sábado, 3 de marzo de 2018

"SIGNIFICAR". CAPÍTULO TERCERO.



“Blues for Maggie.
Ya ves,
y yo sigo pensando en ti.
Canción de PABLO MILANÉS.
Ya ves
nada es serio ni digno de que se tome en cuenta,
nos hicimos jugando todo el mal necesario
ya ves, no es una carta esto,
nos dimos esa miel de la noche, los bares,
el placer boca abajo, los cigarrillos turbios
cuando en el cielo raso tiembla la luz del alba,
ya ves,
y yo sigo pensando en ti,
no te escribo, de pronto miro el cielo, esa nube que pasa
y tú quizás allá en tu malecón mirarás una nube
y eso es mi carta, algo que corre indescifrable y lluvia.
Nos hicimos jugando todo el mal necesario,
el tiempo pone el resto, los oseznos
duermen junto a una ardilla deshojada.
*Julio Cortázar /
“Te quiero como mi libro favorito, para leerte cada noche, línea tras
línea, letra por letra, espacio por espacio”. Mario Benedetti.
 “Hay heridas tan profundas en el amor que en vez de abrirnos la piel,
nos abren los ojos”. Pablo Neruda.


“Significar”.


Capítulo Tercero.


Provincia de Bs. As.
Previo…
Camila mira su reloj, apenas falta una hora, y don Guillermo llegará a buscarla, irán a ver a Pedro, y un dejo de inquietud le arde en la piel.

¿Por  qué ese hombre la inquieta más que cualquiera de las chicas del barrio que persiguen a Pedro?
Seguramente, no significa nada, es solo que ella no consigue nada, que para Pedro es solo… la chica de la sonrisa bonita.

Viernes, 25 de enero de 2018.

Camila hace lo que puede para continuar con su trabajo de desempolvar estantes, vender y llevar las cuentas, al tiempo que atiende la romería de vecinos pero está incómoda, consciente  de la mirada de su jede que como es su costumbre está sentado al lado de la mesa redonda del corredor de su casa tras el arco de la puerta que alguna vez comunicó con el garaje que remodeló para alojar su pequeño negocio. El viejo se sienta allí desde muy temprano en la mañana, hace solitarios y crucigramas pero sobre todo vigila, la vigila. Medirle las costillas es su deporte favorito. Camila ha tratado de que el carácter agrio de él no le amargue el trabajo. No entiende por qué él ha optado por dudar de las motivaciones ajenas atribuyéndoles a los demás un sinnúmero de perversas intenciones. Ella más bien  se pasa de confiada, de buena, como le dicen sus amigas y no le sale fácil dudar de la gente, al menos que la piel le avise. No desatiende el frío que le produce cierta gente con solo mirarlos a los ojos o incluso verlos inclinarse en la vitrina de la farmacia. Una curvatura de espalda, una mirada de soslayo hacia el interior de la casa o la trastienda donde se acumulan cajas y donde adosado a una de las paredes se encuentra el escritorio donde ella guarda facturas y registros del inventario la pone en guardia. No es de las que espera. Va y le pregunta en voz alta, como una gallina con las plumas alborotadas, qué quiere, en qué le puedo ayudar. Está advertida que a la anterior dependiente unos hombres haciéndose pasar por enfermos la obligaron a abrir la caja registradora y darles dinero. Y sin embargo, en el año que lleva trabajando allí, nada de eso ha sucedido. Será porque ella los acobarda y se van después de comprar aspirinas. O será, como piensa su jefe, que la chica anterior era cómplice de los ladrones y se hacía la asaltada. Por eso me vas a perdonar, le había advertido al contratarla, pero no voy a confiar en vos. Ya se me acabó toda la confianza con la que vine al mundo. A ella esa afirmación no le importó demasiado, pensó que era un viejo malhumorado nada más, pero con el tiempo  esa actitud de lince, terminaba por ponerla nerviosa por hacerla sentir culpable sin motivo. Puro maltrato psicológico, decía Pedro que la entendía y desde que se percató de la maña del viejo de vigilarla se hizo el propósito de pasar a diario por la farmacia y ponerlo en ascuas.
Llegaba y preguntaba por algún medicamento que le funcionaba de maravillas para el dolor de cabeza pero cuyo nombre, aseguraba, haber olvidado… algo como pirina…,  livina… decía haciendo largas listas, pidiéndole a Camila que le pasara este frasco o aquél para leer los prospectos y poder dilucidar cuál era. Otras veces inventaba nombres o dolencias y pedía la asistencia de ella o del dueño para marcharse quince minutos después, sin comprar nada, haciéndole a ella un guiño cómplice.
Hacia las once el tráfico de clientes disminuye porque empieza a llover. Se oye primero un trueno en seco y luego el viento sacude la basura de las aceras y el agua desciende imperativa oscureciendo el día y agitando las ramas de los árboles que valientemente sobreviven trasquiladas por las cuadrillas de la compañía eléctrica.
Camila se asoma a la puerta y recuerda el gato de Pedro, un gato de listones grises, ámbar y negro, con cara de tira cómica que ella solo ha visto desde la puerta del taller cuando pasó dejando unas medicinas. ¿Por qué habría pensado la vecina que ella era la novia de Pedro?
Desde la noche anterior anda preocupada preguntándose si será posible que se le note lo mucho que ella se ha encariñado con él a pesar de que entre ellos no hay nada más que un entendimiento risueño, una simpatía. Ella se ríe de los piropos con que celebra su sonrisa. Sabe que tiene el pelo y la sonrisa bonita aunque no se considera una bella mujer, más bien flaca, sin lolas, magra en todos lados, con pelo rubio lacio que a menudo toma en una coleta, ojos al tono, sin más que una sonrisa, pero se consuela con el dicho: “ La suerte de la fea, la bonita la desea”. Sin duda hoy tiene más suerte que Guillermo, salvando el género,  que es un tipo atractivo pero que casi  mata a Pedro.
Mira el reloj, el señor no tardará en pasar por ella.

Después de desayunar con Juan, Guillermo habla por teléfono con Fabián, y luego con José Miller. Tiene necesidad de hablar del accidente, de Juan, de su humor, de su apariencia con un amigo de su edad, de no tanta confianza como Beto o Gaby.

__Tienes que hacer algo por vos, Guillermo, pero ya, no vayas al estudio, toma la mañana para vos _dice José que es a regañadientes apenas un buen amigo __.No te digo que vayas a un spa porque lo odias, pero ve de compras, a distraerte y no te acompaño porque no puedo salir de la fiscalía.

__Gracias  José, ya veré, la verdad es que casi mato a  ese muchacho y hasta creo sentir el ruido de los huesos rompiéndose, es impactante ver volar por el aire a otra persona.

