EL EMBAJADOR.
“EL EMBAJADOR”
PRÓLOGO.
"Cada memoria
enamorada guarda sus magdalenas y la mía -sábelo, allí donde estés- es el
perfume del tabaco rubio que me devuelve a tu espigada noche, a la ráfaga de tu
más profunda piel. No el tabaco que se aspira, el humo que tapiza las
gargantas, sino esa vaga equívoca fragancia que deja la pipa, en los dedos y
que en algún momento, en algún gesto inadvertido, asciende con su látigo de
delicia para encabritar tu recuerdo, la sombra de tu espalda contra el blanco
velamen de las sábanas.
No me mires desde la ausencia con esa gravedad un poco infantil que hacía de tu rostro una máscara de joven faraón rubio. Creo que siempre estuvo entendido que sólo nos daríamos el placer y las fiestas livianas del alcohol y las calles vacías de la medianoche. De ti tengo más que eso, pero en el recuerdo me vuelves desnuda y volcada, nuestro planeta más preciso fue esa cama donde lentas, imperiosas geografías iban naciendo de nuestros viajes, de tanto desembarco amable o resistido de embajadas con cestos de frutas o agazapados flecheros, y cada pozo, cada río, cada colina y cada llano los hallamos en noches extenuantes, entre oscuros parlamentos de aliados o enemigos. ¡Oh viajera de ti misma, máquina de olvido! Y entonces me paso la mano por la cara con un gesto distraído y el perfume del tabaco en mis dedos te trae otra vez para arrancarme a este presente acostumbrado, te proyecta antílope en la pantalla de ese lecho donde vivimos las interminables rutas de un efímero encuentro.
Yo aprendía contigo lenguajes paralelos: el de esa geometría de tu cuerpo que me llenaba la boca y las manos de teoremas temblorosos, el de tu hablar diferente, tu lengua insular que tantas veces me confundía. Con el perfume del tabaco vuelve ahora un recuerdo preciso que lo abarca todo en un instante que es como un vórtice, sé que dijiste " Me da pena, y yo no comprendí porque nada creía que pudiera apenarte en esa maraña de caricias que nos volvía ovillo blanco y negro, lenta danza en que el uno pesaba sobre el otro para luego dejarse invadir por la presión liviana de unos muslos, de unos brazos, rotando blandamente y desligándose hasta otra vez ovillarse y repetir las caída desde lo alto o lo hondo, jinete o potro arquero o gacela, hipogrifos afrontados, delfines en mitad del salto. Entonces aprendí que la pena en tu boca era otro nombre del pudor y la vergüenza, y que no te decidías a mi nueva sed que ya tanto habías saciado, que me rechazabas suplicando con esa manera de esconder los ojos, de apoyar el mentón en la garganta para no dejarme en la boca más que el negro nido de tu pelo.
Dijiste "Me da pena, sabes", y volcada de espaldas me miraste con ojos y senos, con labios que trazaban una flor de lentos pétalos. Tuve que doblarte los brazos, murmurar un último deseo con el correr de las manos por las más dulces colinas, sintiendo como poco a poco cedías y te echabas de lado hasta rendir el sedoso muro de tu espalda donde un menudo omóplato tenía algo de ala de ángel mancillado. Te daba pena, y de esa pena iba a nacer el perfume que ahora me devuelve a tu vergüenza antes de que otro acorde, el último, nos alzara en una misma estremecida réplica. Sé que cerré los ojos, que lamí la sal de tu piel, que descendí volcándote hasta sentir tus riñones como el estrechamiento de la jarra donde se apoyan las manos con el ritmo de la ofrenda; en algún momento llegué a perderme en el pasaje hurtado y prieto que se llegaba al goce de mis labios mientras desde tan allá, desde tu país de arriba y lejos, murmuraba tu pena una última defensa abandonada.
Con el perfume del tabaco rubio en los dedos asciende otra vez el balbuceo, el temblor de ese oscuro encuentro, sé que una boca buscó la oculta boca estremecida, el labio único ciñéndose a su miedo, el ardiente contorno rosa y bronce que te libraba a mi más extremo viaje. Y como ocurre siempre, no sentí en ese delirio lo que ahora me trae el recuerdo desde un vago aroma de tabaco, pero esa musgosa fragancia, esa canela de sombra hizo su camino secreto a partir del olvido necesario e instantáneo, indecible juego de la carne oculta a la conciencia lo que mueve las más densas, implacables máquinas del fuego. No eras sabor ni olor, tu más escondido país se daba como imagen y contacto, y sólo hoy unos dedos casualmente manchados de tabaco me devuelven el instante en que me enderecé sobre ti para lentamente reclamar las llaves de pasaje, forzar el dulce trecho donde tu pena tejía las últimas defensas ahora que con la boca hundida en la almohada sollozabas una súplica de oscura aquiescencia, de derramado pelo. Más tarde comprendiste y no hubo pena, me cediste la ciudad de tu más profunda piel desde tanto horizonte diferente, después de fabulosas máquinas de sitio y parlamentos y batallas. En esta vaga vainilla de tabaco que hoy me mancha los dedos se despierta la noche en que tuviste tu primera, tu última pena. Cierro los ojos y aspiro en el pasado ese perfume de tu carne más secreta, quisiera no abrirlos a este ahora donde leo y fumo y todavía creo estar viviendo."
