hechos y actos compulsivos, impulsivos, pero se encontró mejor tras ceder a sus irracionales síntomas de estrés.
“¿Por qué no acepté a los custodios de papá?”
Cuando tras la ronda de vigilancia por fin se deslizó bajo las almidonadas sábanas, se sentía cansada y pesada. Intentó hablar con Pedro por última vez, saltaba el contestador, le dijo: “Sueña conmigo cuando hayas escuchado este mensaje”, puso el despertador y cerró los ojos. Como le sucedía cuando estaba agotada y al mismo tiempo muy tensa, la oscuridad en que quería sumergirse se llenó de luces titilantes y sombras chinescas.

“¿Por qué dijiste eso? __se preguntó sumida en un recuerdo borroso de su disertación mientras comenzaba a adormilarse__. ¿Por qué contaste que tú misma eras la torturada paciente del video?” Nunca había tenido intención de contarlo, actuó impulsivamente y solo porque ese colega, ese gallo insolente la había incordiado: “¿Dispone de algo más que la declaración de esa falsa paciente?”
Sí, disponía de algo más… Su inesperada revelación había causado un revuelo innecesario.

Se tendió de lado y trató de olvidar las imágenes de la jauría de espectadores masculinos del centro de congresos, pero sintió un pinchazo en las orejas porque había olvidado quitarse los aretes de perlas.
 “¿Por qué siempre haces cosas así?”, se preguntó y, tal como solía ocurrirle durante la transición hacia el sueño, se preguntó por qué se lo preguntaba y a qué se refería con “siempre”. Mientras aún se encontraba en ese bucle de ideas de pronto ocurrió.
Se durmió brevemente, apenas unos minutos, hasta que un sonido la despertó, un zumbido. En la oscuridad, muy próximo, justo a un lado de su cama.
Se volvió, abrió los ojos y vio el brillo de su móvil, lo había dejado en el suelo porque el cable del cargador no llegaba hasta la mesilla. Tuvo que esforzarse por recogerlo de la alfombra.
“Número desconocido.”

__ ¿Cariño? __preguntó, con la esperanza de que Pedro la llamara del teléfono de alguna comisaría o del estudio.

__ ¿Doctora Moravia?

Nunca había oído la voz de ese hombre y la irritación se sumó a la decepción de que no fuese Pedro. ¿Quién la llamaba a esas horas de la noche, por todos los diablos?
__Espero que sea algo importante _dijo, bostezando.

__Lamento molestarla. La llamo desde la recepción.
“¿A mi móvil?”
__ ¿Sí?
_Solo queremos comprobar si piensa hacer el check- in hoy.
__ ¿Cómo dice? __Tanteó en busca del interruptor de la lámpara de la mesilla, pero no lo encontró__. ¿A qué se refiere? Ya estoy durmiendo. __”Al menos lo intento.”

__ ¿Entonces podemos disponer de la habitación?
¿Es que había oído mal?
__No. Ya he hecho el check- in hace horas.
Dijo el número de habitación.

__Le ruego que me perdone, pero…
__ ¿Pero… qué?
__Pues resulta ser que en este hotel no existe habitación con ese número.
“¿Qué?”

Camila se incorporó en la cama, clavó la vista en el pequeño piloto titilante del detector de humos pegado al techo.
__ ¿Está de broma?
__En todo el hotel no hay un número…, es un número gafe, y por eso…

Camila no oyó el resto porque ya no sostenía el móvil en la mano. En cambio, oyó algo completamente imposible junto a su oreja: un carraspeo.

De un hombre.
Entonces, mientras el terror le atenazaba la garganta, notó la presión en la boca de una mordaza, al tiempo que sentía un pinchazo, y algo frío que se le derramaba en el ángulo del codo.

El hombre volvió a carraspear y Camila, mientras se quedaba congelada interiormente, notó algo  puntiagudo, invisible en la oscuridad, muy próximo a su rostro, un sonido intenso, una vibración.
Un cuchillo de cocina, una sierra o un sacacorchos…  un aparato eléctrico dispuesto a pinchar, cortar, punzar…

Oyó el sonido de una cremallera que se abría. Quiso gritar, pero la lengua y los labios se negaron a obedecerle. Inmovilizada, no podía gritar, patalear ni agitar los brazos. Solo aguardar a sentir los dolores. Y rogar que el horror no durara demasiado.

Pero no fue así.

CONTINUARÁ
HECHOS Y PERSONAJES SON FICTICIOS.
CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA.
LENGUAJE ADULTO.
ESCENAS EXPLÍCITAS.

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