Guillermo decide no ir al estudio, el rostro de Pedro deambula sin permiso por la mente y solo espera que sea mediodía para pasar por Camila. Entra al baño. Es la hora preferida de su día. Juan siempre desayuna y se va rápido al hospital cuando no está de guardia en que ni siquiera regresa a casa, es su hora de bañarse largamente, dejar que el agua ruede sobre su piel como una caricia amante que hace tiempo no siente, cerrar los ojos. Con frecuencia  llora, como si el agua llamara a las lágrimas  como cómplice invisible. Su casa, desde que Fabián se mudó, se le cae encima de silenciosa, Juan nunca quiso más hijos, y solo vivió por y para Fabián. Ha pensado en comprarse un par de loras que peleen para sentir ruido, pájaros.
Nunca pensó que la paternidad caducara, quedarse de pronto vacío y sin un propósito claro para seguir levantándose más allá del estudio, vistiéndose. Lo cierto es que lo único que le hace ilusión esa mañana es la idea de ir al hospital con Camila, pero faltan horas para mediodía.
Sale del baño con el pelo mojado. Se para frente al espejo. Se ve los brazos, las piernas, el vientre y se revisa el vello. Alguien le ha dicho que allí también salen canas. Piensa y se avergüenza… en si será capaz de teñirse. Juan tiene el pelo abundante y entrecano, pero lo lleva sin molestias,  él con las entradas, no soporta pensarlo de color blanco. Le ha dado por comer y se mira con desaprobación. Pasa el día sentado comiendo las masas de Cuca en el estudio, últimamente ha perdido el interés por él mismo, el significado de la existencia si es que lo halló alguna vez más allá del día en que supo que Silvina estaba embarazada o el día del parto de Fabián. Se ha ganado kilos en la cintura y en el abdomen que ya no es plano, sus piernas están más anchas. Los brazos empiezan a perder solidez, y eso junto al pelo ralo es lo que más le mortifica. Es apenas perceptible, pero él lo ve y se avergüenza de su descuido. Si en algo tiene razón Juan es en ello, él sí mantiene el peso y el porte, así tenga guardia se da al día siguiente el tiempo para la gimnasia y para correr.
El rostro le favorece, excepto las arruguitas de ruta de vida, es aún joven y atractivo. Imagina cómo se vería con unos kilos menos. Un cambio piensa. Dieta, ejercicio, y el pelo. Necesito un cambio.
Impulsivo sale del baño. Va al teléfono y llama a la peluquería.

__En media hora estoy allí __confirma.

Llega a la peluquería justo cuando empieza a llover. Hay poca gente. Le encanta el olor de las peluquerías, las muchachas y chicos con su uniforme atendiendo clientas que hoy lo reciben sonrientes, y Rolo, el dueño gay, joven con el pelo teñido de rojo y unos pantalones negros ajustados, le estampa un beso en la mejilla, le ofrece café. La chica estilista lo lleva a cambiarse, le pone la capa negra sobre los hombros.

__ ¿Recorte, Guille? _le dice, ya cuando él está sentado en la silla negra frente al espejo.

__Pásame una revista _dice Guillermo __. Quiero cambiar.

__ ¿Ya oíste Rolo? __ríe la chica__.  Guillermo quiere cambiar.

__! Qué maravilla doctor! Ya era hora, Guillermo.__ Rolo se acerca, le toca el pelo  __. ¿Sabes qué te quedaría perfecto? Un pixie.

Guillermo lo mira interrogando.
__Cortito, cortísimo. Te vas a ver divino. Con esos ojazos tuyos, esos labios sensuales, tu cara, ese mentón esculpido, vas a parecer actor de cine y te vas a ver diez años más joven.
Guillermo ríe. Se entrega al experimento a ojos cerrados. Ha llevado el pelo negro con el mismo corte y largo toda la vida. Recuerda una cita que leyó: “Hay que luchar contra la vejez con todas las armas”. Claro que le parece absurdo empezar a dar esas batallas. Tiene una energía que malgasta pero que está allí, en un juicio aparece, furiosa. La siente, le hace cosquillas en el cuerpo. Mira a Rolo caminar despreocupado y ríe…  que parecerá actor de cine. Perdónalo, señor, no sabe lo que dice, piensa y sonríe para sus adentros. Cierra los ojos, oyendo el chasquido de las tijeras.

__ ¿Qué anda pasando, Guille? _interroga Rolo.

__La vida amigo, la vida que se escurre.
La vida es como un barco navegando, que se mantiene en las olas, a ratos con fuertes vientos, y otros queda  anclado a la deriva.
Todo tiene su tiempo, hasta que el corazón se ha desgranado, todo queda en agua de borrascas, como la lluvia templada de mayo. Cuando se acumulan los abrazos,
entre los sueños guardados, cuando se desbordan las risas en los tejados, y cuando los sueños son bordados.
Ese tiempo que se va terminando, que se convierte en fugaz y temprano, que no puedes parar ese reloj dorado, corrió el tiempo veloz y asustado.

__
Pedro despierta en la cama incómoda y angosta, el silbido del viento por las hendijas de las piedras, el susurro de las hojas y el repiqueteo de la lluvia porfiada lo alertan.  Por la ventana de la habitación ve que hace un día nublado y lluvioso, un día de personalidad de domingo. En épocas de poco trabajo él se inventa domingos. Se encierra en su taller, disfruta del olor a tierra del pequeño jardín, del aroma a madera húmeda, a aserrín. Se tira en la cama con su gato, lee revistas, periódicos de portada a portada incluyendo los clasificados o relee pasajes de alguno de sus libros: El Conde de Montecristo. El Amor en los tiempos del cólera. Los Miserables. Cumbres Borrascosas. Los libros de  Víctor Hugo y Alejandro Dumas de la colección de ediciones económicas de los clásicos que una de sus clientas le heredó son sus favoritos.
Nadie sabe en el barrio que él no siempre fue así de pobre, que su familia durante el régimen militar de Chile emigró, pero antes gozó de buenos ingresos y lo proveyó de una buena educación. Después  que sus padres emigraron a Estados Unidos, él hizo incluso cuatro años de filosofía y letras en la Universidad pero cuando se cerró la carrera quiso no ser más una carga para ellos y se las agenció por sus propios medios.
Se pregunta la hora, cuánto faltará para que llegue Camila, y Guillermo, la imagen de él es la que pasea en la mente, su mirada, sus ojos.
“Alcanzar el cielo tan solo con una mirada, tan ausente, tan lejana pero cercana  a mis sueños.
Alcanzar el cielo abandonando la desolación, el exterminio de los jazmines, conquistando el sol.
Alcanzar el cielo es presentir tus silencios, tus interrogantes, dialogar con la brisa que acaricia mi pelo. Quiero alojarme en tu esencia de ríos y montañas nevadas, para alcanzar el cielo  tan solo con una mirada.
Sentirte descubierto por mis ojos en un momento oscuro de mi vida transformó la tristeza y los enojos en una gran ventura enardecida. Sentirte acariciado  sin atajos en esa negra noche dividida restauró mis pesares y mis gajos  dejando mi negrura esclarecida.
Sentirte aventurero en mis arrojos con sabor de llegada o despedida atrapó cual ajenjo mis antojos al verter en mi cuerpo tu bebida. Sentirte protegido  en mis cobijos como noche bendecida despertó en mis entrañas los reflejos haciendo de mi amor una embestida”.