No me mires desde la ausencia con esa gravedad un poco infantil que hacía de tu rostro una máscara de joven faraón rubio. Creo que siempre estuvo entendido que sólo nos daríamos el placer y las fiestas livianas del alcohol y las calles vacías de la medianoche. De ti tengo más que eso, pero en el recuerdo me vuelves desnuda y volcada, nuestro planeta más preciso fue esa cama donde lentas, imperiosas geografías iban naciendo de nuestros viajes, de tanto desembarco amable o resistido de embajadas con cestos de frutas o agazapados flecheros, y cada pozo, cada río, cada colina y cada llano los hallamos en noches extenuantes, entre oscuros parlamentos de aliados o enemigos. ¡Oh viajera de ti misma, máquina de olvido! Y entonces me paso la mano por la cara con un gesto distraído y el perfume del tabaco en mis dedos te trae otra vez para arrancarme a este presente acostumbrado, te proyecta antílope en la pantalla de ese lecho donde vivimos las interminables rutas de un efímero encuentro.
Yo aprendía contigo lenguajes paralelos: el de esa geometría de tu cuerpo que me llenaba la boca y las manos de teoremas temblorosos, el de tu hablar diferente, tu lengua insular que tantas veces me confundía. Con el perfume del tabaco vuelve ahora un recuerdo preciso que lo abarca todo en un instante que es como un vórtice, sé que dijiste " Me da pena, y yo no comprendí porque nada creía que pudiera apenarte en esa maraña de caricias que nos volvía ovillo blanco y negro, lenta danza en que el uno pesaba sobre el otro para luego dejarse invadir por la presión liviana de unos muslos, de unos brazos, rotando blandamente y desligándose hasta otra vez ovillarse y repetir las caída desde lo alto o lo hondo, jinete o potro arquero o gacela, hipogrifos afrontados, delfines en mitad del salto. Entonces aprendí que la pena en tu boca era otro nombre del pudor y la vergüenza, y que no te decidías a mi nueva sed que ya tanto habías saciado, que me rechazabas suplicando con esa manera de esconder los ojos, de apoyar el mentón en la garganta para no dejarme en la boca más que el negro nido de tu pelo.
Dijiste "Me da pena, sabes", y volcada de espaldas me miraste con ojos y senos, con labios que trazaban una flor de lentos pétalos. Tuve que doblarte los brazos, murmurar un último deseo con el correr de las manos por las más dulces colinas, sintiendo como poco a poco cedías y te echabas de lado hasta rendir el sedoso muro de tu espalda donde un menudo omóplato tenía algo de ala de ángel mancillado. Te daba pena, y de esa pena iba a nacer el perfume que ahora me devuelve a tu vergüenza antes de que otro acorde, el último, nos alzara en una misma estremecida réplica. Sé que cerré los ojos, que lamí la sal de tu piel, que descendí volcándote hasta sentir tus riñones como el estrechamiento de la jarra donde se apoyan las manos con el ritmo de la ofrenda; en algún momento llegué a perderme en el pasaje hurtado y prieto que se llegaba al goce de mis labios mientras desde tan allá, desde tu país de arriba y lejos, murmuraba tu pena una última defensa abandonada.
Con el perfume del tabaco rubio en los dedos asciende otra vez el balbuceo, el temblor de ese oscuro encuentro, sé que una boca buscó la oculta boca estremecida, el labio único ciñéndose a su miedo, el ardiente contorno rosa y bronce que te libraba a mi más extremo viaje. Y como ocurre siempre, no sentí en ese delirio lo que ahora me trae el recuerdo desde un vago aroma de tabaco, pero esa musgosa fragancia, esa canela de sombra hizo su camino secreto a partir del olvido necesario e instantáneo, indecible juego de la carne oculta a la conciencia lo que mueve las más densas, implacables máquinas del fuego. No eras sabor ni olor, tu más escondido país se daba como imagen y contacto, y sólo hoy unos dedos casualmente manchados de tabaco me devuelven el instante en que me enderecé sobre ti para lentamente reclamar las llaves de pasaje, forzar el dulce trecho donde tu pena tejía las últimas defensas ahora que con la boca hundida en la almohada sollozabas una súplica de oscura aquiescencia, de derramado pelo. Más tarde comprendiste y no hubo pena, me cediste la ciudad de tu más profunda piel desde tanto horizonte diferente, después de fabulosas máquinas de sitio y parlamentos y batallas. En esta vaga vainilla de tabaco que hoy me mancha los dedos se despierta la noche en que tuviste tu primera, tu última pena. Cierro los ojos y aspiro en el pasado ese perfume de tu carne más secreta, quisiera no abrirlos a este ahora donde leo y fumo y todavía creo estar viviendo."