Se mueve con dificultad para apretar el botón y llamar a la enfermera. Tiene sed y el brazo le duele, un dolor sordo, molesto pero extrañamente tolerable. Está amodorrado y siente la conciencia dislocada como si su cuerpo se hubiese convertido en un edificio de dos pisos y su mente viera desde lo alto el sufrimiento de su cuerpo en el piso de abajo.

“Son las drogas que me están dando, de lo contrario estaría gritando. Las mismas que me causaron esos sueños fosforescentes de toda la noche.
He visto la isla en medio del río, o alguna isla en medio del Pacífico tornarse naranja vivo y las aguas resplandecer azul metálico. Ha vuelto a aparecer la casa a orilla del río con la que sueño a menudo, con su playa detrás de macizos de hibiscos, es una playa misteriosa que en ese sueño veo por la ventana blanca desde el interior de una casa enorme desprovista de muebles”.

La enfermera mayor con cara de sueño entra a preguntarle qué quiere. Luego le dice que volverá con el agua a hacerle los controles. Signos vitales, se repite él para sí, lindo nombre médico, podría servir para bautizar a una colección de mesas que ha estado pensando hacer con unos muñones de árboles con raíces que recuperó de la poda de un parque en la ciudad. Se percata de que está tranquilo, demasiado tranquilo considerando su estado, ese giro repentino en su rutina, esa sorpresa del destino que siempre prefiere pensar que es para bien, que al final siempre llegan cosas buenas. Sonríe. ¡Quién habría dicho que la sonrisa de Camila le cobraría semejante cuenta! Menos mal que no debe preocuparse por pagar el hospital, médicos, remedios, que le tocó en suerte Guillermo que tiene el marido médico y no un conductor de taxi o bus…
La enfermera le lleva el desayuno, una bandeja de plástico con un té que detesta, una tostada de pan y mantequilla, una compota de manzana y un jugo  de naranja.

__ ¿Puede comer con la mano izquierda o necesita ayuda? _le interroga la mujer dejando ver un lado amable detrás de un gesto adusto, los ojos sin ánimo circundados por ojeras.

__Lo intentaré. Le ha tocado un turno largo, parece _ le dice él amable.

__Sí, siempre es así __dice ella dejando ir un suspiro conmiserándose __.Pero ahora, después que termine con usted me iré a casa a dormir todo el día.

__Vaya, probaré a comer con la mano izquierda, tengo que aprender, deje la bandeja y vaya a casa.

Ella se marcha y él ensarta el trozo de manzana con el tenedor y siente el sabor dulce, cierra los ojos, haciendo un esfuerzo por contener el ademán del brazo derecho y la punzada de dolor que le causa el intento de moverlo. Come la manzana despacio, el pedazo de pan y se queda dormido.
Cuando despierta otra vez ya no tiene frente a sí la bandeja de desayuno.
Por la ventana la lluvia sigue salpicando los ventanales y el aire de domingo lento lo envuelve todo. De súbito se abre la puerta y Guillermo y Camila se asoman a la habitación, viéndolo despabilado se deslizan dentro casi en puntillas y se acercan a la cama.

__Me morí y me fui al cielo __ dice él lanzando una sonrisa, Camila la devuelve, pero él no quita los ojos de los de Guillermo.

__Con todo respeto __le dice __.Usted se ve muy apuesto con ese corte de pelo.

__ ¿Verdad que sí? _concuerda Camila __.Le luce muchísimo el pelo cortísimo.

Guillermo siente un calor que le llega a las mejillas pero sigue demorando la mirada en la de Pedro.
__Me tocaba cambiar, pero me siento rarísimo _sonríe complacido porque él también siente que el cambio lo favorece. Rolo le ha puesto gel en las mechas de la parte superior de la cabeza y el corte realza sus ojos almendrados, color café y canela. Se siente alto, erguido. Las miradas lo han seguido mientras caminaba por el hospital y ahora Pedro parece no cansarse de reconocerlo.

__Tu gato ha estado llorando __dice Camila__; si me das las llaves de la casa, puedo entrar a darle de comer.

Hasta entonces Pedro recuerda que el gato ha estado encerrado. Cuando está en el taller deja que el mínimo deambule por el vecindario pero si va a salir lo llama y lo guarda dentro porque una vez se perdió por seis meses y él está seguro que sucedió porque quiso regresar y encontró todo cerrado.
Camila le da los saludos de los vecinos y le cuenta de la romería de esa mañana por la farmacia y de la incomodidad de su jefe, sintiéndose ajena, pero complacida de que él esté de buen ánimo. Se pregunta si él se habrá percatado de lo que ella siente. Su mirada al conversar con ella es impasible, mientras que la de ella rezuma coquetería.
Guillermo tiene las piernas cruzadas, luce un traje oscuro, con camisa celeste, sin corbata, con los primeros botones sin abrochar y la mirada de Pedro le quema la piel al sentir el recorrido que lo barre. Los ojos de miel se demoran en las manos, en los labios, más que nada en los labios que se curvan en sensuales sonrisas que le roban el aliento sin que Guillermo sospeche. La mirada de Pedro lo halaga tanto como vergüenza le provoca, lo hace sentir extrañamente expuesto, los ojos de ese muchacho parecen atravesarlo y leer su mente, su sentir. Pedro tiene ojos como faros vivos, de un color miel, es muy varonil y tostado como un italiano de esos que salen en las revistas. Opta por ponerse de pie y llegar a la ventana pero siente que la mirada de Pedro lo persigue, es casi palpable. Hay un temporal, dice, onda de baja presión, lo anunciaron hoy en la televisión.

__Antes  de que llegaran, pensaba que sería buen día para el ocio o leer _dice Pedro. De hecho, si pudieran recoger del estante  detrás de mi cama, El Conde de Montecristo, les estaría eternamente agradecido, las horas acá son eternas.
__Según el médico no lo retendrán demasiados días __continúa Guillermo, aunque supongo que para usted estar acá  o en la casa sin trabajar es lo mismo.

Pedro se pierde en el movimiento de los labios finos.
“Adoro el silencio que reposa en tu boca,  la brisa, añejada de tu aliento,  el brillo diamantino de tus ojos.
Adoro el singular movimiento de tus manos,  la silueta que tu sombra desnuda ante la noche.
Adoro el febril suspiro que engalana tu pecho,  el cabello que adorna el marco de tu frente,  la sonrisa que abre la puerta de tu alegría.
Adoro tus pasos firmes, retumbantes,  la llegada de tu luz,  el encuentro de tu cuerpo,  la química de nuestras almas”.

__Camila __se obliga a continuar__; asegúrate que Menfis no salga de casa. Tiene donde hacer lo que necesite. Es un gato con clase _dice, mirando a Guillermo.

Le tienta la ironía de haberse tropezado con un benefactor bien vestido y coqueto. Dichoso es de tener los privilegios que le permiten pagar simplemente por el perjuicio causado sin tener que sufrir las consecuencias.

Al salir del hospital, Guillermo insiste en ir con Camila a casa de Pedro. Siente una gran curiosidad por ver cómo y dónde vive alguien que siendo carpintero pide el Conde de Montecristo. Percibe una cierta incongruencia entre su comportamiento, su profesión y su entorno, una incongruencia que no logra definir pero que lo desconcierta tanto como lo atrae y hace que él se sienta inhibido encima de culpable y apenado frente a Pedro. En el camino, Camila habla poco. Guillermo le pregunta sobre su trabajo en la farmacia, quiere saber dónde nació, cosas que le ayuden a entender la relación entre ellos.

__ ¿Qué edad tienes?
__Treinta años.
__Y Pedro, ¿sabes qué edad tiene?
__Treinta y ocho aunque no cumple, siempre le digo que no los demuestra.
__Y dices que no tiene familia. ¿Estás segura? Es muy inusual. ¿No tendrá hermanos, primos?
__Dice que todos se fueron a Estados Unidos, él es chileno, cuando entraron los militares se fueron, él se vino para acá. Solo él no quiso irse. Entró a trabajar en una mueblería y allí aprendió el oficio de ebanista. Pero, mire, usted tiene que entender que yo a Pedro no lo conozco mucho. Es muy reservado, pocos saben de él. Bromeamos cuando llega a la farmacia y cruzamos unas cuantas palabras porque él habla hasta por los codos, pero eso es todo. Eso sí, ayuda a todo el que lo necesita, en lo que sea, aunque apenas lo conozca.
__Bueno, ahora sí que todo eso cambiará _sonríe cómplice Guillermo intentando invitar a la chica a una alianza. Nada mejor para enamorar un hombre que cuidarlo, piensa, y de pronto se ve él mismo con una bandeja de pasta que le encanta cocinar acercándose a la cama donde yace  Pedro. Se quita la imagen cuando cruza la de Juan, es un mal pensamiento.
__Es allí _señala Camila una tapia con una verja blanca.

__
Pedro queda con la imagen de Guillermo habitándolo, solo puede recordar cada rasgo, y lo imagina en su casa, estudiando su caos organizado, su ropa, sus libros.
“Andábamos los dos, con nuestras vidas algo solitarias… aunque uno, tenía pareja. Y  sin buscarlo, un día, nos subimos los dos, a aquel ómnibus, llamado “Destino” que no sabíamos hasta dónde nos iba a llevar don Guillermo.
Nos sentamos separados y no podíamos dejar de mirarnos.
Sin duda, el destino quiso jugarnos una aventura o ponernos a prueba.
Se bajaron unos pasajeros y llegó un momento, que juntos, nos sentamos tú y yo.
El viaje fue muy ameno… y tú, no parabas de decirme cosas, que me llegaron muy hondo.
Pero yo sabía, que no podía ser…  y te lo hice saber.
Durante el recorrido, dudé por un rato sentarme más lejos de ti pero no podía, no… no podía, y aquello se fue complicando porque necesitaba estar cerca de tus ojos, de tus palabras y tu figura y  todo lo que de aquello, se estaba manifestando.
Al cabo de un rato, el ómnibus paró y el chofer gritó: “hasta aquí llegamos”.
Y había que bajarse. Te pusiste frente a mí, y con una mirada intrigante e investigadora me tomaste las manos y me susurraste algo.
Yo, por un lado, deseaba que me besaras de una vez y por el otro, me decía, que no, que no lo hicieras.
Me temblaban las manos y las piernas, como hoja nueva ante la primera brisa.
Entonces, alcé la cabeza y te miré muy tiernamente y me animé a decirte:
Ya lo dijo el chofer… “hasta aquí, llegamos.”
Me miraste como no pudiéndolo creer.  Fui fuerte y subí al próximo micro que me volvió a traer  hasta mi vida de siempre, y no tuve el valor de mirar para atrás.
Luego me llegó tu mensaje, que me comprendías, aunque te dolía y  bueno… Son cosas de la vida”.

Raro, lo soñé o lo siento, eres casado y sin embargo al mirar tus ojos siento trepidar mi corazón, y es como un barco sin rumbo… Es sentir el  deseo de morirse de amor.

__
Guillermo estaciona. Camila rebusca en su bolso las llaves. Abre el candado  y pasan los dos por un pequeño jardín donde una palmera perezosa bate sus alas cortas y espesas sobre un césped cuidado, Guillermo queda detenido.

__Le gusta _dice Camila a su lado.

__ ¿Perdón?
__A Pedro, le gusta su jardín, cuidar el césped, siempre cuenta.
__Yo también amo a las plantas, las trato mejor que a las personas a veces, les hablo, en el estudio y en casa, mi hijo de pequeño me creía loco _contesta Guillermo sonriendo.