Julio CORTÁZAR,
Tu mas profunda piel, Último Round, 1969.
Tu mas profunda piel, Último Round, 1969.
“Libro de anclaje: “El capricho de los DIOSES”.
Sidney Sheldon.
Washington D.C.
Orestes Moravia
estaba predestinado para ser presidente de Los Estados Unidos. Se trataba de un
juez, que se convirtió en un político carismático, inteligente, muy respetado
entre la gente y con importante grupo de apoyo de poderosas amistades.
Lamentablemente su propia libido le arruinó la llegada a la Casa Blanca.
Casado y con una
bella hija, Camila Moravia, sin ser para nada un donjuán, luego de años de ser
fiel a su esposa Elizabeth, tuvo una supuesta aventura amorosa fatal.
Orestes era buen
mozo, alto, de ojos celestes, pelo entrecano, porte atlético, rico, destinado a ocupar uno de los cargos más
importantes del mundo, y si bien había tenido miles de oportunidades de engañar
a su esposa, jamás había pensado más que
en ella y en su hija. Eran la pareja perfecta, compartían todo, su esposa era
hermosa como lo era Camila sociable, inteligente, tenían casi todo en común.
Como segunda paradoja
en su vida no sólo se enamoró de otra, sino que su segunda esposa Liza, era
mayor que él, atractiva pero no bella, algo ermitaña, ansiaba estar a solas con
él que era afable y de espíritu gregario, amante de los deportes, del golf, su nueva mujer odiaba toda actividad física,
Orestes era renovador, ella archiconservadora.
Marcos Labrapoulus,
su mejor amigo desde la niñez, una vez le había advertido.
.. Te has vuelto
loco, Orestes, Eli y vos eran la pareja perfecta, no puedes echar todo por la
borda por una calentura.
… No te equivoques,
Marcos, amo a Liza, apenas consiga el divorcio que será difícil, me casaré,
Camila la acepta.
…¿Pensaste en las
consecuencias políticas de lo que estás por hacer?
… No pasará nada, en
este país el cincuenta por ciento de matrimonios terminan en divorcios.
Así Orestes demostró
ser pésimo profeta. El periodismo tomó el peleado divorcio como caído del
cielo, mostró el nidito de amor de Moravia, fotos, horas de sus escapadas
secretas, manteniendo vivo el interés por la historia el mayor tiempo posible.
Cuando todo terminó y cayó el telón, los
amigos habían desaparecido, el respaldo para la presidencia se había esfumado,
habían encontrado a una nueva figura para llevar a la Casa Blanca. Marcos
Labrapoulus.
Mientras sus vidas transcurrían
en los avatares del poder, Camila se divorciaba de su esposo, diplomático de carrera,
apreciado por Marcos y por su padre, quedaba a cargo de sus dos hijos.
En Kansas era un día
nevado y desapacible, nevaba tan copiosamente que en la autopista la
visibilidad era nula.
Al volante de su camioneta, Guillermo Graziani,
intentaba ir por la senda central donde
los barredores de nieve, habían pasado. Malhumorado se preocupaba, porque
evitando resbalar, manejando con cuidado, estaba llegando tarde a las clases que dictaba de ciencias
políticas sobre países de Oriente y de la cortina de hierro, abogado, docente y
escritor, se felicitó al escuchar el discurso de asunción del nuevo presidente,
Marcos Labrapoulus, por haberlo votado,
sin saber, que en poco tiempo, el destino lo llevaría a su lado, y mucho más
allá.
CONTINUARÁ.
Gracias Elda por la foto, está genial para esto, besos.
ResponderEliminarGracias amiguita voy a seguir esta hitoria se ve que sera interesante a Guille como embajador sera genial creo o no se aun no comprendo mucho pero confio en que sera genial
ResponderEliminarSERÁ MÁS QUE CARDÍACA COMO DICES, PARA FUERTES, ES SUSPENSO, POLICIAL Y MÁS Y SÍ QUE GUILLE ES EL EMBAJADOR, NO TENGO EN CLARO CADA PERSONAJE Y SITIO AÚN, VERÉ EN EL CAMINO, PERO SU ROL SÍ, ES EL EMBAJADOR, COMO ES EL GUARDAESPALDAS EN ÉL, ES APSIONANTE, EL AMOR LO PONDRÉ YO AL CAMINARLA, GRACIAS POR LLEGAR.
EliminarSilvia Colases Que cortito Eve.... pero ya me atrapó. Un beso
ResponderEliminargenial prologo Eve , en esta tratare de no atrasarme los capitulos ¡¡¡ besitos ¡¡¡
ResponderEliminarSusana Alcaraz cortito pero muy bueno , como todo lo que escribis , puse un pequeño comentario en el blog ¡¡¡
ResponderEliminarSol Urvino Cuanto suspenso, EVE, que nueva aventura nos espera... Un BESO.
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