__ ¿Tiene hijos?
__Uno, grande, bueno al menos se fue de casa ya,  más de veinte.

El galpón que se alza tras el pequeño cuadro verde es alto, con un techo a dos aguas. La fachada es toda de zinc con vigas sobre las cuales se sostiene la armazón del techo, las rústicas paredes y una puerta de madera con un arco manteniendo una suerte de vitral de colores primarios. De la verja hasta la puerta hay un cable rojo donde cuelgan botellas de vino cortadas por la mitad y convertidas en lámparas. Sobre el arco de la puerta hay un letrero blanco con letras rojas que anuncia: “Ebanista”. “Muebles por encargo”. 
Desde afuera escuchan el maullido del gato que siente la presencia y decide presentarse. Camila abre otro candado. Entran los dos al recinto del taller. Es mediodía pero el cielo sigue plomizo y a primera vista apenas logran divisar una aglomeración de cosas, máquinas, ramas de árboles y el desorden de un sitio sujeto a los designios de un espíritu que evidentemente disfruta la sopa primordial de un caos que debe ordenar, igual que Dios durante los siete días de la creación.
Caminan en medio de las sillas a medio terminar, un espejo de marco biselado recostado contra una biblioteca, tablones aquí y allá, mesas, un torno. Se les llena el olfato de ese olor acogedor y punzante a bosque cortado, un olor que aún conserva lluvia y trinos de pájaros, pero también un cierto aroma a jaula, a tristeza.
Guillermo busca en la pared un interruptor de luz. La oscuridad le da claustrofobia como muchas cosas más. Tiene tan llena la mirada de sombras y volúmenes que no es sino hasta que Camila pregunta dónde estará el gato, que él atiende al maullido quejoso del animal y enfoca la mirada y retorna a estar presente, a caminar con la muchacha que se dirige al fondo hacia un espacio separado del resto por delgadas paredes de madera donde también hay una puerta cerrada con un candado que más bien parece de juguete.
Camila abre con su llave y frente a ellos aparece la habitación de Pedro. Una pequeña ventana alta  filtra la luz blancuzca del día pálido.

__ ¿Vive aquí? __se asombra Guillermo.

__Sí. Acá la gente se acomoda como puede don Guillermo, Pedro se construyó solito esto, primero el taller, luego el sitio para vivir.

Ven la ancha cama, un colchón montado sobre una plataforma de madera y detrás anaqueles con libros, periódicos unos sobre otros, cuadernos, una lata de conserva llena de lápices. Sobre el tablón montado sobre caballetes a un lado, hay ropa doblada, pantalones, camisetas, ropa interior. Bajo la improvisada mesa que hace de closet, están alineados varios pares de zapatos. En la esquina hay un botellón de agua, una mesita con una cafetera y una hornalla, algunos trastos de cocina. En las paredes, como si se tratara de un mural, pegados con chinches, hay afiches sacados de periódicos y revistas, modelos de muebles , un póster del Che Guevara, fotos de árboles, diseños a lápiz, listas y un verso sobre un papel blanco: “Pasaré la noche con el inmenso desierto/ que hay entre mí y el estar CONMIGO”.

Guillermo se acerca porque la palabra “conmigo” está escrita con plumón negro sobre el poema original que lee “contigo” y no conmigo.
El gato ha corrido a esconderse en otra esquina donde hay un tablón que hace de escritorio y una silla, pero no le es fácil ocultarse y además Camila lo llama con palabras dulces y hace sonido de eses con que se calla a los niños o a las personas asustadas y el gato al fin  se le acerca, se restriega en las piernas y ella se agacha, lo carga, le acaricia la cabeza y el lomo y el gato empieza a ronronear ya abandonado y pasivo.
Guillermo explora aún y entra al pequeñísimo cuarto de baño, donde hay una ducha, retrete y lavamanos, le impresiona la nitidez del original globo que pende del techo en la habitación, hecho de trozos de madera de diversos grosores y tamaños aglomerados en una esfera compacta llena de agujeros a través de los cuales al menos una docena de pequeñas bujías entrometidas ingeniosamente por la estructura,  brindan al espacio una luz clara pero sin rayos acusadores que deslumbren o cieguen. Sobre la cama hay un ancho cobertor de tejido con listones azules. Guillermo recuerda el pedido de Pedro y busca El Conde de Montecristo, lo encuentra junto a Cien años de Soledad, Los Miserables, Los tres Mosqueteros, La Dama de las Camelias, Cumbres Borrascosas, y Nuestra Señora de Notre Dame.
 ¿Y qué hacemos con el gato?  Le pregunta a Camila. Hay un balde donde tiene comida seca según me dijo Pedro, pero no lo veo, dice ella. Quizás esté en el taller. La chica sale y enseguida Guillermo la ve inclinada cerca de la puerta de la habitación sirviéndole al gato un tazón lleno de comida y un plato con agua. Es un lindo gato, piensa Guillermo. Parece tener algún ancestro de Angora porque es elegante, magro sin ser flaco pero con el pelo brillante, con listones pardos y otros de un amarillo dorado. Le recuerda  a uno que él tuvo de niño.
Curioso que el taller esté tan alborotado y el cuarto tan nítido, ¿verdad?, comenta Guillermo. Camila asiente mirando fija al gato que come con fruición.

__Pobre __dice __.Estaba muriendo de hambre. Debemos marcharnos,  mi jefe espera que abra, es casi las dos.
__Está bien, Camila, te llevaré, y me encargaré de llevarle luego los libros a Pedro, cuando le retiren los analgésicos fuertes,  dormirá menos y va a aburrirse.

Guillermo deja a  Camila en la farmacia y se acomoda en el asiento de pasajero al lado del conductor, no quiso ocupar todo el día a Beto, y Juan le contrató un chofer para que lo acompañe unos días hasta que se sienta con confianza para tomar de nuevo el volante. Le incomodan los conductores, el silencio de amo y sirviente en el reducido espacio. Está tentado de iniciar una conversación pero le falla el ánimo. Decide tragarse por un rato la culpa de emplear a alguien para que haga un oficio para el que él está capacitado.

La vida desconocida de un hombre como Pedro, lanzado fortuitamente en su camino le intriga y desconcierta. Debe reconocer que jamás esperó que una persona como él fuera carpintero. Admite con cierta incomodidad su prejuicio ante quienes practican oficios como ese. Pasar por su casa fue como asomarse por el ojo de la cerradura a una intimidad que le hace meditar sobre la esencial similitud que une a los seres humanos más allá de los oficios y el dinero. Mientras mira las casas coloridas y modestas sucederse en la ventanilla del coche se pregunta qué otros pequeños cuartos revelarán personalidades interesantes allí mismo en ese barrio.
 Le ha conmovido la pulcritud de la habitación que se nota Pedro ha construido él mismo a base de madera, la dignidad quieta de esas paredes llenas de notas y dibujos  pero sobre todo el poema extraño. Medita sobre la palabra “o contigo” tachada por él, En realidad entiende, uno sabe estar con los demás pero no siempre estar con uno mismo. Él, por ejemplo, sabe vivir en el estudio, rodeado de gente en tribunales, estar pendiente de otros, de Juan, de Fabián,  de su tía, amistades, servicio, la vida social, los colegios,  las universidades, hasta las novias de Fabián. Sin embargo un desierto lo separa de saber estar consigo mismo. Rechaza pero se entrega a los requerimientos ajenos. Visualiza a Pedro, solo en su taller trabajando la madera, usando el torno, el cepillo, los instrumentos de su oficio, como un escultor, ni más ni menos.
¿Qué lo separa de sí mismo?
La búsqueda del gato de Pedro ha sido una bendición. Lo ha mantenido ocupado. Durmió tan mal anoche, que está medio turbado, no quiere ir al estudio y hace tiempo que añora más las ausencias que compartir algo con Juan.
Detiene el coche y despide al empleado, seguirá de pie.
Sabe adónde se dirige, también que llevar el libro es una mera excusa.

“Llovía mansamente en la tarde gris, mientras las penumbras del atardecer transfundían la luz en un ocaso brumoso, como en una sombra transparente, y su melancolía me dolía en todo mi cuerpo.
Caminaba pegado a la pared evitando la lluvia y como pretendiendo esconderme del mundo y de mí mismo. Sentí celos que alguien te mirara allí, y se enamorara y perdiera la cordura por vos, como me pasó a mí el día que escuché tu voz y bebí en el mar de tus ojos.
Por tus gestos estabas nervioso, y yo lo sabía, lo estaba más que vos ante tu mirada inquisidora. Conocía como la palma de mi mano la tibieza de tu piel de pétalos, el rosedal de tu boca, cada poro de tu cuerpo, y cada sentir de tu alma. ¿Quién eres, Pedro?
¿Cómo te atreves a hurgar  en mí los deseos inmensos?
Juegas a la guerra con mis emociones,  entrando a mi piel sin haberme tocado aún.
Logras hacer de mí un alma sedienta de tu presencia, y se vuelve ríos de placer exquisito.
Expones sin piedad  cada una de mis partículas ardientes, y te aprovechas de sus destellos.
¡No provoques mi esencia  porque no podremos soltarnos, será una guerra sin tregua y sin remordimientos!”
__
__Don Guillermo, podía esperar un día el libro, pero gracias, siéntese.
__ ¿Le gusta la poesía además?
__Un poco, solo algunos poetas, ¿a usted?
__Como a… usted, la ficción, prosa.
Pedro, quiero que esté tranquilo, me dijo Camila que no tiene familia cerca, si ella no pudiera ahora yo cuidaré de usted.
__ ¿No trabaja acaso?
__Puedo no ir, soy abogado, y el estudio es propio, tengo gente allí, me queda tiempo.
__No fue su culpa don Guillermo, o bueno, digamos que fue de los dos.
__Cuidaré tus sueños si es necesario, a donde vayas iré con vos, donde quiera que estés estaré yo, no te dejaré solo, no es mi intención arreglar esto con dinero, eso no cicatriza tu brazo.
Te escucharé, veré que nada te falte, te ayudaré a hacer tus días más llevaderos, dibujaré sonrisas en tu bello rostro y secaré tus lágrimas cuando lo necesites.
Aunque no todos los días serán perfectos, te protegeré como vos lo harías, de hecho lo haces me dijo Camila, estaré  detrás de vos y a tu lado en todo momento, sabrás que existo para protegerte siempre… hasta que me eches, siempre que  lo permitas, cuando sientas que tus fuerzas no resisten, seré tu voz cuando no tengas palabras, seré tu aliento cuando te haga falta, dedicaré mi vida entera para estar,  mientras lo desees estaré presente.
¿Siempre sos así?
__ ¿Cómo?
__Optimista, positivo, solitario, ¿me equivoco?
__Soy como me ve, don Guillermo.
Ruinas de un ayer forzado por las manos del engaño, me abrieron las puertas a vivir como huésped en la tierra de los sueños. A pesar que olvidé aprendí y no hablo de una mujer, de un amor, sino de mi familia, de mi país, de amigos que dejé.
Mi tiempo ha llegado,  caminar en sentido opuesto al dolor, labrando el destino que impone mi orgullo aventurero. Soy solo eso, tal como me ve…  sencillo y rebelde contra lo injusto, contra los pibes que mueren de hambre o de frío en el barrio.
Gravito sobre una cuerda floja que se alimenta del equilibrio entre verdades que callan sus deseos y mentiras que gritan su inocencia. Voy sin miedo, disipando mi rumbo, enfrentándome a los misterios de las culpas, vagando entre cantos, presintiendo las embestidas de un reloj antiguo que marca las huellas borrosas del tiempo. Candilejas en las calles, puertas entre abiertas, ventanas que lloran romances, estrellas en silencio que se ocultan, vientos que añoran alas, puentes que agonizan sobre ríos secos, barca que pierde sus remos de libertad, piedras golpeando memorias. Pero no soy un tipo triste, no crea, al contrario, convivo bien con mi gato. __  Sonrió.

Trampas que nunca hicieron falta, besos que hechizan, caricias que dejan su imagen, apariencias que tatúan sus dudas  en las conciencias esperanzadas, y ante los problemas, me digo de a uno, solo de a uno.
Soy solo eso, tal como me ve como nubes inquietas en el viento, le ofrezco mi sombra  donde cubriré su piel de roces que ocasionan heridas en el alma. Acompáñeme si quiere en mi andar por la soledad, tóqueme  y sentirá el placer  de lo simple.
Soy un ser de carne y hueso también, aunque quizá no lo crea, soy solo eso, tal como me ve.
No le temo a la dama de las sombras del inframundo, ni al gélido rincón de una fosa oscura, ni mucho menos a ser devorado por gusanos, larvas y raíces.
Jamás le tuve miedo a la soledad eterna en mis noches de tinieblas interminables, en los caminos de la oscuridad, jamás tuve miedo a los aullidos de los lobos y mucho menos al silencio de los campos llenos de soledad, tampoco al murmullo de los ecos, en la ausencia de los visitantes.
Nunca he tenido miedo a los mitos, mucho menos a mendigar en las puertas inservibles, ni a la furia del infierno, jamás volveré a tenerle miedo al destino, al pasado y a esos momentos inexplicables que acarician todas mis emociones  que me llenan de dolor.
Nunca me han dado miedo las guerras llenas de terror, tampoco me dan miedo las tumbas, los recuerdos imborrables de la humanidad que me llenan de melancolía y contagian mi existencia, evoco aquellas penas que alimentan sufrimiento a mi alma atormentada.
Jamás le tuve miedo a la vida, o a sus costumbres, pero a lo que más le tengo miedo es al destierro, me da miedo que mi conciencia se desvanezca y olvide mis recuerdos de mi propia vida, es a lo que más miedo tengo… no saber recordar los momento del ayer.
“Silencio solo silencio en una mirada que atrae la razón de este instante , del tiempo, y tu presente que se queda atrapada en mis brazos y me dejas sentir tu respirar,  tu piel natural y el perfume de tus labios y en ellos amar tus besos, tu virtud, tu esencia  y lo más bello tu piel, porque de la nada de mi vida aprendí tus detalles el qué hacer ante una lágrima y callar en el momento justo, el necesario para entender el dolor de un corazón, que hoy vuelve a sonreír con el solo hecho de tu presencia y en ella respiro mi propia vida sosteniendo ese instante donde todo eres para mí, más de mi historia escrita a tu lado y saber que ese final tiene tu mirar cuando miro tus ojos y en ellos te amo , y no me importa decir en mis lágrimas de hombre a tanta emoción que te siento a querer con mi vida y más,  en ella estás cautivo porque te amo,  porque aprendí  a amarte en cada mirada de tus ojos”.

__Interesante, en cambio yo le temo a demasiadas cosas, pese a ser un ogro en mi profesión.

__
La vida de cada ser humano es una sucesión de cambios.
No tendrían que ser sorpresa, pero nunca dejan de serlo. La conciencia existe en un entorno sin tiempo. Se viaja por la vida como un pasajero alerta que mira por la ventana, baja en las diversas estaciones, acumula o pierde equipaje, gana o descarta compañeros de vagón. En el teje y maneje de la vida el cuerpo es silencioso cómplice. Un día de tantos, sin embargo, nos toca el hombro y nos obliga a mirar su cansancio. Invariablemente la mente se rebela, ella, la alada, la infinita, la que nunca envejece, la que es, se resiste a reconocerse temporal,  pasajera. La noticia es inevitable, aceptarla, apropiarse de la fragilidad es el desafío que ha llegado a tocar las puertas más secretas de Guillermo.

En su casa ahora, es su hijo, Fabián el que espera que su padre regrese, sabiendo que salió a ver al accidentado, según le dijo Julieta,  que por ser de tanta confianza ya no se molesta en disimular que atender la puerta le inoportuna.

__Perdón, Juli, olvidé mis llaves _dice Fabián encogiéndose de hombros.

__Pase niño, adelante. ¿Quiere que le traiga algo fresco?
__Dale,  un jugo si sos tan amable,  Julieta linda. ¿Cómo está mi viejo?
¿Cómo lo ves?
__Yo lo veo bien, como si nada __dice Julieta encaminándose hacia la cocina.

Fabián cruza la sala de techo alto, sofás blancos, modernos, el comedor al lado del jardín interno donde hay una pequeña fuente hecha con una tinaja sobre la que cae agua desde una caña hueca de bambú.
 La casa es de estilo español, mediterráneo, con paredes sólidas, anchas, arcos y estancias que se abren a corredores y pequeños jardines. Es una casa grande que suple con rotundos volúmenes la historia de sus paredes y el hecho de haber quedado en medio de un barrio antiguo del que se han marchado las familias más ricas a otras zonas de la ciudad donde ahora proliferan countries y residenciales espacios con áreas controladas por hoscos guardias. Cuando la abuela quedó sola ofreció la casa al hijo a cambio de que le permitiera quedarse con él y su familia hasta el último día de su vida. En las paredes cuelgan las pinturas de bodegones y paisajes propiedad de los abuelos, al lado arte primitivo y cuadros modernos que ha colgado Guillermo. Fabián recuerda a su abuela Mirna sentada frente a la fuente del comedor callada, hora tras hora mirando caer el agua. Murió sin hacer ruido, demasiado anciana para anunciar su propia muerte. Su padre ha insistido en dejar la silla de la madre en el mismo lugar y allí se sienta Fabián a mirar caer el agua en la tarde.
Fabián tiene veintitrés años. Al contrario de Guillermo, carece de coquetería y estructura. Va de jeans, camiseta blanca, sandalias. Tiene pelo abundante negro con rizos, ojos enormes y vivaces y la belleza fresca de una piel tersa y un estar en el mundo que denota confianza en sí mismo y una madurez mayor a sus años, que adquirió en el devenir de los años al perder a su madre, al saber gay a su padre, al no terminar de aceptar a Juan como su esposo. Ahora que ya tiene su propio departamento, disfruta esos momentos cuando llega a la casa sin anunciarse y se encuentra solo. Se siente seguro allí, como si regresara a la infancia donde otros eran responsables por él. Se pregunta cuándo le tocará a él hacerse responsable de los padres. Están bien de salud, pero luego del accidente ha pensado que ya es hora de que deje solo de esperar de ellos que lo cuiden y opte por cuidarse más. Guillermo lo llama casi a diario. Las primeras semanas se le quebraba la voz al teléfono y él llegaba los domingos a almorzar para alegrarlo.
Quería saber si de verdad era feliz, Juan era un poco extraño, parco, nada romántico, tampoco su padre, eran workaholic. Juan trabajaba y su vida era esa, sus pacientes, las enfermedades. Los avances de la medicina, sus vacaciones…  congresos. Pero tras tantos años suponía que se adivinaban el pensamiento, que esa intimidad compensaría. Él se sentía cada vez más distante de Juan y de ese entorno. Estudiaba abogacía sin convencimiento, su trabajo era otro, consultor en temas de desarrollo, y en él frecuentaba lo profundo del campo, las zonas más desoladas y pobres. Hacía lo que podía. Su generación ya no tenía siquiera el lujo de pensar que podía cambiar aquel estado de las cosas.
Oye el sonido de las puertas. Se levanta y sale a la puerta a recibirlo. Cuando lo ve, deja ir un chiflido.

__!Papá! ¡Qué valiente! Pero te ves muy bien.
Al hijo le gusta ver cómo lo sonríe el rostro de su padre que lo palmea y lo atrae a sus brazos.

__Qué haces, grandulón. Ya era hora de otra cosa _dice Guillermo __.Además me siento fresquito y como que crecí algunos centímetros.

__Te ves genial, de verdad _dice Fabián __. Parecemos hermanos.

__!Ventajas que tenemos los que somos padres a los veinte!

Se sientan en la terraza que se abre al verde intenso del patio posterior sembrado de varias especies de heliconias y albergue de una cantidad de helechos, grandes hojas de corazón, ficus y plantas de sombra que el mismo Guillermo sembró. La sombra  la brinda un enorme caucho sobre cuyo tronco crece una enredadera de campánulas amarillas en medio de grandes hojas trepadoras de un verde profundo.
Guillermo habla de su visita de la mañana, el rescate del gato en el taller, la impresión que le causa el entorno de su víctima. Mientras habla mira a su hijo. Nota su piel lisa, las manos sin venas que sobresalgan ni manchas, los brazos fuertes, torneados. Lindo su hijo. Qué pena, piensa, que viva la juventud con indiferencia. Guillermo admira su independencia de hoy. Es brillante en su oficio, algo menos en la facultad, pero gana un sueldo alto, hasta se compró el departamento. Si me caso lo vendo, anunció. Guillermo quiere que encuentre una buena chica que ame y lo ame, le preocupa la forma lapidaria con que su hijo descarta pretendientes. Las juzga tan duramente que ve difícil que encuentre alguien que soporte el crudo y frío análisis de su racionalidad. Guillermo recuerda lo necesitado de cariño que él estaba a su edad. Fabián no es romántico, no lo sabe gay. Sería cosa de los tiempos ese desapego.
¿Sería real la proclamada autosuficiencia?
¿Cómo no iba a querer a una mujer que lo amara?
¿Se enamoraría Pedro de su hijo de ser ambos gais y de conocerlo? ¿O lo preferiría a él? Qué cosas pienso, se dice, pero la pregunta empieza a rondarle en la conciencia como un zumbido tenaz. Se compara con su hijo.
¿Qué tanta es la diferencia entre ellos? ¿Los cuerpos? ¿La presencia o ausencia de pequeñas arrugas alrededor de los ojos y la boca? Por otra parte líneas que las sonrisas dejan como trazo de un paréntesis.
¿Bastarían esas señas para hacer que uno fuera más atractivo que el otro? Los hombres jóvenes remotos, ejecutivos como los amigos de Fabián que iban juntos de vacaciones, hacían alarde de no necesitar a nadie, pero luego se desesperan por tener un hijo, terminan casándose sin amor, reacios a experimentar con su poder de seducción en el apuro, como las mujeres que corren contra el reloj biológico.
Fabi habla de su trabajo, de su proyecto que en breve lo llevaría a una zona remota del país. Guillermo sigue apenas sus palabras. Repara en cambio en el brillo de sus ojos, del pelo, en sus gestos. De seguro ni siquiera recordaba aplicarse protector solar. Cuenta que viajará con un holandés y un argentino. Guillermo imagina fantasías eróticas que él habría hilvanado a la edad de su hijo siendo gay ante la perspectiva de estar aislado con dos hombres, seguro jóvenes también.

__ ¿No te emociona la idea? __interroga, Fabián lo mira sin entender.

__ ¿Estás bien, pa? ¿Te sientes bien?
__Sí, un poco de dolor de espalda, seguramente en el frenazo me retorcí algún músculo.
__Me voy, pa.
__ ¿No te quedas a esperar a Juan y a cenar?
__No papá, sabes que sus horas de llegada son impredecibles.

__
Después que Fabián se marcha, Guillermo va al baño, al salir se mira al espejo. Le gusta lo que ve. El pelo ha quedado muy bien, ahora tendrá que trabajar sobre el resto.
¿Qué diferencia hay entre Fabián o Camila y yo? Los rostros jóvenes son como cuadernos bellamente empastados que venden en las papelerías con las páginas en blanco. Solo el tiempo pone palabras en los rostros, historias, carácter.
Se mira a los ojos. Sabe que puede hacer que su mirada juegue, insinúe, que vea sin miedo. Más de una vez esposas de amigos iban hacia él como insectos atraídas por el resplandor de sus ojos o la mirada penetrante. Él notaba la incomodidad de los maridos y tuvo que aprender a tranquilizarlos, a ser modoso cuando estaba entre ellos.
¿Me daría vergüenza estar desnudo? Ni de joven le gustó hacer el amor con luz, no había cuerpo que soportara sin mácula la luz del sol. Volvería al gimnasio.

“¿Por qué no iba a enamorarse de él un hombre joven? Apostaría que sí. Al decírselo, la imagen de Pedro estaba allí, y sintió vergüenza, pensándolo estaba excitado.
Volvió a reprobar su pensamiento, no resultaría, intentó convencerse. Aunque lo eligiera era imposible por decenas de razones.

Uno, el sexo sería fatal, y  verse luego…  insoportable.
Dos, el sexo  podría ser muy bueno, mas despertarían avergonzados, seguir  viéndose… igualmente intolerable.
Tres, lo que imaginaba como muy factible, tendrían un sexo extraordinario, se excitaba cada vez que pensaba en sus labios, desarrollarían  sentimientos mutuos basados puramente en la química sexual.
Cuarto. Entonces tendrían que adaptarse al hecho de que no tendrían nada más en común, eran de mundos opuestos, incompatibles en todos los demás aspectos, sin nada en común.
Quinto. Descubrirían que no eran del todo incompatibles pero que él estaba casado con Juan, se debía a su esposo.
Y todo eso sin el factor añadido de la diferencia de edad,  de que era evidente lo mal que se les daban las relaciones, él no amaba a Juan, tuvo amantes, y Pedro estaba solo, dos ejemplos desastrosos, además él tenía un hijo, y no conocía a Pedro, ¿y si fuera un psicópata que buscara engatusarlo por dinero?
No parecía serlo, para nada”.

Cuando ve  a Juan que llega desaloja el ensueño.

__Te queda bien __ le dice sin entusiasmo __,  tendré que acostumbrarme, pero te queda bien.

Guillermo añora al Juan de los cumplidos de su juventud, no sabe en qué momento se volvió tan parco.

Cinco días después, Pedro está de alta médica. Guillermo lo sabe, irá a buscarlo para llevarlo a la casa. Lo que no tiene en claro, es qué hará después para continuar a su lado y ayudarlo.


CONTINUARÁ.
HECHOS Y PERSONAJES SON FICTICIOS.
 CUALQUEIR PARECIDO CON LA REALIDAD ES MERA COINCIDENCIA.
LENGUAJE ADULTO.
ESCENAS EXPLÍCITAS.

16 comentarios:

  1. Emilio G Buen día , hermosa tira Eve Mónica .

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  2. Daysi Me encantó, es diferente en todo. Muchas gracias apreciada Eve

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  3. Pedro El amor es la fuerza y la razón, por la que el mundo no deja de jirar.

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  4. Raul GRACIAS
    Muy hermosa su novela.
    GRACIAS si GRACIAS de todo corazón por permitirme leer lo más hermoso de sus pensamientos y sentimientos porque es bello lo que usted nos regala sus preciosas y divinas LETRAS DORADAS son alimento para el alma.

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  5. Miryam Divinooo esbellisimooo y sensacional recorrer UNA a UNA TUS cálidas Y exquisitas LETRAS vislumbrando un maravilloso amor a distancia felíz y BENDECIDO...

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  6. Gladys Siempre es un deleite leer tus hermosas tiras querida amiga, que disfrutes de un maravilloso fin de semana. Abrazos.

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  7. Hermosa historia Eve...Algo complicado el panorama, pero ya se te va a ocurrir algo para que el amor los una...y para que sea posible...

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  8. Sol Urvino Se advierte en ambos una busqueda de algo mas especial, mas unico y mas duradero, y no van a tardar en encontrarse. UN BESO, EVE.

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  9. Veronica Lorena Piccinino hermoso Eve... me enamora esta historia. Cuanto amor en el aire se percibe. No se, pero creo que Camila y Fabian harían linda pareja... Gracias. Besos

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